Fontaine Talavera: "La sociedad chilena es muy conservadora"
Hay un Chile oculto que fluye por debajo del país próspero y oficial, pero también con firmes ataduras. Hay un Chile pujante, competitivo y moderno y otro Chile que tiene añoranza de la dictadura militar. En Chile "la izquierda siempre fue muy poderosa", pero al mismo tiempo "aún perdura en el país la nostalgia por los militares, porque la sociedad es muy conservadora. La democracia chilena tiene dos caras". Lo dice Arturo Fontaine Talavera, quizás el más agudo de los escritores surgidos en los últimos tiempos, interesado en contar la historia de su país desde un punto de vista diferente.
Por su novela "Oír su voz", cuya trama transcurre en la década de los 90, recibió el aplauso de la crítica. Pero, además de escribir ficciones, Fontaine Talavera es el director de una institución chilena de gran prestigio, en la que se libran discusiones políticas que han llegado a dar como fruto importantes proyectos legislativos.
Se trata del Centro de Estudios Públicos (CEP), donde la ganadora de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, Michelle Bachelet, eligió presentar por primera vez en público su proyecto político, junto con todo su equipo. Ella dijo que quería conversar con los investigadores del CEP para "ajustar conceptualmente" su plan de gobierno.
Este centro funciona en una mansión bellísima, en pleno barrio de Providencia. Allí acuden políticos, científicos, sociólogos, ingenieros y todo tipo de profesionales de distintos países para debatir acerca de los modos en que se organizan las ciudades y las personas en convivencia. Todo se somete a examen: desde la reforma del Estado hasta los sistemas previsionales, la planificación urbana, las autopistas concesionadas, temas de legislación laboral y el desempleo. Es una institución curiosa, un lugar de encuentro de gente de pensamiento disímil, por el que han pasado desde Margaret Thatcher hasta Jean Baudrillard.
El proyecto de financiamiento de la actividad política, tema arduo que se debatió en el recinto del CEP, se transformó más tarde en ley, votada por unanimidad, durante el presente gobierno de Ricardo Lagos. Cuenta Fontaine Talavera: "Se trataba de establecer las normas para la autonomía de los políticos y los gobernantes, porque había una situación un tanto incestuosa entre gobernantes, empresarios y políticos. Había que desentrañarla, para establecer un mecanismo que le diera autonomía al dirigente político. La cuestión fue estudiada por un grupo de expertos, entre ellos alemanes y españoles. Primero se trató de una discusión conceptual y luego se convirtió en proyecto de ley. En este sentido, el CEP es un puente, un lugar de generación de ideas desprejuiciadas. Actualmente estamos debatiendo la reforma del Estado con la idea de crear un servicio civil, independiente del gobierno de turno".
-En su novela "Oír su voz" aparece el revés de la trama política chilena. ¿Quiso revelar la intimidad del poder chileno?
-En "Oír su voz" quise contar desde un cierto ángulo esta gran modernización socioeconómica, la gran transformación chilena. Quise mostrar cómo una clase derrotada, de terratenientes, que estaba muy humillada y que había perdido sus privilegios, reconquista, llena de resentimiento, el poder, pero ya modernizada, abierta al mundo, con una tecnología nueva. Se transforma en una clase empresarial pujante. Es una nueva clase, que se compone, en parte, de esos viejos derrotados que resucitan por la vía de sus hijos, y de gente nueva, que se incorpora con gran entusiasmo a esta clase empresarial del éxito y que silencia el fondo de violencia sobre el cual se construyó toda esta operación quirúrgica. Esto pasa por debajo de la novela. Y ese mundo es el que aún hoy ese sector no enfrenta. O lo enfrenta con ojo tuerto.
-¿En usted no se ha dado esa contradicción?
-Desde cierto punto de vista, sí, porque a pesar de que yo no participé activamente en el mundo empresarial, mucha gente a la que quiero y estimo sí lo ha hecho. Lo que pasa es que yo he tenido una visión distinta de lo ocurrido. Cuando me alegro de que Pinochet tenga el problema que tiene con las cuentas del banco Riggs y de que se demuestre que, además, robó como todos los dictadores y que no es la excepción que creíamos en esa materia, me alegro porque encuentro que es mejor para la democracia. Pero hay otros que no. Creían que Pinochet era un hombre excepcional y les duele sentirse engañados.
-¿Ese sector se expresa o calla ese sentimiento?
-Lo calla cada día más. Pero todavía no logran romper los lazos. Incluso la derecha política mantiene vínculos con el mundo militar en retiro. Es un tema que está vivo, hay una conexión que no termina de romperse.
-En cierta medida, ¿no ocurre lo mismo en otras sociedades latinoamericanas?
-Lo que sucede es que la democracia es vista como un medio para generar desarrollo económico. Cuando no lo consigue o cuando hay un medio mejor para llegar al mismo fin, aparece la nostalgia por la dictadura.
-¿O sea que sin prosperidad la democracia tambalea?
