La energía como clave del proceso de integración regional
1) Introducción
El escenario regional e internacional presenta mejores condiciones para la integración que en los ´90, durante el predominio del pensamiento único y la visión comercialista. En la actualidad la mayoría de los países de la región y, específicamente los que integran el MERCOSUR, confluyen en la búsqueda de proyectos nacionales que incluyen un nuevo modelo de desarrollo económico y social y un patrón más justo en la distribución de los ingresos. Y las condiciones nacionales y mundiales lo propician dado que la mayoría de gobernantes cuenta con una importante legitimidad social y altos índices de popularidad, han disminuido las vulnerabilidades externas y hay un cambio de las tendencias económicas del comercio internacional -importante incremento de precios de las materias primas, los alimentos y la energía. Si bien también es cierto que esta nueva situación va asociada a riesgos de penetración comercial, de reprimarización por importación creciente de productos con valor agregado, particularmente de China. Y asimismo, si bien hay coincidencias generales, no todos los países del bloque tienen una misma definición de cómo debe darse esa inserción en el mundo, y muchas veces –en ausencia de instituciones supranacionales- prevalecen los intereses locales sobre los regionales.
Pero donde sí hay consenso es en que se trata de ir hacia un modelo de desarrollo que conlleve una visión estratégica de la comunidad regional y ello implica la complementación económica e integración productiva y apuntar a un MERCOSUR más productivo y social. Como señala A. Ferrer, “dentro de las prioridades y agenda futura del MERCOSUR, se trata de concentrar las acciones en los puntos críticos del sistema. Es decir, aquellos con mayor potencial de derrame sobre el desarrollo de los países y la misma integración. Tal, por ejemplo, la infraestructura de transportes y comunicaciones y, en particular, la energética. Más allá del gas, el petróleo y la hidroelectricidad, otras fuentes de energía ofrecen inmensas posibilidades de integración, como es el caso de la energía nuclear.“[2]
En realidad el proceso de integración enfrenta una situación particular, con un conjunto de condiciones propicias para profundizar la integración, por un lado, y por otro, enmarcada en una crisis energética global donde se observa que los recursos no son infinitos como se pensaba hasta hace poco, una situación que en todo caso puede tanto fortalecer como debilitar este proceso.
[i]2) Los recursos energéticos como fortaleza del bloque[/i]
La importancia de los recursos naturales es clave y es un tema a tratar como región, porque precisamente en una época de disminución y de fuerte aumento de los precios de los combustibles fósiles, la existencia de éstos en el bloque, así como recursos hidroeléctricos, junto a una gran variedad de fuentes energéticas alternativas, reposiciona a la región y puede transformar una debilidad aparente -la actual restricción- en una fortaleza [3]. No solo porque asegura el abastecimiento de largo plazo, permitiendo el crecimiento a altas tasas, un desarrollo económico sostenido, integración de las cadenas de valor necesarias para generar empleo, incluir socialmente a la población y mejorar el valor agregado de sus producciones, sino también porque la riqueza energética regional (en particular de Venezuela y Bolivia) pueden asegurar fuentes de financiamiento a los países de la región con menos condicionamientos y solventar la realización de mega-obras de infraestructura que requieren maduración de mediano y largo plazo [4]. En este sentido, la reindustrialización, el empleo de calidad y el desarrollo inclusivo, requieren de una matriz de energética relativamente barata y accesible que permita una planificación de mediano plazo.
De allí la necesidad de configurar una política común sobre recursos naturales. Sobre todo la de un mayor entendimiento y cooperación en el uso de los recursos naturales entre los países miembros, debido a que el mundo entero tiene puestos sus ojos en los recursos de América Latina (agua, petróleo, gas, tierra, medio ambiente). Este escenario configura un momento de oportunidad pero, a la vez, establece la necesidad de acuerdos energéticos y marcos regulatorios comunes para la IED, fijando claramente los estándares medioambientales, de reinversión, complementación y articulación con cadenas de valor locales que se les va a exigir a las empresas inversoras. Además, dado que el sector transnacional considera a la energía como una commodities, y no como un bien público fundamental para el desarrollo que el Estado debe regular y garantizar, consideramos que esta negociación con los países de la región debería darse cuanto antes, ya que los planes de negocios de las ET petroleras están en marcha.
