El Desarrollo Rural Sostenible, conflictos ecológicos distributivos y retenciones ambientales / Ing. Agr. Walter Alberto Pengue*

Ing. Agr. Walter Alberto Pengue*
Los recursos naturales con que nació al mundo esta Argentina están para ser aprovechados en beneficio de todos y no sólo de unos pocos. La renta ambiental, hasta hoy día pobremente estudiada y menos aún considerada en las cuentas y los cálculos de los economistas es unos de los elementos claves a considerar para el crecimiento y desarrollo. Es sobre ésta, sobre el usufructo de un recurso, que trasciende a la propiedad de un privado, sobre el que deberían calcularse las retenciones, pensadas como una medida de restitución. Lo cierto es que la única manera de resolver el serio conflicto de la tierra en la Argentina es avanzar hacia un proceso de reforma agraria integral, donde la misma sea gestionada según sus fines por los agricultores impulsando a un proceso de producción en manos de la agricultura familiar que fomente la soberanía alimentaria. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . La agroecología como alternativa sostenible frente al modelo de agricultura industrial / Miguel Altieri* . Energía y Alimentos en el mundo de hoy: Aportes para un debate abierto / Ing. Agr. Walter Alberto Pengue* . Patagonia: saqueo y resistencias por los bienes de la naturaleza. / Patricia Agosto*[/size]

“Hay demasiado sufrimiento y dolor por el uso desmedido de quienes poseen los bienes. Hablamos entonces de injusticias, de familias sin alimento y sin lo necesario para una vida digna, lo que no se resuelve con decir: “ha existido siempre”. Sí, ha existido siempre y existirá, si los hombres no cambiamos radicalmente la vida”.

Monseñor Enrique Ángel Angelelli, 1970.

Argentina, un país, un rumbo…

Hablar de desarrollo rural, en el marco de un país que de cara a su Bicentenario, aun pervive en el camino de los países subdesarrollados y se muestra bastante alejado incluso de aquellas economías que con similares tiempos de nacimiento, hoy muestran destinos diferentes y logros socioeconómicos consolidados, es una cuestión compleja y a su vez un interesante ejercicio, un desafío y una obligación para quienes sienten al sector como una parte indelegable de un país que viviendo de lo rural, generalmente miró sesgadamente todo el proceso, hasta hace pocos meses.

Objetivando la cuestión directamente en el desarrollo rural, es increíble que aun luego de una historia agrícola de prácticamente cien años, la Argentina permanezca, después de algunos avances y retrocesos, en un periodo de primarizacion que le mantiene en la recurrencia de crecimientos permanentes pero sin un desarrollo integrador ni integrado.

La discusión campo gobierno, enmarcada por el exclusivo interés sectorial (desde ambos lados), sobre la apropiación de la renta ambiental del país, demuestra solamente lo limitado y escaso escenario de análisis del largo plazo.

Es claro que cuando existe una explotación de un recurso natural, que por su uso implique un proceso de transformación importante, en algunos casos hasta sobreexplotación, que cuando este bien es transformado e incluso forma parte de un proceso de apropiación en el mercado internacional, que genera una renta ambiental importante y por otro lado rentas extraordinarias coyunturales (que veces impulsan los procesos de degradación) es un derecho y un deber de Estado tomar debida cuenta de todo el proceso y promover una recuperación del bien ambiental vía los mecanismos apropiados para hacerlo y aprovecharlos en el propio beneficio de la región involucrada.

[i]Conflictos ecológicos distributivos y retenciones ambientales[/i]

Argentina es un país rico con una buena parte de su población pauperizada y una concentración de la riqueza, que a pesar de discursos distributivos, no se plasma en la mejora del bienestar general.

La discusión original del problema ambiental reside en una lucha por la apropiación de la renta proveniente de los recursos naturales (generalmente hasta su agotamiento) tanto por sectores foráneos como por quienes históricamente han concentrado y acumulado poder desde dentro.

Los conflictos ecológicos distributivos emergen de la discusión con que los diferentes actores sociales se relacionan con el mundo natural y con sus propias formas de vida referidas en general a bienes en disputa o a la afectación de ciertos sectores por otros, derivados de un mal uso de estos. Otro aspecto vinculado puede tener relación con las formas en que se distribuyen las externalidades (los impactos no calculados en las cuentas de costos y ganancias), producidas por el sistema económico, la colocación de estos pasivos ambientales, el poder para hacerlo y las metodologías para su valorización, si esto fuera posible y aceptable. Una cuestión vinculada tendrá relación con, por un lado el acceso y por el otro, los “derechos” públicos, privados o colectivos.

Una cuestión importante en el tema de los conflictos tendrá que ver con el nuevo orden internacional que ha reasignado un uso específico a los recursos naturales (por ejemplo, alimentos o energía) y que por tanto fomenta una reapropiación y explotación de la naturaleza en la era de la globalización criticando que esta resolución no se podrá hacer bajo la única lógica del mercado cuando existen innumerables inconmensurabilidades que no se resuelven ni resolverán desde el mercado o con “más mercado”.

En definitiva, los conflictos ecológicos distributivos resultan de tensiones existentes en el proceso de reproducción de ciertos modelos de desarrollo y su existencia además, aparece como restringida a especificidades espaciales o discusiones sobre algún tipo de recurso.

