Historia y presente del Día Internacional de los Trabajadores
Jorge Molinero * (Especial para sitio IADE-RE) | El 1º de mayo se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores, jornada de lucha reivindicativa que fue instituida por el Consejo Obrero de la Segunda Internacional Socialista, reunido en París en 1889. La fecha fue elegida en homenaje a los “Mártires de Chicago”, los trabajadores muertos en la represión de la huelga comenzada el 1º de mayo de 1886 y sus dirigentes ejecutados por el gobierno de Illinois, Estados Unidos.
El surgimiento del capitalismo a partir de la Revolución Industrial en Inglaterra modificó todas las relaciones económicas y sociales que habían regido la vida durante siglos. La aplicación de los avances de la ciencia y la técnica a los procesos de producción trajo el advenimiento de la industria y con ello la creciente ocupación de obreros fabriles, incluyendo a hombres, mujeres y niños provenientes del medio rural o de los sectores más marginales de las ciudades. La extensión de la jornada laboral llegó hasta límites infrahumanos, con salarios miserables, en condiciones de agotadores esfuerzos y falta de las más elementales medidas de seguridad, que terminaban en accidentes y en no pocos casos con la muerte del trabajador. Ello ocurrió tanto en el primer país industrial, Gran Bretaña, como en Europa Occidental, Japón, los Estados Unidos y resto del mundo.
Para 1880 Estados Unidos ya era uno de los países con más desarrollo industrial y en pocos años superaría a Gran Bretaña. Chicago despuntaba como uno de los polos más dinámicos, pero las condiciones de trabajo de sus obreros, en su mayoría inmigrantes de Europa, eran muy duras. Aunque algunas pocas profesiones trabajaban 8 horas, la mayoría lo hacía entre 10 y 14 horas diarias, llegando en casos hasta 18 horas.
La American Federation of Labour – AFL (Federación Norteamericana del Trabajo) despuntaba como la agrupación sindical más importante que buscaba hacer pie en un ambiente muy hostil a la sindicalización. En su congreso del año 1884 había decidido que desde el 1º de mayo de 1886 la jornada debía ser de 8 horas para todos, o se comenzarían huelgas para lograrlo. La prensa apoyaba cerradamente a las patronales y calificaba de alborotadores y antipatriotas a los sindicalistas.
Ese día se inició la huelga en Chicago, impulsada por trabajadores europeos anarquistas y socialistas. El movimiento se prolongó en manifestaciones y el día 4 de mayo se reunieron en la plaza Haymarket, donde después de los discursos ante una multitud de 20.000 personas estalló una pequeña bomba donde estaban los policías, provocando un muerto y algunos heridos. Hay serios indicios de que fue una provocación de la patronal para justificar la represión violenta que terminó con muchos heridos y un número no esclarecido de muertos. Se declaró el estado de sitio y el toque de queda. Se detuvo a cientos de trabajadores entre ellos a ocho sindicados como cabecillas (seis europeos y dos norteamericanos), acusándolos del atentado, a pesar que algunos de ellos estaban bajando de la tribuna cuando estalló la bomba. Luego de una farsa jurídica se condenó a tres de ellos a largos años de prisión y a cinco a penas de muerte (uno de ellos se suicidó en su celda). Fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887. August Spies, alemán de 31 años, al subir al cadalso les gritó a sus ejecutores: "Llegará el día que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy ahorcan".
La decisión de la Segunda Internacional en 1889, a tres años de la huelga de Chicago, abrió el camino a una prolongada lucha en todo el mundo por la mejora de las condiciones de los trabajadores. La jornada de 8 horas se fue logrando en los distintos países luego de fuertes luchas, y progresivamente la mejoría de las condiciones en el lugar de trabajo, la seguridad, la eliminación del trabajo infantil, la licencia paga por enfermedad, las jubilaciones, las obras sociales, la incorporación del sábado al descanso semanal, las vacaciones anuales. Cada uno de esos avances fueron resultado de largas luchas de los trabajadores, con sus derrotas y sus triunfos. En los Estados Unidos, las 8 horas fueron generalizadas pocos años después de los sucesos de Chicago. El 1º de mayo como día de los trabajadores terminó por ser reconocido como día no laborable en la mayoría de los países del mundo, con excepción de Estados Unidos, Canadá, Australia y muy pocos países más. EE.UU oculta los conflictos de clase y así instituyó un día de los trabajadores distinto de esa fecha y sin referencia a esas luchas. Tanto como considerar al sistema económico capitalista como natural, evitando llamarlo por su nombre.
