¿Por qué hay que invertir en ciencias (también) sociales?
Después de cuatro años de ataque sistemático, las ciencias sociales pueden ocupar un lugar central en el próximo gobierno para desarrollar el país. ¿Qué pueden aportar estos saberes en esta nueva etapa? Además de intervenir en políticas públicas, pueden crear nuevas preguntas y alternativas para afrontar la crisis, dicen los autores de esta nota. Porque crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo y para atacar la exclusión no alcanza con poner plata en el bolsillo de la gente sino reconstruir el lazo social.
—Estamos frente a la mayor revolución tecnológica y científica de la historia. Ciencia y tecnología es uno de los cinco presupuestos que más creció en nuestro gobierno.
Mauricio Macri, parado detrás de un atril, empieza los dos minutos de exposición del cuarto bloque del primer debate presidencial. Es el tercero en hacer propuestas sobre educación y salud, después de José Luis Espert y Roberto Lavagna. Dice que, al empezar su gobierno, necesitaba evaluar cuál era el punto de partida en el área y explica que los resultados del dispositivo Aprender fueron muy malos. Hacia el final de la intervención se entusiasma y describe en una frase su horizonte sobre la educación:
—Le estamos dando a nuestros chicos las herramientas para los trabajos del futuro.
—El presupuesto de ciencia cayó 43%. Yo le voy a prestar mucha atención a la educación, como a la ciencia y la tecnología porque verdaderamente creo que ahí está el futuro— retruca Fernández, que le sigue en la lista de intervenciones y se ocupa de contrastar miradas. Segundos después vuelve a interpelar a Macri.
—Si es real que es la mayor revolución que vivimos explique, presidente, por qué es que trató tan mal al Conicet, a nuestros científicos y a nuestros investigadores.
En el intercambio posterior a las exposiciones, Lavagna seguirá la línea crítica sobre la política científica de Cambiemos “una de las áreas donde el país tiene mayor potencialidad recortada simplemente porque dejó de ser prioridad” y Del Caño cerrará el bloque definiendo a Mauricio Macri como “un enemigo de la educación pública”.
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En los cuatro años de gobierno Cambiemos se ocupó de difamar a la educación en todos sus niveles. La campaña que emprendió tuvo su núcleo ideológico en los cuestionamientos a la investigación, las ciencias básicas y a la producción general de conocimiento, por su presunta “inutilidad” y su falta de “eficacia” inmediata. Y en el corazón de esos ataques estuvieron las investigaciones en ciencias sociales. A fines de 2015, pocos meses antes de ser gobierno, Marcos Peña lo había anticipado: “el pensamiento crítico le ha hecho mucho daño a la Argentina”.
¿Qué hay en la producción de las Humanidades y las Ciencias Sociales que ha irritado al macrismo y ha desatado esa campaña de difamación contra la investigación como tarea inútil, la universidad a la que “ningún pobre llega” y la educación pública en la que se tiene la desgracia de “caer”?
La política científica en disputa
Es diciembre de 2016, no pasó ni un año de gobierno y la gestión Cambiemos ya produjo despidos masivos y desmanteló las principales áreas en que trabajan miles de profesionales vinculados a las ciencias sociales: programas de promoción de la cultura, biblioteca nacional, planes de inclusión socioeducativos, defensoría del público, programas de salud reproductiva, promoción de derechos humanos y laborales, centros de atención judicial, protección de la niñez. Imbuido en el mismo espíritu “modernizador” se anuncian los primeros recortes en el área de ciencia que conducirán como reacción a la toma del MinCyT por parte de investigadora/es excluidos del sistema científico.
En ese contexto se viralizó la nota “Las 20 peores investigaciones del CONICET” que, a fuerza de descalificaciones personales y descontextualizaciones de títulos, denunciaba a los autores y directores de los papers con nombres y apellidos: “lentamente y sin pausa el CONICET pasó de ser una de las instituciones más respetadas del país a una cueva de ladrones”. Luego Clarín y La Nación [t2] amplificaron y presentaron esta nota como “la polémica por las investigaciones De Star Wars a Anteojito, El rey león…”.