Hay muchos casos de conflicto social que apoyan la tesis de la existencia de un ecologismo de los pobres, es decir, el activismo de mujeres y hombres pobres amenazados por la pérdida de recursos y servicios ambientales que necesitan directamente para su supervivencia. Los lenguajes que usan pueden ser, por ejemplo, el de los derechos humanos, o los derechos territoriales indígenas o el lenguaje de los valores sagrados aunque ellos no sean miembros de la cofradía de la “ecología profunda” como enumera el economista ecológico Joan Martinez Alier. Cuantos agricultores y campesinos que hoy día luchan en la Argentina por la tierra, por el acceso al agua, por la protección de sus formas locales de producción y alimentos, si uno les dijese: tú eres ecologista... Te responderá, ecologista?, tu madre!… Sin embargo, son estos los actores que han estado desde siempre en la lucha por una justicia ambiental, por una defensa de la sostenibilidad de sus fuentes primarias o por la vida misma. Miles a lo largo y ancho de este mundo han dejado su vida en esta lucha. Ambiental o Social? Es igual, si en definitiva hablamos de lo mismo. Los zapatistas de hace un siglo, son los ecologistas populares de hoy, en palabras del etnoecólogo mexicano y latinoamericano, Víctor Toledo.

En el caso de Argentina la mayoría de estos conflictos se apoyan en la problemática derivada de la mala gestión de los recursos naturales…

El principal conflicto ambiental existente es, de hecho el conflicto por la tierra. De la no resolución del mismo derivan muchísimos otros problemas que en el país no se han resuelto. Al considerarse a la tierra un bien de renta, la cuestión reside en la discusión de la apropiación de sus beneficios y por tanto de quien detenta su propiedad. Para uno u otro fin. Son muchos los que consideran por otro lado, que la tierra no es meramente un recurso. La tierra es mucho más que eso, es un espacio de vida y una herramienta de transformación social como declaman desde hace mucho tiempo, miles de agricultores federados o no y otros movimientos campesinos e indígenas.

La cuestión de la extranjerización de la tierra y la concentración de la misma tienen en el país el mismo origen: la fuerza del capital. Incluso si la tierra se comprara con fines conservacionistas la cuestión no se resolvería. Sólo lograríamos más espacios para que señores feudales decidan quién entra y quién no en sus cotos o bien con mejores intenciones que estas, no sería suficiente para una gestión sostenible del recurso.

La única manera de resolver el serio conflicto de la tierra en la Argentina es avanzar hacia un proceso de reforma agraria integral donde la misma sea gestionada según sus fines por los agricultores propendiendo a un proceso de producción en manos de la agricultura familiar que fomente e impulse a la soberanía alimentaria. Pensar que la inserción del país en el comercio global dará solución a estos problemas es sencillamente una falacia imposible de sostener, cuando estamos viendo con claridad el destino y la forma en que se maneja la producción nacional.

Hoy en día la sobreexplotación del recurso es la moneda de cambio con la que se paga esta intensificación direccionada. El resultado es la deforestación que en la Argentina alcanza una tasa superior a las 250.000 hectáreas distribuidas en el Chaco Seco, Húmedo, las Yungas incluso los relictos del caldenal pampeano. El modelo de agroenergéticos o agrocombustibles presionara aun mas sobre prácticamente 3.000.000 nuevos millones de hectáreas de tierras marginales, a las que se entra solo con tecnología e insumos.

Los problemas de degradación y erosión comienzan a manifestarse nuevamente a pesar, de la existencia de nuevas prácticas agrícolas como la siembra directa, que aplicadas en condiciones de monocultura o con rotaciones ineficientes desde el punto de vista agronómico no resuelven el problema de la erosión y por supuesto pueden incrementar otros, como el incremento de la contaminación química.

La pérdida de biodiversidad es un fenómeno creciente que amenaza a la mayoría de las ecoregiones argentinas. La biodiversidad es una propiedad de los ecosistemas y de las sociedades que es necesario preservar y utilizar en su beneficio conjunto.

Los problemas de contaminación de los acuíferos, son un tema de preocupación especialmente en un país donde la intensificación de la agricultura industrial es un hecho exitoso, justamente porque no incluye ni paga ninguno de los costos ambientales y sociales que genera.

El acceso a las fuentes de agua y su utilización es otro problemática importante en tanto y en cuanto, unos capitales las quieren apropiar para si y para su disfrute privado (nacientes de ríos patagónicos, humedales) o bien para utilizar los cuerpos de agua como receptores de contaminación, como el caso de las pasteras. Ambos conflictos han generado una fuerte respuesta social que superó y de alguna manera enseña caminos a funcionarios y técnicos.

La sobreexplotación de los recursos forestales y la pesca, genera conflictos socioambientales en distintas regiones del país por efecto generado por la desaparición del recurso, la contaminación del ambiente, efectos a la salud y el empleo.

La contaminación agroquímica en pueblos y ciudades nuevamente es un factor que hecho que varias comunidades se organizaran incluso por encima de sus decisores políticos, que por error u omisión u otros intereses menos santos, miran para otro lado.

Peor aún es la contaminación y depredación provocada por las minas a cielo abierto que nuevamente tienen a las asambleas y actores sociales como emergentes reaccionarios de este nuevo ecologismo de los pobres y los no tan pobres.

La extracción de recursos minerales, prácticamente subsidiados por legislaciones que atentan contra el país, lo mismo que las formas de producción y explotación de otros recursos no renovables como el petróleo o el gas, ameritan una profundización de los análisis y conocimiento de los temas por parte del Estado.

Evidentemente que estas cuestiones no se resuelven con más comercio. Sino, solamente con más justicia y democracia.

Por supuesto que los recursos naturales con que nació al mundo esta Argentina (tierra de la plata, tierra de la riqueza) están para ser aprovechados en beneficio de todos y no sólo de unos pocos.

Todos los casos mencionados implican una importante renta ambiental, hasta hoy día pobremente estudiada y menos aún considerada en las cuentas y los cálculos de los economistas. Estos cálculos no sólo se sostienen por balances monetarios, sino por cuentas de mejoras o pérdidas del bien ambiental y en definitiva del sustrato o la base de recursos de estos bienes que detenta el país.

