Cuatro décadas sin Rodolfo Walsh
Hace 40 años, el 25 de marzo de 1977, el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh era abatido en plena vía pública por un comando militar justo un día después de repartir su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Su cuerpo jamás apareció.
En el México actual, en el que acabamos de sufrir el asesinato escalofriante de nuestra compañera Miroslava Breach Velducea, acribillada a plena luz del día, en el que los reporteros del periódico El Mañana, en Nuevo Laredo, tienen que usar chaleco antibalas, es bueno recordar a un intelectual de la talla de Rodolfo Walsh, porque hoy más que nunca su concepto de que el periodismo es libre o es una farsa confirma a los reporteros y reporteras que arriesgan su vida que no están equivocados en su lucha por la verdad.
¿Quién era Rodolfo Walsh? Ángel Rama habla de tres libros fundamentales: Operación masacre (1957), El caso Satanowsky (1958) y ¿Quién mató a Rosendo? (1969), y lo retrata como el periodista denunciante, el que sólo está comprometido con la verdad, el que descubre tramoyas secretas y las pone a la luz de la palabra escrita; el guardián de la honestidad, el servidor incorruptible de la justicia. Cuando nuestro querido Noé Jitrik le rindió homenaje en México habló de la carta que Walsh escribió a los militares: Probablemente esa carta vaya a constituir un documento central en un proceso que alguna vez se pueda iniciar en la Argentina a las fuerzas armadas o al despotismo más victimario de nuestra historia.
Apenas refugiada en México, entrevisté para Siempre! a la esposa de Walsh, Lilia Ferreyra. Me contó que durante 11 años vivió junto a Rodolfo Walsh en El Tigre, en una casita isleña del Delta del Paraná junto al río, porque a Rodolfo le gustaba el agua. También Haroldo y Marta Conti vivieron cerca y de vez en cuando tomaban una barca, y en alguna ocasión navegaron los cuatro. “Pasamos allá muchos días, semanas enteras, iluminados por lámparas de queroseno. Rodolfo escribía y jugaba al scrabble y al go, un ajedrez chino que se basa en la táctica y estrategia de tipo político-militar”. Ambos, Rodolfo y Lilia, eran Montoneros (organización guerrillera peronista); ambos eran buscados, ambos sabían que hacer política de oposición en Argentina era exponerse a la muerte. Ambos se la jugaban. Sobrevivió Lilia.
Cuando la conocí era una joven delgada que se replegaba sobre sí misma en el sillón como para protegerse. Tenía el pelo muy chino, llevaba un pantalón de mezclilla azul, un suéter blanco tejido y un morral. Parecía una estudiante cansada, desencantada, ojerosa, sus zapatos de piel color vino eran la única nota de color en esa primera imagen que ella me brindaba. Me explicó que no estaba peinada y entre las fotos de Rodolfo me enseñó una suya con el cabello liso echado para atrás, la boca igualmente plena, pero más sofisticada: Esa nos la tomaron en La Habana, donde Rodolfo fue jurado del premio Casa de las Américas con Haroldo Conti. Allá en La Habana nos vimos con Marta y Haroldo Conti, cuatro o cinco veces.
Lilia hablaba en pasado, sonreía cuando recordaba que antes del atentado Rodolfo le había anunciado: El próximo fin de semana lo pasaremos haciendo el amor. También lo recordaba en la cocina, absorto en el contenido de una cacerola, guisando o prendiendo un cigarro. O bailando, porque se levantaba de su máquina bruscamente para abrazarla, dar algunos pasos de baile, hacer alguna pantomima y sentarse de nuevo, el cigarro entre los labios, la vista fija en la página.