Esta situación es particularmente relevante para el caso de Argentina, donde la participación del sector privado en hidrocarburos es trasnacional, tanto en la extracción (petroleras), el transporte (trasportadoras), como en la producción de electricidad, y donde tres refinadoras abastecen más del 85% de la demanda. Todo esto, en un escenario donde el país ha dejado de ser exportador neto de petróleo y energía, y requiere aumentar sus reservas, al mismo tiempo que enfrenta el desafío de la “cartelización” y el desabastecimiento de las empresas transnacionales que constantemente condicionan la realización de inversiones privadas a cambio de mayores tarifas. En ese sentido, avanzar hacia la configuración de una empresa regional de energía permitiría también tener más autonomía con respecto a estas presiones y sostener una capacidad de decisión y presencia regional en los ámbitos centrales de decisión.
Ahora bien, no obstante el reconocimiento realizado por todos los sectores respecto de la importancia de la cuestión energética como clave para el mundo que se viene, existen al menos dos posiciones diferentes sobre su significación, actores y estrategia de inserción en el mundo a través de ella:
a) La energía como corazón de un proceso de integración regional productivo y social (El desarrollo inclusivo). Esta posición coloca a la energía como clave del proceso de integración regional al permitir a la región mayor autonomía y control sobre el propio destino. Contar con recursos hidrocarburíeros, hidroeléctricos es clave para lograr un proceso de crecimiento alto, de reindustrialización, para generar mayor valor agregado, apoyar una desconcentración en favor de las pymes y el empleo de calidad y financiamiento propio y para contribuir a crear una matriz energética diversificada y promover un regionalismo integral [5].
La energía como corazón del eje de integración puede constituirse para la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) en algo similar a lo que fuera la estrategia del carbón y el acero en los inicios de la UE. Significa una apuesta a regionalizar la problemática socio- productiva y energética del MERCOSUR, aumentar las cadenas de valor, la reindustrialización y la integración para convertirse en el corazón de la integración regional, tanto para abastecer a lo productivo como para aprovechar sus recursos financieros y superar así varios cuellos de botella tradicionales de la región (dependencia de créditos de largo plazo de bancos multilaterales para realizar infraestructura estratégica, modificar el predominio del sector primario en las exportaciones, revertir situaciones de inequidad social, etc.), en definitiva salir de su situación periférica y subordinada. Así, para esta visión, países como Venezuela y Bolivia son considerados estratégicos para la ecuación energética latinoamericana [6]: la apuesta es promover redes troncales de distribución de petróleo y gas que puedan conectar en un primer momento Venezuela con el norte de Brasil, y a Bolivia con el resto de sus países vecinos, para luego terminar uniendo estos dos segmentos [7]. Al respecto, merece destacarse lo que se ha avanzado en el diálogo con Brasil en el ámbito de la relación bilateral (Comisión Mixta Permanente en Materia Energética). Allí se han alcanzado posiciones comunes sobre el aprovechamiento hidroeléctrico y la cooperación en varias áreas energéticas, la construcción de nuevas represas, e incluidos los biocombustibles, aunque haya un desarrollo diferenciado de las mismas (etanol y biodisel) y también la cooperación en el desarrollo de la energía nuclear.
En definitiva, se trata de aprovechar esta novedosa situación internacional, donde cambiaron los términos del intercambio por la mayor demanda de China e India, para dar un salto de calidad en el proceso productivo social y de integración regional. No sólo para reducir la crisis energética, sino para desplegar obras de infraestructura regional que fortalezcan los procesos de reindustrialización y recuperación económica de cada país. Así la región se podría posicionar como un bloque energético significativo, sin restricciones energéticas, a diferencia de los países de la Unión Europea, los Estados Unidos e incluso China [8].
