Los mismos actores
La Reforma de 1918 fue posible por el surgimiento de un nuevo actor que no había estado presente en la situación de origen: el movimiento estudiantil lleno de esperanzas, que enunciaba los problemas con un lenguaje nuevo, progresista y que logró desestructurar la situación anterior.
El drama de la UBA del 2006 es que todos los sujetos que se mueven en el proceso electoral abierto en marzo son los mismos que han conducido desde 1984 a la institucionalidad actual. Pueden ser –en una proporción pareja–- las mismas o distintas personas, de iguales o diferentes partidos, grupos políticos, agrupaciones estudiantiles u organizaciones gremiales, pero todos se generaron y desarrollaron como sujetos en la misma lógica que calificamos de “faccional”. Es decir, grupos, pequeñas corporaciones o facciones (en sentido sociológico) que buscan beneficios particulares, aunque éstos sean dentro de la institución, y que ignoran la necesidad de una construcción colectiva y de conjunto.
Es cierto que este proceso estuvo también habilitado por las políticas del Estado, por los mandatos del Banco Mundial que, frente a la falta de presupuesto, mandó a todo el mundo a buscar recursos donde sea, como sea (ver artículo de A. Kiciloff publicado en Página/12 el 1º de diciembre) y a pelear por facultades y grupos, de cualquier modo, por el magro presupuesto general. La lógica “faccional” fue funcional a esta construcción. Para llegar a los decanatos o al rectorado se necesitan “alianzas” entre facciones que cada año adquieren más experiencia en el juego que prevalece. No nos referimos a personas (quienes conocemos estos mundos sabemos que se trata, en general, de buenas personas), sino a “sujetos universitarios” construidos para determinado funcionamiento. Hemos conocido a profesores o graduados saliendo honestamente de sus claustros con la voluntad de llegar para cambiar y con la finalidad de lograrlo asumieron la lógica del juego. Otros que por esta misma razón duraron muy poco en sus cargos pues se transformaron en testigos molestos.
Por eso, la situación es por demás complicada pues ninguno de los grupos o alianzas en pugna garantiza un cambio en la dirección que aspiramos: institucional, de conjunto, que promueva la excelencia académica, que asuma un compromiso de pensamiento con los jóvenes, que exija mayor presupuesto, que lo asigne por criterios académicos y generales y que habilite la construcción de un espacio capaz de intervenir en los grandes debates progresistas del siglo XXI, orgullosa de la autonomía. Pero cualquier transformación deseable –la nuestra u otra– necesita un cambio de lógica de funcionamiento, y quienes han jugado y ganado no están dispuestos a enfrentar ese desafío. No se suicidan “universitariamente”.
Por todo esto decimos que no hay nuevos “actores”, nuevas lógicas ni nuevos códigos a la vista. Dentro de esta interpretación, el panorama es pesimista. Algunos no deseamos que el futuro de la UBA lo decidan los pequeños partidos de izquierda que comandan la FUBA, pero tampoco corporaciones como Monsanto, Unilever, Roche, etc., o miembros u oficinas de este gobierno que nada tienen que ver con la educación.