El Che, nuestro hombre en La Habana
El 1° de enero de 2009 se cumplirán cincuenta años de la entrada de "los barbudos" en la historia. La prensa internacional encontró en aquellas vellosidades la forma de definir inicialmente y por rasgo común a aquel grupo de jóvenes combatientes que habían desalojado del poder al dictador de Cuba. La Habana había sido, hasta entonces, el paraíso del juego, la prostitución, las drogas y su natural correlato, una monumental corrupción gubernamental regenteada por Fulgencio Batista, aquel sargento que había llegado al poder en 1952 tras un golpe militar con la mirada complaciente de sus jefes norteamericanos.
Entre los barbudos que habían hecho la revolución había un argentino, un joven de 31 años nacido en Rosario que tras recorrer, vivir y sufrir Latinoamérica, había recalado en Guatemala en 1954, para participar en la defensa de un presidente honesto, Jacobo Arbenz, frente a la abierta injerencia de los EE.UU. Y estaba Ernesto Guevara, que todavía no era el Che, viviendo algunas primeras veces: la del amor intenso mezclado con pasión política con Hilda Gadea, una militante de izquierda peruana, y la de la defensa de sus ideas con un fusil en la mano, que lo lleva a escribirle a su madre: "Un clima combativo predomina aquí. Me he ofrecido como voluntario para los servicios de ayuda médica y me he registrado en la brigada juvenil para recibir instrucción militar e ir a la lucha en caso de que sea necesario".
Allí también, en aquella Guatemala sangrienta, conoció a algunos exiliados cubanos como Alberto Ñico López, quien le contó sobre el movimiento 26 de Julio y sobre Fidel Castro, el líder que estaba en prisión. Ñico fue quien lo apodó el Che por su hábito de utilizar ese vocablo típico de los argentinos. Ernesto se refugió en la embajada argentina junto con 118 personas más; muchos de los refugiados se exiliaron en Argentina pero Guevara, que había recibido dinero que le envió un amigo, decidió viajar a México.
Aquella ciudad de México de 1954 desbordaba de exiliados latinoamericanos. Entre ellos, eran mayoritarios los cubanos que habían logrado escapar de la persecución de Batista tras el fallido intento de tomar el cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. También había llegado por su cuenta Hilda Gadea, con quien Ernesto reinició una relación que parecía haberse disuelto en el vendaval guatemalteco, y Ñico López, quien presentará al "Che" a los exiliados cubanos liderados por el abogado Fidel Castro Ruz, que había llegado a México tras una reciente amnistía.
El 7 de julio de 1955, Ernesto anotó en su diario un gran acontecimiento político: había conocido a Fidel, en casa de una amiga en común. Durante la conversación, que fue larga, como ya le gustaba a Fidel, el líder lo invitó a sumarse al movimiento guerrillero como "médico oficial" del grupo. Comenzaron a entrenarse militarmente al mando del general Alberto Bayo, un veterano republicano de la Guerra Civil española, mientras Fidel preparaba su gira por Estados Unidos con el objetivo de recaudar fondos para financiar la revolución.
Para fines de octubre de 1956, los expedicionarios estaban en condiciones de iniciar su "campaña libertadora" que remitía a la iniciada por José Martí hacía casi 70 años. A fines de septiembre, Robert Erickson aceptó venderle a los cubanos el Granma, un desvencijado yate de 13 metros de eslora, cuya imprescindible reparación demoró la partida. Fidel ordenó a los rebeldes ocultos en ciudad de México, Veracruz y Tamaulipas que se reunieran en el Pozo Rico, un pueblo al sur de Tuxpan y la noche del 24 de noviembre de 1956, 82 combatientes zarparon hacia Cuba. Según el pronóstico de los revolucionarios, el viaje debía ser rápido y el asalto preciso. Pero las cosas fueron muy diferentes. Excedido en peso, hombres y equipos, el Granma hizo lo que pudo y la travesía se extendió por siete interminables días, y la llegada se pareció más a un naufragio que a un ordenado y heroico desembarco.
