El discreto encanto de los transgenicos
Existe una álgida controversia entre los que defienden la inocuidad de los alimentos transgénicos y los que se oponen tajantemente a su consumo. Argentina mantiene desde la constitución del Estado-Nación un modelo agroexportador que es la mayor fuente de ingreso de dólares que tiene la economía. La extensión de la tierra cultivada equivale a la superficie de Italia y, según el último censo de 2018, los terrenos de siembra abarcan 33 millones de hectáreas. Hoy está posicionada como el tercer productor mundial de cultivos transgénicos, también llamados genéticamente modificados (GM), después de Estados Unidos y Brasil. Estos cultivos se realizan con técnicas de ingeniería genética donde se introduce un gen -que es una porción de ADN responsable de la síntesis de una proteína-. El objetivo es que esa proteína dote a la planta de alguna propiedad para mejorar la calidad y el rendimiento de los cultivos: mayor resistencia a las plagas e infecciones, posibilidad de crecer en climas más hostiles, que tengan más nutrientes o menor necesidad de usar pesticidas, etc.
El investigador español José Miguel Mulet, es químico y doctor en Bioquímica y Biología Molecular, autor del libro “Ecologismo real”, defiende a la ciencia como herramienta para mejorar el medio ambiente y nuestra vida en el planeta. Para esto desmiente lo que denomina como el “falso ecologismo”, porque sus mensajes, dice, carecen de base científica. “El ciudadano común tiene una imagen de la agricultura y la producción alimentaria que no se corresponde con la realidad. Podéis pensar que la comida es natural, ¿no? Pero la verdad es que en un tomate cherry hay más tecnología que en un Iphone.”
El primer cultivo transgénico en Argentina fue la soja tolerante a glifosato. Según información brindada por el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología, se aprobó, y sembró por primera vez, en 1996 y desde ese momento el área sembrada con cultivos genéticamente modificados (GM) ha crecido en forma sostenida. Otro tipo de cultivos transgénicos aprobados, y muy rápidamente adoptados en Argentina, son los cultivos resistentes a insectos (cultivos Bt) donde la planta produce su propio pesticida, es decir, cuando los insectos comen la planta mueren. Esto suena alarmante porque los pesticidas, en principio, podrían ser lavados, en cambio en los cultivos BT contienen veneno para sus potenciales depredadores. Vale aclarar que lo que es mortal para una especie es inofensivo para otras, ejemplo el café es perjudicial para muchos insectos e inocuo para los humanos. Incluso hay varios cultivos transgénicos que combinan la tolerancia a herbicidas y la resistencia a insectos.
El ciudadano común tiene una imagen de la agricultura y la producción alimentaria que no se corresponde con la realidad. Podéis pensar que la comida es natural, ¿no? Pero la verdad es que en un tomate cherry hay más tecnología que en un Iphone.
“Actualmente el 50% del algodón mundial es transgénico. Cuando miran la ropa que tienen en sus casas y si ponen `made in India´o `made in Pakistan´ son los principales productores de algodón transgénico. Y cuando digo algodón no digo solamente la ropa, estoy diciendo también el algodón de higiene íntima, el algodón sanitario, los billetes que se hacen con papel de algodón. Pastillas, medicamentos como la insulina, como el interferón, como la hormona del crecimiento también son transgénicos. Y si cogéis alguna pastilla y en el prospecto pone: `Excipiente: almidón de maíz, CSP -Cantidad Suficiente Para- ese almidón tranquilamente puede ser transgénico”, explica Mulet. Con su aire provocador añade “la vacuna contra la COVID se ha hecho utilizando transgénicos. Lo digo por si Greenpeace, la asociación Amigos de la Tierra de España o algún ecologista quieren volver a sacar la pancarta de ´no queremos transgénicos´.”
