No fue mala praxis: fue el plan económico
Lo que falla no es la implementación sino el acuerdo corporativo contra el interés general.
La Argentina está viviendo un desastre económico innecesario. No hacía falta pasar por él.
A fines de 2015 había problemas macroeconómicos que debían ser abordados, pero el cambio de gobierno no dio paso a una precisa y meditada estrategia de corrección de los problemas irresueltos, sino a una lógica de negocios que había estado pugnando por reaparecer desde el fin de la convertibilidad.
En las últimas semanas se puso de moda entre los nuevos críticos del gobierno, haciéndose los exquisitos, hablar de “mala praxis”, como si se tratara de un tratamiento médico mal ejecutado que dañó a un paciente. En realidad con mala praxis se contrabandea la idea de que la orientación económica del gobierno era buena, pero que falló la “implementación”.
En su momento dijimos que había algo de injusticia en castigar la gestión monetaria y cambiaria de Federico Sturzenegger, cuando todo el gobierno, empezando por el Presidente, suscribía la peregrina idea de que manejando la cantidad de moneda se podía controlar la inflación. Todo el gobierno apoyó la creación de la bomba de las LEBACs y la invitación al capital especulativo que generó distorsión cambiaria. ¿O alguien se expidió en sentido contrario y no nos enteramos?
Hoy queremos señalar que lo que el gobierno de Mauricio Macri realizó desde el 10 de diciembre de 2015 no es simplemente el plan de gobierno de Cambiemos.
Ese conjunto inconsistente de medidas es el plan de las diversas fracciones corporativas que integran el poder económico en nuestro país. Es decir, lo que el macrismo llama plan es la sumatoria de las demandas de diversos grupos del alto empresariado que convergieron en el apoyo a la gestión macrista.
Macri, en ese sentido, no hizo otra cosa que implementar lo que sus principales apoyos le habían tratado de imponer sin éxito a Cristina. Su llegada al poder fue, precisamente, para barrer el conjunto de regulaciones establecidas desde 2003, y re-regular la economía, mediante un amontonamiento desordenado de medidas “a pedido” de los vectores del poder económico.
Si bien nadie perdió plata bajo el kirchnerismo, el campo, los bancos, la gran industria, la patria contratista, los acreedores financieros del Estado, las mineras, las petroleras, la grandes cadenas de intermediación, las grandes empresas mediáticas y las embajadas occidentales tenían un listado de demandas insatisfechas y caracterizaban a la continuidad cristinista como un obstáculo a su concreción.
El kirchnerismo no satisfacía plenamente esas demandas, asumía choques y fricciones con varios de ellos, en función de sostener un esquema que resultaba claramente viable desde el punto de vista social, pero que presentaba ciertos desequilibrios macroeconómicos que debían –y podían— ser corregidos con activa e inteligente acción estatal.
Apoyados en esos problemas que mostraba la economía kirchnerista, se montó la farsa de la supuesta preocupación por la viabilidad macroeconómica del país, disimulando la evidente hostilidad a la configuración distributiva legada por la gestión anterior.
Con el triunfo de Cambiemos se hizo realidad un sueño en donde la coherencia brillaba por su ausencia: darle a cada fracción del capital lo que pida, independientemente de su impacto en el conjunto del esquema. Contento el capital, la magia del mercado haría el resto.
Este es el plan que pujó durante 12 años contra la orientación que el kirchnerismo le impuso al país. Es el “cambio de rumbo” que reiteradamente le fue reclamado a Cristina, y que fue responsablemente rechazado por la ex Presidente. Este era plan por el cual batallaron políticamente para el desgaste, deterioro y caída de la experiencia de la gestión K, desde el poder corporativo, mediático, diplomático y judicial, y la razón por la cual finalmente arribó a la Casa Rosada Mauricio Macri.
Vale la pena pensar qué imagen histórica hubiera perdurado de Cristina, si siguiendo el rumbo de muchos mandatarios latinoamericanos, hubiera aceptado la sumisión a la lógica sectorial que le pidieron reiteradamente, y terminaba envuelta en esta catástrofe económica como la presente, luego de agredir a su propia base social. Cristina hubiera sido “delaruizada” por la presión del establishment, y luego descartada con todos los epítetos que la clase dominante sabe propinar a sus lacayos fracasados.
Con la llegada de la incoherencia estructural al gobierno encarnada en el plan corporativo que rige desde 2015, moría la idea de un Estado con capacidad de articular y disciplinar intereses particulares en función de sostener una acumulación viable de capital y garantizar la inclusión de todos los habitantes con un piso mínimo de necesidades satisfechas.
El estrepitoso endeudamiento externo reciente sirvió transitoriamente para conformar a todos los interesados sin agredir gravemente a las mayorías, pero ahora ese recurso irresponsable y cortoplacista se volvió imposible. Se introdujo a las apuradas al FMI, otro factor de incoherencia, que presiona para que el gobierno enfrente a varios y diversos grupos locales, no sólo a los trabajadores.
Dada la incoherencia de base, sólo bastaba esperar en qué formas se iban a expresar los nuevos desequilibrios engendrados por el festival de la alegría empresaria. Y estalló el frente externo, aunque por razones de lucha de clases contra las mayorías, los cañones de la derecha apunten al déficit fiscal.
