El golpe del 76', certero ataque del capital contra el trabajo

Fernando Gargano

Una vez más recordamos el golpe de estado de aquel lejano 1976. Golpe certero del capital contra el trabajo, en un contexto internacional de cambios sociales muy profundos. De enormes convulsiones.

Ese día, donde buena parte de la población respiró hondo cuando supo que el partido de la selección de fútbol en Polonia se transmitiría pese al crítico momento, tuvo y tiene diferentes interpretaciones.

Hablamos de un golpe que sigue vigente: la actual ley de entidades financieras de Argentina tiene los autógrafos de Videla, De Hoz y de un tal Gómez. Fechada en Febrero de 1977, sobrevivió a ocho períodos presidenciales.

Se habla de memoria. La lucha por la memoria constituye un campo de batalla, siempre es así, y la lucha por la defensa de los derechos humanos es parte de ese asunto. Que no se hable de emancipación y se hable de derechos universales a la propiedad, a la ciudadanía, o valga más decir que comer, ya es una fuerte delimitación del problema.

La defensa de la vigencia de los derechos humanos declarados universales es una necesidad, primaria y fundamental para sostener mínimas condiciones de lucha, resistencia y organización, de mera supervivencia, pero entendemos que no es un fin en sí mismo.

Se habla de batalla cultural. Nosotros preferimos decir que se lucha por la hegemonía, por la conducción y el mando social. Aunque quede oculto, la sociedad no es un todo armónico sin conflictos, y esas luchas, aunque veladas, se dan entre clases sociales. El golpe del 76 es un momento más de ese proceso donde minorías extremas acumulan y controlan el trabajo de millones. Minorías que manejan gobiernos, ciencias y ocios consumen o destruyen de manera obscena, lo que producen poblaciones enteras sometidas a un lugar subalterno.

La cuestión del 24 tiene su derrotero: hubo un presente donde la teoría de los dos demonios tuvo fuerza y consenso. En ese esquema, dos actores demoníacos actuaron de victimarios de un actor pasivo y espectador, el grueso de la población del país. El influyente escritor Ernesto Sábato llegó a decir que se trataba de un problema religioso y ético. Se hablaba de infierno como hoy se habla de fuerzas del cielo.

Pero entendemos que la teoría de los dos demonios esconde los significados políticos, esconde la dominación. Entonces, a esa figura explicativa preferimos preguntar: ¿Qué rol jugaron o padecieron las clases trabajadoras? ¿Qué ocurrió con la acumulación de capitales? ¿No es herencia del golpe la deuda al FMI como sistema? De eso no se habla, o se habla poco. Como si el golpe hubiese sido hecho solo contra una endeble democracia asediada desde dos frentes y hubiese terminado en el 83, siendo el estado una figura imparcial.

De la teoría de los dos demonios se pasó al relato de los gobiernos que siguieron a la crisis del 2001. En aquellos gobiernos se hizo, también, otro esquema moral de actores buenos y malos enfrentados, para ubicarse (en las palabras o en las sugerencias simbólicas) como continuación de aquellas gestas, del lado de los buenos. Aprovechemos para señalar que el ámbito moral es atomizante, individual, y olvida el plano sociopolítico con las lógicas consecuencias prácticas y organizativas que trae esa postura. Por eso, entre otras consecuencias, el rol del estado queda fuera de crítica. Así, en esos días (las primeras décadas de los 2000) también había preguntas molestas de quienes dudábamos de ese esquema:

¿Las personas que luchaban en los 70, realmente lo hacían por algo parecido a lo que se vivía en los 2000? ¿Luchar era solo armarse y disparar? ¿Y las continuidades entre dictadura y democracia? ¿Y los sueños utópicos de cambios profundos? En ese entrevero se diluyeron objetivo y fin. Por ejemplo: Torturas y desapariciones: ¿Eran fines en si mismos? ¿El problema fue solo de excesos o del propio plan general que impuso la Junta en sintonía con las directivas de los poderes centrales del planeta?

No es casual que se hayan conservado y resguardado las herramientas represivas de las instituciones militares, de policía y de inteligencia. Lo confirmamos hoy, en los rostros ensangrentados tras una marcha solo para poner un ejemplo, o en los presupuestos millonarios destinados al control social.

Los discursos de los derechos humanos no son un negocio, como ladran sin razón las bestias crueles que hoy gobiernan, pero tienen la limitación de invisibilizar el carácter disciplinante y político del golpe militar, de reducirlo a una esfera moral que empaña toda estrategia de emancipación. Y vale el paréntesis, no estamos diciendo con esto que la revolución está a la vuelta de la esquina o tenemos a mano horizontes de cambios radicalizados. Menos aun subestimamos la necesidad de mantener en agenda cada día la plena vigencia de nuestras garantías ciudadanas.

El golpe de estado de 1976 debe ser inscripto en su real totalidad histórica y social, y es imperioso descubrir su funcionalidad política, su plan que aún perdura en una continuidad que excede la convivencia democrática (aparentemente pacífica) que en sus sótanos ejerce una guerra social sin tregua contra el trabajo vivo, contra toda idea de emancipación y de libertad no abstracta. Las fuertes movilizaciones que llevamos adelante en estos días pueden ayudar al debate y al pensamiento crítico sobre nuestros haceres y memorias.

Decimos estas palabras, porque no hay pasado que a la vez no sea presente.

 

Fuente: Huellas del Sur - Marzo 2025

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