-Es una especie de requisito de la democracia. Si no, carece de sustento propio. En América latina, parecería que el fin de la política fuera producir desarrollo económico. Todo se mira desde ese ángulo. Yo creo que es erróneo. Hay elementos estrictamente políticos en la política, que no tienen que ver con el desarrollo económico. Yo quise desarrollar eso en mi novela, retratar un mundo de gente que ve eso como algo central. Por otra parte, busqué cotejar esta forma con el conservadurismo religioso muy acentuado. A mí me interesa mucho la coexistencia de la modernidad en el mundo de los negocios con esta visión culturalmente muy conservadora. Una suerte de doble cara. No es un tema solamente chileno: pasa en la India o en los Estados Unidos. Puedes ser moderno, pero no en todas las dimensiones. En otras, quieres dejar echada el ancla. Incluso quieren eso grupos nuevos, personas que no vienen, necesariamente, de las familias tradicionales. Muchas veces la vinculación con organizaciones religiosas tiene efectos indirectos de movilidad social, de acceso a los negocios, de credibilidad. La religión también cumple un papel en este sentido. Yo creo que tiene que ver en parte con lo siguiente: en el mundo actual, por efecto de la pluralidad, de la diversidad y del contagio de las formas de vida, no puedes estar seguro de lo que les va a pasar a tus hijos. En una sociedad más tradicional, la familia es un destino. Los padres saben que los hijos se van a enmarcar en una forma de vida que ellos les pueden transmitir. Yo creo que todo padre quiere transmitir una forma de vida. Inevitablemente. Pero se sabe que los hijos estarán expuestos a mil contagios de formas alternativas, por las que van a transitar. Esto genera gran incertidumbre con respecto al futuro de tus hijos y al propio. De alguna manera, la pertenencia a estos grupos permite transferir la responsabilidad, para aislarlos de la urbe moderna.
-Con respecto a esos grupos de pertenencia, ¿el personaje Emilio Carvajal, de su última novela, "Cuando éramos inmortales", nos habla de su propia historia?
-Yo fui a un colegio de curas. Sé de lo que habla Emilio y creo que la rebeldía contra ese mundo sólo se puede producir si perteneces a él. Yo me tomé en serio ese ambiente. Muchos compañeros míos no lo hicieron. Eso es lo que hace posible la crisis de mi personaje. A decir verdad, era un mundo que también tenía algo que dar. Algo que debía perderse. Yo a veces pienso que hay muchos jóvenes a los que les hubiera hecho falta haber tenido algo con lo que romper. Lo que le agradezco a ese ámbito educativo, más allá de la formación cultural que me brindó, es la sensación de haber tenido un hogar fuerte, del cual, por cierto, también debía irme. Pero irme queriéndolo. Y a pesar de que mi libro es crítico, yo siento, y muchos lectores me lo han dicho, que hay dureza para juzgar, pero que también hay cariño por los personajes que están allí. De hecho, un sacerdote vinculado con el colegio, cuando salió el libro, me ofreció una comida a la que fueron más de veinte curas. Estuve hasta las cuatro de la mañana con ellos. Consideraban al libro entrañable. Hacían sobre él todo tipo de interpretaciones, que yo no compartía. Pero lo cierto es que veían que era un libro hecho desde adentro.
-"Oír su voz" tuvo consecuencias, personales y políticas, con lo cual cumplió el cometido de su título: se hizo escuchar...
-Sí, es cierto. Lo que pasa es que hubo gente que se sintió muy dolida, sobre todo al principio. Después, cuando la novela comenzó a ser exitosa, ocurrió lo contrario.
-¿Qué molestó de esa novela?
-La visión crítica de lo que es el empresariado moderno, el chileno exitoso. Desfondar la utopía sobre la cual habían construido sus proyectos de vida. Fue mostrar las fisuras internas sobre las cuales se basan. Y creo que lo que más dolió fue esa idea del resentimiento. Un resentimiento que se expresa con voluntad de poder, pero que esconde un rencor muy profundo, de una sociedad injusta, enferma, que requería una desinfección. Hay un momento que muestra una operación en una población del interior chileno. Eran operaciones de limpieza de la época de Pinochet. Yo me informé sobre esas experiencias a través de un militar que me dio todos los datos. Se llamaban Operación Peineta. Para mí es una escena muy simbólica de lo que se estaba haciendo con el país. La novela no es un friso empresarial completo, pero tiene bastante de verdadero. Quise hacer una suerte de collage, cruzar formas del habla, mostrar el poder de las jergas. Porque los empresarios tienen un modo de hablar que excluye e incluye en su decir.
-¿Cuáles son las nuevas preguntas o desafíos que quedarán después del gobierno de Lagos?
