Los desafíos del movimiento cooperativo en la construcción social y política / Juan Carlos Junio*
Las importantes novedades de la coyuntura nos obligan a repensar sobre la política, su relación con nuestra construcción y los desafíos a futuro. No es para nosotros una novedad afirmar que como cooperativistas asumimos desde nuestros orígenes posicionamientos políticos en defensa de los intereses específicos del movimiento, como parte del campo popular. Por lo tanto, en el plano de la lucha reivindicativa, el Movimiento Cooperativo adquirió -durante muchísimas etapas de su vida– facetas claramente políticas. En ese sentido creo que ya tenemos una larga tradición, una gran costumbre, una larga historia de comprometernos en términos políticos.
Hecha esta primera afirmación general, cabe señalar que esa definición no es abstracta sino que debe comprenderse en los procesos históricos, en los cambiantes escenarios económico-sociales, políticos, culturales, ideológicos en los que intervenimos frente a los ámbitos de gobierno. Desde la política nos hemos defendido contra planes gubernamentales o de expresiones del poder económico. Nuestro medio siglo de vida da cuenta de ambas afirmaciones.
¿De dónde provenían los ataques? ¿A qué causas o motivaciones obedecían? Es importante revisar nuestra historia, aunque sea muy someramente. Algo que no podía ser tolerado por el poder real de este país era que nosotros mismos fuésemos gestores de recursos y proveedores de servicios financieros desde una perspectiva genuinamente democrática y participativa. Gestión que se reveló al mismo tiempo como de gran eficacia operativa. Ese lugar nos valió una larga saga de agresiones cuyo punto de partida puede ubicarse en 1966, con el golpe de Onganía, a pesar de que hubo intentos previos en una misma dirección. Nuestro movimiento había alcanzado un desarrollo fenomenal: teníamos más del 10% del sistema financiero, y ahora que estamos pugnando por algo más del cuatro y soñamos con llegar al 10 en pocos años, podemos valorar el enorme poder que adquirió esa experiencia y comprender por qué fue atacada. Contábamos en ese momento con alrededor de 1.000 Cajas de Créditos.
En definitiva, ese y otros ataques vinieron lisa y llanamente desde la política, no desde nuestras carencias, de nuestras dificultades, desde presuntas ineficiencias económicas sino desde su fortaleza, que se expresaba en un crecimiento geométrico que había que frenar, especialmente por lo peligroso de su ejemplo. Nuestras Cajas eran, en su gran mayoría, organizaciones sanas, siendo que tenían un carácter absolutamente popular y democrático desde su génesis. Quedaba demostrado en la práctica que pequeños comerciantes o industriales de barrio o de pueblos y ciudades de nuestras provincias, podían administrar con eficacia masas importantes de dinero. O sea que el lugar sagrado que el capitalismo siempre le asignó a muchos sectores de las clases adineradas tradicionales estaba siendo ocupado con éxito por gente del pueblo.
Intentamos recuperarnos de esa agresión, y, a poco de retomar la senda de cierta normalización, afrontamos un nuevo ataque de otra dictadura –esta vez el Proceso genocida de 1976-. Coyuntura esta en que, desde la política nuevamente, nos quisieron eliminar del sistema. Nosotros en ninguna de esas circunstancias teníamos posibilidad de defendernos frente a los usurpadores del poder constitucional mediante negociaciones. Su carácter político, su ideología antidemocrática y oscurantista lo tornaban imposible. Aun en ese contexto tan desfavorable dimos la batalla y, desde el punto de vista de sostener nuestra supervivencia, puede decirse que triunfamos, aunque hayamos para ello tenido que pagar el costo de la transformación de Cajas Cooperativas de Crédito en Bancos Cooperativos.