Es sobre esta ambiental, sobre el usufructo de un recurso que trasciende a la propiedad de un privado, sobre el que deberían calcularse las retenciones, y ser vistas no como un elemento único para apropiarse de una mejora coyuntural de precios internacionales, sino como un resarcimiento al país de la extracción del bien, de la remediación de parte de sus daños y, especialmente, muy especialmente, como una medida de restitución de fondos para el sostenimiento de un modelo productivo en el tiempo.

Para crecer y desarrollarse, es necesario producir. Y producir en muchos casos significa transformar. Esto involucra cambios importantes seguramente en el paisaje. Hoy en día este proceso sucede en forma desprolija y desordenada y peor aún sin ningún objetivo de desarrollo nacional. Argentina sólo crece…en los números de los saldos exportables de granos, minerales, petróleo y hasta biodiversidad (exportación de especies o productos y también en el tráfico ilegal de fauna).

Ninguno de los conflictos ambientales o sociales especialmente sobre la cuestión de la tierra o de los recursos ha sido resuelto. Es un momento de oportunidades, más allá de la coyuntura. Pensar en un ordenamiento del territorio, que no se realice sin la participación de todos los sectores generara solamente un resultado solo parcial, entonces netamente insuficiente. Seguiremos siendo así, productores de diagnósticos sobre un problema creciente, quizás el problema mas grande de Argentina: Como crece el país, el que más allá de todo, lo seguirá haciendo de la mano y transformación racional de sus recursos.

[i]El porqué de las retenciones ambientales y la base de recursos[/i]

Queda claro, que el sostenimiento y el crecimiento de la economía de los países en vías de desarrollo viene de la fuerza y la apropiación con que estos defiendan el uso de sus recursos naturales.

Los actores del mundo global (países desarrollados y grupos corporativos) han detectado hace tiempo esta capacidad de países como la Argentina, de producir bienes y de obtenerlos a costos bajos.

Los decisores de políticas (ambientales, agropecuarias, energéticas) de la Argentina, poco han tenido que ver, respecto de la instalación en la agenda nacional e internacional del país, de una línea que defienda y haga valer los bienes que nuestras economías exportan y las empresas o traders “toman a costos cero”. Lo mismo hacen hoy día, los grandes grupos financieros, devenidos en inversores en bienes tangibles como los alimentos o la energía, y que tienen a los ya remanidos “pooles de siembra” en Argentina y las economías vecinas, también en su centro.

O acaso, se valúan en las cuentas de nuestros bienes exportables (granos, carnes, leches, maderas, petróleo, gas, minerales), los recursos básicos sobre los que estos han sido producidos o extraídos, como el paisaje, el medio natural transformado, la extracción de los ricos nutrientes de suelos aún algo ricos de la tierra pampeana y chaqueña, el agua virtual, la irradiación solar por unidad de área o el clima que permite duplicar cosechas en el mismo tiempo.

Así como se escuchan los campos de sirena sobre las bondades de muchas nuevas tecnologías, algunas serán veraces y otras tantas, solo falacias habrá que escuchar aún con más atención, las consideraciones en este siglo XXI sobre el valor de nuestros recursos naturales (no sólo de los bienes exportables en el mercado mundial ¡!!), sino la base de estos recursos que les sostienen, y hasta ahora (sólo hasta ahora no hemos considerado).

Tampoco las economías más ricas, los grandes grupos económicos y los traders de los negocios agrícolas o energéticos, pagan a las naciones pobres, cuota alguna por este “alquiler” de su espacio vital. Pero es claro, que lo utilizan.

Es tiempo de empezar a hacerlo. El calculo y el resarcimiento por el uso de los recursos, vía retenciones ambientales, puede ser un factor novedoso para mantener la base de recursos y ayudar a construir el desarrollo en el interior profundo, de dónde provienen los bienes pero hacía dónde prácticamente no fluye nada nuevamente.

La exportación de nutrientes y otros bienes ambientales sirven también para ayudar a comprender formas y tendencias irracionales en el uso de los recursos y son especialmente importantes de ver, para economías como la nuestra, basada en ellos.

Justamente para el caso argentino, la cuestión de la exportación de nutrientes es de una cuestión vital. El país exporta, junto con sus granos hacia los mercados de ultramar, la mayor riqueza de la pampa argentina y de las regiones extrapampeanas. Si una de las siete cuencas de nutrientes más rica del mundo como esta se vacía, la posibilidad de mantener algún tipo de producción se ofrece solamente a través de la incorporación de nutrientes vía fertilizantes sintéticos.

Se comprende en el país este vaciamiento y sus consecuencias?. Aparentemente no. Argentina desde su corta historia agrícola ha hecho un uso si bien no sostenible, por lo menos no intensivo de los recursos del suelo, manteniendo de alguna forma y dependiendo del período la caja de ahorros de nutrientes o su reposición natural.

Con la llegada de la agriculturización a Las Pampas, el proceso comienza a revertirse y hoy día con la intensificación sojera la salida de nutrientes del suelo es permanente.

En términos de volumen extraído con el cultivo soja, desde los comienzos de la agriculturización en la década de los setenta (1970/71) hasta el año 2005, Argentina ha perdido 11.354.292 millones de toneladas de nitrógeno (ya descontada la reposición natural), 2.543.339 millones de toneladas de fósforo y valores muy elevados de los demás nutrientes y oligoelementos, a pesar como he comentado de su buena disponibilidad en un suelo, que no obstante se va vaciando.

A valores en dólares, y solamente tomando como referencia una equivalencia con la restitución de lo perdido (que asumimos es una simplificación de la realidad del balance de nutrientes), con fertilizantes minerales, los costos incumben cifras sumamente elevadas. Argentina ha perdido unos u$s 2.895.344.460, 2.638.055.818, 890.168.650, 461.509.880, 86.251.130 y 71.531.320 para el nitrógeno, potasio, fósforo, azufre, calcio y magnesio exportados.