b) La perspectiva estratégica de los biocombustibles y la especialización en commodities como eje de una inserción competitiva a nivel mundial. Esta segunda posición se basa en la gran competitividad actual de la CAI, la demanda internacional, a la cual se agregarían ahora los nuevos negocios vinculados a la transformación de alimentos en energía, para la cual el país tiene grandes oportunidades. No obstante, esta perspectiva, si bien es competitiva, tiene el riesgo de la especialización en commodites, que no es altamente generadora de empleo, ni eleva sustancialmente el nivel de bienestar del conjunto de la población por constituir un desarrollo sectorial y al mismo tiempo -al sostener una opción de mercado desregulado- puede deteriorar aún más los ya injustos desequilibrios sociales, territoriales y medioambientales (aumento del precio de alimentos, desforestación indiscriminada, contaminación, etc.). Pero fundamentalmente tiene como objetivo diluir o desplazar del eje la importancia que tiene el petróleo y el gas para el proceso de integración y de sus proveedores e infraestructura regional. Pretende impulsar a los biocombustibles como eje de una estrategia energética de inserción de la región en el mundo mediante un modelo de especialización complementaria (CAI), ahora con EUA. De esta manera se debilita una fortaleza como es la disponibilidad de recursos fósiles para reorientar las inversiones hacia un área en que la región, salvo Brasil, no está especializada. Al mismo tiempo, implicaría invertir cuantiosos recursos económicos y energéticos para obtener energía que por añadidura será exportada para atender intereses extranjeros.
Detrás de esta posición, se conjugan una serie de intereses que buscan debilitar a los países de la región y al MERCOSUR y evitar todo intento de convergencia regional frente a los intereses de las empresas transnacionales (ET), los organismos multilaterales (OM) y EUA. Para ello, se cuestiona el aumento del gasto público en cuestiones energéticas, las políticas de financiamiento público como los fideicomisos, la política de desendeudamiento con Venezuela y los acuerdos binacionales energéticos con Venezuela y Bolivia, al tiempo que buscan aislar Venezuela del MERCOSUR. La perspectiva de los biocombustibles tiende a separase de la planificación necesaria para toda la matriz energética nacional y regional, como si fuera algo que puede tener un tratamiento diferenciado y que se pueda negociar bilateralmente con China, EEUU o la UE desalineándose de la necesaria estrategia regional. Al mismo tiempo, reproduce la visión antipolítica de sospecha sobre todo lo público, de ampliación de la problemática de la seguridad y del campo de lo privado, de la transparencia como forma de legitimación de traspaso al sector trasnacional. Es coincidente con los intereses de las empresas trasnacionales y los organismos multilaterales.
Finalmente, se inserta en la estrategia global y geopolítica de los países desarrollados de asegurarse la disponibilidad de energía barata ya sea mediante acuerdos comerciales, la imposición de condicionalidades o el control de los recursos naturales por medio de las guerras, entre otros. En el caso de los biocombustibles se produce una complementariedad beneficiosa a los intereses hegemónicos globales pero que sería negativa para nuestra región en cuanto nos especializaría en producción de commodities y energía para satisfacer las necesidades de otros.
[i]3. Hacia una visión estratégica compartida: el Tratado Energético Sudamericano[/i]
Por lo anterior, al comparar estas dos estrategias y visiones se observa que la más conveniente y asociada a una fortaleza, que conlleva un desarrollo inclusivo y un regionalismo integral, es la primera. En principio porque favorece los acuerdos políticos energéticos bi o tri-regionales que apuntan a disponer de una fuente autónoma, barata y duradera de abastecimiento de energía para procesos de reindustrialización. Y en ese sentido, el Tratado Energético Sudamericano que se tiende a configurar hacia fines de año podría ayudar a conformar una visión estratégica común, destacando [9]:
i) La importancia de las energías clásicas como eje central de las políticas públicas energéticas regionales. La fortaleza y riqueza de la región está en sus reservas hidrocarburíferas, gasíferas e hidroeléctricas [10], sobre las cuales se debe estructurar la estrategia de integración regional. Para ello, es necesaria la firma de un Tratado Energético Sudamericano que actúe como plataforma de los avances en materia de integración regional. En ese sentido, se destaca la significación que tienen las empresas regionales y su vinculación con fuentes de financiamiento para obras de infraestructura (ej. Banco del Sur) como así también los acuerdos alcanzados, por ejemplo: la creación de la empresa Petrosudamérica, constituida por una corporación de empresas públicas binacionales que tiendan a continuar con la cuantificación y certificación de reservas en la Faja Petrolífera del Orinoco [11].