Y hay que decir que nos agredieron los gobiernos dictatoriales pero también en algunos casos sufrimos en los gobiernos constitucionales, por su indiferencia o por su falta de determinación frente a las presiones del establishment. Lo cierto es que como cooperativistas nunca ocupamos lugares de poder. Y tampoco los tuvimos todas estas décadas, ya como Banco Credicoop resultante de la fusión del 78 / 79 . Transitamos todos estos años luchando sin ningún apoyo de los estamentos de poder. Más bien, y como siempre, todo lo contrario, particularmente durante la década del 90. Por entonces, tanto el gobierno como las autoridades del Banco Central políticamente también estaban en contra de nuestra filosofía, como así también del conjunto de intereses de las mayorías populares.
Por lo tanto, nunca pudimos tener acceso al escenario de la política en el que se toman las decisiones. Así es que nuestra ausencia en ese campo puede ser vista como un hecho natural. Sin embargo, es una consecuencia directa de los condicionamientos que a lo largo de décadas nos impusieron desde el poder. La política desde el Estado, como lugar desde el cual defender los intereses específicos de la cooperación pero también los intereses mayoritarios de la sociedad, es un desafío que debemos afrontar.
Hay que decir que hay un crecimiento importante de la participación política de los Cooperativistas en el mundo y, particularmente, en algunos países. Yo recuerdo un artículo de Edgardo Form de hace muy poco, precisamente llamado “Cooperativismo y Política”, que se publicó en Acción[1]. Un artículo de unas pocas líneas, donde él recuerda que en Brasil hay un frente parlamentario de cooperativistas que son ciudadanos de diversos partidos políticos pero que todos provienen de diversas ramas del Cooperativismo. Sin embargo, como todos vienen del movimiento cooperativo se han nucleado y, desde ese lugar, más de un centenar de legisladores defienden los intereses de la cooperación.
También hay una experiencia valiosa en el Frente Amplio del Uruguay. Participan del Frente muchos dirigentes cooperativistas. Y así los hay en otros lugares. Obviamente está la participación de Floreal Gorini en el Parlamento Argentino hace muy pocos años y que fue objetivamente importante. Se destacó por sus aportes en el debate parlamentario, y por su consecuencia en la búsqueda permanente por acompañar como diputado las demandas y luchas de los ciudadanos que lo eligieron.
En el mencionado artículo de Edgardo Form, él recuerda que el Principio de Autonomía de Independencia dice:
“En todas partes del mundo los Cooperativistas se ven afectados por las relaciones con el Estado, por sus políticas fiscales, económicas y sociales. Los gobiernos pueden resultar una ayuda o pueden ser perjudiciales en relación a los intereses cooperativos. Por lo tanto, todos los Cooperativistas deben alentar relaciones abiertas y claras con los gobiernos. La Alianza Cooperativa Internacional promueve una mayor incidencia de los Cooperativistas en los poderes públicos en función de que se potencie la gravitación de los Cooperativistas en el sistema gubernamental”
Ciertamente, nosotros siempre nos hemos diferenciado desde el Instituto Movilizador por tener una visión comprometida con los problemas nacionales e internacionales de nuestro país y del mundo. Y eso también es una posición política del Movimiento a la que estamos totalmente acostumbrados. Tenemos una enorme gimnasia en participar en procesos políticos, ejerciendo el derecho de petición, de reclamo y manifestación. En fin, esa conducta para nosotros ya es un lugar común y creo que son muy pocos los ejemplos de similar potencia y definición política como el que tenemos en nuestro movimiento a lo largo de casi medio siglo.
Desde mediados de la década del ´80 el IMFC viene avanzando claramente en esta dirección. Primero, dada su participación como Entidad en el Congreso del Trabajo, la Cultura y la Producción con el Movimiento Sindical (en este caso con la CTA), con el Movimiento Estudiantil (en aquel entonces estaba la FUA), con la Federación Agraria Argentina, con Apyme, con vistas a contribuir -desde el Movimiento Cooperativo y desde su capital social, su prestigio y su ideología– a la resolución de este drama que tienen los sectores progresistas argentinos que es la falta de una opción, de una alternativa política de poder.
