“La sociedad brasileña siempre fue desigual y racista”
A pocos días de la huelga general convocada para el 14 de junio en Brasil, la investigadora Rosa Maria Marques, señala las condiciones que llevaron a Bolsonaro al poder y su dificultad para sostenerlas.
Mientras Jair Bolsonaro disfrutaba de una cena romántica con su esposa en el emblemático “Señor Tango”, los ciudadanos del gigante sudamericano se mantenían en estado de alerta, a días de haberse manifestado masivamente contra los recortes en educación y en defensa de las jubilaciones, vulneradas por una inminente reforma que aparentemente no será resistida en la arena parlamentaria. Las expectativas de gran parte de la sociedad y de la oposición al actual gobierno de Brasil están puestas en la huelga general (greve geral) anunciada por las centrales sindicales para el próximo 14 de junio, que busca generar un efecto demostración volcando a las calles una multitud similar a la que adhirió a la huelga de abril de 2017, durante el gobierno de Michel Temer. La semana pasada confirmaron su adhesión a la medida las centrales del transporte y de la educación pública, entre otras.
En su visita a Buenos Aires invitada por el Iade, Rosa Marques, profesora de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo, dialogó con PáginaI12 sobre las condiciones de posibilidad que llevaron a Bolsonaro a la presidencia de Brasil y acerca de los peligros para la democracia que implica el creciente autoritarismo de su gobierno.
–¿Cómo pudo ganar las elecciones en Brasil un candidato como Jair Bolsonaro, que se presenta como un outsider, aunque viene desde adentro de la estructura partidaria?
–Hubo un proceso de desgaste interno muy grande en Brasil. Tuvimos tres años de un gobierno pequeño, el de Michel Temer, con fuertes cambios en las políticas sociales y de distribución de ingresos que, al mismo tiempo, apoyó fuertemente a algunas empresas “campeonas”. Se creó un vacío con Lula preso, un descontento muy grande en una parte de la población. Bolsonaro catalizó esa situación siendo, efectivamente, un “outsider” que estuvo durante dieciocho años en el Parlamento pero perteneció al “bajo clero”. No convive con las clases dominantes, es un “bandido”, aunque sí haya logrado ubicarse entre las milicias.
–¿Qué rol jugó el votante de clase media en el resultado de las elecciones?
–La clase media poco a poco fue mostrando su descontento en sucesivas elecciones. Al observar el mapa electoral, notamos que Bolsonaro obtuvo más votos en los estados de ingresos medios y altos que no soportan que se hayan desestructurado las bases de la sociedad brasileña, que siempre ha sido desigual y racista. Desde fines de los ochenta, en Brasil los cambios estuvieron asociados a la democracia y a la posibilidad de convivir con el diferente. Cuando llegaron Lula y Dilma, este cambio estaba en alza. En ese contexto político cultural, los gobiernos del PT aprobaron leyes que beneficiaban a esas minorías. Y buena parte de la clase media no lo soportó. La gente puede ser muy buena, pero cuando una empleada doméstica tiene un hijo en la universidad y tu hijo no entró, se genera un resentimiento. Actualmente, en la universidad hay dos tipos de cupos: uno es para los negros y otro, para sectores de bajos ingresos que estudiaron en escuelas públicas.
–En las últimas semanas se han observado muchas movilizaciones en rechazo al recorte en educación y, en general, al ajuste que pretende implementar el gobierno de Bolsonaro. ¿Qué impacto cree que puedan tener esas manifestaciones en vistas de la nueva huelga general convocada para el 14 de junio?
–La educación es el sector que sufrió los mayores niveles de ajuste, lo cual afecta la situación de los estudiantes y de los profesores. Espero que esas movilizaciones hayan sido un paso importante para la huelga general del 14 de junio. Creo que la huelga tendrá un impacto político importante, pero, al mismo tiempo, tenemos que esperar para ver si las centrales sindicales cierran filas con los partidos de la oposición. Se está dando el primer paso para esa construcción y, en ese sentido, que la gente salga a la calle es muy significativo.
–¿En qué sentido las políticas educativas del PT afectaron a la clase media?
–En la dimensión subjetiva. La clase media pensaba que había perdido ingresos, lo cual no es verdad. Lo que ocurrió es que crecieron los ingresos de los sectores más bajos y se acercaron a los de la clase media. La reducción de la brecha en materia de ingresos se dio entre la clase baja y la clase media, pero los verdaderamente ricos, como dice Lula, nunca ganaron tanto.
–¿Los verdaderamente ricos apoyaron al PT?
–En un primer momento, sí.