El 2 de diciembre el grupo llegó a la costa sudoccidental de Cuba y fue emboscado por el ejército en Agua de Pío. La mayoría de los combatientes murieron en aquella acción y casi todos los que se salvaron fueron detenidos. Sólo doce guerrilleros sobrevivientes lograron reagruparse semanas después en la Sierra Maestra. El Che exhibía una leve herida en el cuello. Días después sus padres recibirían una carta que llevaba su estilo: "Queridos viejos: Estoy perfectamente, gasté sólo dos (vidas) y me quedan cinco".
Fidel pedía y lograba refuerzos y apoyo económico de los grupos urbanos y se incorporaron nuevos militantes de la red campesina. El 15 de enero el ejército rebelde obtuvo su primer triunfo atacando una unidad militar que se rindió dejando las armas y municiones en manos de los rebeldes.
Mientras Fidel se ocupaba de la estrategia general y armaba alianzas con los grupos urbanos y del exterior, el Che se dedicaba a las tareas de inteligencia y a la toma de nuevas posiciones, y asumía cada día mayores responsabilidades en el combate. En varios momentos sufrió terribles ataques de asma e incluso, luego de enfrentamientos o marchas forzadas, fue llevado en brazos por sus hombres porque no podía caminar.
Para ganarse la confianza de la población, el Che asistía como médico a los campesinos pobres y hasta debutó como improvisado dentista. Pero no descuidaba sus actividades de combatiente y el 17 de julio de 1957 recibió su primer mando militar con 36 hombres a cargo a los que llamaba "mis descamisados". En octubre del '57, ya con el grado de comandante, armó una "industria" en la que montó un hospital, un periódico de la guerrilla, El cubano libre, una panadería, una granja avícola y porcina y talleres de talabartería y zapatería y hasta un curioso "teatro de campaña" para incentivar el interés por la cultura de los combatientes, muchos de los cuales agregaron a sus tareas habituales la de improvisados actores.
Con la inestimable ayuda de Camilo Cienfuegos creó una improvisada fábrica de armas y municiones, una panadería, un hospital, una escuela y Radio Rebelde. La Sierra Maestra era ya una zona liberada para 1958, pero faltaba la etapa más difícil: extender la revolución a las ciudades.
En marzo llegó desde Buenos Aires el periodista argentino Jorge Ricardo Massetti, para hacerle el primer reportaje internacional al Che. Allí habló de su "conversión" expresando que su patria era toda América y que sus experiencias de viaje lo habían convencido de que debía luchar contra tiranos como Batista y contra la intromisión de los Estados Unidos. Para mayo de 1958, el Che ya era jefe del Estado Mayor de hecho y, sin descuidar sus tareas militares, instruía a los campesinos sobre la cosecha del café y leía libros de economía para estar preparado para el soñado día de la toma del poder.
A fines de noviembre, las tropas del gobierno atacaron la posición de Guevara y Camilo Cienfuegos, pero tras una semana de cruentos combates, los soldados de Batista se retiraron completamente desmoralizados, dejando sobre el terreno muchos hombres sin vida y un nutrido arsenal que fue inmediatamente incautado por los rebeldes.
Era el momento esperado por los rebeldes para lanzar la contraofensiva. El Che y Camilo siguieron una estrategia común: dinamitar caminos y líneas férreas para aislar a los regimientos enemigos y en pocos días las principales guarniciones depusieron las armas. El camino a Santa Clara, último bastión que se interponía entre el Ejército Rebelde y La Habana, había quedado despejado. Batista había fortificado sus posiciones en Santa Clara logrando reunir unos 3.500 hombres apoyados por un tren blindado que proporcionaba suministros y movilidad. Pero la victoria sería para el Che y sus 350 combatientes. La ruta hacia La Habana estaba libre y Batista ya no tenía ningún sostén político y a su ejército no le quedaba ni una pizca de moral de combate.
El primer día del año 1959 el dictador y su comitiva huían a Santo Domingo. La revolución había triunfado. Empezaba una nueva historia para Cuba y para América latina.
*Historiador argentino
Fuente: [color=336600] Clarín – 28.12.2008 [/color]