Nuevo informe de la OIT: una alianza global contra el trabajo forzoso
¿Es el trabajo forzoso algo del pasado? Un importante estudio de la OIT, A global alliance against forced labour, pone de manifiesto que no sólo es algo que ocurre en la actualidad, sino que es uno de los problemas más ocultos de nuestro tiempo. La OIT calcula que unos 12,3 millones de personas en el mundo, la mayoría niños, están atrapadas en el trabajo forzoso. El estudio cuestiona los puntos de vista convencionales sobre la cuestión y sirve para hacer una llamada al mundo contra el trabajo forzoso.
En Perú un indígena de edad avanzada realiza tareas agotadoras en una explotación agraria aislada en la selva, se le obliga a comprar sus productos de primera necesidad en una tienda de la empresa a precios desorbitados, y se le remunera por meses de trabajo con un par de botas.
Y también hay una niña de 14 años de Uganda, arrebatada de su hogar por el Lord's Resistance Army (LRA), y obligada a ejercer como "esposa" de un comandante del LRA.
Éstas son tan sólo tres de los 12,3 millones de personas de todo el mundo que viven atrapados en situaciones de trabajo similares a la esclavitud, y forman parte de un sombrío panorama descrito en un nuevo estudio de gran alcance elaborado por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas.
Bajo el título Una alianza global contra el trabajo forzoso (Nota 1), el estudio describe una economía mundial tan adicta a los salarios bajos que infringe los derechos básicos de millones de personas, relegándolas a la esclavitud y la servidumbre por deudas, u otras causas, de un modo tan frío y cruel como el que caracteriza a cualquier otra privación de la libertad. Además, de los millones de víctimas del trabajo forzoso, la mitad son niños.
El informe de la OIT sigue a la Declaración de la OIT relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo de 1998, en la que gobiernos y organizaciones de empleadores y de trabajadores expresaron su intención de respetar los valores humanos.
Muchos creen que el trabajo forzoso consiste en afrontar jornadas de trabajo duras y prolongadas en condiciones difíciles a cambio de una retribución escasa. Sin embargo, más allá de tales características, deben darse dos condiciones: el trabajo debe ser asumido de manera involuntaria, y exigirse bajo la amenaza de algún tipo de sanción. A menudo, tal amenaza se manifiesta en forma de palizas, tortura o agresión sexual, pero puede consistir igualmente en la retención de documentos de identidad o en la advertencia de una posible deportación
El trabajo forzoso se encuentra en todos los ámbitos. Aunque se concentra en la agricultura, la construcción, el trabajo doméstico, la fabricación de ladrillos, los talleres clandestinos y el comercio sexual, se da en todos los continentes, en todas las economías y en casi todos los países. Sin embargo, paradójicamente, constituye "el problema más oculto de nuestros días".
El tráfico de personas representa probablemente el aspecto de mayor repercusión general relacionado con el trabajo forzoso. Sin embargo, el estudio de la OIT considera que sólo supone la quinta parte del total de casos de esta forma de abuso. El tráfico (el reclutamiento y el transporte de personas para su explotación económica) varía en gran medida de un lugar a otro. En resumen, las cifras ponen de relieve que la gran mayoría de los trabajadores víctimas de tráfico trabaja en países en transición e industriales. En casi la mitad de los casos, el objeto del tráfico es la explotación sexual. De éstos, casi todas las víctimas son mujeres y niños. De una miseria de tal dimensión, se obtienen enormes beneficios. Se estima que el trabajo realizado por personas víctimas del tráfico de seres humanos genera unos 32.000 millones de dólares de Estados Unidos al año.
La parte central del informe pone en cuestión diversas visiones convencionales de la naturaleza del trabajo forzoso, cómo funciona. y la mejor manera de erradicarlo. El informe hace gran hincapié en cuestiones de desarrollo como la atenuación de la pobreza. Muchos argumentan que la pobreza constituye la causa radical de las medidas laborales coercitivas, y que sólo su erradicación permitirá eliminar el trabajo forzoso. Sin embargo, con tal opinión se pasa por alto el hecho de que, en muchos casos, en realidad, el trabajo forzoso crea y perpetúa la pobreza. Aunque los miembros más desfavorecidos y menos valorados de la sociedad son muy a menudo los obligados a trabajar, sus "empleos" raramente les brindan una vía de escape para su situación. Más probablemente, la labor que realizan, con frecuencia, mentalmente tediosa, emocionalmente humillante y físicamente extenuante, les condena a una rutina de privación interminable.
En el sur de Asia, por ejemplo, los miembros de castas inferiores y de tribus autóctonas son excluidos del acceso a un trabajo legítimo y, por esta razón, asumen empleos en régimen de servidumbre, en la creencia de que éstos podrán proporcionarles cierto alivio de una situación de pobreza extrema. Sin embargo, cuando se les induce a contraer deudas y se les paga tan poco, en caso de que se les pague algo, no pueden reembolsar sus deudas, con independencia de lo duro que trabajen o de las horas que dediquen a su labor. Las deudas se transmiten de un familiar a otro, y de una generación a la siguiente, condenando a hijos y nietos a vidas de continua escasez.