En la respuesta colectiva que dimos en el libro “La política científica en disputa” queríamos[1] refutar las críticas enfocadas en los títulos de los papers. Un punto central, entonces, fue dar una explicación simple a un malentendido crucial: “de la misma manera que Newton no estudiaba las manzanas que caían de los árboles sino la fuerza de gravedad, estas investigaciones no estudian las barras de fútbol, el rock nacional o las películas de Disney, sino por ejemplo las lógicas de la violencia en las relaciones sociales, la identificación con la nación a través de la música, el papel de las industrias culturales en la educación sentimental infantil”.
A medida que Cambiemos aumentó la injerencia de la lógica empresarial y financiera en la gestión de los asuntos públicos y desplegó una campaña contra la investigación, el sistema científico fue exigido a demostrar su “utilidad y eficiencia” en términos de rentabilidad inmediata. Hoy el desafío es resignificar las nociones de utilidad y eficacia en un sentido menos restrictivo. Y mostrar por qué es importante que las ciencias sociales interpelen las dimensiones y los niveles de complejidad que se esconden detrás de las promesas de “solucionar los problemas de la gente”, del slogan “hacer lo que hay que hacer”, y de las consignas “que vuelva el trabajo” o “encender la economía”.
“Resolver los problemas de la gente”
En estos días salieron excelentes notas[t3] sobre el rol de las ciencias en el desarrollo del país de cara al debate presidencial. Ninguna menciona a las sociales, que son útiles para “solucionar los problemas de la gente” por múltiples vías. Una privilegiada son las políticas públicas. Podríamos listar una serie de razones de por qué y cómo aportan y potencian a su diseño e implementación: generan explicaciones para abordar los problemas urgentes y controversiales sin restarles complejidad; reconocen saberes y conocimientos de diferentes grupos que pueden mejorar la convivencia social; ayudan a que los descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas sean adoptados de modo positivo; permiten comprender nuevos fenómenos que preocupan a la población y a los que toman decisiones; aporta a la formación reflexiva de les ciudadanes para la integración social; permite ver el funcionamiento del Estado de modo integral; identifica las dinámicas y tendencias culturales y económicas emergentes que organizan la sociedad; indagan en el pasado y mantienen alerta y abierta la memoria colectiva; exploran la imaginación humana, sus potencialidades creativas y liberadoras. Y así, entre varias otras cosas, contribuyen a hacer más eficiente la inversión estatal -y privada- puesta en juego al momento de implementar las políticas.
El diseño y la ejecución de las políticas se potencia con los avances de las ciencias sociales porque un país es más que una economía. Para desarrollarse no solo necesita producir más riqueza, necesita de una trama de políticas públicas virtuosas que integren y potencien ese crecimiento en todo el tejido social del modo más igualitario posible.
“Haciendo lo que hay que hacer”
¿Funcionó la desregulación estatal para traer inversiones? ¿La AUH fue tirar la plata o funcionó para reducir la desigualdad? ¿Los recursos de las políticas públicas son un regalo clientelista o son un derecho? Las ciencias sociales no solo aportan al momento del diseño y la implementación, sino también a los modelos de evaluación de las políticas. La evaluación de la gestión del Estado no es monopolio de “los expertos”, todes elaboramos nuestras propias evaluaciones y juicios sobre cómo se emplean los recursos públicos. Aquí también las ciencias sociales intervienen: brindan categorías, concepciones y visiones del mundo social para armar o disputar esas evaluaciones; hacen diagnósticos y pronósticos no oficialistas sobre el futuro y las consecuencias de las políticas; nos permiten hacer explícitos los modelos de sociedad desde los cuales se justifican y se producen esas evaluaciones cuando se presentan como meramente técnicas o neutrales.