–¿Y por qué se perdió ese apoyo?
–La pérdida de apoyo comenzó después de 2008. En primer lugar, producto de la crisis internacional, que inicialmente no afectó mucho la economía brasileña, aunque después sí tuvo un impacto negativo. Y en segundo lugar, por la baja en el precio de los commodities. Dilma hizo algo que Lula nunca había pensado hacer: bajar la tasa de interés en una economía donde el sector financiero está imbricado con la industria, por lo que comenzaron a aflorar las contradicciones. La situación internacional era mala, encima cayó el comercio internacional y, por ende, la exportación de las commodities, que, además, disminuyeron su precio. Bolsonaro inició su campaña para presidente hacia 2014, muy cerca de las elecciones de ese año.
–Bolsonaro inició su campaña en el momento en que las movilizaciones en Brasil –iniciadas como una crítica al aumento del boleto– fueron cooptadas por grupos de derecha, como el Movimiento Brasil Libre. ¿En qué medida esa derechización de las protestas contribuyó para concretar la destitución de Dilma Roussef?
–Es imposible pensar ambas dinámicas en forma separada. El proceso empezó en 2013, como algo contradictorio, y terminó de otra manera. El gobierno de Dilma intentó aumentar el control sobre la economía. En Brasil hubo una gran ola privatizadora que comenzó con Fernando Collor, pero las mayores privatizaciones las hizo Fernando Henrique Cardoso. Hay quienes sostienen que Lula las continuó, pero fue algo muy chico. Muchos recursos siguen siendo estatales, como Petrobras, el Banco do Brasil, Caixa Económica, Electrobras. Las privatizaciones, sin embargo, son un cambio de propiedad, que no necesariamente transforman la relación entre capital y trabajo.
–No es lo mismo Petrobras en manos del Estado que en manos privadas y extranjeras.
–Es cierto, pero el Estado brasileño es fuerte, incluso así. El tema es que tanto los industriales como la clase dominante en general, interna y externa, pedían una reforma laboral. Brasil, como otros países de América del Sur, tiene una fuerza laboral muy despareja: una parte está formalizada y la otra, completamente precarizada. Con Lula, el mercado formal aumentó como nunca antes, sobre todo en los sectores de bajos ingresos.
–¿Ese aumento se debió a la valorización del salario mínimo o fue producto de otro tipo de regulaciones?
–No solo de la valorización del salario, la formalización también trajo beneficios en términos de protección social y de otros derechos. Precisamente, el problema para la industria y para el capital extranjero eran los trabajadores que estaban en la formalidad, porque tenía un salario comparativamente alto. Temer, incluso antes que Bolsonaro, cambió esa situación en el mercado de trabajo.
–¿Cuáles fueron los principales cambios que hizo Temer en el ámbito laboral?
–Lo más importante es que cambió la relación entre patrón y trabajador. La empresa puede proponer un acuerdo que estará por encima de lo que marca la ley y, con eso, se abre una variedad de formas de contratación.
–¿Qué continuidad dio Bolsonaro a esas iniciativas de precarización laboral?
–La precarización laboral ya era un hecho, no era necesario nada más. Bolsonaro hizo cambios en la política de salario mínimo. Dilma aplicaba una fórmula de valorización del salario que incluía la inflación pasada y el aumento de la productividad. Durante los dos gobiernos de Lula y el primero de Dilma, esa valorización llegó al 74 %. El segundo gobierno de Dilma fue muy diferente.
–Con el triunfo de Bolsonaro, el resultado de las elecciones en Brasil significó una recomposición en el Congreso y en la propia conformación de los partidos tradicionales. ¿Qué efectos tuvo esa reconfiguración en términos de gobernabilidad?
–Bolsonaro no es un político como cualquier otro, su racionalidad es distinta. Desde que se recuperó la democracia en Brasil ha habido un presidencialismo de coalición, lo que llamamos “Nueva República”. Cuando Lula ganó la elección no estaba solo, los ministerios tenían la representación de distintos partidos. Cuando Bolsonaro asumió el gobierno, conformó sus ministerios sin ninguna coalición.
–El gobierno está impulsando la reestructuración de ministerios, una medida que tomó por decreto y debería aprobar el Congreso. ¿Cree que la actual composición parlamentaria permitirá su aprobación?
