El presidente que cambió las reglas del juego
Conviene despejar mentiras en formación: Bolivia de Evo Morales no es en este 2006 igual a México de Lázaro Cárdenas en 1938. Lo del mítico general populista fue, sí, una nacionalización -es tatización si se quiere- de la industria petrolera de su país; el Decreto Supremo del presidente boliviano se parece más a una reescritura de las leyes del juego que no expulsa a los privados del tablero de modo automático sino que los obliga a negociar en términos menos favorables para sus intereses.
Esto es lo que los economistas apegados al dogma capitalista llaman "maximización de recursos y precios", una práctica que, por cierto, no se atreven a condenar. No es mala en sí misma, a menos que uno crea el despropósito según el cual las corporaciones privadas hacen bien en "maximizar" todo el tiempo, mientras que los Estados que emprenden la misma senda en nombre de los intereses de las sociedades deben ser condenados. Es algo difícil de justificar, convengamos.
Entre 2002 y 2005, por ejemplo, las grandes empresas petroleras de origen estadounidenses más que cuadruplicaron sus ganancias hasta los 140.000 millones de dólares, según informa el American Petroleum Institute. Los países productores siguieron el ejemplo y sus ingresos treparon de 200 mil millones de dólares en el 2002 a 750 mil millones en el 2005. Lo de Morales no escapa a esta tendencia, con la diferencia de que los accionistas en su caso son el pueblo de Bolivia.
Conviene notar también que los dos dólares de aumento en el valor del barril de crudo que siguieron a la decisión de Morales se deshilacharon ayer, porque está claro que el crecimiento del precio internacional de la energía depende de entuertos mayores que el del destino del petróleo y gas natural de Bolivia. Este último es importante, pero tiene sólo dos grandes clientes, Brasil y la Argentina, que hace tiempo saben que deberán pagar más.
Uno puede entender la preocupación de Lula da Silva y de Petrobras. Al brasileño se le presenta ahora el riesgo de lo que los expertos llaman un "apagón de gas", alusión a la posible interrupción del suministro boliviano, horizonte de crisis que también se cierne sobre la Argentina.
También es posible comprender el desagrado del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. La oposición de derecha lo acusa de ser un pésimo apostador en América del Sur; recibió a Morales en un flirteo inicial, decidió vender armas a Hugo Chávez y hace unas semanas debió decir no con sordina al deseo de Néstor Kirchner de ser recibido en visita de Estado, por los conflictos bilaterales que no se resuelven.
Está el golpe sobre Repsol-YPF, la curiosa empresa petrolera bandera de un país, España, que no tiene petróleo. En enero pasado debió disminuir sus reservas declaradas de gas en un 25% y es posible que deba admitir su enflaquecimiento en otro 19% si no llega a un acuerdo con el gobierno de Morales. Y bien, el juego ha cambiado en Bolivia, aunque no del modo con el que ahora se pretende asustarnos.