La sentencia, las culturas y el otro(S)
Partiendo de asumir la historicidad de lo institucional, el fallo –particularmente en la fundamentación del doctor Zaffaroni– convoca a pensar la decisión política plasmada en la Constitución de crear una Nación para no-sotros y para todos aquellos que quieran habitar suelo argentino. Así, dice, fuimos creando una identidad hecha de diversidad: “Y por cierto que fueron muchos los que quisieron habitarlo: hombres y mujeres. Los sobrevivientes de los masacrados pueblos originarios, gauchos mestizos, oligarquías con aspiraciones aristocráticas; clases medias en pugnas por ascender; clase trabajadora concentrándose industrialmente en migración interna; población europea transportada masivamente; inmigrantes de países hermanos; colectividades de los más lejanos países del planeta; refugiados de todas las persecuciones, por entero diferentes”.
Y si los medios audiovisuales –de manera innegable, afirma la Corte– tienen una incidencia decisiva en la conformación de la cultura, ésta no puede estar en manos de monopolios u oligopolios. Un Estado responsable no lo puede permitir. Si así lo hiciera, dice Zaffaroni, constitucionalmente estaría renunciando a cumplir los más altos y primarios objetivos que señala la Constitución, siendo la homogeneización de la cultura la destrucción de nuestro pluralismo.
Ante la predominancia de la economía política para pensar el derecho a la comunicación, este fallo incorpora un elemento central para hablar de la regulación de la propiedad mediática: la dimensión cultural de la comunicación. Lo que se pone en juego es un punto de vista cultural, asumiendo que los medios producen cultura. Y no en un sentido restringido, como bellas artes o alta cultura, sino en un sentido antropológico, como territorialidades simbólicas de la sociedad, como prácticas cotidianas. Los medios de comunicación son actores sociales, mayoritariamente empresariales, que no producen zapatos o latas de tomates, sino que producen valores; prejuicios; definiciones sobre lo bello o lo siniestro. Autorizan o estigmatizan sujetos. Producen verdades, sentido común, legitimidades e ilegitimidades que constituyen modos del vivir juntos.
La cultura producida en serie como lata de tomate fue una preocupación central de los integrantes de la escuela de Frankfurt. La homogeneidad que anulaba las posibilidades del pensamiento crítico fue vista como plataforma del totalitarismo en una sociedad capitalista. Para estos pensadores, el individuo sería ilusorio, sólo con una identidad incondicionada con lo universal.
Pero, más allá de las intenciones o no de Adorno y Horkheimer, pensadores centrales en torno de lo que van a denominar como industrias culturales, la escucha de sus argumentos se centró en la pérdida en manos de los medios de la alta cultura. Se lloró sólo por las bellas artes de las elites.
El fallo de la Corte, marcado por un pensar desde la periferia, y sin duda por un marco histórico y geopolítico particular (intuyo, más y menos reflexionado por las individuales que lo corporizan), va en una dirección distinta: la homogeneidad cultural preocupa en cuanto atenta contra la igualdad como derecho de todos y todas a hacer lo público. Y lo público tiene una dimensión simbólica hecha de pluralidades que no puede ser anulada por un asunto de privilegio ante el capital.
Enorme aporte para pensar los caminos de hacer la patria, que puede ser plana y autoritaria, o puede ser aquella hecha de todas las patrias que son los nos/otros.
Página/12 - 2 de noviembre de 2013