–Vivimos muy solos los dos porque en 1975, 1976, en Argentina era muy difícil la relación con los demás; permanecimos en la clandestinidad y cuando queríamos encontrarnos con amigos en alguna estación de ferrocarril siempre nos ‘desencontrábamos’; ellos no llegaban o simplemente los habían agarrado. Así fue en nuestro último Año Nuevo, el 31 de diciembre de 1976, nos desencontramos con unos amigos a quienes esperamos en la estación hasta las 10 de la noche. Volvimos solos a casa y Rodolfo entonces me dijo: ‘Comprá algo rico para comer’. A las 10 y media empezamos una partida de go (y las partidas de go pueden durar tres o cuatro horas), pero ésta terminó más o menos rápido. A las 12 menos cuarto Rodolfo dijo: ‘Bueno, hay que desocupar la mesa’. Puso la máquina, se sentó y empezó a escribir rápidamente. Cuando dieron las 12 del Año Nuevo, se detuvo, nos abrazamos y me dijo: ‘Así quería empezar este año, para enseñarles lo que soy a estos hijos de puta’, y me mostró una descripción de cómo había visto la ciudad mientras esperábamos: su aislamiento, su soledad y su silencio. El año 1976 fue terrible para Argentina, murió muchísima gente, murió la hija de Rodolfo, murieron la mayoría de los compañeros de María Victoria (hija de Walsh), que también eran nuestros amigos.
–¿Cuántos años tenía María Victoria?
–Cumplió 26 el día que la mataron.
–¿Cómo la mataron?
–En un tiroteo con el ejército. Estaban en una reunión, llegaron los militares, ella subió a la terraza, el cerco que los rodeaba era de 150 hombres; ella misma se dio un tiro para que no la agarraran viva.
–¿Y cómo se enteró Rodolfo Walsh de la muerte de su hija?
–Por la radio.
–¡Ay, Dios mío!
–Para Rodolfo, la muerte de su hija fue terrible, así como la de sus compañeros, que tenían una relación con él de padre a hijo.
–¿Qué hizo Rodolfo cuando escuchó la noticia?
–Tengo la hoja de lo que él escribió, puedo enseñársela, puede usted copiarla.
Me extiende una hoja:
“Querida Vicki: la noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y a Pablo: ‘Era mi hija’.
“Suspendí la reunión.
“Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte, no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos tuviste miedo por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Sé muy bien qué cosas has vivido, combatiendo. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.
“No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuño, te celebro y quizá te envidio, querida mía.
“Hablé con tu mamá, está orgullosa de tu dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida.
“Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.
“Hoy en el tren un hombre decía: ‘Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año’. Hablaba por él pero también por mí.”
Miro a Lilia, una ráfaga de angustia atraviesa su mirada. Trato de seguir con la entrevista.
–Y a usted, Lilia, ¿se le hace difícil vivir en México?
–Sí, todavía.
–¿Cuánto lleva en México?
–Un año.
–¿Quedó muy marcada?
–A veces siento la necesidad de buscar una coherencia entre lo que pasó y el momento actual. Siento un extrañamiento de encontrarme aquí, porque a veces me golpea toda la historia, se me viene encima y me pregunto: Bueno y, ¿qué soy ahora? ¿A dónde voy? ¿Qué pasó? Trato de encontrar la continuidad entre mi vida actual y el pasado. La vida de Rodolfo y la mía estuvieron siempre integradas a un proyecto político; mi vida personal, como individuo, se perdía dentro del proyecto político. Pero ahora que éste ha sido derrotado y que también mi vida en pareja terminó, me pregunto: ¿Qué hago? Todo lo perdí, la pareja que hacíamos Rodolfo y yo, el trabajo político, el futuro, todo. Todo se pierde. En la noche entro al departamento, cierro la puerta, me siento en mi cama, me siento muy sola y ya no quiero vivir sola. Conseguí un departamento muy chiquito en el cual me siento muy aislada y no me gusta.
–Pero usted tiene que sobrevivir, Lilia, salir adelante y sobrellevar la soledad. Una acaba por acostumbrarse a todo. ¿No tiene usted coche? ¿No tiene teléfono?
–No (sonríe), y en esta ciudad es difícil comunicarse, moverse, tengo la sensación de la precariedad de todo.
–Pero tiene usted la responsabilidad de sobrevivir.
–Sí, sí, lo hablamos muchas veces Rodolfo y yo, hablamos de la posibilidad de la muerte de uno de los dos; el que quedara tenía que tratar de sobrevivir; lo hablamos una infinidad de veces, pero muchas veces me hago la pregunta: ¿Para qué vivo? No pretendo tener una gran respuesta; después de mi militancia política he quedado reducida a mi pequeña vida individual. Yo soy –sonríe– mi pequeña vida individual, esto que usted ve aquí sentada, Elena, y me pregunto: Bueno, ¿qué carajo se hace con esto?
En homenaje a nuestra compañera Miroslava Breach Velducea
La Jornada - 3 de abril de 2017