Ni el petróleo ni las armas: el nuevo botín de guerra es el agua
En ese mismo momento, los habitantes de Sanaa salían masivamente a la calle a manifestar contra los cortes de agua. No sólo el abastecimiento de la capital de Yemen es víctima de los sabotajes perpetrados en el norte del país por grupos extremistas, sino que se convirtió en una de las ciudades más pobres en el preciado líquido, con menos de 120 metros cúbicos por habitante por año, diez veces menos que el promedio mundial. El acuífero del cual se alimenta podría desaparecer antes de 2025.
Es verdad, la inminencia de las guerras del agua dividen a los expertos. Pero nadie niega su papel en la exacerbación de los conflictos, tanto entre países vecinos como dentro de las fronteras de una nación. Los terroristas parecen haber comprendido mejor que nadie el significado estratégico de ese recurso.
Según un estudio de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en 50 años, el agua podría convertirse en un bien más valioso que el petróleo. En la actualidad, 700 millones de personas en 43 países padecen alguna forma de penuria. Esa cifra podría alcanzar los 3000 millones, debido al calentamiento del planeta y el crecimiento demográfico.
Guerra o no, un país que carece de agua no puede alimentar a su población ni desarrollarse. Tanto es así que el consumo de agua por habitante es considerado en la actualidad un indicador del desarrollo económico de un país.
La situación no es reciente. Ya en 1503, Leonardo Da Vinci conspiraba con Maquiavelo para desviar el curso del Arno a fin de alejarlo de Pisa, ciudad con la cual Florencia, su tierra natal, estaba en guerra. Investigadores norteamericanos demostraron que, desde la Edad Media, los desórdenes sociales en África oriental coincidían con períodos de sequía. En las sociedades asiáticas, el agua siempre fue un instrumento de poder político: el orden social, las represiones y las crisis políticas dependían de los caprichos de la lluvia.
Y las cosas no han cambiado. Hoy, los conflictos desencadenados por el agua son numerosos. Sobre todo en el norte y el sur de África, en Medio Oriente, en América Central, Canadá y en el oeste de Estados Unidos.
En Medio Oriente existe una decena de focos de tensión. El periódico científico American Meteorological Society publicará en julio un estudio sobre las sequías que azotaron a Siria de 2006 a 2011, poco antes de la guerra civil. La falta de agua provocó catastróficas cosechas y una emigración rural que aumentó la desocupación urbana. El autor del artículo demuestra que los cambios climáticos no fueron la única causa: la construcción de represas en el nacimiento del Éufrates por parte de Turquía contribuyó a agravar la situación.
Irak y Siria están, en efecto, a merced de Turquía, donde nacen el Tigris y el Éufrates, que alimentan a ambos países. Turquía utilizó sobre todo el Éufrates como arma contra sus vecinos, gracias a las numerosas represas que erigió en el curso superior y que le permiten regular el caudal.
Otro caso en Medio Oriente es el de Egipto. Totalmente tributario del Nilo para su aprovisionamiento en agua desde la época de los faraones, el país debe compartirla con otros diez Estados de la cuenca de ese imponente río de 6700 kilómetros.
En el caso de Qatar, sólo tiene actualmente el equivalente de dos días de agua potable de reserva y se ha fijado el objetivo de pasar a siete días para acoger el Mundial de 2022.
Y mientras la mayoría de los gobiernos del planeta trata de asegurar el aprovisionamiento en agua de sus habitantes, enfrentando terrorismo, crisis económicas y cambios climáticos, el mundo de las finanzas ya cuenta con poderosos lobbies que defienden la idea de la privatización de los recursos disponibles.
"Los mercados saben que, como el resto de las materias primas, el agua del futuro será tan escasa que habrá que tratarla como un metal precioso, y se preparan", afirma el especialista francés Fréderick Kaufman. "Detrás de ese concepto, reside la dramática idea de un mercado a término global del agua."
La Nación - 22 de junio de 2014