Luego del antecedente del Congreso del Trabajo, la Cultura y la Producción -que duró varios años- vino el otro gran hecho netamente político, que fue el FRENAPO (Frente Nacional contra la Pobreza), en el que nosotros tuvimos un fuerte protagonismo. El FRENAPO tuvo por primera vez un elemento muy valioso que fue la conformación de espacios sociales con políticos, con religiosos y de derechos humanos. O sea que se supera la supuesta antinomia, la muralla china de lo social con lo político y allí, entonces, ingresan organizaciones políticas muy diversas. Recordemos los diversos partidos y organizaciones que había, en general del espacio progresista: el ARI, el PC, el Partido Socialista, el PI, vertientes peronistas, diversos afluentes de orientación socialista, organizaciones religiosas, estaban prácticamente todas las principales organizaciones de derechos humanos y las principales organizaciones sociales con las que nosotros veníamos trabajando desde antes.
Después de que esa notable experiencia política se agotó -nosotros la defendimos hasta último momento y tratamos de que se sostenga, precisamente por el gran valor político que le asignábamos–, hubo otro gran proyecto que fue el Encuentro de Rosario –del que fuimos protagonistas desde su fundación- que también tenía este componente esencial de lo social con lo político. Su documento fundacional fue muy avanzado, con definiciones muy importantes tanto en lo nacional como lo internacional. También con una visión plural y amplia, que podía contener a sectores muy diversos. Todos estos procesos resultaron muy trabajosos. Su construcción lleva más tiempo del que los tiempos políticos a veces reclaman y demandan, por los problemas que tiene este espacio progresista en nuestro país.
No pudo sostenerse hasta aquí muy a pesar nuestro, pero -insisto– jugó un gran papel en aglutinar a todos estos sectores. Decía que este tema de la división de lo social y lo político es quizás un punto ideológico nodal que hay que discutir. Nosotros creemos que lo social es un lugar donde el Pueblo se nuclea en sus más diversas facetas, para que sus reivindicaciones especiales, de todo tipo, puedan ser canalizadas en esas organizaciones de la sociedad civil. Pero el espacio de disputa del poder de gobierno es lo político. Allí es donde se definen las políticas que van en dirección a satisfacer intereses o necesidades populares o, por el contrario, a dar respuesta a los privilegios de las minorías. Claro que alguien podría decir que todo lo social a su vez es político desde la visión tradicional de los griegos de que el hombre es un ser social. O sea, no es un ser individual, sino que para resolver sus funciones vitales de carácter económico y cultural establece determinadas relaciones en la sociedad. Lo contrario para nosotros sería aceptar una visión reaccionaria no tan lejana, porque el neoconservadurismo plantea que el hombre es un ser individual y que tiene que marchar por sí mismo negando, de hecho, la visión de ser social.
En definitiva, para redondear la idea sobre este punto, debiéramos señalar que resulta imprescindible que se participe en las organizaciones sociales de todo tipo y tamaño, pero a su vez vincular esta actitud activa con el otro plano de la lucha: el específicamente político.
Esta visión integra y completa nuestro enfoque ideológico con vistas a que los cooperadores realicemos el máximo aporte posible a la lucha de nuestro pueblo por encontrar los caminos que lo conduzcan a lograr una democracia auténtica, la verdadera soberanía y una sociedad más justa e igualitaria para todo nuestro pueblo.
Pero pensar en un nuevo rumbo requiere ir definiendo, no sólo quiénes van a ser los sectores sociales que le darán sustento, sino también cómo se logra articular la fuerza política que los exprese en una construcción novedosa que dé respuesta a la crisis de representación existente y que incluya a los sectores progresistas en términos políticos.
Retornando al concepto de individualismo que se impuso desde el poder mundial, han puesto de moda últimamente un libro escrito por una mujer rusa titulado La visión del egoísmo, de Ayn Rand, en que se vuelve a exaltar al egoísmo como el principal motor del hombre y del sistema social. Declara que el único sistema posible es el capitalismo, a partir de lo cual se opone frontalmente a la idea del cooperativismo en cualquiera de sus variantes. Niega rotundamente la asociación como forma de abordaje para resolver los temas de la sociedad. A nadie debiera sorprender que Mauricio Macri se declare su ferviente admirador, coincidentemente con su hora de triunfo. Al respecto resulta interesante recordar aquella sentencia de Marx del Dieciocho Brumario, relacionada con el triunfo de Napoleón el Pequeño: “Los pueblos en épocas de mal humor pusilánime gustan escuchar a los voceadores que les posibilitan ahogar su miedo interior”.