Avances
Si se miran los casi 100 años que van entre esas jornadas y el inicio de los ochenta del siglo XX, se podría trazar una línea con avances y retrocesos pero un sentido general de progreso de los derechos de los trabajadores. Los avances fueron el resultado de la lucha, de la capacidad de asociación en sindicatos y luego en centrales, y del involucramiento político de los trabajadores. En Europa continental desde el inicio del movimiento reivindicativo existió una relación muy directa entre el pensamiento socialista y el movimiento obrero. La Primera Internacional Socialista, que tuvo entre sus impulsores a Marx y Engels, tuvo corta vida. Con el crecimiento vertiginoso de los partidos socialistas en distintos países de Europa, en especial en Alemania, se funda la Segunda Internacional Socialista, en la segunda mitad del siglo XIX. En Gran Bretaña, que nunca tuvo fuerte influencia marxista, con el crecimiento del sindicalismo se desarrolló el Partido Laborista. Las concentraciones anuales por el 1º de mayo se generalizaron en Europa, en los países socialistas, y en los países del Tercer Mundo en donde surgieron movimientos como la revolución mexicana, el peronismo en la Argentina, la revolución cubana y tantos otros.
El mejoramiento de las condiciones de los trabajadores fue el resultado del crecimiento de la productividad laboral combinado con la creciente combatividad obrera. La revolución rusa trajo un cambio radical en las relaciones entre las clases sociales en los países más desarrollados. Por un lado, la radicalización política de fracciones importante de los trabajadores reforzó la capacidad de lucha para obtener mayores concesiones de las patronales. Pero también produjo las reacciones fascistas en Italia, Alemania y España, que prácticamente eliminaron a la oposición socialista y comunista, junto a muchos de los derechos adquiridos por los trabajadores.
Si en Europa el crecimiento del sindicalismo y las reivindicaciones obreras fue de la mano del crecimiento de los partidos de izquierda, en Estados Unidos el avance sindical no fue ajeno al New Deal. El programa de recuperación de la crisis de 1929 que aplicó el presidente Franklin D. Roosevelt durante sus presidencias (1934-1945), se basó en activar la demanda por medio del gasto estatal, las regulaciones del Estado en la economía, y no reprimiendo la sindicalización. Ello ayudó al aumento del salario real y las condiciones de trabajo. Fue un keynesianismo pragmático anterior incluso a los aportes teóricos de Keynes que fueron guía de la política económica de los años de posguerra.
A la salida de la segunda guerra los países europeos estaban agotados y sin reservas. El Estado tuvo una activa intervención con inversiones en infraestructura y toma de control de industrias estratégicas por la ausencia de capitales privados a la altura de las necesidades. Las exiguas reservas internacionales se controlaban con medidas restrictivas, dentro de un sistema financiero con alta participación de entidades gubernamentales y supranacionales (FMI, Banco de Reconstrucción y Fomento, ahora Banco Mundial, etc.). Durante casi 30 años fueron obtenidos aumentos de salarios reales y otras conquistas sociales en forma casi ininterrumpida. Una de las principales razones para lograr esos beneficios fue que los mercados internos de cada país estaban protegidos de la competencia extranjera por elevados derechos de importación o restricciones cuantitativas (cuotas), y ello era así para los países centrales como – en menor medida y en forma desigual - para el extenso y heterogéneo Tercer Mundo. En estas condiciones de relativo aislamiento de las economías nacionales, la capacidad de negociación sindical se disocia de la competencia externa. La suba de los salarios dependía esencialmente del incremento de la productividad, sin ocasionar pérdidas frente a una competencia externa restringida.
En Europa Occidental pero también en el resto del mundo capitalista desarrollado y en muchas áreas en desarrollo, los años que siguieron fueron de alto crecimiento económico y mejora de las condiciones laborales. El resurgimiento europeo tiene una relación directa con la magnitud de la destrucción que la segunda guerra produjo en ciudades, industrias y viviendas, además de los millones de muertos y mutilados. El incremento de los salarios reales y las mejoras laborales en la Europa de posguerra estaba soportado por un lado en el fuerte incremento de la productividad laboral, con la incorporación de los procesos más adelantados de la industria y su forma organizativa (fordismo) y por el otro lado en la conciencia de los capitalistas de dar concesiones a los trabajadores para frenar su radicalización y la influencia de los ascendentes partidos comunistas.
