Chesnais sobre productividad, ¿PTF o enfoque marxista?

Rolando Astarita


Por estos días leí el escrito de François Chesnais “De nuevo sobre el impasse económico histórico del capitalismo mundial”, publicado originariamente en http://alencontre.org/economie/, traducido al castellano y publicado por Viento Sur. Como bien dice Viento Sur, François Chesnais es economista y autor de una larga relación de obras y artículos sobre el capitalismo financiarizado. Agrego que ejerce una significativa influencia en buena parte de la izquierda argentina, y de otros países latinoamericanos.

En líneas generales, mi enfoque es muy distinto del de Chesnais, tanto en lo referido a su tesis de la financiarización, como a su enfoque “estancacionista” – la idea, que comparten muchos trotskistas, de que existe una tendencia secular al estancamiento del capitalismo global. He criticado estas posiciones en otras notas, y seguramente volveré a escribir sobre estos asuntos. Pero en esta entrada quiero referirme a un tema más básico, a saber, las categorías teóricas con que estudiamos el capitalismo. La cuestión se suscita porque Chesnais no solo adopta la idea neoclásica de la “productividad total de los factores”, sino porque utiliza una muy cuestionable noción de “productividad”. Empiezo con esta cuestión.

¿Cómo se mide la productividad? 

Chesnais escribe: “La productividad es la relación entre las cantidades producidas (o su valor añadido, VA) y los medios utilizados para obtenerlas. La productividad del trabajo puede calcularse per cápita (VA/número de trabajadores) o por hora de trabajo realizada (VA/número de horas trabajadas)”.

Dejo de lado por ahora la afirmación de Chesnais de que la relación a considerar, cuando se mide la productividad, es “la cantidad de los medios utilizados”, para concentrarme en el numerador que propone, las “cantidades producidas o el valor añadido”. El problema aquí es que, desde el punto de vista de la teoría marxista, las “cantidades producidas” aluden a los valores de uso – y por lo tanto, al resultado del trabajo en tanto trabajo concreto -, mientras que el “valor agregado” se refiere al valor, que es resultado del trabajo en tanto trabajo abstracto. Por eso, desde el enfoque marxista, no hay equivalencia entre valores de uso producidos (las cantidades producidas a las que alude Chesnais) y el valor añadido. Esto es, la “o” (cantidad producida “o” valor agregado) no tiene lugar.

Dada las limitaciones de espacio, no puedo desarrollar todo el argumento en esta entrada, pero remito a un nota anterior (aquí) en la que critiqué la confusión entre valor de uso y valor, y entre trabajo concreto y abstracto. Un tema que es clave a la hora de medir la productividad. Para ver por qué, cito un pasaje de la nota referida:

“Esta distinción entre trabajo concreto y trabajo abstracto permite, a su vez, entender que con el aumento de la productividad del trabajo se pueda incrementar la riqueza material, sin que aumente el valor. Lo explica Marx: “… supongamos que el trabajo necesario para la producción de una chaqueta se duplica, o bien que disminuye a la mitad. En el primero de los casos una chaqueta valdrá tanto como antes dos; en el segundo, dos de esas prendas valdrán lo que antes una… En sí y para sí, una cantidad mayor de valor de uso constituirá una riqueza material mayor; dos chaquetas, más riqueza que una. (…) No obstante, a la masa creciente de riqueza material puede corresponder una reducción simultánea de su magnitud de valor. Este movimiento antitético deriva del carácter bifacético del trabajo”. Por eso, y en tanto la fuerza productiva “es siempre fuerza productiva de trabajo útil, concreto”, un cambio en la fuerza productiva del trabajo “en nada afecta el trabajo representado en el valor” (Contribución a la crítica de la Economía Política, pp. 56-7, edición Siglo XXI; énfasis añadido). Por eso la riqueza real de la sociedad y la posibilidad de ampliar constantemente el proceso de su reproducción dependen de la productividad del trabajo y de las condiciones más o menos fecundas en que este se lleva a cabo (véase, por ejemplo, El Capital, t. 3, p. 1044, edición Siglo XXI)”.

¿Productividad total de los factores o teoría marxista?

Luego de haber confundido valor de uso y valor, Chesnais se refiere brevemente a la “productividad aparente” [¿por qué “aparente”?] del capital, que mediría “la relación entre el valor agregado y el capital fijo utilizado”. Al leer esto – ¿en un autor que se referencia como marxista? – nos preguntamos si Chesnais cree realmente que el capital fijo genera valor agregado. Adelantándome a lo que desarrollo más abajo, remarco que es precisamente la teoría neoclásica la que considera que el capital (en realidad, los medios de trabajo) “aporta lo suyo” a la generación de valor. Pero si Chesnais considera que las herramientas no generan valor, ¿qué sentido tiene hablar de la relación “valor agregado y capital fijo”? Además, ¿aquí ya no cuentan “las cantidades producidas”? Pero todo esto no es más que la preparación para introducir la “productividad total de los factores”. Escribe Chesnais:

“La productividad total de los factores mide la relación entre la producción expresada por el crecimiento del producto interior bruto (PIB) y el conjunto de los factores utilizados para obtenerla. Así, si durante un período dado el crecimiento medio anual del PIB es del 1,8% y el aumento del factor trabajo (número total de horas trabajadas) explica 0,2 puntos de este 1,8%, mientras que el aumento del volumen de capital explica 0,7 puntos, luego la productividad total de los factores explica el resto del crecimiento, 0,9 puntos, alrededor de 1 punto. La productividad total de los factores es el resto no explicado del crecimiento: la convención es que el progreso técnico lo explica en gran parte” (énfasis mío).

