Los dinosaurios andan sueltos

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Rita declaró durante el Juicio a las Juntas. Fue una de las mujeres secuestradas durante la semana del 20 al 27 de julio de 1976, en lo que se recuerda como la Noche del Apagón. Su marido Agustín Donato Garnica era el fundador del sindicato de zafreros de Ledesma y a esa altura estaba preso. El 20 de julio, los carros que levantaron a 200 personas en esa noche la levantaron a ella de su casa y con ella se llevaron a dos de sus hijos: Miguel Angel y Domingo Horacio, que siguen desaparecidos. Rita estuvo secuestrada seis meses. Su marido pasó siete años en la cárcel. Ella perdió su casa, y la vida en ese momento. Hoy está casi ciega, se sostiene con una vara de madera y apenas ve sólo por el costado de uno de los ojos. Allí, en la casa de una de sus hijas, en este pueblo de Ledesma que todavía está paralizado por el poderoso efecto de opresión que genera la compañía, ella había conseguido ganarse unos pesos en los últimos meses cuando un vecino decidió estacionar su auto en el patio de entrada de la casa. La semana pasada, cuando empezaron a escucharse las últimas noticias sobre el pedido de indagatoria a Blaquier y su salida del país, en el pueblo comenzaron nuevamente a agitarse los fantasmas que señalan a los ex detenidos como subversivos; y aquel vecino nunca volvió a estacionar el auto en la casa.

–¿Qué está sintiendo usted en estos días?

–Es lo que yo siempre decía –dice Rita–; éste se va a mandar a mudar en cualquier rato. Yo sabía que se iba a mandar a mudar y no sé si va a llegar a juicio. Es mi conciencia que me dice así; ahora no sé, otros piensan de otra forma.

–¿Tiene la sensación, sin embargo, de que hay avances?

–Sí, por ahí, sí... ¡pero después de tanto tiempo! Treinta y seis años llevo esperando. Yo ya no puedo.... Antes cuando estaba bien, yo iba y venía a Buenos Aires, por todos lados, ¿por dónde no he andado? Y sola. Nunca me pasó nada. Y nunca he podido saber dónde están mis hijos. Pero yo ahora no puedo más. Les dije el otro día a los abogados que se acabó: yo ya no salgo más, si tengo que declarar, preséntenme todos los escritos. No puedo caminar, no puedo andar. ¿Qué voy a hacer? Y son 36 años, ¿no? Y si en 36 años no se ha hecho nada... Yo ya estoy perdiendo la esperanza: viviré con el recuerdo de mis hijos y nada más, que los mataron, qué se va hacer.

En los últimos días, pasó aquello del hombre que apareció en su casa. Rita lo conocía de vista. Entró. Se puso a conversarle de algo que ella todavía intenta entender en medio de esa sensación de desestabilización que se acentúa no sólo porque no encuentra el cuerpo de sus hijos sino porque el avance de la ceguera y de la edad parecen ir dejándola sin tiempo.

–Ahora me dicen por ahí: “No salga afuera, doña Rita, porque pueden llevarla”.

–¿A dónde podrían llevarla?

–Que me pueden raptar, me decían. Vino un muchacho los otros días que pasó por la puerta y se me puso a charlar. Yo lo tenía visto de algún lado. “Nunca me pasó nada”, le dije. Aquí las veces que me citaron a declarar me fui sola. Me fui sola a todos lados. Cuando me llamaron a declarar a Buenos Aires no me acuerdo si estaba viviendo acá, pero yo agarré, me vine en vehículo a Jujuy, qué me iba a tomar el avión. Así que me pongo a pensar y le dije (al muchacho): si nunca me han hecho nada, ¿a esta altura me van a llevar? Y esa persona me dijo: “Todo puede ser, por lo que usted habla”. Y yo le dije: “Pero digo la verdad, no digo mentiras. A mí me llevaron nada más por el asunto de que mi marido era sindicalista”. Y el (muchacho) me respondió: “Tenga cuidado, doña Rita, porque los dinosaurios andan sueltos”. Y como yo no lo conocía a ese muchacho bien y no veo bien, le dije “pase”. Me dio el nombre. Y quería él que le cuente todo lo que había pasado. “Ah –le dije–, compre el diario, porque yo no quiero ya hablar de estas cosas.” Entonces me dijo: “Pero tenga mucho cuidado porque los dinosaurios andan sueltos”. “Y bueno”, le dije. Y me dijo: “¿Qué le pasó a López?”.

–¿Eso le dijo?

–Así me dijo. Y yo le respondí: “Y bueno, una vieja menos”. El estaba sentado ahí y yo acá. Si me llevan, que me lleven. Lo lamento porque van a quedar mis otros hijos y mis nietos por criar. Eso es lo que siento. Le dije que a mí no me hable más de esas cosas, que si quería preguntar vaya a otro lugar. Se fue, no volvió nunca más.

–¿Le pareció una amenaza?

–No me da miedo, pero me entra miedo –dice Rita–. Un vecino me dijo recién: “Si usted siente algo, grite, doña Rita”. Yo creo que no van a poder entrar porque la reja está con llave, a menos que salten por arriba. Pero a mí me entra miedo, sí. Pero después, con todo el miedo, digo “no, el espíritu de mis hijos me acompaña”. Porque tanto que he andado y nunca pasó nada. ¿Y justo ahora tiene que pasar? Es que sí, todavía quedan algunos secuaces y alcahuetes de Blaquier, porque como yo digo siempre: cada obrero tiene un alcahuete.

Pagina/12 - 21 de mayo del 2012

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