ii) Considerar la complementaridad de los biocombustibles para una Matriz Energética Diversificada (MED). En esta visión o acuerdo estratégico los biocombustibles contribuirían a “cortar” los combustibles fósiles y a atender a las demandas del mercado interno, pero regulados dentro de una Matriz Energética Diversificada (MED). Porque la riqueza de la región deriva también de su diversidad energética, tanto en energías clásicas como alternativas, renovables como no renovables, en donde los biocombustibles pueden ocupar un lugar, como complemento, pero no con la centralidad que plantea la segunda estrategia, producción de biocombustibles sin regulación ni imposición arancelaria. De este modo, la estrategia de la integración energética sudamericana no supone un rechazo a los biocombustibles sino su regulación dentro de una estrategia de Matriz Energética Diversificada (MED) y una apuesta al desarrollo inclusivo y a un regionalismo integral. Como señala M. A. García, “una revolución energética esta en curso. Ella no opone biocombustibles a combustibles fósiles. Propone la complementariedad, que permitirá consolidar a América del Sur como la región de mayor y más diversificado potencial energético del mundo. El diálogo debe sustituir la confrontación. La única pasión aceptable en este momento es aquella a favor de la unidad sudamericana y del bienestar de nuestros pueblos.” [13]
iii) Señalar la importancia de los intercambios solidarios en la modificación de las asimetrías regionales. Nuestros países son heterogéneos y es necesario realizar esfuerzos hacia una mayor homogenización productiva y social. En ese sentido, los procesos de integración se sostienen fundamentalmente sobre valores de cooperación y solidaridad que revierten los criterios sobre los que se basan estrictamente los intercambios comerciales. En particular, tomando a la economía social no en el sentido restringido en que se la suele entender (de apoyo a lo micro), sino aglutinando la posibilidad de realizar intercambios diversos desmonetizados, que sirven tanto para cambiar energía por tecnología o por productos diversos, así como también para orientar las acciones de los países más fuertes hacia la modificación de la situación de los países más débiles o chicos. Establecer que la riqueza energética y natural debe estar en favor del desarrollo de los pueblos y no tratada como una commodities a favor de las trasnacionales. Además, da lugar a un interesante proceso de solidaridad energética al fijar precios diferenciales en la comercialización de sus recursos, como también establecer facilidades de pago o intercambios comerciales y tecnológicos .
iv) Lograr una posición conjunta para favorecer una equidad global: Nuestro mundo es fuertemente asimétrico, y la región, junto con grupos como el G20 empieza a intentar modificar esta situación, al menos en el marco de la OMC respecto de lo comercial, y de otros foros en lo financiero global [14]. Pero lo cierto es que la globalización es asimétrica también en el uso energético y en el impacto ambiental. De allí la importancia de sostener la lucha por la equidad global, ante la posición de los países desarrollados – y en especial EUA- de mantener el nivel de consumo y de vida a la vez que se aseguran fuentes de provisión barata, sin reducir sus emisiones de carbono ni firmando los tratados ambientales como el de Kyoto. Medidas tendientes a modificar el nivel de consumo (controlando, sobre todo, el derroche de energía de algunos de sus sectores) para una mayor equidad global, o medidas tomadas con los productores industriales para la reconversión de sus fábricas significaría encarar políticas antipopulares (en particular a EUA). Frente a ésto, desde los países desarrollados, se considera que los países en desarrollo deberían restringir sus aspiraciones a alcanzar niveles de desarrollo, de bienestar o calidad de vida mejores, en virtud de que el crecimiento de su consumo energético haría no sustentable al mundo.
De allí que esta lucha a favor de una globalización menos especulativa, no asimétrica, y con mayor cuidado del planeta tierra, debe tener al MERCOSUR productivo y social como uno de sus protagonistas.
[i]4) La energía social como clave de la transformación[/i]
La problemática energética se conecta con la mayoría de los desafíos que se presentan para un modelo de desarrollo con inclusión social para los próximos años de nuestro país y para el proceso de integración regional. Su importancia es clave tanto en aspectos económico-productivos, sociales y de equidad, como ambientales. Sin planeamiento energético, el subdesarrollo y el colapso energético serán inevitables en nuestros países. Además, no habrá desarrollo integral de la economía mejorando las condiciones de vida, derramando sobre la sociedad, sin una concertación social mayor con el sector productivo, del conocimiento y de las organizaciones de la sociedad civil.
