Hacia una gran bifurcación
Robert Boyer
En un texto escrito para Página/12, Boyer afirma que para el bloque se abren trayectorias contrastadas: exclusión o retiro de uno o varios miembros, reconocimiento de la divergencia entre el Norte y el Sur y evolución hacia una Europa donde coexistirían acuerdos parciales.
El fin de 2012 estuvo marcado por una notable calma: los pronósticos de un estallido de la Zona Euro ya no son mayoritarios, ya que poco a poco los responsables políticos terminaron por evaluar los problemas y bosquejar un aggiornamiento de los procedimientos comunitarios e intergubernamentales. El vuelco aparece en el verano europeo de 2012, cuando Mario Draghi anuncia que el Banco Central Europeo está dispuesto a sostener el euro por todos los medios posibles; de hecho, el rescate en los bancos de los títulos de la deuda pública de los Estados más amenazados, como España e Italia, hizo bajar las primas de riesgo y tranquilizó a la comunidad financiera internacional, más allá de las reticencias de las autoridades alemanas. En el último trimestre del año pasado se decidió que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que era transitorio, dejará su lugar al Mecanismo Europeo de Estabilidad, un fondo permanente que apunta a responder a futuras crisis financieras. De manera similar, la interdependencia entre crisis de las deudas soberanas y crisis bancaria alcanzó tal amplitud en España que se decidió instituir una agencia europea de regulación de los bancos e instituciones financieras más grandes. Al término de un proceso relativamente complejo, esta agencia podrá intervenir directamente inclusive movilizando fondos europeos.
La nueva delegación a Europa de atributos altamente simbólicos de la soberanía nacional presenta fuertes resistencias, pero la estabilidad financiera se reconoce finalmente como objetivo comunitario, complemento necesario y descuidado por demasiado tiempo de la estabilidad monetaria. Finalmente, más allá de una “regla de oro” que limita los déficit públicos –que es un endurecimiento del PSC para el que la última década mostró las dificultades estructurales de aplicación–, se abre camino un esbozo de coordinación de las políticas económicas nacionales aun si no existe mayoría para contemplar un gobierno económico de la Zona Euro en debida forma.
Aun si fuera erróneo concluir que ha terminado la crisis del euro, los últimos meses marcaron avances significativos en dirección de un mayor federalismo, pero el proceso así engendrado sigue siendo muy incierto. Estos nuevos procedimientos europeos o intergubernamentales se presentan como soluciones técnicas en respuesta a la urgencia de la situación, pero distan de tener el aval de las opiniones públicas nacionales. En efecto, las ayudas aportadas se sometieron a la imposición de reformas a menudo drásticas y por lo tanto impopulares, independientemente o a veces contra la expresión democrática de los ciudadanos. Las propuestas de retorno al Estado-nación de una fracción de la soberanía delegada a Europa se multiplican, ya que las opiniones públicas nacionales tienen la impresión de que ya no son defendidas correctamente en ese nivel, y que hay que volver al imperativo de una democracia que se expresa esencialmente en el nivel nacional.
Se manifiesta sí el avance de los partidos y movimientos de extrema derecha, de los que es la propuesta central, en contra del consenso de hecho entre partidos conservadores y socialdemócratas. La tentación de un retorno del “cada quien por su cuenta” se manifiesta claramente en la discusión sobre la evolución a mediano plazo del presupuesto europeo. ¿Por qué gobiernos acosados por demandas sociales, vinculadas por ejemplo con la amplitud y duración de un desempleo masivo, y sometidos a medidas de austeridad fiscal, de reducción de los servicios públicos de salud y educación, aceptarían transferir una parte de su recaudación fiscal al presupuesto europeo que, hasta el momento, resultó incapaz de aportar una contribución a un retorno del crecimiento?
Así, en 2013 es claro que los tratados europeos mostraron sus límites, de manera que queda excluido volver a su aplicación. Sin embargo, los países miembros de la UE distan de ponerse de acuerdo sobre la reconfiguración de sus instituciones. Para el gobierno británico, es importante salirse de las obligaciones europeas que no corresponden a los intereses del país. Para el gobierno alemán, se trata, por el contrario, de construir nuevas reglas de juego, más sofisticadas y restrictivas que en el pasado, para caminar hacia una forma original de federalismo. La mayor parte de los otros gobiernos ven su poder de negociación limitado por la acumulación de desequilibrios mayores dentro de su economía, a lo largo de la última década.
A partir de esta constatación, se abren para la UE trayectorias muy contrastadas: retiro/exclusión de uno o varios Estados miembro, reconocimiento de la divergencia entre Europa del Sur y del Norte, evolución hacia una Europa à la carte en la que coexistiría toda una gradación de acuerdos parciales, en torno de una Zona Euro en marcha hacia un real federalismo. Como afirmaba un filósofo francés, “el futuro dura mucho tiempo”. Los años por venir nos reservarán muchas sorpresas, ya que son los movimientos políticos y sociales nacionales, en su confrontación con las fuerzas de la globalización económica y financiera, los que decidirán el futuro de la UE.
Traducción: Irene Brousse. CEIL Conicet.
Pág/12 - Lunes 21 de enero de 2013
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