“El sistema agroalimentario está enfermo”
Representante de una nueva izquierda surgida del trabajo de base y sin condicionantes históricos, reivindica transformar un sistema económico que genera desigualdades y ha ocasionado una crisis brutal que más bien es una estafa. Un modelo que también tiene su traslación a la forma que tenemos de alimentarnos. “No puede existir un modelo agroalimentario sostenible social y medioambientalmente si no cambiamos el marco general, ya que el capitalismo antepone los intereses individuales de unos pocos a los intereses colectivos”.
Los escándalos alimentarios saltan periódicamente a los titulares, pero tan rápido como aparecen caen en el olvido mediático. Vacas locas, pollos con dioxinas, brotes de soja con la bacteria E.Coli… Ahora le ha tocado el turno al fraude de la carne de caballo e inmediatamente después a las tartas de chocolate contaminadas con bacterias fecales. Anécdotas para algunos, pero no para Esther Vivas, investigadora en políticas agrícolas y alimentarias, para quien todas estas noticias no suponen sorpresa alguna. “Son síntomas de que el sistema agroalimentario está enfermo, ya que está más pensado para responder a los intereses económicos de las grandes empresas que no a las necesidades de la gente”, asegura desde una postura inequívocamente crítica.
Una enfermedad que incide en diversos puntos y, por eso, reclama replantearse el modelo “desde las raíces”. En primer lugar, porque la industrialización agrícola ha generado un larga cadena, en la que un extremo está el productor y en el otro el consumidor. “Ni uno ni otro pueden incidir en el sistema, ya que son las empresas que están en la parte intermedia las que deciden, privatizan y monopolizan. Como consecuencia, no controlamos nada de lo que acabamos comiendo”.
Alimentos ‘viajeros’
Por lo tanto, si realmente somos lo que comemos, ¿qué somos en realidad? En primer lugar, seres totalmente globalizados. “Existe un informe de Amigos de la Tierra que revela que la distancia que recorre un alimento fresco antes de llegar a la mesa es de 5.000 kilómetros. Esto es una aberración, porque pueden producirse a nivel local”, afirma. Manzanas de China, peras de Sudáfrica, uva de Chile, tomates de Marruecos… “Una forma de hacer que solamente se explica porque es rentable para las grandes empresas, a las que les interesa producir en los países del sur, aprovechándose de condiciones laborales flexibles y leyes medioambientales laxas”.
Las repercusiones de esta política de deslocalización son tanto sociales como medioambientales, según recalca. Supone acabar con los productores locales, desconectar al consumidor con el payés, generar hambre a pesar de la abundancia de alimentos existentes, incrementar en gran medida el impacto ambiental debido a la necesidad de grandes cámaras frigoríficas y largos viajes… “El fenómeno de los alimentos viajeros también se produce a la inversa. Las subvenciones a terratenientes. y grandes compañías del Norte para producir un determinado producto ahogan a los agricultores del Sur”, señala.
Sustancias poco saludables
Para colmar el vaso de la indignación, todavía queda una última gota: la salud. Tal y como subraya Vivas, son habituales los productos con altas dosis de fitosanitarios, pesticidas, transgénicos, aditivos, potenciadores del sabor, edulcorantes… “Han aumentado las enfermedades relacionadas con aquello que comemos, como hiperactividad en los niños, obesidad, alergias… Incluso hay substancias como el aspartamo, un edulcorante que sustituye al azúcar en productos light, que se ha demostrado que es cancerígeno, pero que se continúa comercializando porque sale más barato para las empresas”, advierte.
Ante tanta mala noticia, una buena. Y es que hay alternativas: “Gracias al aumento de la demanda, se han multiplicado en los últimos años las experiencias de cooperativas de consumo, que parten de la autogestión para comprar directamente al payés”. Iniciativas de compra sin intermediarios, cestas ecológicas, huertos urbanos y un largo etcétera que se erigen como antagonistas del sistema agroalimentario globalizado. “Representan la proximidad, la producción ecológica, el respeto a la temporada, la biodiversidad, la puesta en valor del trabajo en el campo…”.
Eso sí, Esther Vivas no quiere poner parches a las heridas, sino dar un vuelco al sistema actual. “También nos hemos de plantear un cambios políticos, que permitan transformar el modelo. Creo que debemos apostar por la soberanía alimentaria, que nos otorgue la capacidad de decidir sobre aquello que comemos y que considere los productos por su valor ecológico y social”. Es decir, un sistema que permita al consumidor saber qué son y de dónde proceden todos aquellos productos que llenan semanalmente su cesta de la compra. Y que no permita que fraudes y escándalos alimentarios queden impunes.
El Periódico - abril de 2013