En ese sentido, hasta aquí hemos visto que la energía no es sólo un problema técnico, sino fundamentalmente político, económico, social y ambiental. Y tampoco debe considerársela exclusivamente como una cuestión de recursos naturales, sean renovables o no renovables, sino también puede pensársela como energía social. Todo se mueve en base a energía y éste puede ser un punto central para la resolución del desafío energético y de los problemas que enfrentamos. Así, para la construcción de un modelo de desarrollo con inclusión social e ir hacia un MERCOSUR productivo-social se requiere influir en la subjetivad, en los imaginarios y en la cultura. Porque lo que se observa actualmente es no solo dispersión de la energía social, sino una sociedad fragmentada, de diversos colectivos y organizaciones de la sociedad civil que no encuentran un relato unificador. Esta fragmentación se ve acompañada con las tendencias a la reclusión, al encierro, a la que tiende la agenda de seguridad y del temor, y la fuerte influencia de los medios de comunicación. Una suerte de desocialización inducida, hacia un individualismo defensivo y consumidor que descree de la acción colectiva, y donde cualquier crisis externa o interna, vuelve a reproducir el modelo anterior de ajuste, pensamiento único.
En ese sentido, la concertación y el diálogo social pueden -en la nueva etapa política que se avecina en Argentina- aglutinar energía social en diversos planos para permitir la construcción de un modelo productivo propio, con mayor valor agregado que apunte a la distribución del ingreso, a la reindustrialización, con mayores oportunidades para los jóvenes, con equilibrio territorial y desconcentración a favor de las pymes. Lo cierto es que el alto crecimiento, la mejora de empleo que se registra en estos últimos cuatro años así como la mayor sustentabilidad macro derivados del nuevo modelo productivo son datos importantes, son una condición sin la cual no se podría hablar de un modelo de desarrollo inclusivo, pero no son suficientes. Es necesario configurar un Plan Productivo y un perfil de especialización con valor agregado, una matriz energética diversificada y construir empresas regionales, en un marco de profundización de la integración regional. Sobre todo, en términos de modificación de relaciones de fuerza con actores concentrados y con fuerte influencia en los medios y en la construcción de agenda. En este sentido, la energía social se puede diluir o utilizar para convocar al diálogo social, a la concertación y a la participación de una ciudadanía activa, o se la puede considerar como una ciudadanía que cuanto menos participativa mejor para la gobernabilidad.
Por último, construir para poder transformar requiere generar energía social detrás de un proyecto esperanzador, de un relato. Es decir, una agenda que potencie la energía de actores y de redes sociales, que busquen mejorar las expectativas de vida de la población y permitan dar un salto de calidad hacia delante, para construir futuro. Y éste es el último y necesario ingrediente tanto para construir una matriz energética diversificada y sustentable, como para configurar un modelo de desarrollo con inclusión social, y profundizar la integración regional.
Notas
[1]Agradezco la colaboración en la elaboración de esta serie de artículos sobre Energía y Desarrollo inclusivo a investigadores del Área de Estado y Políticas Publicas, Alejandro Casalis, Martín Chojo y Mariana Reyes.
[2]Aldo Ferrer, “La agenda futura del Mercosur”, BAE, 26/ 07/07.
[3]La cuestión energética resulta crucial en una época de finalización de los combustibles fósiles. El consumo mundial de energía muestra una aceleración. El consumo actual es de 84 millones de barriles diarios de petróleo y se calcula que en 2030 será de 120 millones de barriles.
[4]Al respecto, se puede mencionar la política de desendeudamiento del gobierno argentino respecto del FMI mediante la compra de bonos por parte de Venezuela. Asimismo, se produce una complementación virtuosa entre Argentina y Venezuela en cuanto a intercambio comercial de productos y tecnología
[5]Daniel García Delgado y Martín Chojo (2006), “Hacia un Regionalismo Integral” en Scannone, J. C. y García Delgado, D. (2006) Ética, Desarrollo y Región, Ciccus, Buenos Aires.
[6]Venezuela es el séptimo productor mundial de petróleo y dispone de la sexta reserva de crudo del planeta (proyectada a ser la primera una vez cerificada las reservas de la Faja del Orinoco), además cuenta con el 2,4 por ciento de las reservas mundiales de gas natural. En ese sentido, se entiende la relevancia estratégica que tiene la existencia de empresas públicas regionales y los acuerdos entre naciones en torno a Petroamericana, Opega –Sur. A modo de ejemplo, la alianza entre PDVSA y Enarsa le permitirá al Estado argentino disponer de reservas comprobadas por prácticamente la misma cantidad de petróleo probado que hoy tiene el país. De este modo, Venezuela es estratégica la seguridad energética regional.
