La OTAN Global: ¿respuesta de “Occidente” a la crisis de hegemonía?

Gabriel Merino

Como en una tragedia, sus líderes balbucean signos de la tormenta que los hará naufragar.

“La era del dominio global de Occidente ha llegado a su fin”, afirmó Josep Borrell, el jefe de la política exterior de la Unión Europea, en un texto publicado en febrero de 2024. Este reconocimiento de una realidad difícil de refutar plantea para las élites occidentales una dramática pregunta: qué hacer frente a ello.

“Si bien esto se ha entendido teóricamente, no siempre hemos sacado todas las conclusiones prácticas de esta nueva realidad”, observa Borrell, analizando que no hay todavía un ajuste práctico (estratégico) frente al difícil diagnóstico de la situación. 

Se podría contestar que, en realidad, desde el Occidente geopolítico, expresado en la OTAN —algo más concreto que la difusa idea de “Occidente”—, cada vez se llevan adelante más acciones e “iniciativas estratégicas» para frenar las tendencias que explican su declive relativo. “Contener” y subordinar a los poderes emergentes y a sus “patios traseros” ha sido, para las fuerzas globalistas occidentales, su imperativo estratégico desde hace tiempo. Pero el problema es que no han tenido éxito. 

De hecho, estas acciones e iniciativas, desplegadas de forma contradictoria y bajo profundas discusiones políticas, se articulan para dar lugar a lo que algunos denominan una Nueva Guerra Fría, que preferimos conceptualizar como una Guerra Mundial Híbrida. El problema no sólo son sus resultados inmediatos, sino una cuestión más profunda que Borrell también admite: dicho accionar lleva a un escenario de “Occidente vs. el Resto”, con “consecuencias muy sombrías” para las potencias del Atlántico Norte y para Europa en particular. 

Lo paradójico es que, luego de reconocer el problema, en su texto Borrell insiste con las mismas estrategias que ya se vienen implementando y producen resultados no deseados. Por ejemplo, en lugar de proponer negociaciones de paz con Rusia, llama a reforzar el frente ucraniano de la guerra con más financiamiento, apoyo político y municiones de artillería para evitar que “Putin prevalezca”, reproduciendo una narrativa de la propaganda occidental que es mirada con sospecha por gran parte de los países del Sur Global, que vieron en vivo y en directo la forzada expansión de la OTAN hacia el Este europeo desde la caída de la URSS, cuyo objetivo fue debilitar estructuralmente a la potencia euroasiática.  Por otro lado, llama a reforzar las capacidades militares y la industria de defensa de la Unión Europea (UE) —en línea, como siempre, con lo que le solicita Estados Unidos— para enfrentar los próximos desafíos. 

Como un personaje de una tragedia clásica, Borrell balbucea algunos signos de la tormenta que lo llevará al naufragio, pero decide avanzar con más ahínco hacia oscuros nubarrones, empujado por fuerzas que no controla, pero que representa. 

Globalizar la OTAN

Una de las respuestas centrales ante el actual escenario de quiebre de hegemonía de las fuerzas globalistas angloestadounidenses y de grupos de poder aliados es insistir con la idea de la OTAN Global, que comienza a surgir en la última década del siglo XX, en el auge del orden mundial unipolar y la Belle Époque neoliberal. 

Lord Ismay decía que la Alianza se había creado “para mantener a los rusos afuera, a los americanos dentro, y a los alemanes debajo”. Para los grupos de poder centrales en Washington y Londres, seguía siendo clave, en aquel nuevo escenario de las post Guerra Fría, terminar de debilitar estructuralmente a Rusia para dejarla definitivamente afuera y, sobre todo, mantener a los alemanes debajo. Generaba una creciente inquietud en la anglósfera la reunificación de Alemania con su parte oriental que aumentaba su peso económico y territorial, el éxito de su competitiva industria alimentada con hidrocarburos abundantes y baratos de Rusia y el avance del proyecto continental a partir de Maastricht (1993) y el Euro.

