La "gente baja" y las clases sociales
Norberto Alayón * (Especial para sitio IADE-RE) | "'Gente baja' hoy día sería la población denominada o caracterizada como sectores populares o, en las expresiones más clasistas, discriminatorias y hasta racistas, 'los negros'. Los 'negros' de hoy son la 'gente baja' del Varela de ayer. La 'alta sociedad' construye, confronta, desvaloriza y reprime a la 'baja sociedad', es decir a los 'negros', a la gente baja de Varela", sostiene el autor a través de una comparación histórica.
Juan Cruz Varela, hermano de Florencio, fue un escritor y político argentino, instigador -junto a Salvador María del Carril- del fusilamiento de Manuel Dorrego, perpetrado por Juan Lavalle. En 1828, después de la caída del gobierno popular de Dorrego, desde Montevideo escribió los siguientes versos: “La gente baja ya no domina y a la cocina se volverá”. Fantástica y desgraciada oda antipopular que refleja el pensamiento de muchos, de ayer y de hoy. Lo que estaba y está por supuesto también en juego en la actualidad, es la disputa por quién ejerce el poder: uno u otro sector social.
¿A quiénes se refería Juan Cruz Varela con la expresión “gente baja”? Obvio que hacía referencia a los sectores más postergados de la sociedad. La “gente baja” no debía, no podía (según la clase social que representaba o a la que adhería Varela) abandonar la cocina y aspirar a otro tipo de reconocimientos y derechos. Fundamentalmente derechos. De eso se trata, en definitiva: derechos y bienestar sólo para algunos o derechos y bienestar para todos.
En ese sentido, Varela tuvo un atildado discípulo: Javier González Fraga, un empresario y político de la Unión Cívica Radical, actual presidente del Banco Nación del gobierno conservador de Mauricio Macri. En mayo de 2016, González Fraga cuestionó los estímulos al consumo general que había impulsado el gobierno anterior de Cristina Fernández de Kirchner con una expresión célebre, que le encantaría a Varela y que abominaría Hipólito Yrigoyen: “Le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”.
En síntesis, para el radical González Fraga, celulares, plasmas y viajes al exterior estaría bien para algunos sectores sociales pero no para todos los habitantes. El duro interrogante que perdura es ¿cuánto admite y soporta de igualdad o cuánto prefiere de desigualdad la sociedad en la que vivimos?
“Gente baja” hoy día sería la población denominada o caracterizada como sectores populares o, en las expresiones más clasistas, discriminatorias y hasta racistas, los “negros”. Los “negros” de hoy son la “gente baja” del Varela de ayer. La “alta sociedad” construye, confronta, desvaloriza y reprime a la “baja sociedad”, es decir a los “negros”, a la “gente baja” de Varela.
Cuando los “negros” acceden a mejores condiciones de vida, a más derechos, a través de proyectos políticos de carácter nacional-popular o populistas se desata la ira de los Varela de ayer y de los Varela de hoy, que temen ver debilitada su posición social o bien limitados o cercenados sus privilegios. El odio que se despierta en las clases altas, en sus representantes y aún en muchos ingenuos (ilustrados o no) es de una contundencia tal que, con frecuencia, traspasa los límites del propio funcionamiento democrático y adopta modalidades autoritarias y hasta la instauración de dictaduras frontales, según los distintos momentos históricos y las particularidades de los diferentes países.
Como una obviedad, como una “verdad de Perogrullo”, hay que recordar que las clases sociales existen y que portan intereses diversos y hasta antagónicos. ¿Qué clases sociales estaban -además de los intereses centrales de los Imperios- detrás (y adelante) de las dictaduras de Batista en Cuba, de Somoza en Nicaragua, de Pinochet en Chile, de Duvalier en Haití, de Stroessner en Paraguay, de Trujillo en Dominicana, de Ríos Montt en Guatemala, de Banzer en Bolivia, de Castelo Branco en Brasil, de Bordaberry en Uruguay, de Videla en Argentina, de Fujimori en Perú, entre tantos otros casos?
La lucha por el poder es, obviamente, consustancial del accionar de los políticos, y no sólo de los políticos sino de los seres humanos en general. De lo que se trata es de identificar básicamente la posesión y el ejercicio del poder para qué, para contener y representar qué intereses y de qué sectores sociales.
La política es una vocación y también una suerte de profesión que requiere identificar principalmente los grandes objetivos y proyectos que subyacen en los actores intervinientes. Cabrá, entonces, reconocer en primera instancia el carácter de clase de los diversos proyectos. Habrá que saber diferenciar y posicionarse, por ejemplo, entre el comportamiento presuntamente serio, impoluto y hasta “democrático” de la barbarie de las clases sociales privilegiadas y el accionar turbulento, sinuoso y hasta con importantes defecciones del campo popular y sojuzgado. Hay quienes representan o bien defienden (aún a veces sin pertenecer) a los sectores privilegiados de la sociedad y hay quienes se inclinan hacia la defensa de las clases y sectores más desfavorecidos.
¿Los proyectos nacionales-populares de las últimas décadas en América latina (Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay) fueron totalmente virtuosos como para que no le cupieran críticas? Desde luego que no, contuvieron contradicciones, límites, errores. Como todo proyecto requirieron y requieren, sin duda, críticas. Pero fueron y son lo significativamente virtuosos, en favor de los sectores populares como para que aquellos que aspiren a una sociedad más igualitaria no deban dudar en posicionarse en su firme defensa.
Los errores e inconsistencias del campo popular (notorios muchas veces) deben impulsarnos por supuesto a su corrección pero manteniendo la necesaria lucidez para evitar colaborar y fortalecer (directa o indirectamente) a las clases sociales adversas al interés de las mayorías.
Tomemos otro ejemplo, del campo de los medios de comunicación, como es el caso del diario La Nación en la Argentina, de orientación similar a otros importantes periódicos conservadores de América latina. La Nación representa notoriamente a las clases sociales más acomodadas, adversarias sistemáticas y consecuentes de los intereses de los sectores populares, y aparece como una expresión comunicacional “seria, rigurosa, independiente, fundamentada, de nivel, sin errores de redacción y de ortografía”, pero simultáneamente intenta disimular su oprobioso posicionamiento clasista y claramente antidemocrático, aunque sus pulcras formas hagan creer -a los suyos y hasta a muchos ingenuos bienpensantes “republicanos” y “progresistas”- que los guía el interés general del conjunto de la población.
Una pregunta contrafáctica pero de muy probable fácil respuesta: en este 2017, Juan Cruz Varela, aquel “demócrata” instigador del fusilamiento de Manuel Dorrego, ¿qué proyecto apoyaría? ¿el actual del macrismo o el anterior del kirchnerismo? Y el diario La Nación, fundado por el general Bartolomé Mitre en 1870, que se autodenomina como “una tribuna de doctrina” ¿qué proyecto apoya en 2017?
Yo aspiro modestamente -con seguridad al igual que Juan Cruz Varela pero en sentido opuesto- a que mi corazón y mi cerebro permanezcan impregnados de indignación y rebeldía, ante el accionar de las clases sociales contrarias a los intereses y necesidades de los sectores populares, de los sectores vulnerados en sus derechos, de los sectores humildes, de los “negros”.
* Profesor Consulto de la UBA.