Las falsas fotos sobre Venezuela
Daniela Frías, por su parte, tuiteó “Tú y yo somos venezolanos mi pana”, y sirve como epígrafe a la foto de una jovencita tomando por los hombros a un policía, y rompiendo a llorar mientras lo mira frente a frente. Esa foto, en realidad, procede de Bulgaria y fue tomada durante una de las protestas de estudiantes de 2013.
Otra foto difundida por Ya Cuba Twitea, prendida a numerosos hashtags como SOS o 12FVenezuelaPaLaCalle. El texto se limita a infundir retuiteos: “Que esta foto dé la vuelta al mundo”, expresa. La imagen es la de un joven estudiante arrastrado de atrás por dos policías totalmente pertrechados, uno agarrándolo del cuello y el otro doblándole el brazo. La imagen corresponde, en realidad, a una de las represiones policiales del año pasado en Santiago de Chile.
Por su parte, Raps Libertad! tuiteó: “Vean todos: la Mega inmensa rolo que hicieron en Tachira. Me quito el sombrero. Qué bárbaro”. La imagen es la de una infinita cadena humana toda vestida con remeras amarillas, que serpentea una ruta hasta perderse en el horizonte. El tuitero la presenta como una cadena humana de resistencia al gobierno de Maduro, pero la foto está, en realidad, tomada de una manifestación multitudinaria a favor de la independencia catalana, que tuvo lugar en septiembre de 2013.
Se podría seguir describiendo a lo largo de varias páginas las decenas de fotos falsas que en una inédita operación de acción psicológica tuvo lugar esta semana en las redes sociales de toda la región, pero quizá la que mejor resuma la impunidad con que se mueven los nuevos desinformadores sea una que retuiteó Amanda Gutiérrez. “Me llegó esto. Disculpen, pero debo compartirlo!”, dice, e ilustra con una foto de un estudiante arrodillado y obligado a practicarle sexo oral a dos policías. La foto es probablemente la más bizarra, porque aunque a lo que remite es a las escenas protagonizadas por el ejército norteamericano en Irak, ésta, protagonizada por latinos, está directamente sacada de una película porno.
Probablemente, como puede llegar a parecer en este último caso, muchísimos usuarios de Twitter opositores al gobierno venezolano tomaron las fotos como verdaderas, mientras hubo otros, al menos quienes armaron el enorme dispositivo de comunicación para fogonear la violencia en Venezuela y forzar el derrocamiento de Maduro, que planificaron torpemente la opereta, que no resistió ni un día la prueba de su veracidad. Desde varias latitudes, desde Venezuela pero también desde Estados Unidos y España, un día después de la difusión de las imágenes falsas ya se las había identificado y desenmascarado, pero, ops: la viralización de la mentira corre más rápido que su desenmascaramiento.
La operación desinformativa en las redes sociales tuvo su asidero en la realidad, por supuesto. Esta fue una semana de mucha violencia, que arrojó detenidos, heridos y muertos, uno de ellos una bella reina de Turismo de Carabobo, quien fue baleada en la cara desde una moto. ¿Quiénes estaban subidos a esas motos? No se sabe, pero la operación mediática y la base de sustento montada sobre las redes sociales lleva implícita la respuesta: un chavista al servicio del “régimen asesino” que se da por descontado en la mayoría de los comentarios periodísticos de los grandes medios.
Uno de los que desenmascaró una decena de esas fotos falsas que los tuiteros venezolanos hicieron pasar por documentos sobre “la represión del régimen” que circulaban por las redes sociales porque ellas se adjudican, precisamente, la “libertad” de la que el “régimen” priva a los medios tradicionales, fue el español Pascual Serrano, en un pormenorizado análisis publicado en eldiario.es y titulada “Venezuela y la orgía desinformativa”. El año pasado, Serrano escribió su último libro, La información jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes. En él, Serrano, que además de participar activamente de las redes sociales fue uno de los fundadores del periódico digital Rebelión, aclara que en tanto usuario su intención al hacer ese análisis no es la de impugnar a las redes como vehículo de comunicación, sino más bien advertir que esos soportes no están funcionando como se preveía cuando se los celebraba como el tejido tecnológico de una nueva etapa de la comunicación, en la que el libre acceso y la posibilidad igualitaria de la palabra y de la imagen soplarían a favor de ésa y otras democratizaciones.
Esta catarata de falsedades sobre lo que sucede en Venezuela, difundidas por personas anónimas de las que ni siquiera se sabe su lugar de emisión, parece reforzar esa idea de Serrano, que señala como “un mito de la izquierda” aquella pretendida democratización, un “mito” que se debe revisar, a la luz de quiénes y cómo hacen uso político de las nuevas tecnologías, ya no por creatividad personal sino al amparo del anonimato y la viralización acrítica que promueven las redes, que vehiculizan, como en este caso y nunca con tanto descaro, el objetivo de cazar bobos y generar un clima de violencia más allá de las redes, en la realidad.
En el libro, Serrano plantea que el reduccionismo, la descontextualización y el anonimato de las redes no sirve de igual manera a una ideología que a otra. Lo que afirma es que el modelo de la información jibarizada le sirve a la derecha, siempre apta para los slogans, los climas, los malestares imprecisos. Las nuevas tecnologías han cambiado nuestras mentes, ahora ansiosas por comunicar lo que se desea en la mínima cantidad de caracteres. El problema, escribe Serrano, es que hay nuevas subjetividades que se están adaptando a esos soportes, y no es que escriban corto: piensan corto. Las ideas transformadoras, las que se inspiran en viejas tradiciones, las que anclan en luchas históricas, necesitan exhibir la complejidad del mundo y de los procesos políticos que lo surcan. Las redes sociales son sencillas de manejar, el poder no. “Detrás de la información jibarizada hay una ideología que gana y otra que pierde. Detrás de las nuevas tecnologías hay una tesis política que sale beneficiada y otra a la que perjudican –afirmó Serrano en una entrevista subida a YouTube–. El que quiere cambiar el modelo dominante necesita su espacio y su reflexión. El modelo dominante se preserva con algo escueto y descontextualizado. Creíamos que las nuevas tecnologías democratizarían la información, pero lo que han democratizado ha sido la desinformación.”
Página/12 - 22 de febrero de 2014