La perspectiva de una OTAN Global es la más adecuada para definir la mutación que se produjo en la alianza atlantista luego de la caída de la URSS. Derrotado el gran enemigo de la Guerra Fría, el elemento que justificaba la alianza, la OTAN comienza a convertirse en una herramienta político militar del Occidente geopolítico conducido por el polo de poder angloestadounidense para sostener su supremacía. La clave pasa a ser asegurar estratégicamente el orden mundial unipolar en un capitalismo transnacional, dominado por las redes financieras globales con centro en Wall Street, Londres y la red de cities

Es decir, una nueva concepción estratégica comienza a conducir a la alianza atlántica. El lineamiento dominante se convierte en la expansión hacia el Este de Europa, Asia Indo-Pacífico y Oceanía y la incorporación de socios globales de la alianza, además socios importantes extra-OTAN. 

Dicha perspectiva aparece con claridad en la cumbre de 2006, con la propuesta de Estados Unidos y el Reino Unido de forjar una “asociación global” con los países no europeos y avanzar en la idea de “socios globales”. También es formalizada por Daalder y Goldgeier ese mismo año, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs titulado Global NATO. Allí señalan que “sin demasiado ruido y sin apenas aviso, la OTAN se ha vuelto global (…) la alianza ahora busca llevar estabilidad [sic] a otras partes del mundo. En el proceso, está ampliando tanto su alcance geográfico como el alcance de sus operaciones.” Un ejemplo es la invasión en Afganistán y otros escenarios de “Medio Oriente”, Asia y África. 

Los autores agregan que “sólo una alianza verdaderamente global puede abordar los desafíos globales actuales” y apuntan a que otros “países democráticos” que comparten valores e intereses con Occidente —incluyendo a Australia, Brasil, Corea del Sur, Japón, India, Nueva Zelanda y Sudáfrica— serían claves para la alianza. Además de la expansión global en regiones fundamentales, estos países pueden proveer, en términos más concretos, “fuerzas militares adicionales” y “apoyo logístico” a la OTAN. 

Daaler fue representante permanente de EE.UU. en la OTAN entre 2009 y 2013. Es decir, es un actor central no sólo como ideólogo, sino también en materia práctica a partir de la administración Obama. Desde dicho lugar estratégico buscó avanzar en la perspectiva planteada. De hecho, ya aparecen con la categoría de “socio global” de la alianza los siguientes países: Afganistán (aunque luego de la retirada de las tropas de Estados Unidos y aliados la situación política es muy diferente), Australia, Irak, Japón, Colombia, Corea del Sur, Mongolia, Nueva Zelanda y Pakistán.

A ello tenemos que agregar un conjunto de países que aparecen con la categoría de Aliados importantes extra-OTAN de los Estados Unidos, el cual puede pensarse como un paso previo para la incorporación como socio global: Argentina, Israel, Jordania, Brasil, Qatar, Baréin, Filipinas, Tailandia, Taiwán, Kuwait, Marruecos y Túnez.

El militarismo y la OTAN Indo-Pacífico 

Sólo desde esta perspectiva de una OTAN Global es que China, tan lejos del Atlántico Norte y sin ninguna proyección militar hacia allí, sea definida como un desafío sistémico para la alianza en la cumbre de Madrid de 2022. Dicha definición habla de su propia naturaleza como brazo estratégico militar del Occidente Geopolítico, mediante el cual busca defender el viejo orden unipolar en crisis terminal. 

Además de su avance hacia el Este europeo, resistido con cierta eficacia por Rusia desde 2008, uno de los objetivos centrales de Estados Unidos y el Reino Unido es avanzar con el brazo del Indo-Pacífico de la OTAN Global. 

