Mujeres y territorios: la experiencia latinoamericana
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En los finales del siglo XX y comienzos del actual, vastas poblaciones han dado la batalla para recuperar territorios. Han sido indígenas y campesinos disputando tierra así como pobladores urbanos en el escenario de las múltiples formas de construcción de vida en América latina. En la bibliografía especializada se destaca siempre el papel de las mujeres tanto en el momento “extraordinario” de la lucha por la tierra ganando el espacio público como en el ámbito doméstico, construyendo vida.
Mi larga experiencia en recorridas de campos por América latina corrobora esta realidad: el territorio –tierra, agua, bosques, etc.– está muy conectado con la posibilidad de mantener la reproducción material de la vida y las mujeres son quienes más claro lo tienen y actúan en consecuencia.
En la Argentina, desde los grupos de mujeres que han iniciado experiencias para conseguir tierra para cultivar (la Cooperativa El Sacrificio en Tucumán) hasta la participación femenina en los nuevos movimientos campesinos e indígenas que reclaman la tierra (Mocase, en Santiago del Estero, el Movimiento Campesino Cordobés o el más reciente de Mendoza, la organización Tinkunaku en Salta, etc.) son claros ejemplos de lo que sostengo.
Esta presencia de las mujeres en el momento de la disputa, enfrentando a las fuerzas policiales, acompañando a los hombres en “el aguante” que puede durar mucho tiempo, se comprueba en todos los países donde las tomas de tierra son el modo de instalarse en estos modelos sociales arrinconadores y excluyentes.
En estos días salió publicado nuestro libro Cuando el territorio es la vida: la experiencia de los Sin Tierra en Brasil. En él relatamos nuestros recorridos por los campamentos y asentamientos del MST y, de inmediato, se destacan las voces de las mujeres. Decimos en relación con los campamentos del Estado de San Pablo: “Buscamos conversar con las mujeres (...) Hacemos la pregunta que repetimos durante los dos días ‘¿qué es lo que esperan, cuál es el sueño de ustedes?’. Oímos por primera vez la respuesta que se repetirá durante los dos días: ‘tierra para trabajar. No queremos la vida del trabajo por aquí y por allá. No queremos la vida de la ciudad. Tener una casa y tierra acá’. Todas las entrevistadas de los campamentos visitados repitieron esta simple consigna: pelear por la tierra, poder vivir, educar a los hijos, mantenerlos sanos, conseguir lo necesario para una vida digna”.
Rose –Roselina Nunes–, protagonista de la toma de la hacienda Annoni (Río Grande del Sur) en los inicios del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra, fue registrada por la cámara inquieta e inteligente de la brasileña Teté Moraes en el maravilloso documental Terra para Rose. La protagonista tuvo su primer hijo en plena resistencia y perdió la vida en un oscuro accidente. Como Rose, muchas mujeres están dispuestas a enfrentar la represión pública o privada, a correr riesgos y hasta dejar la vida por conseguir la tierra, un territorio donde construir un mundo digno para sus hijos.
En síntesis, tal vez en Brasil, por la larga y sostenida experiencia del MST, el significado del papel de la mujer en relación con la búsqueda de territorios se haga más evidente pero el fenómeno se repite a lo largo de América latina.
Las mujeres campesinas bolivianas, mexicanas, argentinas así como las kollas, aymaras, mapuches, wichís, zapotecas, guaraníes, son las primeras en participar en la recuperación de los territorios, en insistir en la centralidad de la madre tierra y en buscarla como compañera para garantizar una existencia con dignidad. Cuando las condiciones de posibilidad de sus luchas lo permiten, logran una vida “sencilla”. Este logro, esta “sencillez”, sostenemos con Vandana Shiva, está tan lejos de la pobreza de la que partieron como de las sociedades consumistas y depredadoras que el modelo neoliberal propone como “progreso”.
*Socióloga. Autora de diversos artículos para la Revista Realidad Económica.
Fuente: Página 12