Es posible que esto aún no se quiera ver, hasta llegar al vaciamiento de las pampas (Pengue, 2002, 2003). No es un precio de mercado lo enumerado pero es un “valor” que de alguna manera debería ser reconocido y manejado, no sólo a escala regional sino como veremos con la problemática del agua a escala global. Los suelos ricos del mundo son cada día más escasos y no es posible “hacer nuevo suelo” en los términos en los que la humanidad los consume, degrada y necesita. Es un valor de resguardo futuro que países como la Argentina deberá tener muy en cuenta.

En el caso de la producción sojera pampeana, la extracción de nutrientes ha sido especialmente importante, por ser esta una de las áreas de mayor producción de la oleaginosa.

Las provincias pampeanas (Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba) alcanzaron en conjunto una extracción total de elementos mayores (N, P, K, Ca, Mg, S) de 20.305.794 toneladas y 244.449.822 kilogramos de micronutrientes (B, Cl, Cu, Fe, Mn, Mo, Zn), siempre tratando exclusivamente la extracción de la soja.

La extracción por hectárea, durante todo el periodo ha sido también muy alta llegando a los 158 kilogramos para los nutrientes principales (N, P, K, Ca, Mg, S).

La degradación del suelo, en el caso que nos ocupa de la extracción de nutrientes, siempre fue vista por una parte de los colegas agrónomos y algunos institutos de investigación agrícola como “un problema debalance”, donde para resolver la cuestión, era necesario solamente incrementar la reposición vía fertilizantes minerales. Ello no es del todo acertado, al no considerar en este análisis los costos devenidos de las externalidades producidas en este proceso de intensificación agrícola creciente y que son de tipo ecológico (contaminación química, degradación física, eutrofización, incremento del riesgo ambiental) y a la salud (aumento de las enfermedades producidas por contaminación, agroquímicos tanto en trabajadores como en la población rural y periurbana).

Sin embargo, la actividad humana está alterando en forma radical el ciclo del nitrógeno a través e la producción de alimentos. La “cascada de nitrógeno” es un impacto ya comprobable a escala planetaria derivada directamente de actividades que están incrementando la cantidad de nitrógeno reactivo que circula a través de la tierra, aire y agua. La razón de ello es la fabricación de nitrógeno reactivo como fertilizante para incrementar la producción (Anuario Geo, 2003).

Por tanto, la recomendación de fertilizar en forma permanente a las cosechas, esconde este creciente costo ambiental por un lado y una obligación al agricultor por el pago de fertilizantes minerales para reponer en un proceso artificial y de corto plazo, por el otro.

Por supuesto que Argentina, en lugar de volver hacia un proceso de ecologización de su agricultura y por tanto reconstituir los recursos perdidos, va por el camino opuesto, creando una dirección de mineralización que apunta lógicamente, a la fertilización de los campos vía nutrientes sintéticos. Cuidado!, legisladores con lo que impulsan.

Los nutrientes “naturales” y cumpliendo sus ciclos en el suelo pampeano son otro valor que tiene el país y que de una forma u otra deberá contabilizarse en las cuentas ambientales y económicas en el futuro más allá de la teoría convencional de la renta que incluya también esta renta ambiental subvaluada. Quién no sabe esto? Desde el señor Frers, de la Sociedad Rural Argentina de principios del siglo pasado, que recomendaba en sus escritos a sus colegas de esa institución, arrendar los campos (de los terratenientes) a los inmigrantes italianos (nuestros primeros “chacareros”), con el compromiso de devolverlos sembrados con alfalfa, lo sabía claramente.

Muchos de esos chacareros, alquiladores de campos a precios viles, nunca!, llegaron a tener una lonja de tierra. Hurguemos en la historia…

En esos tiempos, Argentina se escribía con “A”…de alfalfa. Hasta los que hoy, repiensan la necesidad de la rotación ganadera que nunca debimos abandonar o quienes desde fuera miran a la pampa como esa tierra rica y “sobrenatural” en nutrientes, que a menores costos por algunas campañas, les permitirá apropiarse de una renta ambiental que ya no existe en otros lados. Todos lo saben, o casi todos…

Si la tierra es importante, tanto o más lo es el agua, cada día más escasa y contaminada. El comercio agrícola mundial puede también ser pensado como una gigantesca transferencia de agua, en forma de materias primas, desde regiones donde se la encuentra en forma relativamente abundante y a bajo costo, hacia otras donde escasea, es cara y su uso compite con otras prioridades (Pengue, 2006). Habrá que ver estas cuestiones, y comenzar a reclamar a quienes ganan con nuestros recursos en el sistema global, por estos.

Resulta aún poco difundido en nuestra cultura, pero despierta un notable interés para quienes planean estratégicamente el futuro mundial el hecho de que también la Patagonia es una fuente muy importante de agua potable (la segunda fuente del mundo en cantidad por habitante), garantizada a través de infinitos ríos, arroyos, vertientes y hasta grandes extensiones de hielos continentales. Los espacios del planeta que tienen disponibilidad de agua dulce y densidad poblacional baja se han convertido en el botín de los poderosos del mundo, que se los disputan para garantizarse su bienestar y calidad de vida.

Y así pueden seguir los análisis respecto de otros recursos. Incluso más, como serían los sistemas de transacción económica si además de los cálculos sobre los intercambios físicos de las bases de recursos, se consideraran en las cuentas de cambio, los costos energéticos de los procesos de producción no incluidos hoy día en todos ellos.

