La muerte de un maestro. ¿Cómo sigue?
Se había hecho sentir, durante toda la semana, la presión de los empresarios turísticos de Bariloche, preocupados por los cortes de ruta que anunciaron los docentes neuquinos. Menos de un dedo de frente basta para imaginar que esa preocupación le fue trasladada al solícito Sobisch y que éste, ensoberbecido en su autismo patotero, mandó a la policía con órdenes precisas. Las imágenes televisivas fueron irrebatibles cuando mostraron su actitud de intimidación, persecución y disposición al disparo. Eso sólo es concebible desde indicaciones políticas indubitables, porque no se trató de un uniformado suelto. Esos muertos de hambre que tiraban sin contemplación no tuvieron ni errores ni excesos. Respondían a un mandato, bajo cuyo caldo de cultivo nadie tiene el derecho a sorprenderse porque uno de ellos disparó por la espalda al profesor que iba en un auto, tranquilo, simplemente siguiendo a la manifestación. El asesino es Sobisch, que no quepan dudas.
Neuquén, de todos modos, es un caso que además de conmover debería llamar a la reflexión de la “placidez” gubernamental. Una de las protestas acaba de toparse con un asesino. ¿Carlos Fuentealba quedará simplemente como otra estadística?
Fuente: [color=336600]Página 12/Argentina - 09.04.07[/color]