Miedo al sandinismo
No obstante, en Washington ya se preparan para desestabilizar al nuevo gobierno que asumirá en enero próximo, aunque "Daniel" hoy está muy lejos de su imagen de revolucionario, y se parece más a un pastor evangélico que no se cansa de invocar a Dios para que –esta vez– la Casa Blanca lo deje gobernar en paz.
¿Vuelven los sandinistas? Desde ya que no. El sandinismo no pudo sobrellevar un momento paradojal en la historia de Nicaragua: perdió las elecciones de 1990 y entregó mansamente el poder que había ganado por las armas cuando derrocó a la dictadura de Somoza. La democracia en ese país y la alternancia en el poder es un mérito histórico de los sandinistas, pero pagaron muy cara la derrota. Comenzó con la apropiación de bienes, las rupturas y el enfrentamiento encarnizado entre viejos compañeros; siguió con la denuncia contra Daniel Ortega por la violación de su hijastra Zoilamérica, los pactos con los más corruptos liberales y el Cardenal Obando, la aprobación del Tratado de Libre Comercio y la reciente anulación del derecho al aborto terapéutico que existía hace más de un siglo, entre tantas otras cosas.
Aquellos que se emocionaban con las canciones de los Mejía Godoy en los 80 hoy miran con indiferencia, asombro y estupor la fórmula presidencial de Daniel Ortega junto al banquero Jaime Morales Carazo –uno de los líderes de la "contra"– como vicepresidente.
El sandinismo todavía tiene un importante apoyo popular heredado del prestigio que les dio la lucha contra la dictadura de Somoza y los logros de su gobierno entre 1979 y 1990, que fueron pulverizados por casi dos décadas de políticas neoliberales. Muchos votaron a Daniel Ortega para que recupere las banderas revolucionarias
y –a pesar de que no tendrá mayoría en el Parlamento– ese es justamente el gran temor que ya se instaló en la Casa Blanca