Para iniciar el proceso, el cálculo es ya posible sobre bienes tangibles como los nutrientes o el agua. Desde aquí, podrían estimarse claramente la salida de recursos y técnicamente determinar su valoración para discutir la construcción del indicador que permita, el cálculo de esta retención ambiental. Por supuesto que este cálculo no será el mismo para las distintas eco regiones, sino que puede incorporar variables como tipos de suelos, estructura, niveles iniciales de nutrientes, materia orgánica, tipos y destinos de la producción (no es lo mismo calcular nutrientes “que se van del sistema” en las exportaciones, que aquellas que pueden “volver” al sistema, por ser utilizados localmente), niveles tecnológicos y demás.

Es claro que la retención ambiental, es un nuevo guarismo, distinto al concepto de apropiación por la vía de las retenciones móviles, devenido solo en el interés por apropiarse por parte del Estado de una renta extraordinaria y conyuntural, sino que responde a la búsqueda de una gestión y administración sostenible de los recursos naturales, más allá de estas situaciones de precios extraordinarios y que deberían seguir consustanciándose incluso en situaciones de precios normales.

La retención ambiental, como bien se ha dicho, será distinta para cada tipo de bien natural, pero lo que deberá asegurar es un resarcimiento adecuado por el uso del mismo, que asegure en el futuro, alternativas productivas si es un bien agotable como el petróleo o el gas, o un uso sostenible si es un bien como el recurso suelo.

[i]Chacareros y chacareras….[/i]

América Latina es la región más urbanizada del mundo en desarrollo. El nivel de urbanización era del 75.3 por ciento en el 2000 y se estima que llegará al 80,4 por ciento en el 2020. Argentina es uno de los representantes fieles de estos guarismos.

Hoy día es mucho más probable que usted, amigo lector, se encuentre y converse cara a cara, y día a día, con un urbanita, con un hombre urbano, que con alguien del medio rural.

Sin embargo, un país, en especial de las dimensiones territoriales de la Argentina, enfrenta un serio riesgo estratégico, si se vacía de gente, si se lo vacía de agricultores…

El mantener a los chacareros en el campo, es una cuestión estratégica. Podrían aprender algo nuestros políticos de los europeos o los norteamericanos, o porque no, de los japoneses o hasta los neozelandeses, que les subsidian “para clavar la guampa en la tierra” y no moverse.

Pero como acordarse de los “chacareros”, si ni siquiera los medios recordaban este nombre. Eran como hablar de la chata, el sulky, las garlochas, las alpargatas, la sieteup o la bombacha bataraza. Ya desde la cacofonía de los “clarinetes” rurales supimos leer cada sábado, durante más de una década, que el nuevo nombre para los hombres de campo, debería ser el de “chacrers” (como los bautizaron algunos desde estas columnas), “farmers” o productores… O el “descubrimiento” del campo por sociólogos rurales que se habían quedado en los setenta en sus estudios sin comprender las nuevas alianzas, los nuevos actores y los enormes procesos de cambio que estamos viviendo, hasta el periodismo progresista que consultaba desesperadamente que era una hectárea o un quintal o el más conservador, siempre más vinculado al campo de los ruralistas terratenientes, preocupados por sus asados domingueros en riesgo…

Si hoy día, hasta el clarinete rural, habla de chacareros… Cómo se da vuelta la taba…!

Una pena, pero también una oportunidad. Hoy, de una manera burda y hasta brutal, la sociedad argentina, que vivió como Buenos Aires, de espaldas al interior, percibió que hay cosas distintas en el campo. Que más allá de la equivocada alianza de sectores rurales que defienden distintos y hasta enconados intereses, hay chacareros pequeños y medianos y también grandes productores y hasta pudieron revisar sus diferencias y objetivos. También se pudo ver y comprender, que en algunos casos, la lógica campesina, supo mostrar que está más cerca de la construcción de una soberanía alimentaria, importante para la nutrición y la revitalización del interior.

La apertura de la economía argentina, el proceso de globalización, la intensificación tecnológica, especialmente en el agro, la llegada de nuevos actores sociales, la facilitación de acceso a los recursos naturales (tierra, petróleo, gas, biodiversidad) por parte de capitales foráneos no ha tenido antecedentes y parece no tenerse ningún interés estatal en ponerles algún límite (leyes como las de extranjerización de las tierras en la Argentina o una imprescindible ley de arrendamientos, duermen el sueño de los justos en los cajones legislativos).

Los resultados a nivel predial y regional, no se han hecho esperar. Con sus diferencias, el problema de la concentración se encuentra en todas las regiones. Un aumento muy intenso en la escala productiva, no solo en la agricultura sino en otras economías regionales, el desplazamiento de la pequeña y mediana agricultura, el desplazamiento de las producciones locales en beneficio de la agricultura de exportación y de renta, la perdida de pautas culturales y sociales, el despoblamiento del campo, son hoy en día cuestiones insoslayables, que deben revertirse prontamente, si se pretende asegurar la sostenibilidad del desarrollo rural en el campo argentino. Sostenibilidad no es crecimiento coyuntural. Sostenibilidad no es shopping en los pueblos.

Este despoblamiento del campo, que afectó en los años noventa principalmente a los agricultores chicos, más pobres, o más endeudados, ni que hablar de los campesinos e indígenas (de los que ahora se acuerda algún gobierno para utilizarlos bobamente) siempre impulsados hacia las ciudades a vivir en condiciones subhumanas, hoy en día es un recuerdo latente pero también una amenaza permanente por la apropiación de las tierras de nuevamente los pequeños (de alto valor por hectárea) por parte de inversores nativos y foráneos, que los destinan a los pooles de siembra.

Se debe poner el foco y la preocupación, que a pesar de los avisos que se les viene haciendo a los decisores de políticas, nunca atendieron, sobre quienes están accediendo rápidamente a las tierras, que de una manera u otra, por las buenas o por las malas están abandonando los pequeños y medianos agricultores.

