El G20 en crisis en una Argentina en crisis

Cecilia Nahón y Sebastián Soler


A las diez y media de la mañana de la primera jornada del G20 en Buenos Aires, un sismo de 3.8 grados de intensidad en la escala Richter, con epicentro a 25 kilómetros debajo del partido de Esteban Echeverría, alteró el simulacro de calma dominguera del sur de la ciudad y alarmó a la custodia del presidente Donald Trump, que aprovechó la excusa para desairar a su anfitrión, salteándose la primera, y más importante, sesión a solas con sus pares en Costa Salguero. No fue el primer temblor, ni sería el último, en sacudir el encuentro en suelo porteño de los mandatarios del grupo exclusivo de países que concentran el 85% del producto y dos tercios de la población mundial.

Mauricio Macri imaginaba un orden internacional muy diferente (pre Brexit, pre Trump) cuando postuló al país para encabezar el G20: aspiraba a ser anfitrión de una cumbre que celebrara en Buenos Aires el orden internacional liberal y sus mantras de liberalización, desregulación y financierización que inspiran su gobierno. La dirigencia local también se ilusionaba con lucir los éxitos de la lluvia de inversiones, el boom exportador y el supuestamente sencillo combate de la inflación. Pero hace años que pasan cosas que el gobierno no anticipa ni atina a diagnosticar, y Macri recibió al G20 en un escenario de crisis superpuestas del multilateralismo y de la economía nacional. Más allá de las sonrisas corteses y la aparente camaradería, el G20 hizo escala en una Argentina en estanflación y marcado por las fracturas al interior del G7 (especialmente entre Estados Unidos y Europa) y las disputas dentro del propio G20 (mayormente por la batalla abierta entre Estados Unidos y China, las tensiones con Rusia y las graves acusaciones contra la monarquía saudí). Si bien el desencadenante inmediato de la crisis del G20 son las posturas unilaterales de Donald Trump, las causas son más profundas y hoy incendian Francia, donde miles se levantan como testigos del malestar vigente con la globalización.

Los rituales del G20

Las cumbres del G20 combinan, en términos sencillos, tres rituales: una colección de imágenes vistosas, incluida la clásica “foto de familia” de los mandatarios, un comunicado oficial adoptado al final de la cumbre y un maratón de reuniones bilaterales de alto voltaje. Entre los varios episodios simbólicamente elocuentes que protagonizaron los líderes, como el efusivo “choque esos cinco” de Vladimir Putin con el príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman acusado de asesinar al periodista Jamal Khashoggi, y el saludo piadoso del valijero de chaleco amarillo a Emmanuel Macron en la pista desierta de Ezeiza, hay uno, en especial, que marca el final de una época. La ausencia de Ángela Merkel, demorada por un desperfecto de su avión oficial, en la foto que retrató a los líderes reunidos en Buenos Aires, escenifica el ocaso del multilateralismo como respuesta a las derivaciones de la crisis global de 2008 y de su liderazgo personal, tras diez años de asistencia perfecta a las doce citas anteriores del G20. Tampoco ayuda que hoy a la mesa del G20 se sienten mandatarios debilitados políticamente, a punto de dejar el poder, neofascistas, acusados de asesinatos o que se llaman Donald Trump.

Otra de las imágenes de estas jornadas incluyó la marcha pacífica de miles de personas hasta el Congreso Nacional para protestar contra las políticas que impulsa el G20 y el acuerdo con el FMI. Por una vez, el gobierno se cuidó de provocar a los manifestantes y reprimirlos brutalmente bajo cualquier excusa. Es evidente que en esta oportunidad Macri no quería que las cámaras de las cadenas internacionales difundieran por el mundo las escenas de violencia institucional y caos callejero que promueve sin reparos cuando se trata de transmitirlas para el consumo exclusivamente doméstico.

Un comunicado oficial deslucido

Las arduas negociaciones hasta altas horas de la madrugada permitieron alcanzar una “Declaración de Líderes” con el pretencioso título “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”. Sin embargo, el análisis de sus 31 puntos revela tan sólo una presentación prolija del mínimo denominador común al interior del G20 y un testimonio de los acotados “consensos disponibles”, sin ofrecer ni políticas adecuadas ni planes concretos respecto de cómo se pretende alcanzar el loable objetivo del desarrollo. Se trata, más bien, de una compilación limitada de las tres agendas que confluyen en cada declaración del G20: los temas centrales del foro propios de todos los encuentros, las prioridades específicas escogidas por el país anfitrión y los conflictos geopolíticos coyunturales que suelen monopolizar la atención de los medios de prensa.

El documento celebra el crecimiento económico global, reafirma la agenda de reformas estructurales promovidas por el FMI y reconoce explícitamente las tensiones y riesgos geopolíticos, comerciales y financieros que quedaron al desnudo durante la propia cumbre, pero se queda corto respecto de las necesidades y expectativas del principal foro de cooperación internacional en un mundo dominado por guerras comerciales, alarmante desigualdad, una nueva burbuja financiera, auge de liderazgos neofascistas y catástrofes ambientales reiteradas, que dañan especialmente a lxs más vulnerables.

