Derecho a olvidar
Aunque algo abusada, la comparación con el cuento de Jorge Luis Borges “Funes el memorioso” resulta, una vez más, ineludible. El protagonista de esa obra sufre la condena de recordarlo todo, algo que en la ficción puede parecer opresivo, pero que en la realidad resulta insoportable, como le ocurrió a una mujer que fatiga neurólogos, quienes intentan comprender su memoria hipertrófica (ver “AJ, la memoriosa”, en Futuro del 7-5-2006). Para los que tienen una capacidad de recuerdo más cercana al promedio, Internet es capaz de producir el mismo efecto. Quienes pasan su tiempo en el ciberespacio ya no tienen la suerte de ir perdiendo los recuerdos en el camino, como quien suelta lastre para seguir avanzando.
Es que, como ocurre con prácticamente todo, la llegada del mundo digital ha trastrocado las cosas, hasta la memoria. Cada gesto digital que tiene lugar en el ciberespacio va a parar a una base de datos que adolece de la misma patología de Funes: queda grabado eternamente en su totalidad, sin siquiera ser horadado por el paso del tiempo que nubla el recuerdo y permite argumentar un malentendido.
COSTEJA VS. GOOGLE
Mario Costeja es un español que en 2009 se enteró de que al googlear su nombre lo primero que aparecía era un anuncio de 1998 sobre el remate de su casa, única opción para pagar unas deudas que lo asfixiaban. Pero ya superada la crisis económica, Costeja comprendió que su pasado lo acechaba desde Internet, por lo que solicitó el derecho a olvidar una etapa difícil de su vida.
El diario que había publicado el anuncio no lo quitó, argumentando que era información real y que la libertad de prensa los avalaba. Corteja entonces decidió enfrentar al emisario, el principal responsable de que su nombre quedara asociado eternamente a un momento triste de su vida: Google, como era de esperar, se negó a bloquear el artículo delator argumentando que la información no era de ellos, que el buscador no era responsable de que eso hubiera ocurrido y que siguiera publicado en la web de un diario.
El caso se transformó en testigo de un fenómeno nuevo, el de la imposibilidad de olvidar en tiempos digitales. Numerosas personas salieron a apoyar a Costeja argumentando que la gente cambia y que tiene derecho a que sus errores se olviden. Por ejemplo, los adolescentes actuales, que parecen desconocer la frontera entre lo privado y lo público (si es que aún existe), convivirán el resto de su vida con fotos impulsivas, declaraciones pretenciosas o videos a traición. (También cabe vaticinar que, una vez que el fenómeno masificado se estabilice, ya a nadie le preocupará el material de archivo.)
El tema caló hondo en la sociedad y todo tipo de personas salió a defender el derecho a olvidar. Es que incluso la información que publicamos en la web pero luego borramos puede quedar almaceada en bases de datos de terceros. El abogado austríaco Max Schrems, quien es uno de los principales promotores de leyes que contemplen el derecho al olvido, aseguró que Facebook retenía 1200 páginas de información referida a él, parte de la cual incluso había borrado de su perfil. Otros proponen que las publicaciones en la web tengan fecha de vencimiento y de esa manera el olvido vuelva a darnos tranquilidad. La preocupación, aseguran quienes abogan por el derecho a olvidar, excede al caso particular e involucra a numerosas personas que consideran que los exabytes de información personal almacenada por las grandes compañías de Internet es excesiva y ponen en peligro su privacidad.
Los argumentos parecen sólidos a primera vista. Pero lo cierto es que en el caso de Costejo nadie niega que lo que está publicado ocurrió. En caso de borrarlo, ¿no se abre la puerta a que, por ejemplo, cualquier político pueda borrar un archivo que lo condena? ¿Y las empresas no podrían eliminar los chanchullos que vieron la luz porque forman parte del pasado que merecen olvidar? ¿Cuál sería el límite? La potencia de Internet reside en el mismo punto que su peligrosidad: la capacidad de que la información esté siempre disponible.
FALLO FINAL
Costeja había logrado un par de fallos favorables en su lucha contra el gigante norteamericano, pero la semana pasada el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dio su veredicto: primero dictaminó que Google no es responsable de los datos personales incluidos en las páginas web a las que remite su servicio de búsqueda, y segundo que la normativa europea no ampara el derecho al olvido. Si bien Google no es el responsable de toda la información que se publica en la web, silenciar parte de ella sería una forma de censura, por lo que la empresa tiene decidido resistirse a los embates legales que se multiplican en este campo, pero también en muchos otros. Por otro lado, una legislación que logre navegar las sutilezas de cada caso sin naufragar no parece tarea simple; tal vez ni siquiera sea posible.
Tal como están las cosas, parece que el cybernavegante, al menos por un tiempo, seguirá siendo esclavo de las palabras que postea y amo de las que no publica. Esto es algo que los famosos saben hace tiempo: todo lo que digan o incluso lo que no digan puede volverse en su contra. Internet ha subvertido las categorías de consumidores y productores como entes separados. Tal vez éste sea el precio de la nueva mescolanza y sólo el tiempo dirá cómo se resuelve.
Por lo pronto hay que decir que no todo fue pérdida para Costejo: al “googlear” su nombre lo que aparece son artículos sobre su lucha por el derecho a olvidar. Si bien no logró que borraran un recuerdo molesto, al menos logró sepultarlo con el peso de la actualidad.
Suplemento FUTURO de Página/12 - 6 de julio de 2013