Pregunto, ¿qué “convención” es la que dice que “la productividad total de los factores es “el resto” (esto es, descontado el “aumento del factor trabajo” y “el aumento del volumen del capital) no explicado del crecimiento? Chesnais no lo dice, pero esa “convención” no es otra que la ideología del mainstream neoclásico. Hablo de “ideología” porque el fundamento último de la noción de “productividad total de los factores” es la función de producción neoclásica tradicional, según la cual “el capital” (de hecho, herramientas y máquinas) tiene una productividad marginal que se iguala a la tasa de interés. De ahí la idea de que el capital [“fijo” en Chesnais] hace su aporte a “valor agregado”. Estamos cómodamente instalados en la apologética burguesa, siempre preocupada por ocultar el origen de la plusvalía.

Sin embargo, y como lo ha demostrado la crítica de Cambridge, la función de producción, y la noción de capital neoclásica son construcciones teóricamente incoherentes, y empíricamente vacías. Y si esto es así, la noción de la productividad total de los factores no tiene sentido. En este punto, es significativo que los mismos neoclásicos no atinan a definir qué se entiende por productividad total de los factores. En una nota anterior (aquí), en la que presento la crítica de Cambridge a la PTF, escribí que en la literatura académica se distinguen al menos tres interpretaciones de la misma:

“Un primer grupo, formado entre otros por Krugman, Young, Barro y Crafts, considera que la PTF comprende el cambio tecnológico. Otro grupo, entre los que se encuentran Jorgenson y Griliches, y también Lipsey y Carlaw, considera que la PTF abarca todas las mejoras de productividad que son gratis, asociadas principalmente a externalidades y efectos de escala, y no incluye el cambio tecnológico. Por último, un tercer grupo sostiene que la PTF no mide nada que pueda ser de utilidad. Frente a ese panorama, Lipsey y Carlaw concluyen que “seguramente es casi escandaloso que una medida en la que se confía tan ampliamente sea interpretada de tan diversas formas”, y admiten que hay bastantes razones para dar crédito a la sentencia de que la PTF “es una medida de nuestra ignorancia” (el texto de Lipsey y Cardaw es “Total factor productivity and the measurement of technological change”, The Canadian Journal of Economics / Revue canadienne d’Economique, 2004, vol. 37, pp. 118-1150).

De nuevo, no puedo resumir ahora toda la argumentación crítica a la noción de la PTF, y por ello remito a la nota citada. Pero de todas formas ahora menciono cuatro cuestiones en torno a este asunto.

En primer lugar, destaco que los cálculos de la PTF han llevado a resultados innegablemente absurdos. Por ejemplo, a sostener que Bangladesh o Uganda se desempeñaban mejor, durante décadas, en términos de productividad, que Corea del Sur o Taiwán. Y que en materia de desarrollo tecnológico Singapur estaba por detrás de India, y apenas por encima de Sri Lanka. ¿Cómo es posible que un marxista diga que con semejantes conclusiones la PTF es un indicador seguro de los avances tecnológicos?

En segundo término, y desde el punto de vista teórico, la PTF supone que se puede distinguir entre lo que es “incremento del volumen de capital” (nos deslizamos a lo largo de la función de producción), de lo que es “cambio tecnológico” (la función se desplaza). Pero esa distinción es imposible de realizar, como lo plantearon, hace más de 50 años, Nicholas Kaldor y otros keynesianos de Cambridge.  ¿Cómo es posible que autores que se reclaman del marxismo, presenten, como si fuera “natural” y “admitido” (el bendito “consenso”) la noción de la PTF?

Vinculado a lo anterior, está la cuestión de cómo se puede atribuir al “capital” (de hecho, equipos y herramientas) determinada productividad. Es lo que se llama “el problema del pastel”. Lo expliqué en la nota citada: “Supongamos que cocinamos un pastel, en el que empleamos x cantidad de harina, y cantidad de agua, z cantidad de trabajo, más cierto tiempo de cocción. ¿Cómo es posible determinar qué tanto por ciento del pastel corresponde a la contribución de la harina, qué tanto a la contribución del agua, etcétera? No tiene sentido. Pero esto es lo que se intenta lograr en los ejercicios neoclásicos sobre crecimiento”. Pero si esto es así, digamos de nuevo que carece de sentido hablar, como hace Chesnais, de la productividad según ”los medios empleados para generar valor agregado”.