La Organización Mundial de la Salud (OMS), indica que los distintos alimentos transgénicos, y su inocuidad, tienen que evaluarse caso por caso, y que es imposible hacer una declaración general. Los alimentos transgénicos que ofrece el mercado internacional han pasado evaluaciones de riesgos y no presentan peligros para la salud humana como resultado del consumo por la población general. Sin embargo, la OMS asegura que “desempeñará un papel activo con respecto a los alimentos genéticamente modificados para velar por que la salud pública pueda beneficiarse tanto como sea posible de la nueva tecnología y para garantizar de que la salud no se verá afectada por el consumo de esos alimentos. Por ejemplo, es imprescindible prevenir la alergenicidad de los alimentos genéticamente modificados y la transferencia de resistencia a los antimicrobianos de los alimentos a los humanos.”
La Federación de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura avala los cultivos transgénicos para la sostenibilidad alimentaria. Explica que “buena parte de los criterios opuestos a los organismos genéticamente modificados se sustentan en experiencias referidas al mal uso de las indicaciones tecnológicas, la falta de información, deficiente capacitación y las prácticas abusivas de determinadas empresas productoras de semillas a escala mundial.” A su vez, el Director General de la FAO, Sr. QU Dongyu, se dirigió a los líderes mundiales en la Cumbre del G-20 realizada la semana pasada en Roma y señaló: “Debemos creer en la ciencia, aprender la ciencia y aplicar la ciencia; debemos renovar nuestro modelo operativo… ¡La ciencia, la tecnología y la metodología son nuestras soluciones definitivas!”.
Sin embargo, la organización Greenpeace solicita la prohibición total de cualquier tipo de producción transgénica en Europa, basándose en la aplicación del “principio de precaución” (que ya ponen en práctica Alemania o Francia) ante “los probables riesgos de esta tecnología” y se opone a la liberación de organismos modificados genéticamente en el medio ambiente y en el desarrollo natural de la vegetación. Sin embargo, no es contraria a la experimentación biotecnológica en laboratorio ni a sus aplicaciones médicas. No se oponen a la biotecnología, siempre que se realice en lugares controlados. Al respecto, Mulet señala “Greenpeace es una multinacional que tiene diferentes campañas dependiendo del país donde esté radicado. En Estados Unidos no se opone a los transgénicos, ¿por qué en Argentina y en Europa si?. Son campañas de publicidad, no les interesa el medio ambiente”.
Estados Unidos como cuna de los transgénicos mientras Europa discute
En Estados Unidos, el desarrollo de la ingeniería genética aplicada a la producción agrícola avanza de forma acelerada. La Agencia Estadounidense de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) y el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) regulan las plantas y animales producto de la bioingeniería. Ellos evalúan la seguridad de los alimentos transgénicos para los humanos, animales, plantas y el medio ambiente.
El algodón, el maíz y la soja son, mayoritariamente, cultivos transgénicos. La mayor parte se utiliza para hacer ingredientes para otros alimentos, tales como: jarabe de maíz utilizado como edulcorante en muchos alimentos y bebidas, almidón de maíz utilizado en sopas y salsas, aceites de soja, maíz y canola usados en productos para refrigerios, pan, aderezos para ensalada y mayonesa, azúcar de remolacha, alimentos para ganado. Otros de los principales cultivos de ingeniería genética incluyen: manzanas, papayas, papas y calabazas.
Hace 20 años, se modificó genéticamente la papaya que se producía en Hawai y se convirtió en un caso emblemático. Esto sucedió luego que un virus transmitido por insectos, denominado Ringspot, acabó prácticamente con todas las cosechas de la isla. Los agricultores no encontraban una solución al problema y el caso se puso en manos de los científicos, que consiguieron transferir un gen de una parte no dañina del virus al ADN de la papaya. Los resultados beneficiaron a los agricultores porque las compañías dedicadas a la ingeniería genética no estaban interesadas en un cultivo en principio tan poco rentable y cedieron la tecnología para desarrollar las nuevas semillas a una asociación de agricultores hawaianos. Esta, a su vez, las repartió gratuitamente entre los agricultores. La papaya es de los pocos productos que sobrevivió a una intensa campaña que se llevó a cabo en la isla para acabar con las plantaciones y centros de investigación sobre transgénicos.
Hace 20 años, se modificó genéticamente la papaya que se producía en Hawai y se convirtió en un caso emblemático. Esto sucedió luego que un virus transmitido por insectos, denominado Ringspot, acabó prácticamente con todas las cosechas de la isla.