El campo argentino hoy es más complejo aún que antes. Prácticamente es una copia sectorial de lo que es la Argentina. Muy pocos ricos, clase media y aún una buena cantidad de pobres en muchas eco regiones de la Argentina. Especialmente estos últimos, fueron los más afectados en los años noventa y los guarismos estatales, mostraban la desaparición de prácticamente más de 100.000 agricultores, y sus familias durante esos periodos (Cuadro). Fueron muy pocos, los sectores que miraban este escenario de destrucción de la base rural de la Argentina.

En muchos casos, son estos pequeños y medianos agricultores, los sobrevivientes de ese período, los que han reaccionado con mayor énfasis sobre la aplicación de retenciones móviles, que en el caso de los más alejados de los puertos o en eco regiones con menor productividad que en las Pampas, literamente volverían a formar parte de los cuadros estadísticos de “ex productores”.

Cuadro. Pérdida de Establecimientos Agropecuarios en Argentina.

Actualmente, de los 170 millones de hectáreas agropecuarias de todo el país, 74,3 millones de hectáreas están en poder de tan solo 4 mil dueños. Son las propiedades que van desde las 5.000 hectáreas en adelante, debiéndose recordar que hay en el país casi 300.000 productores, lo que implica que el 1,3 por ciento de los propietarios posee el 43 por ciento de la superficie de tierra en Argentina. En la región pampeana, donde están las tierras mas cotizadas, hay 4.110.600 has en manos de solo 116 dueños. Además de la concentración de la tierra por parte de grupos económicos nacionales es ya insoslayable la preocupación por el acceso y llegada de grandes capitales internacionales que avanzaron sobre la propiedad rural argentina, mencionados en la presentación. Los ejemplos mas conocidos son los del grupo Cresud que compro 500.000 has y 200.000 vacunos. Nettis Impianti, con 418.000 has en La Rioja, con un pueblo adentro, la empresa australiana Liag, que compro 68.000 has en Salta y Formosa, el grupo italiano Radici, con 40.000 has en San Luis, el conde alemán Zichy Thyssen, dueño de 80.000 has en la misma provincia, y el grupo Benetton con 1.000.000 de has en la Patagonia. En Misiones un grupo chileno compraba en 2005, 172.000 hectáreas y las cifras siguen en todas las provincias argentinas. Todo legalmente. No existe ninguna limitación para el acceso, en cantidad, superficie o ubicación de los extranjeros al territorio argentino ni de los argentinos en cuanto a la escala de tierras a comprar.

Increiblemente poco se dice respecto a los dueños de la tierra, de grandes extensiones aún en la Argentina. El 75 % de la producción agrícola está hecha por arrendatarios. Aquí se mezclan los pooles de siembra con hasta pequeños y medianos agricultores, que compiten de manera desigual por las tierras para la producción. Ya se sabe quien gana…Si estos arrendatarios pagan en promedio un 40 % de lo cosechado a los dueños de los campos, estos últimos son unos de los grandes ganadores del negocio agrícola, que sin incurrir en ningún riesgo climático o productivo, obtienen grandes ganancias.

Es aquí donde la acción y el trabajo del gobierno es crucial. De no mediar una Reforma Agraria Integrada, que ordene el territorio en la Argentina, la inequidad, seguirá siendo la moneda de cambio en el sector rural, pero también en lo urbano.

La población pauperizada de las grandes ciudades da cuenta de esta inaccesibilidad nuevamente a una vivienda digna sobre una parcela de tierra. Existen voces que hablan de la emergente necesidad de una reforma urbana que supere la especulación inmobiliaria y de cuenta de los millones de seres humanos que no cuentan para ningún plan de desarrollo (por no tener ninguna vinculación al partido de turno) y sin embargo son fuerza bruta de trabajo y de servicios a la propia ciudad.

Campo, ciudad y ambiente están sin embargo, mucho más ligados de lo que se cree. Hemos dado cuenta de la importancia para los ciudadanos de la demanda de recursos pero más aún una mala gestión de los recursos en el campo o las presiones directas sobre el medio natural pueden desencadenar serios conflictos ambientales sobre las ciudades. La vulnerabilidad de las ciudades y pueblos y de los ecosistemas a fenómenos climáticos antes inexistentes u extremos da cuenta de cambios profundos que nos afectan de cerca con consecuencias no sólo económicas.

[i]Una OPEP de los alimentos[/i]

En otra investigación, he analizado la crisis mundial alimentaria, que no es más que una crisis del sistema económico global y que no puede ser resuelto con los mismos instrumentos y los organismos, que han creado el problema. Existe una enorme responsabilidad de organizaciones globales, que en lugar de atacar la crisis, están colaborando en hacer crecer el daño producido.

La revolución verde, destruyó pautas culturales y de producción agrícola de millones de agricultores y de países enteros.

La nueva revolución del campo, promovida como la nueva alternativa, puede generar aún más problemas que soluciones.

Los agricultores deben volver al campo. A producir sus propios alimentos. A reproducir sus espacios de vida. Y los pueblos nutrirse de los productos de su propia gente y no de los provenientes solo de los grandes países exportadores, y de los grupos económicos que les dominan, que son los grandes traders cerealeros.

En los años ochenta, el clarificador libro Los Traficantes de Granos, de Dan Morgan, hacía solamente una advertencia de lo que sucedía y que vendría.

Hoy enfrentamos un escenario aún más complejo, desordenado y concentrado.

