La renta básica universal ante el reto de la automatización
La pregunta no es si la automatización llegará, sino cómo la gestionaremos. La renta básica no es la clave bóveda de todo el sistema, pero puede desempeñar un papel central en proteger vidas, estimular la creatividad y garantizar que el futuro no sea una disociación entre inteligencia artificial y dignidad humana.
Cuando pensamos en robots, pensamos en fábricas. En brazos metálicos, en coches, en producción masiva. Pero, ¿y si el robot que acabará haciendo tu trabajo es invisible, lineal, y se esconde dentro de un algoritmo? Parece la escena de una novela distópica, pero es el presente que ya se está escribiendo. Y no, no es solo cosa de Silicon Valley, Japón o Corea del Sur. Aquí, en Cataluña, más de un tercio de los trabajadores realizan tareas que podrían ser automatizadas en los próximos años. Esta es una de las cifras que revela un estudio que hemos realizado recientemente basado en el Barómetro de Opinión Política del CEO. Pero lo más interesante no es la cifra objetiva, sino cómo la gente la percibe —y qué quiere que se haga al respecto.
Automatización y conciencia: ver el peligro (aunque no esté) mueve más que sufrirlo
Uno de los hallazgos más significativos de nuestro estudio es que no hay una correlación directa entre el riesgo objetivo de que tu trabajo sea automatizado y el apoyo a políticas como la renta básica universal (RBU). Dicho de manera simple: puedes estar a punto de perder el trabajo por culpa de un algoritmo, y no querer una RBU. O puedes tener un trabajo seguro y defender la RBU con entusiasmo.
Esto nos evoca una paradoja social profunda: la realidad no nos transforma por sí sola. Lo que nos transforma es cómo la interpretamos, cómo la vivimos y cómo la compartimos. De hecho, aquellos que perciben que sus tareas son más fácilmente automatizables (aunque no lo sean en realidad), sí tienden a dar más apoyo a la RBU. La percepción del riesgo, entonces, parece más movilizadora que la certeza.
¿Es justo esperar que la gente toque fondo?
Otro hallazgo relevante: la renta básica universal despierta menos simpatías que la renta garantizada condicionada, es decir, aquella dirigida solo a los colectivos en situación de pobreza. Esto no debería sorprendernos: el discurso social dominante aún asocia la justicia con la focalización, no con la universalidad.
Pero, ¿es justo esperar que las personas caigan en la pobreza para empezar a ayudarlas? ¿Tiene sentido confiar en que, cuando alguien llega al límite, tendrá la fuerza y la información necesarias para pedir ayuda? ¿Debemos asumir que los sistemas de bienestar tradicionales —que demasiado a menudo responden tarde, de manera fragmentada e ineficaz— sean capaces de ofrecer el apoyo necesario a tiempo? ¿O quizás sería más justo —y más sencillo— garantizar a todos una renta modesta pero suficiente para vivir con un mínimo de dignidad, sin tener que justificar constantemente la propia necesidad? Ante una realidad marcada por la emergencia climática, la revolución de la inteligencia artificial y una nueva escalada militar global, tal vez la pregunta no sea si podemos permitirnos una renta básica, sino si es sostenible prescindir de ella.
Cataluña, laboratorio social en tensión
El debate sobre la RBU no es solo teórico. En Cataluña tenemos un proyecto pionero que podría ponerlo a prueba: el Plan Piloto de Renta Básica, diseñado para ofrecer 800 euros mensuales a 5000 personas elegidas aleatoriamente. Pero el proyecto ha topado con bloqueos políticos. Partidos que dicen defender el bienestar como pilar del país, en este caso han preferido bloquear el experimento.
Es curioso —y triste— que las mismas fuerzas que piden evidencia empírica para llevar a cabo políticas públicas sean las que impiden producir esta evidencia. ¿Qué temen? ¿Que funcione? ¿Que haga pensar? Por eso, hay que ir más allá de los atascos parlamentarios. Necesitamos pruebas empíricas, datos concretos y resultados reales. Solo así la ciudadanía podrá comprobar que la renta básica no es un espejismo, sino una política factible, como ya han demostrado los pilotos realizados en países como Finlandia, Estados Unidos o Namibia. El Plan Piloto previsto y comprometido en Cataluña —pero aún misteriosamente pendiente de luz verde para su aplicación— no solo serviría para obtener estos datos, sino para abrir un debate informado y colectivo sobre qué futuro queremos construir.
Derecho a existir en tiempos de automatización
La automatización no es el problema. El problema es cómo se hace, en manos de quién y con qué reglas. Si los beneficios de la transformación digital se concentran en unas pocas manos, mientras los riesgos y los costos recaen sobre una mayoría que ve cómo su trabajo se precariza o desaparece, nos encontramos ante un desequilibrio profundo. La automatización, sin mecanismos de redistribución sólidos, puede amplificar las desigualdades y poner en tensión nuestras democracias. No se trata de rechazar la tecnología, como hicieron los luditas en el siglo XIX frente a un progreso que los expulsaba de su medio de vida, sino de decidir cómo queremos distribuir los beneficios de esta nueva transformación.
La pregunta no es si la automatización llegará, sino cómo la gestionaremos. La renta básica no es la clave de todo el sistema, pero puede tener un papel central en proteger vidas, estimular la creatividad y garantizar que el futuro no sea una disociación entre inteligencia artificial y dignidad humana. Si dejamos de mirar con desconfianza los sistemas automatizados y empezamos a cuestionar las reglas del juego, quizás entendamos que, frente a un futuro acelerado por la disrupción tecnológica y la inestabilidad global, el verdadero gesto revolucionario es asegurar el derecho a existir, sin condiciones.
Referencia bibliográfica
1 Rodríguez-Rodríguez, I., Álvarez Escobar, B., Boso, À., & Casassas, D. (2024). When automation hits home: Exploring the nuanced relationship between job risk and support for universal basic income. Social Science Information, 63(4), 468–497. https://doi.org/10.1177/05390184241298405
Fuente: Sin Permiso - Abril 2025