Las ciencias sociales participan activamente en la producción de los diagnósticos sobre los problemas públicos y sus posibles soluciones. Y sus efectos son inmediatos: existe una fuerte relación entre cómo construimos el diagnóstico y qué soluciones buscamos para resolverlo. No es lo mismo, por ejemplo, definir que el problema social es la pobreza -como coincidieron la mayoría de los candidatos en ambos debates-, que definir que el problema es la desigualdad, o incluso, definirlas en plural, las desigualdades de clase, género, étnicas. En los años 90 -cuando Cavallo mandó a las científicas sociales “a lavar los platos” precisamente a raíz de la polémica por los índices de pobreza- definir que el problema era la pobreza dio a las políticas públicas una orientación hacia el asistencialismo: el bienestar social quedó fuera de sus objetivos. En cambio, definir que el problema es la desigualdad implica diseñar políticas que reduzcan las distancias entre los más ricos y los más pobres y reconocer que nuestra sociedad está configurada por relaciones de poder, conflictos de clases, géneros, racismos y estigmatizaciones múltiples.
El tan agitado eslogan de campaña “pobreza cero” implica un enorme retroceso en el debate porque sigue ocultando que el principal problema que impide el desarrollo argentino es el acceso desigual a los bienes y servicios socialmente producidos, que profundiza los procesos de vulneración de los sectores populares.
“Es más complejo!” Elevar el nivel del debate público
En la tentación de mostrar las “aplicaciones útiles” de las ciencias sociales para responder a las exigencias de utilidad corremos el riesgo de reducir su potencial plural a una sola dimensión o una visión instrumental. De pensar que las sociales sólo pueden aplicarse para resolver esos problemas a través de políticas públicas. ¿Qué peligros corremos? Desvincular a las políticas públicas de su carácter político y relegar a los saberes de las ciencias sociales y a las políticas estatales al terreno de la “aplicación técnica” de los expertos, “de los que más saben”.
Antes que encarnar una esencia técnica o ideológica, las políticas públicas son resultado de las fuerzas sociales que las moldean. Por eso no podemos disociar la orientación de las políticas del modelo de sociedad que persiguen. Las ciencias sociales, al develar los supuestos que articulan una y otra, contribuyen a desnaturalizar que el orden social en el que vivimos sea el único posible. Por ejemplo, permiten cuestionar el spot de campaña que Macri reiteró en el debate, “el esfuerzo del ajuste fue inevitable”, o por caso, que “la única salida a la crisis es el endeudamiento. Ambas falacias que fueron repetidas como verdad irrefutable esconden alternativas como, entre otras, la modificación progresiva de las políticas impositivas.
En las últimas dos décadas las investigaciones en ciencias sociales señalaron nuevas desigualdades sobre las que luego se crearon líneas de políticas públicas para atenderlas y atacarlas. La desigual distribución social del cuidado que una vez visibilizada dio lugar a la sanción de las leyes de Regulación del trabajo doméstico y de Jubilación de “amas de casa”, el cuestionamiento a las violencias de género sobre las que busca intervenir la ESI, o el diagnóstico acerca de las desigualdades digitales que impulsó la creación del programa nacional de alfabetización digital Conectar Igualdad son algunas de ellas. Donde hay una desigualdad, debe nacer un derecho.
No solo dan respuestas: las ciencias sociales también crean nuevas preguntas y alternativas. Y este efecto problematizador lo llevan hacia todos los planos: releen la historia a contrapelo, disputan imágenes del futuro y producen nuevas explicaciones con esas claves sobre fenómenos de nuestras vidas cotidianas. En estos años mostraron que los mal llamados “crímenes pasionales” son feminicidios, que la “guerra sucia” fue un plan sistemático de terrorismo de Estado y, más antiguamente, que no es “la mano invisible del mercado” sino la trama de intereses de clases la que condiciona la economía.
“Poner plata en el bolsillo de la gente”
Las ciencias sociales también pueden potenciar alternativas a los diagnósticos economicistas señalando que crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo. Aumentar la riqueza de una nación no implica necesariamente mejorar la calidad de vida de su población: solo si reducimos las brechas de desigualdad tendremos mejores estándares de vida. Como vemos en la coyuntura de Chile -señalado como “ejemplo de lo que Argentina tiene que hacer” por los candidatos Espert y Macri en el primer debate- la riqueza mal distribuida que no genera bienes públicos adecuados para la población produce más sufrimiento social.
