Reconstruir el peso, sin soluciones mágicas y con crecimiento
Cualquiera que viva en un barrio ha visto seguramente en el último año un aumento notable de familias que pasan pidiendo comida y remedios y el retorno de los carros buscando cartones. Estas imágenes son las mismas que veíamos por primera vez en la crisis de 2001. Ambas situaciones son el resultado de un experimento de política económica de corte ortodoxo que fracasó. Un experimento que implicaba una propuesta monetaria maximalista y contundente para solucionar los problemas de inflación y crecimiento.
En los 90 esa gran solución fue la convertibilidad, que era una fijación cambiaria combinada con una total apertura financiera externa, tasas reales muy altas y un uso intensivo del endeudamiento en dólares.
En cambio, en el macrismo la estrategia mágica fueron las metas de inflación que proponían la libre flotación cambiaria combinada otra vez con la plena liberalización financiera externa, tasas reales muy altas y un ritmo frenético del crecimiento de la deuda en dólares.
Los dos experimentos colapsaron y dejaron un nivel de deuda impagable, inflación récord, déficit fiscal altísimo, profunda recesión, alto desempleo, pobreza e indigencia. En suma, frustración por otro fracaso. Además, la sempiterna restricción externa que atenaza a la economía argentina, que según nos dijeron había sido solucionada con la apertura financiera, retorna agravada, ya que no solo hay que financiar el crecimiento futuro sino la deuda heredada. La distribución del ingreso recuperada en el gobierno anterior retrocede como es esperable en cada crisis.
Hay muchas similitudes con la crisis de 2001. ¿Implica que estamos condenados a repetir semejante colapso económico, político y social? La respuesta es no. Hay dos factores claves diferentes.
El primero es que la situación patrimonial y financiera de los distintos actores económicos (familias, empresas, bancos) está más sana que en 2001. En ese año la devaluación destrozó los balances de las empresas y las familias masivamente endeudadas en dólares, afectando la situación de los bancos, generando la huida de los depositantes y obligando a una tortuosa reescritura de los contratos entre deudores y acreedores, lo cual fue muy disruptivo para la economía y demoró la recuperación.
Gracias a las regulaciones de los gobiernos pos 2001, hoy no hay multitud de familias y empresas con deudas impagables en dólares como contracara de los depósitos en dólares de otras familias y empresas. Los bancos siguen sólidos y líquidos.
La actual es una crisis por asfixia monetaria y fiscal, las empresas se achican o van muriendo lentamente por falta de ventas, sube la mora bancaria y entre privados, también la deuda con el fisco, pero el endeudamiento interno es bajo y en pesos. No hay un descalce de monedas sistémico.
El segundo factor diferente es la existencia de redes de contención social que quedaron del gobierno anterior y que sobrevivieron al ajuste macrista. Esto ha dado la posibilidad de procesar una crisis tremenda con estabilidad social y política y con un normal funcionamiento de los mecanismos democráticos.
Estas diferencias sustantivas con 2001, más la confianza en un gobierno con una amplia base social y experiencia en solucionar crisis, son las que permiten que una propuesta económica creíble permita poner en marcha la economía, tanto a partir de la reactivaciòn del consumo de los sectores más castigados (70% de la población) como también apalancados en el consumo de amplios sectores, que desde hace dos años acumulan dólares (dados los incentivos e incertidumbre que generaba el Gobierno) y que con un sendero creíble pueden volver a movilizar los bienes durables y el mercado inmobiliario. Estas acciones pueden aportar entre 0,5 y 0,9 del PBI.
Toda recuperación comienza con lentitud. Pero el punto es mostrar que realmente se llegó al piso. Desentumecer la economía. Salir del círculo vicioso en el que habíamos caído y entrar en uno virtuoso. Esta recuperación del consumo, de la recaudación y del uso de la capacidad instalada será un puente temporal clave que deberá complementarse con la puesta en marcha de los nuevos proyectos de inversión en hidrocarburos, minería, servicios y agroindustria, de la recuperación de la construcción y de las exportaciones. En particular, estas últimas deberían beneficiarse de la combinación de un tipo de cambio real más alto y un financiamiento más accesible, a diferencia de lo que ocurrió en el último año, donde la competitividad cambiaria no compensaba un costo financiero exorbitante para exportar. También será un puente para aprovechar el tiempo que tome lograr un nuevo perfil de pagos de la deuda que garantice su sostenibilidad.
Hacia adelante las lecciones macroeconómicas que dejan estas dos experiencias son que:
1) No hay soluciones monetarias mágicas como la convertibilidad o las metas de inflación a las apuradas. Usar exclusivamente el tipo de cambio o la tasa de interés como únicas anclas antiinflacionarias, prescindiendo de otras políticas –como las de ingresos–, sobreexige los instrumentos hasta tornarlos no creíbles.
2) Usando solo la tasa los dos esquemas terminaron con una gran iliquidez de pesos para evitar la fuga al dólar. En 2001 esto llevó a las Lecop, patacones y otras 14 cuasimonedas como salida desesperada. En 2019 colapsó la moneda, así el circulante en términos reales es un 41% menor al de diciembre de 2015 y otros agregados monetarios como el M3 cayeron un 31%.
3) La restricción externa (escasez de dólares para crecer) no se soluciona mágicamente con deuda. El dólar debe tener un valor razonable que incentive, junto con otras medidas financieras y fiscales, la producción de bienes transables.
4) “Alquilar” reservas con deuda cara de corto plazo no sirve.
5) La consistencia monetaria y fiscal, así como la del perfil de pagos de deuda, es un proceso dinámico, que resultará creíble si arranca desde una base que crece y no desde una contracción y si se realiza una promesa de pago consistente.
6) El ajuste fiscal realizado en medio de una contracción no funciona y en general termina mal. Se deduce que seguir con la misma política restrictiva que aplicó Cambiemos y querer lo contrario sería un tremendo error. Ahora bien, el desafío consiste en no morir de iliquidez, pero tampoco inundados.
Puntualmente, desactivar el campo minado que deja este gobierno y recuperar el peso requiere un trabajo cuidadoso que no se agota en regular la cuenta capital y los controles cambiarios. Por cierto, hechos en forma muy precaria por el actual BCRA.
Solo para recuperar la monetización que existía previamente se requiere una adecuada combinación de regulaciones financieras e incentivos al ahorro en pesos. Con la economía ya en marcha se requerirá un sendero previsible para el crecimiento, la inflación y la deuda y consistencia entre las políticas monetaria, cambiaria y fiscal para lograr un nivel de normalidad equiparable a países con un nivel de desarrollo similar.
Perfil - 23 de noviembre de 2019