En este sentido, se propuso abrir una oficina en Japón durante 2024, aunque la iniciativa es resistida por Francia, que no quiere verse arrastrada a una escalada contra China, lo que sería catastrófico para los intereses europeos, ya fuertemente perjudicados por la escalada en el conflicto en Ucrania

Por otro lado, en abril de 2024 los líderes de Estados Unidos, Japón y Filipinas celebraron su primera cumbre en Washington. Allí formalizaron otra instancia multilateral para fortalecer la “contención” contra China. Y aunque las partes negaron que este fuera un paso importante hacia la construcción de una Nueva OTAN asiática, se parece bastante, a juzgar por sus ejercicios militares conjuntos regulares, mecanismos de consulta, intercambio de inteligencia y respuesta coordinada. 

A ello se le agregan otras iniciativas y espacios multilaterales como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) conformado por Estados Unidos, Japón Australia e India, o la alianza estratégica militar de los países de la anglóesfera conocida como AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos). 

En 2023 se anunció la instalación de cuatro nuevas bases militares estadounidenses en Filipinas, donde ya podía operar de manera limitada en cinco instalaciones militares gracias al Acuerdo de Cooperación Reforzada en materia de Defensa.

Para dimensionar la presencia estadounidense en la región, Japón tiene 120 bases estadounidenses activas (el mayor número en el mundo), 80% concentradas en la estratégica provincia de Okinawa, cerca de Taiwán; mientras que en Corea del Sur hay 73. En total y según cifras oficiales, EE.UU. tiene 313 bases en Asia Pacífico.

Taiwán es el territorio clave, primer eslabón de la cadena islas y bases que encierran a China. Este es el sentido de las palabas de ex primera ministra británica Liz Truss quien afirmó, en abril de 2022, que una “OTAN Global” debe armar tanto a Taiwán como a Ucrania.

La apuesta militarista

Los números hablan por sí solos en términos de la apuesta militarista del Occidente geopolítico: el gasto en defensa de los estados miembros de la OTAN liderados por EE.UU. representa 67% del gasto total mundial. La “pacifista” Europa posee un gasto militar de 588.000 millones de dólares en 2023, 16% más que en 2022 y 62% por encima de hace una década, superando por más de cinco veces al gasto de Rusia y más que duplicando al de China (que posee un PBI mayor que el conjunto de Europa). Este número es impactante: el gasto militar de Rusia equivale a sólo el 8% del gasto de la OTAN. Así y todo, para Borrell la cuestión en Europa es gastar más en defensa. 

El problema del militarismo, como toda perspectiva instrumentalista, es que pierde la dimensión central de la política. Y esto es clave para entender el resultado adverso en muchos escenarios a pesar de la descomunal inversión.

La crisis de la hegemonía angloestadounidense, el polo dominante en estos 200 años, es también una crisis de la primacía «occidental” y de su declive secular relativo, el cual contrasta con el ascenso de China y de otros poderes emergentes. Proceso que significa una transformación estructural y revolucionaria de sistema mundial y, como contracara, implica la caducidad del viejo ordenamiento político mundial y de las instituciones que cristalizaban las anteriores jerarquías de poder. 

Las tensiones en torno a Taiwán, la guerra tecnológica impulsada por los Estados Unidos contra China que se articula con la guerra comercial, la escalada en la guerra en Ucrania o la creciente guerra de información y propaganda son fragmentos y frentes de este nuevo escenario de Guerra Mundial Híbrida. Al revés de lo que sucedió a partir del siglo XIX, el viejo polo dominante actualmente tiene grandes dificultades para imponer sus intereses por medio de la aplicación de la “violencia organizada”, en palabras de Samuel Huntington. Pero no va a dejar de intentarlo. 

La OTAN Global resurge de esta necesidad histórica, impulsada por las fuerzas del establishment anglo-estadounidense. Sin embargo, puede ser también un último gran impulso antes de su definitiva “muerte cerebral”, utilizando las propias palabras de Emmanuel Macron de 2019 cuando Donald Trump gobernaba en Estados Unidos.

 

Fuente: Tektonikos - Agosto 2024

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