Las mujeres en estas situaciones son particularmente vulnerables a la acción de empleadores despiadados. Por ejemplo, una forma de prostitución forzosa en Bangladesh e India impone a las prostitutas jóvenes una "deuda" con los propietarios de los burdeles por los gastos de alimentación, ropa, maquillaje y otros costes de manutención. A fin de saldar esta supuesta deuda, las prostitutas deben trabajar sin retribución durante períodos de un año o superiores.
Otra forma de imponer deudas a los trabajadores consiste en pagar anticipos. Así, en las minas de carbón de Balochistan, en Pakistán, los mineros reciben anticipos sustanciales que previsiblemente se reembolsarán mediante retenciones en los salarios mensuales. La cuantía de estos adelantos se eleva aún más mediante la compra por los mineros de artículos de subsistencia y, en algunos casos, a causa de la manipulación en las cuentas por parte de los empleadores. Las cuentas de los mineros, cada vez mayores, dan lugar a una servidumbre por deudas de larga duración. Los mineros que intentan huir suelen ser amenazados y, en algunos casos, castigados físicamente.
Esta forma de explotación no se limita a los países en desarrollo ni a los regímenes de servidumbre tradicionales. En los países industriales, y en sectores económicos altamente normalizados, surgen nuevas formas de insolvencia. Las prácticas deshonestas de las agencias de contratación, combinadas con las tarifas impuestas por diversos subcontratistas dan lugar a unos costes excesivos que abocan a migrantes reclutados legalmente a situaciones de servidumbre por deudas.
Cabe señalar que los resultados más preocupantes del informe atañen a los vínculos entre el trabajo forzoso y la globalización. En un clima de desregulación de los mercados y de constante apertura de los regímenes comerciales, muchos argumentan que un sector privado reforzado y ampliado desalentaría la práctica del trabajo forzoso. Es el argumento de que, si todo va bien, todos terminan beneficiándose. Sin embargo, el informe de la OIT concluye que los agentes privados, no los gobiernos ni los militares, son los que provocan la gran mayoría de casos de trabajo forzoso.
En el primer Informe mundial sobre el trabajo forzoso publicado en 2001 se describía el tráfico de personas como "la otra cara de la globalización". En el nuevo informe se va más allá, poniendo de relieve el modo en que diversos aspectos de la globalización favorecen efectivamente la existencia de trabajo forzoso en numerosos entornos.
En cualquier caso, ¿ha de ser el maltrato de seres humanos una consecuencia inevitable de una floreciente economía mundial? Obviamente, las intensas presiones competitivas pueden obligar a los proveedores a recurrir a cualquier medida para recortar costes y, en casos extremos, dar lugar al trabajo forzoso. De hecho, la OIT ha documentado casos en los que los contratistas aceptan honorarios tan bajos por trabajador, que les resulta imposible cumplir con lo establecido en las legislaciones nacionales en materia laboral. En muchos países, esta presión para reducir costes coincide con otras dos inquietantes tendencias.
Una de ellas consiste en el excedente de trabajadores migrantes y de sus familias. Estas personas sin país tienen menos que ganar, y más que perder, al denunciar situaciones de trabajo ilegales, debido a su temor a la deportación.
La segunda es la continua desregulación de los mercados de trabajo. Aunque en el planteamiento económico establecido se aboga por el desmantelamiento de las leyes laborales, con el fin de garantizar la disposición de un marco de transacción comercial flexible y exento de dificultades, la relajación o la supresión de las normas tienen consecuencias devastadoras en el ámbito social. Unos mercados sin trabas pueden contribuir a una reducción de los servicios de inspección de trabajo y, al mismo tiempo, a la proliferación de empresas no registradas que operan al margen de la ley. El resultado de esta evolución es un aumento del trabajo forzoso. Este abuso generalizado de las personas más desfavorecidas y menos protegidas en el mundo actual no es otra cosa que un colosal fracaso de las instituciones, las normativas y los mercados de trabajo.
Dado este escenario propio de la Inglaterra de Dickens, ¿puede llegar a abolirse el trabajo forzoso? Para la OIT, la respuesta es afirmativa. En "Una alianza global contra el trabajo forzoso" se presentan casos en los que unos pocos países abordan situaciones en las que se cometen este tipo de abusos. Para ello, promulgan leyes rigurosas y formulan políticas de ejecución, aplican programas de desarrollo que abordan causas radicales como la pobreza, y ayudan a las víctimas a reconstruir sus vidas.
Con todo, es mucho, muchísimo, lo que queda por hacer. "Una alianza global contra el trabajo forzoso" representa la llamada dirigida por la OIT a gobiernos, organizaciones de empleadores y trabajadores, entidades activas en el campo del desarrollo, instituciones financieras internacionales ocupadas en la atenuación de la pobreza y la sociedad civil para formular un plan de acción contra el trabajo forzoso en los próximos cuatro años. Los ciudadanos de a pie también tienen un papel crucial que desempeñar. Desde los zapatos al azúcar, los consumidores instruidos desean saber de dónde proceden sus productos y cómo se fabricaron. Los días en que los eslabones desagradables de la cadena de producción podían permanecer ocultos a la opinión pública están contados.
Con voluntad política y un compromiso de escala mundial, el trabajo forzoso podría eliminarse en los próximos diez años, señala Juan Somavia, Director General de la OIT. Así debe ser sin lugar a duda.
El trabajo forzoso, añade Somavia es "un mal social que no tiene cabida en el mundo moderno".
El tiempo dirá realmente en qué siglo vive el mundo.
Fuente: OIT