Para lograr la eudaimonia
¿Todavía corre el diván? ¿Existe la IPA? ¿Algunos analistas siguen cogiendo con sus pacientas? ¿El psicoanálisis produjo una nueva Melanie Klein, un nuevo Lacan, un nuevo Winnicott, una nueva Urania Tourinho? ¿La depresión sigue siendo la enfermedad dominante? ¿Proliferan los cismas? ¿Cómo se fue desenvolviendo lo que Derrida denominó el “Pathos electrónico”? ¿Se usa el análisis vía Internet? Pero estoy curioso más allá del psicoanálisis. ¿Todavía se habla en español? ¿Todavía existen los colegios, las prisiones, las fábricas? ¿Vas al cine? ¿Teatro con actores? ¿Circo con payasos? ¿Cómo hacen sexo? ¿Quién ganó la última Copa del Mundo? ¿Cuándo se superó el VIH? ¿Todavía hay cafishios, dealers, proxenetas, asistentes sociales? ¿Se siguen usando hojitas de afeitar? ¿Cuál es la expectativa de vida en el siglo XXII? ¿Las viejitas viven más que los viejitos? El término cualidad de vida corrió como un virus, en los últimos quince años. Palabra nueva que va a tener larga vida. El futurólogo Nicolás Rescher rastreó sus orígenes para descubrir que el término nació en 1964, en la boca del presidente Lyndon B. Johnson, proferido en un discurso en Madison Square Garden, cuando dijo: “Nuestras metas van más allá de las cuentas bancarias. Sólo pueden ser medidas por la cualidad de vida de nuestro pueblo”.
Cualidad de vida, pasaporte para la felicidad. La idea de felicidad, según André Burgière, nace el 3 de marzo de 1794, cuando Saint-Just, el Angel de la Muerte, la considera una idea nueva en Europa. La felicidad fue un invento tardío. O sea, la cualidad de vida comenzó a mejorar en Europa a comienzos del siglo XVIII. La hambruna, las plagas y los miasmas disminuyeron. El siglo se ilumina con los enciclopedistas en Francia y con la gran figura del utilitarismo, Jeremy Bentham. Lo bueno es lo útil para el mayor número de personas. Nace un sofisticado hedonismo social, creando los parámetros de la cualidad de vida.
La felicidad es una novedad con una excepción: Aristóteles pensaba en esa dirección hace 2200 años, cuando se preocupaba por la eudaimonia. Esa categoría piensa la felicidad no como estado, sino como actividad. Pero no puedo dejar de mencionar, desde el punto de vista de la historia de la humanidad, que perdimos 2200 años de felicidad. Si mi lectura es correcta, se darán cuenta del desperdicio. Descartando la posibilidad de que Aristóteles estuviera blasfemando, es bien posible que la Grecia del cuarto siglo antes de Cristo, ayudada por las corrientes asiáticas, llegara a anticipar la noción del bien común de la felicidad para los no esclavos. Pero después viene la masificación totalitaria de Alejandro el Magno, del Imperio Romano, de los bárbaros, de la Edad Media, de la Inquisición. La mano venía muy mal cuando queman a Giordano Bruno en 1600, no por su homosexualidad, sino por el desvío heliocéntrico. Luego viene la recuperación con Spinoza, Montaigne, Pascal, tal vez Voltaire, hasta llegar a Saint-Just que, ¡oh sorpresa!, descubre la felicidad, poco antes de ser guillotinado por la Revolución Francesa.
Y aquí viene una aseveración que puede costarme algunos amigos: creo píamente que el siglo XX, estadística, política, social y epidemiológicamente hablando, fue muy superior en cualidad de vida, a todos los siglos anteriores, y en todas las camadas sociales de Occidente, por lo menos. Feminismo, sindicatos, salud pública, Black y Gay Power, radio, TV, psicoanálisis y la píldora. Conseguimos que un tercio de la humanidad lleve una vida por encima de la línea de flotación subhumana. Antes de 1773, el 85 por ciento vivía por debajo de esa línea, boqueando de hambre. Facts are facts. No es cuestión de jactarse, porque el siglo recién pasado, seamos sinceros, fue un siglo de mierda, también conocido como El Siglo de los Genocidios. Así y todo, defiendo a mi siglo.
El psicoanálisis cambió mucho en sus primeros cien años de vida. Podemos preguntarnos si interpretamos la sexualidad infantil del mismo modo que en los tiempos de Freud. ¿Le damos la misma importancia al tratamiento de las resistencias e intervenimos todavía sobre la forma denominada de interpretación, o si nuestra palabra no se enuncia hoy en día de una forma diferente? De una forma más directa, quizá, menos oracular. Me pregunto también si el acento ambiguo puesto en el gozo llevó a nuestra práctica a muchos cabos cruzados y cortocircuitos.
En verdad, el complejo de Edipo ya no asusta más a nadie. Hoy por hoy, sólo el mafioso Robert DeNiro se horroriza cuando su analista Billy Crystal le interpreta el deseo incestuoso por su madre. Creo que la crítica más seria fue hecha en los años ’70 por Deleuze y Guattari y posteriormente por Foucault, levantando el problema del poder como comodín planetario. Desde el momento que la cultura se edipizó, todo el comercio cultural “se desenvuelve como un drama casi burgués entre el padre, la madre y el hijo”, es decir, el Edipo es la forma étnica y no universal en que la familia se organiza en la sociedad burguesa. Desde el punto de vista de una antropología histórica, Lacan fue el último cartesiano, en la medida en que piensa que todo enunciado remite a un sujeto, en su teoría de los significantes. Para Lacan, desear y pensar no son la misma cosa. Según él, “deseo y no pienso”.
Creo que el psicoanálisis en Bahía vive en un cierto resguardo. Aquí, gracias a Dios, no tenemos que someternos a los dictámenes de las multinacionales psicoanalíticas que se pronuncian sobre qué es psicoanálisis y qué no es.
Página/12 extrajo este Fragmento de La respuesta de Heráclito, que acaba de ser editada, en formato digital y de libre acceso, editorial Topía - 26 de diciembre de 2014