El ranking de todas las empresas exportadoras de la Argentina del año 2007 aparece encabezado por la compañía Cargill con ventas al exterior por u$s 4.317,6 millones; en segundo lugar se ubica el grupo Bunge con u$s 2.673,7; en tercer lugar se encuentra LDC Argentina (subsidiaria de Grupo Louis Dreyfus) con u$s 2.030,9 millones. Estas tres empresas cerealeras encabezan el ranking de todas las empresas exportadoras del país. Un puñado de empresas cerealeras (que se completa con Nidera SA, Noble Argentina (subsidiaria de Noble Grain), ADM Argentina S.A y Aceitera General Deheza SA) son las que manejan la exportación de granos del país. Por supuesto, que los productores tienen algo que ver con este negocio y se benefician en este punto poco de él. Los otros grandes grupos de los primeros diez grandes exportadores, responden a empresas petroleras (como Repsol), o exportadoras de cobre y oro como Minera La Alumbrera.

Las firmas cerealeras, liquidan al productor un precio menor al vigente en los mercados internacionales (basta mirar los precios diarios de Chicago y Buenos Aires) (descontados los derechos de exportación (retenciones), sumados los gastos de comercialización y flete correspondientes, a lo que debería sumarse un error de cálculo que merced a la anuencia de la SAGPyA estaría afectando a los productores, por un mal calculo entre las diferencias de aplicación de los valores FOB y FAS teórico, un guarismo creado y publicado por la primera. El hecho aparentemente beneficiaría aún más a los traders en detrimento de los agricultores.

Ahora bien, podríamos preguntarnos porque un país “cerealero” como la Argentina, no ha decidido aún, operar con su propio trader, una propia empresa estatal que maneje, en lo posible, el mayor caudal del negocio agrario de exportación y junto con otros países (Brasil ?, Paraguay, Bolivia, Canadá, Australia), discutir un nuevo modelo de negocios, que permita crear, como fuera en su momento, la OPEG, la Organización de Países Exportadores de Granos y hacerse en su propio beneficio, de un negocio que hoy solo beneficia a otros.

Desde esta nueva organización, será mucho más factible ayudar a organizar un mundo hoy hambreado especialmente, y ayudar a regular el sistema global de una manera más sostenible y humanitaria. No podrá hacerse de ninguna otra forma.

[i]Hacia el desarrollo rural sostenible[/i]

Es verdad que entrando en este nuevo milenio, nuestra agricultura está teniendo transformaciones transcendentales. El nuevo sistema, permite incrementar – mediante la aplicación intensiva de insumos y su combinación con nuevas tecnologías de creciente aceptación – los rendimientos físicos de los cultivos de alta respuesta, pero con resultados y consecuencias ambientales, sociales y económicas que recién comenzamos a evaluar.

El sistema productivo es presentado por gobierno y empresas corporativas, como una única alternativa económica. En la campaña 2006/2007, los guarismos mostraran, lo que los economistas tradicionales y funcionarios repetirán hasta el hartazgo: el llegar a un nuevo record histórico absoluto de casi 93 millones de toneladas, superando en un 20 % el registro del año anterior y en un 35 % el de la década y hasta el interés actual de poder llegar en poco tiempo a los 150.000.000 de toneladas.

Hemos triplicado ya los niveles de finales de la década de los años setenta, donde arranca el crecimiento expansivo de la agricultura más intensiva. Los aumentos en productividad de los principales cultivos (maíz, soja, girasol y demás) muestran un salto promedio anual del 5 % en las ultimas tres décadas, que casi triplica por otro lado, el crecimiento de la economía en su conjunto (1,8 %).

Ahora bien, el aprovechar de la forma que hemos hecho estas ventajas comparativas, no ha garantizado un crecimiento sostenido del sector que derivara en algún momento en un desarrollo mas balanceado. Hablando específicamente del sector rural y de los agricultores, no necesariamente los resultados de estos “avances pampeanos” llegaran de la misma forma y se plasmaran en logros algo más que efectistas. Es mucho, el pequeño y mediano agricultor que no alcanzo la también creciente escala económica necesaria para sostenerse y de productor paso a arrendar su campo o a ser dirigido en sus acciones por pooles o grupos económicos mayores.

En el modelo actual de crecimiento rural, el destino que espera a estos agricultores, seguramente será el de prestadores de servicios en pueblos y ciudades rurales, o en “buscadores de campos o arrendatarios pequeños enloquecidos” o nuevos emigrantes.

Por eso es tan importante diferenciar crecimiento de desarrollo. El desarrollo rural es otra cosa. Es fomentar la ocupación en producción y trabajo, diferenciado y con distintos caminos y destinos bajo las múltiples alternativas disponibles en un país con eco regiones tan disímiles, hoy día muchas de ellas uniformizadas y disciplinadas por la tecnología y la inyección de capital foráneo.

Ni que hablar cuando se habla de un “desarrollo rural sostenible”. La sustentabilidad excede la mera conservación de los recursos naturales y del medio ambiente para convertirse en la expresión de un desarrollo económico y social estable y equitativo. El pasaje de una agricultura convencional a una sustentable es un proceso lento, complejo, que difícilmente se da en forma natural. Significa disponer de un conjunto de instrumentos económicos, sociales y de políticas, así como de tecnologías y conocimiento de procesos aplicables que orienten los mecanismos y señales de los mercados en función de esos objetivos. “El mercado puede ser un eficiente medio de asignación de recursos pero sus invisibles manos, muchas veces, deben tener quién las oriente”. A la capacidad tecnológica y productiva que tenemos, hemos de sumar de forma obligatoria la educación formal e informal, en todos los ámbitos y sectores. Todo ello necesita de Políticas Públicas.

Si una parte de la base de la riqueza argentina está en su campo y en la gente que la produce, favorecer, apoyar y mantener el modo regional y la cultura propia del medio rural junto con las personas que lo habitan, es una responsabilidad indelegable del Estado, nacional, provincial y municipal y de todos los organismos en sus distintos estadios que también tienen o deberían tener incumbencia directa en este proceso.