[7]Al mismo tiempo, con estas obras se podría generar un desarrollo territorial más equilibrado si no se financiar sólo a grandes empresas sino también a aquellas pymes locales vinculadas a la cadena de valor.
[8]Como señala Federico Bernal, “…la originalidad de la unión gasífera y petrolera sudamericana radica en el objetivo. Mientras que Europa, China o EEUU precisan de la energía por ser importadores netos, Sudamérica la requiere para dar definitivo impulso a su industrialización y desarrollo socioeconómico. Ver: “El corazón de la unidad”. Suplemento Cash, 20 de mayo de 2007, pág. 4
[9]Ver acuerdos de la Cumbre de Isla Margarita, de abril de 2007.
[10]La necesidad de garantizar el suministro energético ha generado la investigación y el desarrollo de distintas energías alternativas. Sin embargo, hasta el momento éstas resultan mucho más caras y menos versátiles que los hidrocarburos. Con el desarrollo actual, el reemplazo de los hidrocarburos por otras formas de energía es un proceso incierto y que en el mejor de los casos puede llevar varias décadas.
[11]La participación de Enarsa en la Faja del Orinoco; y los acuerdos para la exportación de tecnología y la adquisición de máquinas, equipos y herramienta del sector petrolero.
[12]Cf. Ver art. De Marco Aurelio García. “La opción de Brasil sobre los biocombustibles”, (ver op. cit.)
[13]Ver “Integración o dependencia”. Venezuela, Rusia y la Energía. Federico Bernal, Suplemento Cash, 19-07-07, pág. 4.
[14]En la última reunión de Foro de América Latina y Asia del Este, los países latinoamericanos buscaron promover “una genuina reforma de la arquitectura financiera global, que administre los flujos financiero y generadores de crisis y volatilidad hacia el servicio del crecimiento, el crédito, el desarrollo productivo y la equidad distributiva mundial.” Ver declaraciones del Canciller Taiana: en BAE, pág. 6. 23-08-07.
Bibliografía
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- Bernal, Federico. Petróleo, Estado y Soberanía. Hacia la empresa multiestatal latinoamericana de hidrocarburos. Ed. Biblos. 2005.
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-CEPAL “Cooperación e integración energética en América Latina y el Caribe”: http://www.cepal.cl/publicaciones/xml/4/25604/lcl2506e.pdf
- CEPAL, “Seguridad y calidad del abastecimiento eléctrico a más de 10 años de la reforma de la industria eléctrica en países de América del Sur:” http://www.cepal.cl/publicaciones/xml/2/15392/lcl2158e.pdf
- De Dicco, Ricardo. 2010, ¿Odisea energética? Petróleo y crisis. Claves para todos, Capital Intelectual. 2006.
- García Delgado, D. y Nosetto, L. (comps.) (2006) El desarrollo en un contexto postneoliberal. Hacia una sociedad para todos, Editorial Cicuus, Buenos Aires.
- Grosse, R., Thimmel, S., Taks, J., (comp.) “Las canillas abiertas de América Latina. La resistencia a la apropiación privada del agua en América Latina y el mundo”, Casa Bertolt Brencht, Montevideo, 2004
- Martínez, Enrique “ENERGÍA + MEDIO AMBIENTE + ALIMENTOS. Un humilde llamado de atención”, Boletín electrónico, INTI, enero de 2007, www.inti.gov.ar
- Scannone, Juan Carlos y García Delgado, Daniel (comps.), Ética, Desarrollo y Región. Hacia un regionalismo integral. Ciccus, Buenos Aires, 2006
*Doctor en Ciencia Política. Director del Área de Estado y Políticas Públicas de FLACSO. Realizó estudios de posgrado en FLACSO Argentina y en la Universidad de Maguncia (Alemania). Investigador CONICET profesor regular de la UBA. Docente de postgrado en la Universidad de Rosario, Del Litoral y Católica de Córdoba entre otras. Sus áreas de investigación de los últimos años se concentran en el impacto de la globalización en la región; la reforma del Estado; el modelo neoliberal y su crisis; y el desarrollo y la democracia.
Fuetne: [color=336600]FLACSO – 27.08.2007[/color]