Nada nuevo bajo el sol. Floreal Gorini en septiembre de 1993 decía: “Es elocuente el pensamiento de B. Haieck, premio Nobel fallecido hace poco, que en uno de sus trabajos declaraba que ‘la desigualdad no es deplorable sino sumamente satisfactoria’. Para un mundo basado en ideas igualitarias, el problema de la superpoblación es insoluble. Para este problema no hay más que un freno: que se conserven y multipliquen tan sólo los pueblos capaces de alimentarse por sí mismos”. Concluía Floreal con que “existe una ofensiva teórica para demostrar que el egoísmo es una virtud para la sociedad humana”. Reiteramos entonces que ni la promocionada escritora rusa ni su aplicado lector Mauricio Macri inventan nada muy original para defender este decadente paradigma.
Ahora bien, lo cierto es que (desde el esquema de poder establecido en el mundo moderno, particularmente desde la Revolución Francesa y el Iluminismo, e instituida la división de poderes en la que el Pueblo gobierna a través de sus representantes) quienes administran el poder real lo hacen desde la política y, particularmente, desde los partidos políticos que son las formas que adopta el sistema para canalizar la expresión popular. El Pueblo elige a sus representantes y desde allí se gobierna y se administra el poder.
Claro que, en nuestra visión, hay que participar de esos estamentos parlamentarios en todos sus niveles: municipales, provinciales o nacionales. De eso se trata justamente. Nosotros debemos aportar a que se cumpla un rol auténticamente democrático, defendiendo los intereses del pueblo y los verdaderos valores culturales y éticos que el sistema capitalista erosiona constantemente, ya que está en su naturaleza negarlos por su esencia concentradora de la riqueza a favor de las grandes corporaciones, y por su espíritu exaltador del lucro sin límite. El sistema tiende a erigirse a sí mismo como representación democrática de la Nación. Sus clases dominantes siempre han privilegiado la defensa irrestricta de sus intereses, aunque ello implique la degeneración del sistema político que le da sustento. En definitiva, la experiencia indica que nosotros debemos participar y luchar también. Pero esa visión sola, en nuestra opinión no alcanza. Sería la visión de una democracia formalista. Creemos que hay que participar de todos los ámbitos de representación; pero a la vez hay que estimular el protagonismo del Pueblo en todos los lugares de la sociedad: en todos los estamentos de carácter social, cultural, de la vida de la sociedad. O sea que el Pueblo tiene que protagonizar en el barrio, en la biblioteca, en el club, en el hospital, en la facultad y particularmente en sus lugares de trabajo, ya sean empresa de servicios, industriales o cualquier otra variante productiva, etc. Esa es la garantía de que haya una democracia auténticamente participativa. Pero –insisto– debe haber, entonces, una búsqueda desde los espacios populares por participar y protagonizar en todos los ámbitos del poder político, no solo en lo social. En realidad esta visión la sostenemos desde la propia fundación del Instituto.
Así las cosas, deberíamos preguntarnos a esta altura cómo abordar el problema del desprestigio de la política. Lo cual es una verdad, es un hecho real y, en todo caso, habría que preguntarse a qué responde y quiénes son los involucrados en este proceso de deterioro de la política que por otra parte es un fenómeno no sólo argentino. Si vemos el mapa de nuestro continente en primer lugar; y no sólo de nuestro continente; hay un descreimiento hacia esa clase política tradicional muy grande.
Estamos frente a ese fenómeno pero, entonces, quizás la pregunta básica, fundamental sería: ¿es un mérito o es un demérito participar en la política?, ¿es un mérito o es un demérito participar en los partidos políticos? Más allá de cuál partido, porque –obviamente– eso está ligado a las convicciones de cada uno, a la historia, a las identidades, a las simpatías, etc. Nuestra convicción es que participar es un mérito y no un demérito. Pero, además, negar la política o nuestra participación es funcional a los intereses del poder real, los verdaderos detentadores del poder económico y cultural que continuarían gobernando con sus administradores corruptos, mediocres y que le resultan muy útiles a la preservación del orden de privilegio y desigualdad que queremos transformar. De no intervenir desde el lado de aquí, este orden podría ser eterno.
