Planificación y divisas
Lo enumerado trasciende la contabilidad del balance de pagos. Es, simplificado, un enfoque integral que no suele estar en la mente de los hacedores de política, incluso en la de quienes se mostrarían de acuerdo en que alejar la restricción externa es el punto de partida. De ser así no se hubiese demorado tanto en tomar las riendas del problema energético, o no se seguirían importando centrales térmicas llave en mano o vagones de ferrocarril. Tampoco se vería como una panacea la inversión de capitales extranjeros en centrales hidroeléctricas, pues estos capitales traen consigo, como se encargó de demostrar la experiencia de los ‘90, la importación de insumos de proveedores del exterior, por ejemplo las turbinas. Lo que se importa no se produce fronteras adentro, se importa empleo y las empresas locales pierden ganancias y capacidades tecnológicas.
Si se conversa aisladamente con los funcionarios involucrados en estas decisiones, negativas para el problema principal, es probable que tengan un discurso desarrollista. La pregunta es: ¿qué falla para que elijan opciones que no disminuyen los efectos del problema principal? Una posible respuesta inmediata es que no existe “planificación para el largo plazo” (tranquilos, se evitará aquí la cita de Keynes). Las decisiones de gestión se encuentran permanentemente sumergidas en la urgencia. Por ejemplo: las tendencias de crecimiento de la demanda y disminución de la oferta de hidrocarburos se conocían desde mucho antes que las curvas se crucen. Los problemas de oferta eléctrica también eran sabidos desde bastante antes que se decida importar usinas térmicas que, de paso, siguen demandando hidrocarburos. Enarsa serviría para la exploración offshore, no para importar gas. Los problemas de infraestructura en el transporte público también son anteriores a las primeras señales de colapso y a la decisión de importar material rodante. En el país existen empresas con capacidad de producir turbinas hidroeléctricas desde antes de que se imagine cualquier “alianza estratégica” con China. El componente importado de la producción automotriz, un problema que se discute desde la hora cero del Mercosur, no sólo se mantuvo sino que se agravó notablemente.
Lo que falla, entonces, es la visión integral. En ningún tablero de comando se encienden luces de alarma cuando los sectores avanzan aisladamente en la dirección equivocada. Las soluciones de apuro se muestran como buenas noticias y se legitiman, precisamente, por la urgencia de la hora.
El debate por el desarrollo sigue impregnado por dicotomías falsas, como la citada campo-industria. A pesar de la existencia de un ministerio que lleva el nombre “de Planificación”, todavía hay poco en materia de planificación integral y de largo plazo. Aun considerando las especificidades de cada economía, existe una experiencia internacional relativamente homogénea que debería considerarse. Todos los países que cerraron o están en vías de cerrar la brecha del desarrollo siguen una receta similar: eligen sectores para que se vuelvan dinámicos a partir de su integración en la economía mundial y movilizan todos los recursos del Estado, no sólo materiales, para impulsar estos sectores en el tiempo.
La propia selección de sectores es parte del plan de desarrollo. Parece claro que la selección de Argentina debe incluir la potencia de su complejo agropecuario y sus abundantes recursos naturales, con eje en los energéticos. Pero ambos sectores son la parte de un todo que también debe incluir una mayor agregación de valor en origen. Las alternativas industriales ensayadas hasta ahora, salvo en el caso de algunas industrias metálicas básicas productoras de commodities, y con una alta concentración orgánica del capital, no fueron exitosas en su integración dinámica al mercado mundial. La selección de ramas y su sostenimiento todavía está pendiente. La misma selección es sumamente compleja en tanto supone definir también la alianza de clases que le dará sustento en un marco de estabilidad política.
El desarrollo económico no es un proceso lineal. Las políticas necesarias para el desarrollo no son las mismas en cada momento del tiempo. No alcanza con que cada decisión vaya en la dirección ideológica correcta. La actual administración siempre hizo un culto de las decisiones inmediatas, ignorando de hecho la planificación de largo plazo. Es comprensible cuando se recuerda que asumió en la urgencia, pero después de más de una década ya no debería funcionar bajo la urgencia permanente. No si la meta es el desarrollo como posibilidad de dar continuidad y consolidar las transformaciones iniciadas en 2003.
Suplemento CASH de Página/12 - 20 de julio de 2014