Desde 2015, la Unión Europea establece que cada país decide si permite el uso de transgénicos o no. A su vez, la legislación europea evalúa todos y cada uno de los productos genéticamente modificados que se pretenden comercializar para asegurarse de que son seguros para los consumidores. No es obligatorio que se utilice un sello visible que los distinga, como reclaman algunas organizaciones, pero sí se debe indicar en la etiqueta de cualquier producto que contenga al menos un 0,9% de algún transgénico. Para saberlo, esto solo puede leerse detenidamente en la letra chica. Francia y Alemania no permiten el uso de transgénicos en su territorio, mientras que España es el líder europeo en el cultivo de MON810, un tipo de maíz que es resistente a las polillas gracias a un gen bacteriano.
Críticas al modelo productivo en Argentina
En los últimos años, las cosechas récord y los monocultivos provocaron la deforestación masiva de bosques nativos, la degradación acelerada de los suelos y la contaminación del agua. Los impactos de la producción agrícola a gran escala se convirtieron en uno de los grandes problemas socioambientales de nuestro país por su extraordinaria extensión y proporción de ocupación territorial. El modelo productivo se concentra en empresas multinacionales que abarcan la producción nacional y con el fin de incrementar sus ganancias avanzan como topadoras con los pequeños y medianos productores y ponen la ciencia al servicio de sus intereses.
Los movimientos ecologistas de Argentina argumentan que cómo los transgénicos son siempre desarrollados por este tipo de megacorporaciones, los campesinos, pequeños y medianos productores, pierden control sobre los medios de producción y terminan abocados al empobrecimiento o al arrendamiento de sus tierras. Las multinacionales como Monsanto, Syngenta o Bayer, buscan incrementar sus beneficios en detrimento de un modelo sostenible de producción agraria y de un reparto equitativo de los recursos naturales. Señalan que “se monopolizan las semillas transgénicas, ya que únicamente diez multinacionales controlan casi el 70% del mercado mundial”.
Los movimientos ecologistas de Argentina argumentan que cómo los transgénicos son siempre desarrollados por megacorporaciones, los campesinos, pequeños y medianos productores, pierden control sobre los medios de producción y terminan abocados al empobrecimiento o al arrendamiento de sus tierras
Diego Ciarmiello es guardaparque misionero, militante socioambiental y creador del Frente Ciudadano Ambiental Kaapuera. Explica que en Argentina la semilla transgénica es un ingrediente más que conforma un paquete tecnológico que está directamente asociado a los agrotóxicos y a un fenómeno mucho más profundo que es político: el abandono de la tierra y la apropiación de las mismas por parte de las corporaciones a partir de la ejecución con organizaciones paralelas. “Cuando decimos no a los transgénicos tenemos en cuenta con quién estamos hablando: Maizar Monsanto. Esta multinacional ya desarrolló estas prácticas en México y configuraron el circuito que empieza con darte la semilla, vender el paquete tecnológico, que termina con empobrecer la tierra y precarizar lo rural.”
“Lo que sustenta nuestro posicionamiento, parte del 2019 cuando en una embestida de Macri con un proyecto denominado Maizar-Monsanto, quería aterrizar en Misiones con un convenio con el Ministerio de Agricultura de la Nación. Realizaron un primer paso teniendo reuniones en distintos puntos de la provincia con intendentes, con cooperativas, donde desde el Frente Ciudadano Ambiental Kaapuera intervino con una declaración de principios para decir no al glifosato y todo el paquete tecnológico que va en contra de toda lógica respecto del uso de la tierra en Misiones. Esta provincia tiene un amplísimo porcentaje de selva, amenazada por las presiones de distintos sectores como el forestal teniendo en cuenta la extracción de maderas de forma ilegal.”
A su vez, explican que crear semillas transgénicas requiere de una tecnología de inversiones millonarias lo que implica perder toda ventaja de las variedades locales de adaptación al clima, suelo o plagas de un lugar dado, que se termina compensando con el uso de más pesticidas y fertilizantes, que son perjudiciales para el medio ambiente y además encarecen la producción. “Estas multinacionales obligan a los agricultores a utilizar únicamente sus semillas, ya que empresas como Monsanto restringen el uso de sus semillas a una sola cosecha. Los agricultores deben todos los años comprar nueva simiente y no puedan replantar la producción anterior. Como resultado de esta operación se generan mayores limitaciones y dependencia para los agricultores”, señaló Ciarmiello.
