Desafíos de una nueva época / Eric Hobsbawm*
El siglo XX ha constituido el período más extraordinario de la historia de la humanidad, ya que en él se han dado, juntos, catástrofes humanas carentes de todo paralelismo, fundamentales progresos materiales, y un incremento sin precedentes de nuestra capacidad para transformar, y tal vez destruir, la faz de la tierra -sin olvidar el hecho de que hayamos penetrado incluso en su espacio exterior-. ¿Cómo habremos de pensar esa pasada "edad de los extremos" o las perspectivas futuras de la nueva era que ha surgido de la antigua? [...]
En esta colección de estudios, principalmente centrados en torno a temas políticos, he optado por centrarme en cinco grupos de cuestiones que hoy precisan de una reflexión clara e informada: la cuestión general de la guerra y la paz en el siglo XXI, el pasado y el futuro de los imperios del mundo, la naturaleza, el cambiante contexto del nacionalismo, las perspectivas de la democracia liberal, y la cuestión de la violencia y el terrorismo políticos. [...]
Los artículos aquí reunidos, en su mayor parte conferencias leídas ante públicos diversos, tratan de exponer y de explicar la situación en que hoy se encuentra el mundo, o grandes porciones de él. Tal vez contribuyan a definir los problemas a que nos enfrentamos al inicio del siglo XXI, pero no sugieren un programa ni una solución práctica. Han sido escritos entre el año 2000 y el 2006, y reflejan por tanto las preocupaciones internacionales específicas de ese período, un período dominado por la decisión que en 2001 llevó al gobierno estadounidense a imponer una hegemonía mundial unilateral, a denunciar los convenios internacionales hasta entonces aceptados, a reservarse el derecho a declarar guerras de agresión o a emprender siempre que lo considerara oportuno otro tipo de operaciones militares, así como a poner efectivamente en práctica esas decisiones. Dado el desastre de la guerra de Irak, no resulta ya necesario demostrar que este proyecto andaba falto de realismo, con lo que la pregunta de si hubiéramos deseado alcanzar o no el éxito en esa empresa pertenece por entero al ámbito académico.
No obstante, debería ser evidente, y los lectores deberían tenerlo así presente, que estos artículos han sido escritos por un autor que se muestra profundamente crítico con dicho proyecto. Esto se debe en parte a la solidez y al carácter inquebrantable de las convicciones políticas del autor, entre las que se cuenta la hostilidad con el imperialismo -ya sea el de las grandes potencias que pretenden estar haciendo un favor a sus víctimas al conquistarlas o el de los hombres blancos que asumen automáticamente que ellos mismos y sus disposiciones son superiores a las que puedan determinar gentes con otro color de piel-. Y en parte se debe también a que sospecho, en términos racionalmente justificables, que la patología ocupacional de los estados y los gobernantes que no conciben límites para su poder o su éxito es la megalomanía.
La mayor parte de los argumentos y mentiras con que políticos estadounidenses y británicos, abogados -pagados o no-, retóricos, publicistas e ideólogos aficionados han justificado las acciones de Estados Unidos desde el año 2001 no pueden ya detenernos. Sin embargo, se ha planteado una cuestión menos vergonzosa, si no en relación con la guerra de Irak, sí al menos en referencia a la afirmación general de que en una época de barbarie, violencia y desorden global crecientes, las intervenciones armadas transfronterizas destinadas a salvaguardar o a establecer los derechos humanos resultan legítimas y a veces necesarias. Para algunos, esto implica que es deseable la existencia de una hegemonía imperial mundial, y más concretamente la de una hegemonía ejercida por la única potencia capaz de imponerla: los Estados Unidos de América. Esta propuesta, a la que podría darse el nombre de imperialismo de los derechos humanos, pasó a formar parte del debate público en el transcurso de los conflictos de los Balcanes surgidos como consecuencia de la desintegración de la Yugoslavia comunista, de manera especial en Bosnia, conflictos que parecían sugerir que única mente una fuerza armada externa podría poner fin a una interminable matanza recíproca y que sólo Estados Unidos tenía la capacidad y la determinación de emplear tal fuerza. [...]
Al margen de esto, el argumento humanitario en favor de la intervención armada en los asuntos de los estados descansa en tres presupuestos: que en el mundo contemporáneo existe la posibilidad de que surjan situaciones intolerables -por lo general matanzas, o incluso genocidios- que la exijan; que no es posible hallar otras formas de hacer frente a tales situaciones; y que los beneficios derivados de proceder de este modo son patentemente superiores a los costes. Todos estos presupuestos se encuentran justificados en ocasiones, aunque, como prueba el debate sobre Irak e Irán, rara vez exista concordancia universal respecto a qué sea exactamente una "situación intolerable". [...]
Las guerras libradas en Afganistán e Irak desde el año 2001 han sido operaciones militares estadounidenses emprendidas por razones distintas de las humanitarias, pese a haber sido justificadas ante la opinión pública humanitaria con el fundamento de que iban a eliminar algunos regímenes indeseables. De no haber sido por el ll-S, ni siquiera Estados Unidos habría considerado que la situación de uno u otro país exigiera una invasión inmediata. Si la intervención en Afganistán fue aceptada por los demás estados sobre la base de los obso1etos argumentos "realistas", la invasión de Irak fue condenada de forma prácticamente universal. Aunque los regímenes de los talibán y de Sadam Hussein fueron derrocados de forma rápida, ninguna de las dos guerras se ha saldado con una victoria, y desde luego ninguna ha alcanzado los objetivos anunciados al principio: el establecimiento de regímenes democráticos en sintonía con los valores de Occidente y capaces de convertirse en faro para otras sociedades aún no democratizadas de la región. Ambas contiendas, aunque especialmente la catastrófica guerra de Irak, se han revelado largas y capaces de provocar una destrucción masiva y sangrienta, sin contar con que no sólo siguen activas en el momento en que escribo estas líneas, sino que no hay perspectivas de que vayan a concluir.
En todos estos casos, la intervención armada ha partido de unos estados extranjeros dotados de un poderío militar y unos recursos muy superiores. Ninguna de estas actuaciones ha generado hasta el momento soluciones estables. En todos los países concernidos se mantienen tanto la ocupación militar como la supervisión política extranjeras. En el mejor de los casos -aunque evidentemente no en Afganistán e Irak-, la intervención ha puesto fin a unas guerras sangrientas y conseguido una especie de paz, pero los resultados positivos, como sucede en los Balcanes, son decepcionantes. En el peor de los casos -Irak-, nadie se atrevería a negar en serio que la situación del pueblo cuya liberación fue la excusa oficial para poder emprender la guerra es peor que antes. [...]
*La amplia y diversa obra de Eric Hobsbawm lo sitúa entre las autores más destacados, leídos y reconocidos de nuestro tiempo. Dedicado al estudio de la historia económica y social y a problemas más generales de la historia, sus trabajos se han convertido en obligada referencia de gran número de investigaciones y debates. Sus originales planteamientos han dado lugar a nuevas líneas de trabajo y fructíferas controversias. Británico, aunque nació en 1917 en Alejandría, cuando Egipto formaba parte del imperio británico.
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Anexo:
ISBN: 9788484328759
Editorial: Critica
Páginas: 180
Publicación: Abril 2007
Fuente: [color=336600]La Nación / Argentina – 06.05.2007[/color]