Entendemos que la política en sí misma es un lugar donde el ser humano se debe enaltecer, y no lo contrario. Es un servicio a la comunidad del máximo valor, donde confluyen los temas públicos, atinentes a todos y a cada parte. ¡Qué no confluye en la política! La propia disputa del poder, que es un momento de enorme tensión, de la lucha y del debate entre los sectores de clase y los hombres y mujeres que los expresan con sus respectivas ideologías, intereses y símbolos.
En el prólogo de Moloch Siglo XXI, libro de Ediciones del CCC, señalábamos:
“Este rumbo tiene - entre tantos - un gran obstáculo a vencer: la separación de la cultura y las artes con la política. Uno de los corolarios esenciales y el más buscado por la ideología del sistema en esta fase de su dominio es la negación de todo lo que implique participación política. Despolitizar fue su grito de guerra, de ahí que nosotros – los que soñamos y luchamos por un cambio social que revolucione al actual orden capitalista – debemos incluir a la política entre las prioridades de la batalla cultural. El nuevo orden ideológico del imperialismo levantó una muralla china entre el arte y las ciencias sociales de las más diversas manifestaciones con la política. Su lógica no por primitiva fue menos destructiva. ‘Señores y Señoras de la cultura, sean Filósofos, Historiadores, Poetas, Teatristas, Economistas, Novelistas o Artistas Plásticos pero nunca se metan en la política. Ésta es muy fétida para ustedes por lo tanto, déjenlo para nosotros que tenemos siglos de experiencia y el olfato entrenado para lo nauseabundo’. Consagraron así la potente lógica que el poder fatalmente debe ser administrado por los gerentes políticos de las burguesías locales subordinadas al poder hegemónico global”.
Creo, por último, que precisamente se puede transitar de la vieja a la nueva política en la medida que haya un fuerte protagonismo de la sociedad. Un protagonismo real y auténtico. Sólo desde aquí se puede regenerar la política: no hay ninguna cuestión de arte de birlibirloque sino que, precisamente, se trata de que haya un fuerte compromiso con esta dimensión de la lucha que es la lucha política. Se trata de ir transformándola desde esta visión de fuerte participación popular, de un cambio ético de la política y desde una visión de programa y cumplimiento del programa.
Durante las últimas décadas de primacía neoliberal se impuso la idea del “no programa”. El argumento crudo que se sustenta es el siguiente: los programas son sólo para las elecciones, luego no se cumplen ya que “no se puede hacer lo que prometimos”. Así las cosas, lo mejor es no programar nada. Pragmatismo puro. E imposibilidad de comprometerse ante los electores. Por ello hay que reanudar el planeamiento de la acción política de mediano y largo plazo y su expresión en un programa que se debata lo más a fondo posible con las bases ciudadanas.
La Argentina tiene una larga tradición –hasta el triunfo del neoliberalismo– por la cual las diversas expresiones políticas tenían programas y planes que los comprometían frente a la comunidad. Los famosos planes quinquenales, trienales, de desarrollo, etcétera. Bueno, después había diversos grados de cumplimiento, de ética, de lealtad y traición.
Por eso, en este caso, nosotros también estamos planteando muy fuerte la idea de programa. Transitando esos caminos y venciendo el descreimiento es que, creo, se puede recuperar la confianza en la política. Ese es el camino.
