Los niños y el regimiento
Los padres de cuarto grado son convocados para hablar del acto de promesa a la bandera.
Sean ustedes bienvenidos, como saben nuestra escuela tiene la tradición de celebrar esta ceremonia en el Regimiento de Patricios, acá nomás en Palermo. El día 16 de Junio los niños ingresarán normalmente en el horario habitual, van a desayunar rapidito y luego se van en el micro para el regimiento. Durante el acto se va a condecorar a un alumno por cada grado. Luego un cura hará la bendición de las banderas y un descendiente de Manuel Belgrano les tomará primero la promesa a los chicos, y luego a los cadetes la jura, porque los chicos todavía no juran. Luego tocará la banda militar, pero no solamente marchas, también canciones normales, música civil.
Como sobreviviente de la dictadura la violencia del terrorismo de Estado se me vuelve a meter en el cuerpo. Es la imagen de mi padre muerto y la ausencia de mi madre que no sé donde está. Son mi hermana y mi cuñado acribillados. Son los 30 mil desaparecidos. Es la pérdida de mi identidad. Son los veinte años que me mintieron. Son los más de veinte años que llevo transitando esta verdad.
Estamos ante una escena que contiene muchos significados superpuestos. Hay diversos actores institucionales en interacción: la escuela, las fuerzas armadas, la iglesia católica. Cada cual con su perspectiva, su motivación y sus propias reglamentaciones. Lo que no encuentro dentro de la propuesta de llevar a los chicos al regimiento es una perspectiva desde los derechos humanos, y yo no la puedo evitar.
En los procesos de democratización de las fuerzas armadas se ha incorporado personal nuevo, pero no se trata de las personas sino de las instituciones responsables que todavía mantienen los pactos de silencio. Las fuerzas represivas siguen estando en deuda con el pueblo. No decirnos adonde están, es además una forma de torturar.
Se sigue perpetrando el crimen. Con la bendición de la iglesia. Con el aval de una parte de la sociedad.
La conducción de la escuela se sorprende. Nunca alguien protestó, nadie se expresó en desacuerdo con esta tradición y al contrario, a los chicos les hace mucha ilusión ver a los patricios.
Les cuento que en internet leí que hay tres conscriptos desaparecidos en ese lugar. Les digo sus nombres. Tres chicos de veinte años que nunca volvieron a su hogar. Les cuento de dos embarazadas secuestradas que un médico militar declaró haber atendido ahí mismo, donde se va a realizar el acto escolar. Explico que hay tres jefes condenados por delitos de lesa humanidad. Intento un alegato técnico, no quiero llorar frente a todo el mundo. Me tiemblan las manos, se me cierra la voz y nada suena bien con los agudos insoportables, pero no puedo aflojar la garganta, me da taquicardia y me sube un calor por el pecho que creo me voy a desmayar.
Se alzan algunas otras voces. Tres o cuatro padres y madres se manifiestan en contra de llevar a los chicos a un espacio militar. Hay un papá horrorizado que se solidariza. Hay alguna madre que cuestiona el tema de condecorar a un chico por sobre todos los demás. Hay quien plantea el tema de la escuela laica en cuanto a la actividad religiosa. La directora de la escuela dice que eso no importa porque nuestro país tiene una religión (!) y ante la controversia decide que mejor vamos a votar, porque somos democráticos.
Levantan las manos los que quieren que el acto en el regimiento se haga igual. Son muchos. Alguien dice no queremos romper la ilusión de los chicos y varios otros asienten.
Los que queremos que el acto se haga en la escuela perdemos por un punto. La mitad menos uno prefiere no hacerlo, y la visita al regimiento se hace igual, a pesar de todo, a pesar de mi pesar. Mientras tanto la escuela pretende no estar tomando una decisión política, como si la decisión fuese correcta y la palabra política estuviese mal.
Cosas de esta época, que quien gana por un punto crea que tiene toda la legitimidad, como si hubiese arrasado los votos y tuviera toda la representatividad. La votación se representa entonces como una escena burocrática repetida, que habilita a cualquier cosa con ese aval. Democrático hubiese sido llegar a un acuerdo que incluya el malestar de esta otra mitad. La votación fue una trampa, como si hubiera algo que la mayoría pudiera perdonar.
Me vuelvo a casa pensando que el acto se lleva a cabo un 16 de Junio. Un día antes de que se cumplan 41 años de mi secuestro y de la pérdida de mis papás. Un 16 de Junio, el mismo día del aniversario de los bombardeos de 1955 a la Plaza de Mayo. ¿Puede ser casual?
Quedo llena de inquietudes. ¿Adonde se fundan las tradiciones? ¿Quien las instala? ¿Todos los pibes son el mejor en algo, o destacamos solo a uno en particular? ¿Cual es el fin pedagógico de llevar a los chicos a un lugar militar? ¿Educamos para la guerra o educamos para la paz? ¿Por qué deben los niños prometer algo a los 9 años? ¿Qué tiene que hacer la iglesia en un acto escolar? ¿La escuela era laica o ya no lo es más? ¿Se trata de un acto escolar o de un acto militar con presencia escolar? ¿Que hay de bueno en esa experiencia? ¿Cual es la funcionalidad? ¿Cual es el beneficio de los chicos? ¿Cual es el beneficio de la institución militar?
Es la foto.
Es el encuadre.
Es reconciliación gratuita. Es apología de la violencia. Es acción psicológica. Es propaganda. Es el sello de la impunidad.
No se puede lavar la sangre de los desaparecidos con guardapolvos blancos.
Se utiliza a los niños para limpiar la imagen del cuerpo militar.
Esta tradición que desde hace 7 años la escuela impulsa y adopta, se mantiene una temporada más, aunque fácilmente podría terminar. Que nos sirva entonces al menos para abrir debate, para reflexionar, comprender e incorporar los conceptos de Memoria Verdad y Justicia. Para observar los pliegues en que se solapa el negacionismo. Para aprender a construir un mundo mas justo desde el amor y la verdad.
No Olvidamos. No nos Reconciliamos. No Perdonamos.
30 mil compañeros detenidos desaparecidos presentes.
Que digan donde están.
Página/12 - 20 de junio de 2017