Nuevo término para la enciclopedia de la indignación: Acaparamiento de tierras.
La cosa no ha quedado ahí. Esta vez el capital está metiendo sus garras en lo más importante de la cadena alimentaria: la tierra. Porque millones de campesinos eluden la agricultura ecológicamente insostenible enfocada a la exportación, de la misma manera que millones de consumidores adquieren en los mercados locales o directamente del productor sus alimentos sanos y de temporada. Para mantener estos canales ecológica y socialmente sostenibles sólo hace falta la tierra.
Pero el incremento de los precios de la alimentación en los mercados de materias primas, la posibilidad de especular en la compraventa de tierra, la creciente demanda de alimentos y la importancia estratégica de los agrocombustibles para el futuro energético en los países ecológicamente derrochadores, está alimentando la voracidad de inversores que ansían controlar la producción de alimentos y materias primas. En la última década millones de hectáreas han sido arrendadas o vendidas en los países empobrecidos, fundamentalmente en África. En algunos casos son gobiernos que adquieren tierras en otro estado para garantizarse su suministro futuro. Pero en la mayoría se trata de empresas e inversionistas que pretenden producir alimentos y sobre todo agrocombustibles, en ambos casos para exportar a los países ricos especialmente.
Según la ONG Intermon Oxfam, en los últimos años cerca de 227 millones de hectáreas de tierra han sido acaparadas en el mundo. Como estos tratos van envueltos de mucho secretismo, la ONG sólo ha podido verificar 1.100 acuerdos por un total de 67 millones de hectáreas. La mitad de ellas se situarían en África, lo que significa que en este continente se ha acaparado una superficie de tierra similar al área de Alemania. Un reciente trabajo publicado por un grupo de expertos del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la FAO, avalaría estos datos al mencionar una cantidad de tierras acaparadas que oscila entre los 50 y 80 millones de hectáreas, situándose en África dos terceras partes del total.
Algunas instituciones como el Banco Mundial o la propia FAO intentan “humanizar” el despojo con la misma cháchara que llevamos décadas escuchando, es decir, aseverando que la inversión acarreará mejoras para las poblaciones locales (tecnología, infraestructuras, trabajo, seguridad alimentaria, etc.). Pero lo cierto es que cada hectárea destinada a la exportación es una hectárea menos para la producción local. Por si fuera poco, ya se han reportado decenas de miles de desalojos forzosos, explotación laboral, impactos ambientales o control sobre los recursos acuáticos para los regadíos intensivos de los acaparadores. Todo ello recuerden, está acaeciendo en países que frecuentemente sufren sequías y hambrunas.