Herencia entrañable

Eduardo Febbro


Hace mucho tiempo que la responsabilidad colectiva dejó de ser una de los elementos de la emancipación latinoamericana. Esta era, sin embargo, una de las condiciones innegociables para evitar que se llegara a la construcción de la catástrofe en curso en Venezuela.

La crisis de Venezuela y los pasos que dieron varios países de la región son un testimonio pusilánime de la ineptitud diplomática así como de la carencia estructural de una filosofía política de las relaciones interregionales por encima de las opciones ideológicas de los gobiernos. Reconocer como Jefe del Estado a un dirigente que se autoproclama presidente en el curso de una manifestación es un despropósito que revela el vacío, la descoordinación, la chapucería y la ausencia critica de ambiciones diplomáticas regionales y la inoperancia de las falsas mediaciones realizadas. En los años 80, justo después de la recuperación de la democracia en los países del Sur, América Latina supo interponerse con fineza y autoridad a los dos imperios que en ese momento disputaban sus hegemonías con las sangrientas guerras que Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética habían alentado en América Central: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua eran en aquel momento un campo de muerte y horror, una consecuencia de la Guerra Fría y de las barbaries que provocó. Entre Guatemala y El Salvador esa guerra sumó más de 200 mil muertos. La América Latina que conocemos hoy es heredera de esas guerras y de la solución que 8 países supieron aportar a ese conflicto generalizado: el Grupo de Contadora y el Grupo de Apoyo. A su manera, nuestra configuración contemporánea es una invención mexicana y el resultado de las interacciones que esa creatividad diplomática desencadenó. Acechado en sus fronteras por las guerras de América Central, en 1983 México creó el grupo de Contadora junto a Colombia, al cual, primero se le unirían Venezuela y Panamá y, más tarde, como miembros del Grupo de Apoyo, Argentina, Brasil, Uruguay y Perú (1985). En lo que seguirá siendo el mayor éxito multilateral de la historia reciente, esos 8 países lograron detener la guerra: se pararon enfrente de Washington y Moscú, impulsaron un ambicioso proceso de paz y acabaron con décadas de enfrentamientos que habían dejado más muertos y desaparecidos que todas las guerras del Líbano juntas. El entonces jefe de la diplomacia mexicana Bernardo Sepúlveda Amor (foto) fue quien inició un proceso (Acta de Contadora) que no sólo iba a abrir un espacio inédito para la paz sino, también, activar el más profuso y eficaz flujo de intercambios entre los países latinoamericanos. De Contadora se pasó al grupo de los 8 y de allí a la creación del grupo de Río. Ese Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política fue un eje decisivo tanto en la construcción de una alternativa soberana ante los imperios como un útil diplomático de negociación en grupo frente a Occidente. Lo que hoy se conoce como Celac, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, es, a su vez, una emanación del Grupo de Río. 

Aquellos años de empeñosa búsqueda de la paz son una herencia entrañable. Los gringos estaban fuera de juego pese a sus armas y consejeros desplegados en El Salvador, Honduras y Guatemala. Moscú no había calculado nunca que, desde sus profundidades, América Latina fuera capaz de desafiar al imperio y, de paso, a la misma Unión Soviética. La OEA era, como lo decía en aquel entonces el canciller del presidente Raúl Alfonsín, Dante Caputo, un “hospital muy lejos de sus enfermos”. Si se comparan los esfuerzos dinámicos de Contadora y su Grupo de Apoyo con la payasada diplomática armada por Estados Unidos, Argentina, Brasil, Colombia y los demás países que han intentado intervenir en Venezuela da simplemente vergüenza: al contrario de Contadora, a nuestros dirigentes actuales jamás les interesó la paz ni tampoco protagonizar una mediación inteligente en Caracas. No los movió la paz sino la guerra, es decir, el hambre ideológico de derrotar a lo que quedaba del chavismo. Por eso tuvo que meterse Europa como actor de la mediación y luego Estados Unidos como fantoche malvado: la obsesión ideológica de subyugar al enemigo desarmó la necesaria e irrenunciable lucidez diplomática. Ni los Macri, ni los Bolsonaro, ni los Marqués ni quién sea estuvieron a la altura del drama venezolano. Para ellos y los integrantes del Grupo de Lima creado especialmente en 2017 para buscar una salida política a la crisis venezolana no se trató nunca de acercar las partes sino sólo de derrotar a una de las partes. Basta como prueba la incongruente Declaración de Lima y sus 16 puntos: no se trata de una hoja de ruta diplomática para terminar con un conflicto sino de un acta de acusación dirigida contra una de las partes. Es una falta diplomática mayor: toda mediación se basa en un principio: no importa quién tenga razón sino que se consensue una forma de razón compartida para evitar el abismo. El agujero negro está ahora ahí con la más execrable versión del intervencionismo norteamericano como invitado de honor, con Europa sobrevolando para proteger sus intereses estratégicos en Venezuela y Colombia mientras los países latinoamericanos han quedado relegados al despreciable papel de figurantes-colaboradores, de nenitos caprichosos y narcisistas, ineficaces e inmaduros, incapaces de hacerse cargo de su destino común mediante la aceptación de su responsabilidad regional y colectiva. Bendito Grupo de Contadora y de Apoyo (tan mal enseñados en nuestras instituciones educativas), benditos años 80 cuando no tenía importancia que se fuera del PRI, del APRA, del PT, del PJ, del PR, liberal, conservador o de donde se quisiera: sólo había un objetivo y una conciencia: América Central era nuestra guerra fomentada por las potencias y nos correspondía a nosotros construir la paz contra la injerencia de esas potencias. Podemos medir lo que conquistó la acción diplomática multilateral de Contadora y lo que podría ocurrir ahora. En 1987, el ex presidente liberal (sí, sí, Liberal) de Costa Rica, Oscar Arias, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su papel en el proceso de paz de América Central articulado en torno al Grupo de Contadora. Treinta y seis años después, el servilismo bancario de nuestros dirigentes, su incapacidad para imponerse a sus orientaciones política y gestionar un conflicto sin ofensas, su indigesta visión  comercial del mundo, han favorecido que los extraños vengan de nuevo a hurgar en nuestras soberanías y a complicar nuestros destinos.

 

Página/12 - 26 de enero de 2019

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