El estallido del frente externo, expresado superficialmente en el salto cambiario, puso a girar la ruleta para ver si el gobierno logrará establecer un esquema con cierta consistencia interna en busca de equilibrios sustentables –lo que implica choques sectoriales y “decepcionados” por muchos lados— o si tratará de prolongar con subterfugios el mundo feliz e insostenible que llegó hasta abril de 2018.
Aclaremos: no es que Macri no sea responsable político de estas calamidades, ni que sea un buen coordinador político o económico de su equipo de gobierno, ni que sepa realmente de economía productiva o internacional, pero volvemos a insistir que sería injusto atribuirle la paternidad del engendro económico. Este engendro refleja fielmente el acuerdo implícito de los diversos capitales concentrados que confluyeron en esta gestión. El pacto de caballeros fue que todos tienen derecho a reclamar y recibir lo que quieran de este gobierno. Ninguno de ellos intentó vetar la demanda de ningún otro en aras de la consistencia macroeconómica. Ninguno mostró algún grado de prudencia ni de responsabilidad pública. Y aquí estamos.
Atisbos de sensatez
Es urgente regular la economía argentina para reintroducirla en el mundo de la producción de riqueza, de protección de sus habitantes, y de relación sostenible con el resto de la economía mundial. Pero también es evidente que siguen gobernando los intereses que llevaron a este desastre, y persiste la ideología de la cual abrevan para pensar “soluciones” a los males actuales.
Claro, seguir en el mundo conceptual del Consenso de Washington (apertura, privatización, desregulación) en pleno 2018, con Trump en la presidencia de Estados Unidos, suena cada vez más descabellado y peligroso. Esto se refleja en que reaparecen camufladas, disimuladas y llenas de justificaciones ad hoc, tímidas propuestas que apuntan a recuperar instrumentos de la denostada gestión anterior. Vale la pena recordar que no son “inventos K”, sino que forman parte del acervo heterodoxo latinoamericano para promover el desarrollo.
Así, el economista radical Pablo Gerchunoff le espetó por Twitter a la gobernadora Vidal, ante la declamada sorpresa de ella por el fuerte aumento del precio de los alimentos: “Para eso estaban las retenciones, gobernadora”.
Se rumoreó fuertemente en las últimas semanas la posibilidad de aplicar un impuesto al turismo externo para reducir el enorme gasto de divisas en el exterior.
Economistas ortodoxos hablaron de desdoblamiento cambiario, anatema de la ortodoxia fondomonetarista.
Se sugirió que no habría que quemar tan alegremente los dólares en un país que no los produce en cantidades suficientes para cubrir importaciones e intereses de deuda.
Hasta se admitió que ciertos movimientos especulativos pueden distorsionar el tipo de cambio adecuado y que habría que complicarles un poquito sus breves estadías.
Tímidamente se buscó poner un freno acordado al aumento de combustibles, el cual por supuesto fue desconocido por el sector empresario.
Anduvo circulando una propuesta de frenar la baja de retenciones ante la fuerte devaluación que favorece a los exportadores agrarios, pero ese impulso por ahora también se detuvo.
Son todos síntomas de que los propios cerebros del gobierno comprenden que no se puede seguir ampliando más el boquete externo, porque se arriesgan a ir a otro default antes del fin del mandato, lo que sería absurdo e incomprensible desde la imagen de sintonía con los mercados y sapiencia económica que el gobierno y sus medios le bajan a la sociedad.
Regulación racional o hecatombe
Pero con un gobierno como el actual, nada garantiza que haya avances racionales.
Ahora están frenando la corrida cambiaria asfixiando la economía (tasas al 60%) y volviendo más impagable la deuda pública (Letes y bonos duales en vez de LEBACs). Están reemplazando compromisos en pesos por otros en moneda dura. No existe el mínimo plan exportador, o sustitutivo de importaciones: rezan por una cosecha más grande el año próximo. No hay plan para lograr dólares propios y se rechazan medidas heterodoxas para cortar la salida masiva de divisas.
Aparecen por derecha propuestas extravagantes y agresivas, que incluyen violentos recortes al gasto público nacional y provincial (tanto con despidos masivos como con congelamiento presupuestario en contexto de alta inflación; también derrumbe de la inversión pública), flexibilización laboral a la brasileña, profundización de la apertura importadora y acuerdos múltiples de libre comercio. Eso sí, siempre acompañados con planes para que el hambre y la indigencia no deriven en explosiones ingobernables.
De trasfondo está la idea, cara al capital financiero, de comprimir el gasto público hasta que se libere espacio presupuestario suficiente para estar en condiciones de adquirir todos los dólares necesarios para pagar los compromisos externos. Es decir, la vía retrógrada para resolver el gravísimo problema externo que ha provocado la actual administración consiste en promover desde el Estado una contracción económica de tal magnitud que, como en 2002, torne positivo el saldo comercial y de servicios reales de la economía.
En las cabezas de la derecha vernácula, luego de sofrenar el dólar y contraer drásticamente la economía haciendo algunos deberes fondomonetaristas, aparece la gran esperanza final: volver en 2019 a los mercados de capitales para seguir endeudándose y poder aflojar las medidas contractivas en vistas a las elecciones de octubre.
Lecciones de este momento para construir un programa alternativo: la autonomía del Estado en relación a las corporaciones es básica, imprescindible, porque si no tenemos los resultados económicos que exhibe el macrismo. Pero la autonomía no es suficiente: el programa macroeconómico tiene que ser coherente, consistente, y tiene que incluir como elemento fundante la solidaridad colectiva de los argentinos.
El Cohete a la Luna | 15-07-2018.