Favorecer y revitalizar la vida de los pequeños pueblos, reconstruir sus economías y movilidad local de sus productos, e impulsar modos y rescates de producciones específicas, construir con objetivos específicos y claros los conceptos de los alimentos como productos locales, regionales, delicatessen, especialidad, denominación de origen, amenidades, arte y alimentos especiales, que si bien son tan promovidos en el primer mundo, pueden ser aprovechados también aquí, tanto localmente como en el incipiente movimiento agroturístico o la actividad exportadora para quienes mediante la actividad cooperativa puedan lograr establecer los principios de cantidad, calidad y continuidad. Países como Italia, Francia, España, EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, muy similares en su base agroproductiva a nosotros lo han implementado y sus resultados saltan a la vista. Muchos de ellos son subsidiados por entender que la agricultura no es solo producir un comoditie (materia prima), sino que implica valores y externalidades sociales, que deben ser resguardadas y reconocidas. Mientras estas economías se protegen, en nuestro caso, se atenta directamente contra un desarrollo rural integrado. No todo el sector rural es lo mismo ni mucho menos. Hoy día la agroindustria sojera o la economía basada en el maíz, tanto como la ganadería están mejorando. La renta que el Estado argentino toma para si como impuestos a la exportación (retenciones) deberían en lugar de utilizarse, luego ya de mas de cuatros años de aplicarlos a políticas de emergencia primero y clientelistas después, ser orientados directamente a las economías rurales y regionales y su diversificación en su forma mejor entendida, es decir, “valorando” el aporte de la agricultura familiar y de los técnicos dedicados al sector en beneficio al desarrollo nacional. El valor total de la producción podría estar superando los 20.000 millones de dólares, casi el doble que a principios del milenio, de los que el gobierno se quedara con más del 35 %. No podrían servir 9.000 millones de dólares, reflejo de un beneficio agrícola extraordinario, ser utilizados como base de un desarrollo rural mas sostenible que abarque a las áreas mas desfavorecidas y en el final, un desarrollo nacional inclusivo?.

En este Bicentenario, es necesario refundar a la Argentina. Repoblarla. Es una cuestión geopolítica, de ocupación del territorio. Es necesario apoyar a los pueblos y ciudades rurales. Afincar a nuevas familias en estos espacios. Facilitar la vuelta de millones de argentinos que viven pauperizada y dependientemente en los cinturones periurbanos como Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Resistencia a repoblar el campo, a trabajar en el, a producir de manera diversa.

Es indudable que favorecer un sistema productivo diversificado, que mantenga el paisaje rural y productivo e intercala estos elementos con el trabajo del hombre, permitiría mantener la calidad ambiental y sus servicios, preservar la biodiversidad, proteger el recurso suelo, administrar sosteniblemente la cuenca y sostener a la familia en el campo.

Para alcanzar un desarrollo rural sostenible en el siglo XXI, por encima de los crecimientos coyunturales, Argentina deberá aplicar ingentes y continuados fondos en sus sistemas de educación formal e informal “desde la base”, apoyar medidas y legislación para regularizar la cuestión del uso y tenencia de la tierra, promover un ordenamiento ambiental y territorial participativo y garantizar apoyos permanentes a la agricultura diversificada, la producción integrada, las pymes rurales, la familia y la juventud rural, la capacitación y promoción técnica y todos los actores de desarrollo agroproductivo.

El desarrollo rural integrado y sostenible esta asociado en forma directa a otro aspecto, pobremente apoyado en la Argentina: el de la Soberanía Alimentaria, como la plantearan organizaciones como la Vía Campesina. Las naciones más desarrolladas, a las que en muchos casos, se pretende emular, resguardan estos dos aspectos y no los sortean en las manos coyunturales de los intereses del mercado, por ser valores superiores los que están en juego, vinculado a la estabilidad del espacio vital y la verdadera gobernabilidad.

Es entonces necesario, discutir un plan nacional de desarrollo con la participación de todos los sectores sociales, especialmente los más vulnerables y definir esta estrategia que dirima de una vez, por lo menos en términos mínimos de 50 años hacia donde queremos ir como país. Repensar las nuevas Instituciones que deberán crearse para este Desarrollo Rural, como un Ministerio de Desarrollo Agrario, que no podrá tener relaciones, bases o actores provenientes de entidades ya vigentes e inútiles a todas luces en la mejora del desarrollo rural, como la secretaria de agricultura, que ha sido claro, ha tenido siempre otros objetivos.

El escenario global es confuso pero pleno de oportunidades. No obstante, la producción de alimentos no puede ni debe ser vista como una mera oportunidad de negocios. Sino como una enorme responsabilidad. De todos los actores de la sociedad. Argentina, con estas condiciones no puede no sólo tener un niño, un anciano que mueran de hambre, en un país que tiene tierras para producir alimentos para todos y no solo granos exportables sin valor alimenticio o del consumo de los argentinos. Tampoco debe tener más pobres. Es decir, un país que seguirá echando mano a sus recursos estratégicos, a sus bienes naturales pero pensando en el desarrollo de su pueblo, el bienestar de su gente, la lucha y eliminación del hambre y la pobreza. Es una oportunidad histórica…sí, lo es pero para eliminar para siempre, estos dos flagelos de todo el territorio argentino.


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[i]*Ingeniero Agrónomo de la Universidad de Buenos Aires. Master en Políticas Ambientales y Territoriales de la misma. Doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible por la Universidad de Córdoba. Director del Programa de Actualización en Economía Ecológica, FADU, UBA. Coordinador del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente, GEPAMA. Miembro fundador de ASAUEE y de SOCLA. Experto en economía ecológica, agricultura urbana, agricultura sostenible e impactos de las nuevas tecnologías en el medio rural. Ha sido miembro del Consejo Directivo del IADE.[/i]

Fuente: [color=336600]EcoPortal - 27.06.2008[/color]

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