-El período de Lagos, para mí, ha sido exitoso. Hay cosas que no se han cumplido, pero básicamente ha sido un gobierno exitoso. El gran cambio, con respecto a lo planteado en mi novela anterior, es que el empresariado ha tenido que aceptar la democracia y ha tenido que entender que debe coexistir con la izquierda en el gobierno, que no es una mera coyuntura ni un accidente histórico. Lo que no quita que siga habiendo esta especie de tensión entre el mundo conservador y el empresariado moderno. Ha sido un paso importante. Hay un tema público que como escritor a mí aún me ronda, que es la violencia pasada. Sigue siendo una pesadilla de la que no terminamos de despertar. Ahora hubo una comisión sobre la tortura, que recogió testimonios de miles y miles de víctimas. Y a pesar de que no hay nada radicalmente nuevo, nada que no supiéramos, es distinto verlo documentado, sabiendo la hora, el lugar, el momento. Es indudable que hubo una operación de una magnitud enorme, que no tiene ninguna justificación pensar que sólo se quería controlar a los pequeños grupos que eran subversivos. El peligro de esta historia enquistada es que la literatura no pueda salirse de eso. El problema es la reiteración temática. Es algo que busca ser nombrado. La literatura es casi la única encargada de entregar simbólicamente este episodio. De todos modos, yo creo que esto debe tener un tiempo. No debe hacerse tan de cerca. Fíjate en la experiencia de Primo Levi. El publicó mucho después sus experiencias en el campo de concentración. Y el éxito de "Si esto es un hombre" se produjo veinte años más tarde, con la distancia que permite asomarse a los hechos, la distancia que sólo otorga el tiempo. También hay una razón política por la que me interesan estos temas. Yo pienso que la democracia echa raíces en la medida en que haya una toma de conciencia de lo que significa perder la democracia. Esa historia de violencia no puede ser algo que quedó atrás, que dando vuelta la página ya pasó. Hay que procesarlo de alguna manera para alcanzar el futuro de verdad.
-¿A qué atribuye el éxito de Bachelet en la primera vuelta?
-En Chile va a haber siempre una izquierda. Culturalmente, es muy poderosa. No es casualidad que hayan surgido en mi país Pablo Neruda y Violeta Parra. La pregunta es qué izquierda va a haber en Chile. Y yo creo que Lagos ha dejado sentada una manera de gobernar desde la izquierda que, por una parte, es absolutamente respetuosa del Estado de Derecho, dado que ha avanzado notablemente en el terreno de los derechos humanos, y que, por otra, ha logrado mantener la economía en orden. Es una izquierda desligada de la imagen distorsionada de la izquierda populista, una izquierda que se reubica en el orden democrático. Esa es una herencia histórica importantísima. Que este cambio es verdadero me lo certifica el triunfo de Bachelet. Ella tiene una historia muy dramática, pero es una mujer sin rencor, muy inteligente. Tiene gran popularidad, porque la gente percibe en ella algo genuino. Es una mujer que ha tenido varios amores en su vida. No encarna para nada la imagen de ama de casa, pese a que es una madre magnífica. Es una mujer muy moderna, que fue torturada de joven, junto con su madre y su padre. Es una persona que vivió el infierno. Estuvo exiliada en Leipzig, vivió el comunismo alemán real. Ha sido ministra de Salud y de Defensa de Lagos. Es una persona que cruza muchas cosas y, a la vez, es una figura limpia. Pienso que ella va a heredar el modo de gobernar de Lagos.
-En sus libros y en su labor académica surge a menudo el tema de las instituciones: la Iglesia, el matrimonio, la democracia, el colegio.
-No lo había pensado, pero probablemente sea así. Y quizá tenga que ver con esas ganas de contar la historia para que le signifique algo a otro. Hay escritores que cultivan los márgenes, y eso está muy bien. Pero, en mi caso, es cierto que hay una necesidad de enfrentarse con lo institucional. Lo que pasa es que la gente nace en instituciones, vive en instituciones. La cosa es tener un diálogo crítico con esas instituciones, para comprender sus fundamentos y sus razones sociales.
-En Chile hay un gran respeto por la institución matrimonial.
-El amor permite descubrir que hay terceros: los hijos. Y desde el momento en que aparecen hijos, surgen responsabilidades que te colocan en una situación ética compleja. Cuando hay un inocente, el drama sube de nivel. A mí me interesan esos temas: el divorcio, el desamor, el resentimiento, el deseo por otro. Me interesa, justamente, indagar qué pasa cuando hay un hijo, un tercero que recibe el impacto de la separación, ese testigo que va quedando con heridas. Es el gran tema escamoteado. Los escritores chilenos, en general, omiten eso, o lo dan por sentado. Es inobjetable que el divorcio es un derecho y que está muy bien, pero no deberían omitirse sus consecuencias. Una persona difícilmente puede quedarse en paz luego de haberse divorciado si no ha puesto sus ojos en el dolor que va a causar. Ese dolor no puede venir después: tiene que ser tenido en cuenta desde el minuto mismo en que el divorcio aparece como posibilidad. A veces hay mayor hipocresía en las actitudes liberales que avalan más de lo que contemplan.
-Uno podría relacionar esto con la democracia, en el sentido de que hay que tener en cuenta a las víctimas de un sistema que fracasa...
-Exacto. Se trata de no querer mirar esa víctima. La sociedad chilena es todavía una sociedad muy conservadora, muy cuidadosa. Sin duda, la aparición de Bachelet significa también que estamos viviendo un proceso de apertura, de posible cambio.
Por Silvia Hopenhayn