Inflexión y retrocesos
Para mediados de los años 70 del siglo pasado, las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores efectivamente los había alejado de la radicalización política. Si bien en Europa una parte significativa de los trabajadores adhería a partidos socialistas o comunistas, su mejor nivel de vida comparado con el de los países socialistas del Este, los impulsaba a la lucha reivindicativa para obtener mejoras dentro del sistema capitalista, pero no a su cambio. En este contexto, la clase capitalista de los países desarrollados entendían que el crecimiento con participación activa del Estado y la redistribución progresiva del ingreso habían alcanzado sus límites, ya que esas políticas eran las causantes del descenso de su tasa de ganancia y de la reducción de la capacidad de acumulación. Ello derivó en los cambios políticos que inauguraron Margaret Thatcher (1979) y Ronald Reagan (1980) con el advenimiento del neoliberalismo, es decir la apertura comercial y financiera. Pocos años después se generalizó con gobiernos conservadores o socialistas en Europa y el resto del mundo.
La apertura comercial que trajo el neoliberalismo fue la clave para la relocalización de las inversiones de los países centrales y el ariete para disciplinar a sus clases trabajadoras. La condición para que la apertura comercial ponga un freno a las demandas laborales en los países centrales (y también en el resto del mundo) es que existan otros centros de producción industrial con fuerza de trabajo que sean más baratos, pero ellos no eran importantes en la inmediata posguerra. En aquellos años la única potencia industrial intacta eran los Estados Unidos, mientras se rehacían las europeas y el Japón. Las producciones industriales más baratas de éstos y más adelante de Corea, Hong Kong, Taiwán y otros podían afectar a determinadas industrias (calzado, juguetes, confecciones, textiles, y más adelante electrónica sencilla y automotores, etc.) pero no tenían la masa crítica como para cambiar la combatividad general de los obreros de los países centrales.
Con la inclusión de China y sus 1300 millones de personas, y posteriormente de la populosa India, la situación cambia radicalmente. Eso fue percibido claramente por Estados Unidos mucho antes de la caída del socialismo en la Unión Soviética. En 1972 se produjo un acercamiento diplomático, impulsado por Henry Kissinger, que culminó con la reunión Nixon-Mao en febrero de ese año. Allí comenzó el deshielo que -a la muerte de Mao en 1975- continuó Deng Tsiao Ping desde 1978. Estados Unidos autoriza a la comunista China a exportarle sus productos industriales más baratos, lo que le permite mantener el poder adquisitivo del salario real sin que sus capitalistas tengan que compartir los aumentos de productividad con los trabajadores. Al mismo tiempo, contribuye a alejar a China de sus posiciones revolucionarias y anticapitalistas.
Comienza un movimiento tectónico en la economía y política mundiales, cuyas consecuencias continúan desarrollándose. Se plasma una nueva división internacional del trabajo diferente a la tradicional entre los dominantes países industriales y países basados en sus materias primas. A partir de los 80 del siglo pasado, los países centrales se concentran en las ramas industriales de alta complejidad tecnológica mientras que los países de desarrollo industrial más reciente (en especial los asiáticos) incrementan fuertemente su participación en la producción de las ramas industriales maduras, de alta concentración de trabajadores y tecnología media. Ello tiene consecuencias sociales y políticas de gran trascendencia para los trabajadores a nivel mundial.
Por un lado, comienza el ciclo de 40 años de crecimiento y desarrollo chino que lo llevó de atrasado país agrario a ser el taller del mundo, segunda economía planetaria y competidor por la hegemonía del capitalismo frente a Estados Unidos. Por el otro lado, los productos industriales que en forma creciente llegaban a Estados Unidos y el resto del mundo ayudaron a las clases capitalistas en los países centrales a derribar “las murallas chinas” del proteccionismo y disciplinar así a sus propias clases trabajadoras. Este es -a trazos gruesos- el movimiento del capital de los últimos cuarenta años, y allí se pueden encontrar las razones del retroceso de los beneficios a los trabajadores en todo el mundo.
Para EE.UU -en la nueva división internacional del trabajo- las ramas realmente protegidas son aquellas en que el proceso industrial no se basa en el bajo costo de la mano de obra sino en innovaciones tecnológicas sofisticadas: desarrollo de nuevos materiales, nanotecnología, electrónica avanzada como la inteligencia artificial, etc. es decir ramas con alto contenido de avances científicos, sumadas a aquellas de desarrollos secretos por seguridad militar. La mayoría de las ramas dinámicas protegidas por la diferencia tecnológica generan menos puestos de trabajo que los que se destruyen en las industrias más tradicionales, y ello pone un freno a la capacidad de demandar mayores salarios para el promedio de los trabajadores en los países centrales.