El caso de Cuba
En 2016, Cuba se posicionó a favor del uso de transgénicos. Los primeros esfuerzos de los especialistas cubanos en el campo de la biotecnología vegetal estuvieron centrados en lograr el dominio de las técnicas de cultivo in vitro de células y tejidos de plantas. Ese año realizaron un taller con el auspicio de los consejos científicos del Instituto de Ciencia Animal (ICA) y el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), donde se señaló que los cultivos genéticamente modificados han contribuido a mitigar la crisis de falta de alimentos derivada del crecimiento de la población mundial y el efecto de los cambios climáticos, constituyendo la tecnología de cultivo con adopción más rápida en la historia de la agricultura. De esta forma, Cuba encontró en los transgénicos una alternativa y solución a la producción de cultivos que permita la soberanía alimentaria a partir de una estructura regulada y un monitoreo responsable, con base en la ciencia nacional y en sinergia con otros desarrollos como los bioproductos y la agroecología.
En 2016, Cuba se posicionó a favor del uso de transgénicos. Los primeros esfuerzos de los especialistas cubanos en el campo de la biotecnología vegetal estuvieron centrados en lograr el dominio de las técnicas de cultivo in vitro de células y tejidos de plantas.
Los científicos cubanos detallan que: “trabajamos sobre variedades nacionales: se transforma genéticamente una variedad de maíz cubana. No son variedades que vinieron de Estados Unidos, Brasil o Argentina; son variedades propias modificadas por ingeniería genética en Cuba. Por tanto, tenemos la propiedad completa sobre esa semilla. Y no hay patentes extranjeras aquí”. En la isla se está empleando una semilla doble transgénica de maíz (el híbrido transgénico CIGB). “Tenemos una patente de una semilla transgénica de soja cubana. Hemos logrado una semilla de soja resistente al hongo, uno de los patógenos que más afectan a ese cultivo a nivel mundial, como la roya asiática, que devasta los cultivos en semanas.” Añaden: “Y hemos logrado otro transgénico de soja que está en estudio, no en producción, con resistencia muy alta a los hongos y que puede ser de mucha utilidad para la producción en Cuba. Con la vista en el futuro, ha habido interés de varios países por adquirir la semilla cubana”.
La ética de la biotecnología
La investigadora Patricia Muñetón Pérez en su libro «La importancia de proteger al maíz como un bien común» opina que la biotecnología tiene un potencial muy grande de contribuir a un desarrollo sustentable y a la ciencia en general. Pero aclara que esto solo se va a lograr si los criterios para desarrollar esos conocimientos científicos y esos desarrollos tecnológicos tienen que ver, de manera primordial, con una vocación ambiental, social y con el conocimiento profundo. Señala que las secuencias transgénicas están patentadas, es decir, no son públicas sino que tienen dueño, pertenecen a corporaciones particulares, y al contaminar los maíces nativos, que son bienes públicos, sus semillas pueden por tanto ser intercambiadas sin restricciones de título de propiedad. Lo anterior abre la posibilidad de que ese recurso público se vuelva privado, y eso tendría consecuencias muy importantes para el mantenimiento a largo plazo de la diversidad. En este mismo sentido, Rodomiro Ortiz es PhD en Plant Breeding and Genetics, por la University of Wisconsin-Madison, EE.UU y profesor de Genética y Fitomejoramiento en la Swedish University of Agricultural Sciences (SLU), Suecia, resalta que ningún país debería mantenerse al margen del desarrollo científico, pero el uso de este desarrollo no debe responder a intereses particulares, sino a los intereses de la humanidad en su conjunto. Debemos, también, respetar la naturaleza, pero eso no significa dejarla tal como está, debemos conocerla, aprender de ella y usarla para nuestro beneficio, ya que dependemos de ella para seguir existiendo.
Revista Panamá - 3 de noviembre de 2021