No hay condena al éxito
Siete de los países latinoamericanos más importantes tienen fuertes reservas, inflación baja, desempleo en caída y alto crecimiento, aunque aplican políticas muy distintas.
América latina vive desde hace unos años un período de vacas gordas sin igual. No importa qué política económica aplican los países: si se trata del liberal Álvaro Uribe, en Colombia; de la educada socialista Michel Bachelet, en Chile; del accionista minoritario estadounidense Felipe Calderón, en México; del sólo clasificable como muy brasileño Luiz Inácio "Lula" Da Silva, en Brasil; del cruzado anti-Bush Hugo Chávez, en Venezuela; del calmo Tabaré Vázquez, en Uruguay; o del pragmático sabueso de encuestas Néstor Kirchner, en Argentina.
A todos les va bárbaro. En promedio, los siete países terminarán el año con un crecimiento de entre cinco y seis por ciento; un desempleo de 9,4 por ciento; una inflación de 6,2 por ciento y 580 dólares por habitante como reserva de sus respectivos bancos centrales. Es un panorama económico pocas veces visto, con aditamentos tales como que muchos países redujeron su endeudamiento interno o se fortalecieron frente al riesgo de crisis financieras internacionales.
Sus políticas no tienen demasiado en común, excepto el cuidado del superávit fiscal. Si no se cuenta a Venezuela -donde el petróleo y un poder de unicato le permiten a Chávez hacer y deshacer-, todos los presidentes de esta promoción aprendieron la lección liberal:no hay Estado civilizado ni poder político democrático que puedan sostenerse sin dinero en la billetera pública.
O sea que eso es casi lo único que ellos hacen. Cuidar la plata. El resto de sus políticas es diverso, con mayores o menores márgenes de maniobrabilidad. Algunos preferirán usar el dinero para bajar impuestos y alentar la inversión y la consiguiente aparición de oportunidades, no sólo para quienes protagonizan los negocios; otros, para repartir bolsones o lo que sea y otros para invertirlos en objetivos de largo alcance, destinados a conseguir sociedades sólidamente más igualitarias (como en educación, ciencia o salud). Pero siempre cuidando la plata.
La otra cosa que tienen en común -pero que no depende de ellos, sino de la alineación de los planetas- es el mercado internacional, donde el petróleo, la soja, el cobre y cualquier otro commoditie (bienes de producción masiva de escaso valor agregado, altamente transables) tienen en Asia y Europa una demanda con la forma de un barril sin fondo.
¿Chau Prebisch? Se trata de un cambio estructural o, cuanto menos, de un cambio de fondo que va a durar un buen tiempo. Al punto que, para muchos, ha derrumbado la teoría de los términos de intercambio formulada a mediados del siglo pasado por el economista argentino Raúl Prebisch. Para traducirlo en términos burdos, Prebisch sostenía que los países de la periferia estaban condenados a entregar una porción cada vez mayor de lo que eran capaces de producir, para poder comprar una cantidad cada vez menor de los bienes de alto valor agregado y tecnológico que podían producir los países desarrollados. Eso los condenaba a una dependencia financiera.
Hoy eso no corre. El economista Salvador Treber no cree que esta coyuntura haya dado con la teoría por tierra, sin más. "Pero en el corto plazo, es cierto que es así: los precios de los commodities suben, mientras que la tecnología se abarata", sostiene Treber. Sin embargo, el cordobés considera que los grandes tractores que tiran hacia arriba la demanda de alimentos y minerales latinoamericanos, como China, "tienen una aspiración a la autosuficiencia", por lo que tenderán a reducir sus compras en algún momento.
Por otra parte, el actual estado de cosas podría cambiar y la teoría Prebisch revivir en cuantito Japón o cualquier otro país descubra cómo producir soja en el mar o algún otro insólito salto tecnológico. De golpe, todo cambiaría.
Puede ser un gran lugar para vivir. De manera que América latina parece haber cortado su racha de "décadas perdidas", pero sólo para transitar un período de vacas gordas que hay que saber aprovechar.
Tiene todo para hacerlo. No es una región superpoblada, como muchas del Asia; no tiene una población vieja, como la europea; su ambiente está entre los menos contaminados del planeta; es la máxima superficie del globo sin la presencia de armas nucleares (gracias a los acuerdos de Brasil y Argentina la década pasada) y no está atravesada por odios étnicos (a menos que crisis como la boliviana desemboquen por ese lado), como parte del África. Pero no por eso está condenada al éxito.
Treber pone el acento en dos aspectos sobre los cuales los países de este club de oportunidades deberían dedicar todo su esfuerzo: "El tema más serio es la polarización de la riqueza, que es cada vez mayor. Es una de las regiones más inequitativas del mundo y no hay, por ahora, correcciones a esos aspectos. Eso la torna vulnerable, porque no se sabe cuándo habrá una eclosión", dice Treber.
El otro punto clave que señala el economista es, en buena medida, una de las salidas a esa polarización de la riqueza: "Este buen momento debería ser usado por la región para incorporar un mayor desarrollo tecnológico, pero hay una falta de visión o a veces directamente ineptitud para aprovechar esta circunstancia favorable", dice Treber.
Inversiones mentirosas. El tema es complejo. Y en Argentina vemos todos los días las huellas de su falta de resolución. El lunes, por ejemplo, la ministra de Economía, Felisa Miceli, lo puso de manifiesto al plantear el riesgo que corre la economía si no se aceleran las inversiones productivas y si no se abandona la complacencia oficial con una tasa de inversiones que es alta, pero sobre la base de la construcción de viviendas y la importación de celulares. Ninguna de esas dos cosas sirven para hacer demasiado más productiva al resto de la economía.
El desaliento a la inversión es una de las condiciones que impone el congelamiento de precios diversos, con fuertes condicionamientos hacia el futuro. No sólo porque en algún momento su sinceramiento puede acabar con los buenos números que viene mostrando la economía, sino por las distorsiones que esa práctica ha generado.
Argentina es el único país del mundo que, poseyendo petróleo y un fuerte sector ganadero, redujo su producción en ambos rubros en un contexto de precios internacionales por el cielo. Anteayer, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) publicó que en los primeros 10 meses de este año se produjo un 6,9 por ciento menos de carnes rojas y un 2,4 por ciento menos de petróleo procesado que en los primeros 10 meses de 2005.
Ahora, un impuesto al calor. El otro plano en el que no sólo no hay avances sino retrocesos es en la calidad y transparencia de las políticas públicas y en el respeto a los principios institucionales del país. Todo va perdiendo lógica y eficiencia por decisiones que el Gobierno toma según la presión que recibe.
Los casos son innumerables y exponen con crudeza la carencia de todo plan. El ejemplo más reciente y absurdo es la reducción del impuesto a las ganancias para trabajadores petroleros, que no responde a otra cosa que a calmar a quien tiene poder de fuego en la puja distributiva. El resto de los habitantes del país pagará una especie de "impuesto adicional al calor" o a "la ausencia de viento patagónico", sin que nadie siquiera dé una explicación.
Fuente: La voz del interior