En el resto del mundo la situación de los trabajadores se complica por la competencia internacional a nivel de los productos y el chantaje del capital internacional para decidir su radicación en los países periféricos, subordinándolo al cambio de las legislaciones de protección laboral que se habían logrado en tantos años de luchas reivindicativas. En los países de nueva industrialización -China, India y otros- las ramas de producción menos sofisticadas (confecciones, calzado, textiles) recrean condiciones de explotación laboral superadas en la Europa de fines del siglo XIX. La organización sindical es débil o controlada por el poder central y en muchos casos inexistente.
Reflexiones finales
En los países centrales, por aumento de la productividad industrial en general y por la migración de fracciones importantes de las ramas maduras hacia los países de la periferia, se ha reducido significativamente la cantidad de trabajadores industriales. Por un lado, industrias maduras, como textil, automotor, acero, aluminio, y tantas otras están en franco retroceso por la competencia extranjera con mano de obra más barata, ya sea de capital extranjero o capital americano, europeo y japonés produciendo en el exterior. Por otro lado, las ramas más sofisticadas tienen una creciente proporción de técnicos y profesionales sobre la de obreros manuales, sin solidaridad entre ellos, y su ocupación no compensa la reducción de obreros en las ramas maduras que son desplazadas. Son países donde la mayoría de la población (cerca del 85 %) son asalariados pero con grandes cambios en su composición interna. Entre 1950 y 1970 los obreros industriales, generalmente concentrados en grandes establecimientos, formaban hasta el 50 % de los asalariados de los países centrales. Hoy no superan el 8 al 12 % de su población trabajadora. De allí la baja significativa en las tasas de sindicalización. La gran mayoría de los asalariados trabaja en servicios, como educación, salud, administración pública, comercio, transportes sumado a una multiplicidad de servicios de baja concentración de personas por establecimiento. No es una novedad que las grandes huelgas se den en empleados públicos (educación, salud, administración, etc.), o de transporte, que sí están sindicalizados y no sufren la competencia externa, y cada vez menos en los gremios de las industrias tradicionales. En suma, se produjo un desplazamiento de trabajadores industriales a servicios en promedio de baja calificación, con menores salarios y pérdida de los beneficios laborales conquistados por tantos años de luchas. Ello ha tenido consecuencias políticas: en Estados Unidos el derrumbe del sueño americano para los trabajadores manuales, una de las razones de la emergencia de Trump; en Europa el incremento del chauvinismo en las clases trabajadoras y la baja clase media.
El capital ha logrado introducir la flexibilización en las relaciones laborales tanto en el centro como en la periferia. Ha desatado una competencia entre los países por bajar las conquistas de los trabajadores por el “premio” de recibir las inversiones extranjeras. En este nuevo contexto de dominancia del capital sobre las clases trabajadoras se busca esgrimir la meta de la inserción en un mundo globalizado para sustituir la solidaridad por la competencia internacional de los trabajadores. Hoy la única organización internacional que existe es la del gran capital, no la de los trabajadores que los enfrentan divididos en sus respectivos países y dependiendo exclusivamente de sus propias convicciones, organización y determinación.
En nuestro “gran sur” las contradicciones se dan sin los beneficios que una pequeña elite de trabajadores puede tener en los países centrales. En algunas regiones las condiciones laborales son muy duras pero están en un proceso de crecimiento acelerado incluyendo salarios reales en alza, como el caso de la industria china en la franja costera. En otros, la explotación más salvaje oprime en la pobreza a grandes masas de trabajadores, como en India, Bangladesh y tantos otros países, incluidos amplios sectores industriales en la misma China. La actividad sindical independiente es duramente reprimida o controlada en la mayoría de los países asiáticos.
América latina está a mitad de camino entre los que crecen aceleradamente en Asia, con los costos sociales y de derechos que conocemos, y aquellos pueblos que no tienen ni desarrollo ni riquezas naturales como muchos en África o en Medio Oriente. Tuvimos una década de avances en salarios reales y derechos sociales de las mayorías pero cambios en el escenario internacional permitieron el crecimiento de la derecha en varios países, con los retrocesos que hoy padece la clase trabajadora.
Es necesario mantener el recuerdo y reflexionar sobre el significado del 1º de mayo. Fue con la unidad y la lucha que los trabajadores pudieron lograr conquistas que parecían imposibles antes de intentarlas. En esa interminable contienda hay avances y retrocesos y, muchas veces, en los momentos de desánimo surge un acontecimiento que despierta conciencias y un nuevo ciclo de ascenso social da comienzo. No se deben olvidar las enseñanzas de la historia. Las luchas y conquistas surgidas de ese 1º de mayo de 1886 son y serán bandera de generaciones de trabajadores.
* Licenciado en Sociología y en Economía Política (UBA).