Peor aún, más allá del marketing del Presidente Macri, el texto representa un retroceso respecto de ciertos reconocimientos básicos expresados por los mandatarios en la Cumbre de Hamburgo en 2017: si allí se confesó que “la globalización ha creado desafíos y sus beneficios no se han compartido lo suficiente”, aquí se omite toda referencia al malestar de la globalización. Si en Hamburgo se afirmó el compromiso de los miembros con la cooperación multilateral, aquí se lo rebaja a la vocación de “trabajar juntos para mejorar un orden internacional basado en reglas” y un supuesto plan para reformar la OMC, sin mayores detalles, contenidos ni precisión.

Es claro que el comunicado refleja un G20 paralizado, sin nada nuevo para ofrecer en el complejo escenario global actual. Frente a este vacío, la estrategia del gobierno argentino fue reemplazar la falta de acuerdos significativos (en temas como comercio, cambio climático, mutilateralismo) por una agenda vistosa que sirviera para dar volumen, aunque no sustancia, al comunicado oficial. Por ello no deben sorprender los varios párrafos dedicados a las prioridades impulsadas por la presidencia argentina (“el futuro del trabajo”, “infraestructura para el desarrollo” y “un futuro alimentario sostenible”) cuyas pretensiones y promesas se encuentran en abierta contradicción con la dura realidad nacional de desfinanciamiento educativo y científico, caída del empleo y el salario, erosión de la inversión en infraestructura y aumento del hambre y la pobreza.

Los cruces bilaterales

Frente a la parálisis multilateral, las reuniones bilaterales alcanzaron mayor envergadura de la habitual. En su conferencia de prensa final, Macri exaltó sus diecisiete conversaciones bilaterales como si esa cantidad de encuentros no fuera la típica para el país anfitrión del G20. Mientras tanto, su voluntarismo y los descuidos profesionales del equipo diplomático que lo asiste le depararon momentos ingratos en un puñado de citas verdaderamente cruciales.

Al término de la reunión que Macri mantuvo en la Casa Rosada con su amigo Trump, la vocera de la Casa Blanca declaró que ambos coincidían en la necesidad de enfrentar las “prácticas predatorias” de China en la región. Un agravio mayúsculo contra el líder de la ascendente segunda economía mundial que además llegó a Buenos Aires en una visita de estado que se extenderá más allá del G20. De manera calculada, Trump le recordó a Macri que el apoyo de los Estados Unidos en “el momento difícil que atraviesa la Argentina” no es gratuito y que no está dispuesto a tolerar la neutralidad de quien considera un subordinado. El cruce forzó a Macri a remarcar la “excelente relación” bilateral con China, potencia a la que Macri despreció al inicio de su mandato y ahora se ha visto forzado a reconocer y cortejar.

Por su parte, Macron le explicó a Macri que puede olvidarse del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea mientras el Presidente entrante de Brasil, Jair Bolsonaro, porfíe en negar el cambio climático, lo que motivó la réplica inmediata y airada del brasileño. El Presidente Macri también se reunió con la primera ministra británica Theresa May, cuya oficina de prensa enfatizó que dialogaría con Macri sólo sobre las “maneras de impulsar el comercio bilateral y las inversiones” y destacó el reciente acuerdo entre ambos países para permitir un vuelo adicional “entre América Latina y las Falkland”. Las autoridades argentinas confirmaron la esencia comercial del diálogo, donde no hubo lugar para el reclamo de soberanía sobre las islas porque “el foco de la reunión [fue] restablecer la confianza”. La nueva vieja política de cubrir con un “paraguas” la cuestión ineludible de la soberanía, que el gobierno argentino restableció desde que Macri llegó al poder, contrasta con los renovados reclamos de España por Gibraltar y en pos de la unidad de Irlanda en el marco de las negociaciones del Brexit.

Presidir una cumbre del G20 ofrece oportunidades y conlleva riesgos que se potencian cuando el elegido es un país emergente en crisis y dependiente del financiamiento del FMI. Fascinado con el roce con el poder mundial, el gobierno de Macri desaprovechó las oportunidades genuinas y no se cuidó de los peligros al acecho. Eligió no darle prioridad a una agenda propia y latinoamericana y renunció a tejer alianzas estratégicas con otros países emergentes para impulsar objetivos compartidos en favor del desarrollo y la igualdad. El rol de la presidencia argentina se enfocó en buscar legitimación para su programa de reformas neoliberales bajo la égida del FMI y en prestar el escenario para que los verdaderos protagonistas libren una nueva batalla de su incesante disputa global.

 

El Cohete a la Luna - 2 de diciembre de 2018

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