La guerra de los tres billones de dólares
No es de extrañar. Al fin y al cabo, el gobierno de Bush mintió sobre todo lo demás: desde las armas de destrucción en gran escala de Sadam Husein hasta su supuesta vinculación con Al Qaeda. De hecho, sólo después de la invasión encabezada por los EE.UU. pasó a ser el Iraq un caldo de cultivo para terroristas.
El gobierno de Bush dijo que la guerra costaría 50.000 millones de dólares. Los EE.UU. están gastando esa cantidad en el Iraq cada tres meses. Si situamos esa cantidad en su marco, resulta que por una sexta parte del costo de la guerra los EE.UU. podrían dotarse de una base económica sólida para su sistema de seguridad social durante más de medio siglo, sin reducir las prestaciones ni aumentar las contribuciones.
Además, el gobierno de Bush redujo los impuestos a los ricos al tiempo que se lanzaba a la guerra, pese a tener un déficit presupuestario. A consecuencia de ello, ha tenido que recurrir a un exceso de gasto público –gran parte de él financiado desde el extranjero– para sufragar la guerra. Se trata de la primera guerra de la historia americana que no ha exigido algún sacrificio a los ciudadanos mediante un aumento de los impuestos: al contrario, se va a legar todo el costo a las generaciones futuros. Si no cambia la situación, la deuda nacional de los EE.UU., que ascendía a 5,7 billones de dólares cuando Bush llegó a la presidencia, será dos billones de dólares mayor por la guerra (además del aumento en 800.000 millones de dólares durante el período de Bush anterior a la guerra).
¿Se trató de un ejemplo de incompetencia o de falta de honradez? Casi seguramente de las dos cosas. Conforme a la contabilidad de caja, el gobierno de Bush se centró en los costos actuales y no en los futuros, incluida la atención de salud y de invalidez de los veteranos de regreso a casa. Sólo años después de haber comenzado la guerra, encargó el Gobierno los vehículos especialmente blindados que habrían salvado la vida a las numerosas víctimas por las bombas situadas al borde de las carreteras. Como no se quería restablecer el reclutamiento obligatorio y resultaba difícil reclutar a soldados para una guerra impopular, las tropas se han visto obligadas a participar –con una tensión tremenda– en dos, tres o cuatro despliegues.
El Gobierno ha intentado ocultar los costos de la guerra al público. Los grupos de veteranos han recurrido a la Ley de Libertad de Información para averiguar el número total de heridos: 15 veces más que el de víctimas mortales. Ya hay 52.000 veteranos de regreso a casa a los que se ha diagnosticado el síndrome de tensión postraumática. Los Estados Unidos van a tener que pagar indemnizaciones por invalidez al 40 por ciento, aproximadamente, de los 1,65 millones de soldados que ya se han desplegado y, naturalmente, la sangría seguirá mientras continúe la guerra y la cuenta por la atención de salud e invalidez asciende ya a más de 600.000 millones de dólares (en valor actual).
La ideología y la especulación también han desempeñado un papel en el aumento de los costos de la guerra. Los Estados Unidos han contado con contratistas privados, que no han resultado baratos. Un guardia de seguridad de la empresa Blackwater Security puede costar más de 1.000 dólares al día, sin incluir el seguro de vida e invalidez, que paga el Gobierno. Cuando la tasa de desempleo en el Iraq subió hasta el 60 por ciento, contratar a iraquíes habría sido lo más sensato, pero los contratistas prefirieron importar mano de obra barata del Nepal, Filipinas y otros países.
La guerra ha tenido sólo dos vencedores: las compañías petroleras y los contratistas para la defensa. El precio de las acciones de Halliburton, la antigua empresa del Vicepresidente Dick Cheney, se ha puesto por las nubes, pero incluso cuando el Gobierno recurrió cada vez más a contratistas redujo su supervisión.
El Iraq ha cargado con el mayor costo de esta guerra mal gestionada. La mitad de sus médicos han resultado muertos o han abandonado el país, el desempleo representa el 25 por ciento y, cinco años después del comienzo de la guerra, Bagdad sigue teniendo menos de ocho horas de electricidad al día. De los 28 millones de habitantes que componen la población total del Iraq, cuatro millones están desplazados y dos millones han abandonado el país.
Los millares de muertes violentas han acabado desinteresando a la mayoría de los occidentales por lo que está sucediendo: un atentado con bomba que mata a 25 personas apenas tiene ya interés periodístico, pero los estudios estadísticos de las tasas de mortalidad anteriores y posteriores a la invasión revelan parte de la desalentadora realidad. Indican muertes suplementarias desde un nivel bajo de unas 450.000 en los 40 primeros meses de la guerra (150.000 de ellas violentas) hasta 600.000.
En vista de que tantas personas en el Iraq sufren tanto de tantas formas, puede parecer una muestra de insensibilidad examinar los costos económicos y puede parecer particularmente egocéntrico centrarse en los costos económicos para los Estados Unidos, que se lanzaron a esta guerra violando el derecho internacional, pero se trata de costos económicos enormes y representan mucho más que desembolsos presupuestarios. El mes próximo, explicaré cómo ha contribuido la guerra a los problemas económicos actuales de los Estados Unidos.
Los americanos gustan de decir que no existe un almuerzo gratuito y tampoco –hemos de añadir– una guerra gratuita. Los EE.UU. –y el mundo– pagarán su precio durante decenios por venir.
*Joseph E. Stiglitz, ganador del premio Nobel de economía en 2001, es profesor de Economía en la Universidad de Columbia y coautor, junto con Linda Bilmes, de The Three Trillion Dollar War: The True Costs of the Iraq Conflict (“La guerra de los tres billones de dólares. Los verdaderos costos del conflicto del Iraq”).
Fuente:Project Syndicate – marzo 2008 - Traducido del inglés por Carlos Manzano.