¿Cuál es otra de las razones del descreimiento de la política? La mentira. Prometo algo y luego no lo cumplo. El Partido promete algo y luego no lo cumple. Menem fue paradigmático por lo que hizo en este sentido y explícito cuando lo reconoció: “si digo lo que pienso en la campaña nadie me vota”. Eso que parece tan grotesco y cruel –él lo era- es la punta de lanza ideológica y política que se practicaba y se practica. Por eso nosotros levantamos tanto esto de Evo Morales -que ha generado una fuerte confrontación de clases-. La gente votó mayoritariamente un programa y él lo está cumpliendo. Nosotros lo reivindicamos no sólo porque coincidimos con el programa de Evo Morales sino por esta idea principal de cumplimiento de lo que se promete.
En el plano de las elecciones, hay un aspecto que aparece como relevante: algunos candidatos exhiben como una cualidad notable que serán decentes, o sea que no robarán. Debemos señalar que no robar no es ningún mérito en relación a lo que estamos hablando ya que se trata de un atributo elemental que debiera expresarse en toda práctica social. Sin embargo, tanta deshonestidad se registró en el plano de la política profesional, en el ejercicio efectivo de los distintos niveles de gobierno que la honestidad se ha transformado en un atributo extraordinario. Eso muestra un momento fuerte de decadencia particularmente ético-política.
En suma, todas estas deficiencias de nuestra época no deberían concluir en la negación de la política, como forma concreta de la actividad humana, particularmente para las grandes mayorías. De lo que se trata es justamente de recuperar sus verdaderos valores y nuestra propia historia debe inspirarnos. Los fundadores de la Patria también en un punto de sus vidas se vieron impelidos a tomar decisiones trascendentes relacionadas con la lucha política. Eran abogados, comerciantes, funcionarios, clérigos, escritores, militares, hasta que decidieron tomar la historia en sus manos, para luchar por transformarla, por cambiar la historia. Obstáculos y conflictos de todo tipo fueron asumidos, en aras de la lucha por libertad y la independencia del caduco colonialismo español, que llevaba 300 años de saqueo y subordinación de los pueblos del continente.
Moreno, Belgrano, San Martín, Monteagudo, Castelli, son nuestros mejores ejemplos de hombres políticos, que pusieron la proa de sus vidas para la construcción de un proyecto colectivo. Por entonces todo estaba por hacerse, pero en primer término había que derrotar a lo viejo, para que pueda nacer lo nuevo.
Quizás estemos frente a una disyuntiva histórica similar.
Ahora, como siempre, las brumas que emanan del poder establecido ocultan la enorme potencialidad que existe en nuestro pueblo y en nuestra cultura. Una vez más, de lo que se trata es de no aceptar la idea principal de que los cambios son imposibles. La resignación y el conformismo frente a la lógica de “lo posible” sólo conduce a realimentar el velo brumoso que impide el paso de la luz.
Los grandes ideales políticos y su correlato de hombres y mujeres que los encarnaron fueron el faro que iluminó el camino, y el machete que lo desbrozó. Pero el camino inevitablemente debe recorrerse.
Los cooperativistas pueden realizar un valiosísimo aporte a la recreación de la política llevando su impronta solidaria y su experiencia original y creativa de gestión democrática de la cosa pública.
Esta actitud implica un sentido más complejo y comprometido del ideal que reclamó Ingenieros en su hora, ya que se trata de sostener las convicciones ideológicas y principistas, a la vez que se lucha por construir en la vida real organizaciones que posibiliten a los pueblos defender sus intereses, sus reivindicaciones y conquistas, abriéndose paso así en la apretada realidad de problemas y obstáculos de toda índole que trae aparejada esta decisión profundamente política.
Lo esencial es que este nuevo reto, los cooperativistas del Instituto lo asumimos desde lo más profundo de nuestras convicciones con el sentimiento que una vez más estamos siendo fieles a los principios. Es hora de aceptar otro desafío: ser capaces de transformar la siembra de muchos años de cosecha.
*Juan Carlos Junio (Argentina). Director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Adscripto a la Presidencia del Banco Credicoop. Coordinador del Consejo Editorial Floreal Gorini. Profesor de Historia – Filosofía y Letras de la UBA. jcjunio@centrocultural.coop
Fuente: [b]La revista del Centro Cultural de la Corporación [en línea]. Enero / Abril 2008, N° 2 - 09.04.2008 - ISSN 1851-3263[/b]