Por último, la noción de la PTF oculta el rol que cumple la acumulación del capital en las variaciones de la productividad (véase más abajo la explicación de M. Roberts sobre la actual caída en el crecimiento de la productividad en Estados Unidos y Gran Bretaña) y, peor aún, juega un rol apologético. En la nota citada escribí al respecto:

“Además de los graves problemas conceptuales, todo el enfoque sobre la PTF encierra una alta dosis de apología del capitalismo, y ocultamiento de las verdaderas relaciones subyacentes. Es que si la PTF representa el avance de productividad que se obtiene por “externalidades” derivadas de las habilidades del managementempresario, no solo se minusvalora el rol que juega la acumulación del capital, sino también las relaciones antagónicas, el conflicto inherente a la relación capitalista. Pareciera que por arte de magia, los empresarios con sus habilidades organizativas (cómo disponer en última instancia las combinaciones entre el capital y el trabajo) pueden obtener más y más incrementos de productividad, a lo largo de años, manteniendo constantes el capital y el trabajo”. A continuación, presentaba el ejemplo del rol mistificador de la PTF cuando, por ejemplo, ocurre un aumento de la productividad debido al aumento de la escala de la producción.

La productividad por obrero

En base a lo discutido en los apartados anteriores, decimos que la medición de productividad más apropiada (aunque existen ambigüedades insalvables, véase de nuevo la nota sobre la PTF) es la relación producto por horas de trabajo.

Con este criterio, presento dos cuadros que muestran la evolución de los crecimientos de productividad en Estados Unidos. El primero muestra el crecimiento de la productividad, en el sector no agrícola, entre 1947 y 2018. Aquí la productividad es medida por la cantidad de bienes y servicios producidos (output) en relación a las horas trabajadas para producirlos; medias anuales.

Fte: Bureau of Labor Statistics

En el siguiente cuadro presento la evolución de la productividad del sector manufacturero, 1987-2018, medias anuales:

Fte: Bureau of Labor Statistics.

Ambos cuadros permiten ver que, en primer lugar, no hay una tendencia secular uniformemente descendente de la productividad. Así, el primer cuadro muestra que los crecimientos de la productividad fueron importantes en la época del boom, entre 1947 y 1973; descendieron en los 1970, con la crisis de acumulación. Y aumentaron en los 1980 y 1990, hasta la crisis de 2007. El segundo muestra la evolución, desde 1987, de los avances de productividad en la industria manufacturera; también puede verse que la productividad crece de manera importante desde 1990 y hasta la crisis del 2007.

La caída de los avances de la productividad y la explicación de Michael Roberts

La pronunciada desaceleración de los progresos de la productividad a partir de la crisis de 2007-2009 ha planteado dos cuestiones: en primer lugar, la discusión de cuál es la causa del fenómeno. Y en segundo término, si esta desaceleración abre un escenario de estancamiento secular de la productividad (el tema fue puesto sobre la mesa de discusión por el ex Secretario del Tesoro de EEUU, Larry Summers, en la IMF Research Conference, realizada en noviembre de 2013, y desde entonces se ha discutido intensamente en el mainstream).

Sin pretender dar ahora respuesta a la cuestión, termino esta nota señalando la contribución de Michael Roberts “The productivity puzzle again” (https://thenextrecession.wordpress.com/2018/06/29/the-productivity-puzzle-again/). Roberts se focaliza en la situación en Gran Bretaña, donde la caída en el crecimiento de la productividad es más fuerte, pero considera que su explicación es válida para otros países adelantados, entre ellos EE.UU. Escribe: “El crecimiento de la productividad en las principales economías capitalistas se ha desacelerado porque los capitalistas no intensificaron la inversión en nuevas tecnologías en la mayor parte de las economías”. Roberts encuentra, para EE.UU., una estrecha correlación entre la inversión en las tecnologías informáticas y comunicacionales, y los avances de la productividad en los años 1990, hasta la crisis de 2007; y el debilitamiento posterior de la inversión en estas tecnologías, y la caída del crecimiento de la productividad.

Subrayo también que Roberts define productividad como producto por horas trabajadas; y explica la caída de la inversión por la debilidad de la tasa de rentabilidad del capital. Lo cual permitiría entender las pronunciadas variaciones en el crecimiento de la productividad, vinculadas con los períodos de intensa acumulación; o con las crisis y los períodos de debilidad, de la acumulación. En cualquier caso, se trata de un enfoque que remite a la teoría de Marx de la acumulación y crisis del capitalismo, y la centralidad de la tasa de beneficio en la explicación de esta dinámica. Tiene muy poco que ver con la “productividad total de los factores” y su sustento, la teoría neoclásica del capital.

- Rolando Astarita, Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires.

 

Sinpermiso - 18 de junio de 2019

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