Para atacar la pobreza la economía debe crecer y combatir la inflación, para romper la exclusión hay que recomponer todos los vectores institucionales de cercanía que operan como soportes del lazo social. Y eso no se resuelve solamente poniendo “plata en el bolsillo de la gente” sino “poniendo gente en las relaciones”: oficiantes del lazo social que reconstruyan los fragmentos de una trama destruida por el mercado.
Maestros/as, médicos/as, enfermeros/as, pedagogos/as, trabajadores/as sociales, la gama completa de una burocracia blanda que lleva a cabo todos los días una infinidad de micro acciones para que los más vulnerados sorteen las mil y un dificultades y puedan acceder a un derecho o un bien público. Las ciencias sociales tienen una tarea central en brindarles formación y herramientas para encuadrar las problemáticas de su profesión y mejorar sus prácticas.
¿Y ahora qué? Crear bienes públicos comunes…
Pensar la inversión en ciencia como una ecuación de suma cero -“más ingenieros, menos sociólogos”- es una falacia. En las ciencias sociales -como sostuvo Saussure, que en estos días fue sorpresivamente tendencia en las redes- es el punto de vista lo que crea el objeto de estudio. Por eso un mismo fenómeno, sea el bullying escolar, la contaminación ambiental o la inflación, puede y debe ser analizado a la vez desde la psicología, la economía, la geografía, la sociología. Los temas prioritarios pueden y deben analizarse desde varias miradas. ¿Qué origina la inflación? ¿Cómo afectará el cultivo masivo de soja a la estructura social? ¿Cuál es la cadena de agregación de valor del litio para promover el desarrollo local? Sobre todos estos temas también deben -y de hecho lo hacen- trabajar las ciencias sociales.
Con excelentes argumentos, colegas que trabajan en física, matemática, química, explican que las ciencias básicas, las que exploran y producen nuevos horizontes de conocimientos, necesitan de dos condiciones: libertad y tiempo. Trabajar sin restringirse al criterio de la rentabilidad o aplicabilidad inmediata de sus resultados. Esto es válido también para las sociales, pero con libertad no pretenden que las dejen “solas” para pensar, sino que elaboran su conocimiento junto a la sociedad. Esa es la diferencia: piensan mejor cuanto más se sumergen en las tramas de relaciones que estudian. Por ello las sociales son ciencias fuertemente controversiales: porque su sujeto de estudio habla e interpreta su realidad, porque trabaja con el sentido común como materia prima, porque es un pensamiento relacional y las relaciones -como la fuerza de gravedad o los electrones- a simple vista no se ven. Cuanto más implicadas en la situación más ajustados serán sus análisis.
Y a su vez, es en la concreción de nuevos bienes públicos y derechos que se abren sus posibilidades de expansión. Asumir en el próximo gobierno la educación, la salud, el trabajo, y otros vectores como la comunicación, la diversidad, lo ambiental, como bienes públicos a garantizar a través de las instituciones democráticas demandará cada vez más nuevas utilidades de las Humanidades.
Estas prioridades y urgencias no sólo van a necesitar de los conocimientos acumulados sino de su apertura teórica y metodológica para captar las nuevas potencialidades de desarrollo. El conocimiento sobre las tramas sociales para motorizar ese desarrollo no se puede importar como un bien global, como si se tratase del último iPhone. Esos saberes no se pueden adquirir llave en mano en el mercado global, no se ofrecen en mercado libre o en el black friday, ni se consiguen con una ley de economía del conocimiento hecha a medida de una empresa. Es el sistema de ciencia pública el que debe producirlos para mejorar las cadenas de valor locales, las relaciones socio-laborales, el tejido urbano y los entramados estatales.
El futuro de la Argentina no depende solo de los recursos y su distribución, sino también de las capacidades colectivas para recrear un tejido social que contribuya a reconstruir lo público. Luego de atravesar estos años de ataques, las ciencias (¡también las sociales!) están listas para contribuir en la tarea de reconstruir el país, que es mucho más que una economía o un campo de batalla.
Anfibia - 26 de octubre de 2019