–Las medidas provisorias son un problema porque el gobierno es muy diferente, casi diría “loco”. Sin embargo, las instituciones no cambiaron, hay un Congreso y hay jueces, aunque los jueces se compren. Por eso es que no puede haber decretos-ley como durante la dictadura. Las medidas provisorias, en algún momento, deben pasar por el Congreso. Con estas elecciones, desaparecieron partidos tradicionales como el de Fernando Henrique Cardoso. Eso no garantiza que todo marche bien para Bolsonaro, tampoco significa necesariamente una derrota para él. La pregunta que uno se puede hacer es: ¿envía todo al Congreso para que pase algo de ese paquete? ¿Cuál es el verdadero objetivo? El Congreso está funcionando y hay una oposición parlamentaria. Hay una tendencia al autoritarismo en Bolsonaro, pero tampoco es que haya cerrado el Congreso. De todas formas, hay propuestas del gobierno que van a pasar más fácilmente, como la reforma jubilatoria, que consiste en aumentar la edad para jubilarse y los años de aportes. La propuesta de un sistema de capitalización puede venir después, no es lo más importante en este momento.
–Se empiezan a ver algunos desacuerdos entre los sectores militares y el sector que responde a Olavo de Carvalho. ¿Cree que eso repercutirá en la relación del propio Bolsonaro con los militares?
–Olavo es su ideólogo. Donde los militares están más presentes es en el Ministerio de Educación. Hubo un cambio de ministro y se dio un conflicto entre los militares y los olavistas. Yo tengo una interpretación maquiavélica: un tiempo antes, Bolsonaro había hablado en la conmemoración de un acontecimiento militar, el alzamiento del 31 de marzo de 1964. Hubo un gran rechazo de la oposición, principalmente de la izquierda. Muchos periodistas hipotetizaron que esa había sido una movida para que se manifestara el conflicto.
–La previsión de crecimiento que había para este año se revirtió. Ahora estaría cerca del 1 por ciento o incluso menos, lo que continuaría con el ciclo recesivo de Brasil. ¿Qué factores o decisiones de este gobierno contribuyen a esa tendencia?
–El nivel de desempleo en Brasil es casi del 13 por ciento, lo que equivale a 13 millones de desempleados. Es una situación grave. Más aun cuando en ese porcentaje no se incluyen las personas que ya no buscan empleo o que trabajan esporádicamente. La tasa de inversión está en el nivel más bajo y la capacidad ociosa es muy alta. Había instituciones financieras estatales orientadas a otorgar crédito al sector industrial. Por eso la inversión estatal fue siempre muy importante, pero ha venido disminuyendo hasta casi desaparecer. Cuando la economía empezó a mostrar problemas más graves, durante el gobierno de Temer, hubo un cambio en el régimen fiscal, permitido por enmienda constitucional, para controlar el nivel del gasto del gobierno federal. En diciembre de 2016, Temer anunció la intención de volver al superávit para garantizar el pago de la deuda estatal, que es mayormente interna.
–¿Eso empeoró el rendimiento de la economía en Brasil?
–El primer presupuesto que no cambió respecto del año anterior fue el de 2017, al año siguiente el aumento fue solo nominal, pero no varió en términos reales. Cuando Bolsonaro inició su gobierno las expectativas eran distintas, pero ahora, tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial sostienen que el crecimiento será casi nulo. Y la crisis argentina también afecta a Brasil. En este escenario, la perspectiva de crecimiento es revisada todos los días. Incluso hay pronósticos de crecimiento negativo, con lo cual la recaudación impositiva cae y, por eso, se aplica un procedimiento de contingencia para suspender la ejecución del gasto hasta que se alcance el nivel necesario de ingresos fiscales. En algunos estados las consecuencias de la recesión son muy graves, a tal punto que hay demoras en el pago de los salarios. Es una situación de quiebra. El gobierno federal ayudó un poco a paliar la situación, pero se trata de una situación dramática generalizada.
–¿Cuál es el sector de la economía más afectado por la crisis argentina?
–Principalmente, la industria automotriz.
–En la agenda bilateral, el aspecto importante tanto para Macri como para Bolsonaro es avanzar en los acuerdos con la Unión Europea. De hecho, ya se habían iniciado conversaciones entre ambos gobiernos antes de la visita de Bolsonaro a la Argentina. En el estado actual del Mercosur, ¿cómo se encara una negociación comercial con la Unión Europea?
–Bolsonaro tiene una posición ideológica clara e inocultable: no quiere saber nada con América latina y, particularmente, con países como Venezuela. En el mismo sentido, el gobierno brasilero cambió la relación con Estados Unidos. Sinceramente, no sé si un acuerdo con la Unión Europea pueda prosperar. Hay mucha retórica, pero no estoy segura de que haya condiciones para que esa iniciativa se concrete.
Página/12 - 10 de junio de 2019