Repartir la torta
Para analizar los cambios en la distribución del ingreso entre dos años determinados, lo que reciben los hogares se divide en deciles, vale decir en 10 partes, cada una de las cuales representa 10 por ciento de la población. En Argentina, el 10 por ciento de la población que percibe los ingresos más bajos pasó de recibir 0,7 por ciento del PIB en 2003 al 2 por ciento en 2012, mientras que el 10 por ciento que posee los ingresos más altos pasó del 39,3 al 28,2 por ciento durante el mismo período.
En términos globales, el 80 por ciento de la población –los ocho primeros deciles– aumentó su participación, mientras que los dos últimos deciles disminuyeron porcentualmente, lo cual no impidió que aumentara mucho en valores absolutos.
Un pequeño ejemplo numérico permite mostrar que si en 2003 el ingreso global en Argentina se situaba en 100 pesos, los hogares del primer decil recibían 70 centavos y los del último decil, 39,30 pesos. En 2012, con un ingreso global que se duplicó, a 200 pesos en valores constantes descontada la inflación, el primer decil pasó a recibir 4 pesos mientras que el último decil pasó a percibir 56,40 pesos.
Simón Kuznets en Economic Growth and structure había observado que en los Estados Unidos y en los países más industrializados de Europa, la curva de la desigualdad en la distribución del ingreso tendía a bajar o, lo que es lo mismo, que cuando la riqueza de los países aumentaba, la distribución del ingreso tendía a ser más igualitaria. Aunque el sentido de la causalidad sea discutible debido a los cambios que se realizaron en las leyes laborales, el control de precios, la estructura impositiva, la observación de la evolución histórica de las variables muestra que existe una correlación positiva entre éstas, por lo menos hasta 1980, fecha a partir de la cual dicha correlación ya no se verifica, a la inversa del caso argentino.
Dicha tendencia se explica de manera sencilla. Para un nivel de bienestar dado se satisfacen en primer lugar las necesidades como la alimentación, el alojamiento, el vestido, los transportes y luego, cuando el ingreso aumenta, otros bienes culturales, vacaciones. Los economistas llaman a los primeros bienes, inferiores, puesto que una vez satisfechas esas necesidades primarias, y si el ingreso sigue aumentando, la cantidad que se compra aumenta menos rápidamente que el incremento del ingreso.
Keynes explicó que la propensión al consumo, la parte del ingreso que se gasta, era más elevada en los que ganaban menos que en los que ganaban más, ya que el valor de bienes que permiten satisfacer la necesidades primarias absorbía la totalidad del ingreso. Y a la inversa, los que ganan más tienen una propensión al consumo más baja y una propensión al ahorro más importante, ya que pueden con una parte, a veces muy baja, de sus ingresos satisfacer todas sus necesidades y les queda una parte importante que no consumen.
Los cálculos de los presupuestos de las familias realizados en los países industriales muestran que los hogares del primer decil, los más pobres, en valor absoluto y en moneda corriente, gastan la totalidad de lo que poseen como ingreso y que ello representa aproximadamente un tercio de los gastos que reciben los ingresos más elevados. Estos últimos no solo se visten mejor sino que además comen mejor, y gastan además en otros bienes.
Esto se puede ilustrar con el rubro transporte, en el cual los más ricos gastan casi diez veces más que los más pobres, tienen automóviles caros, viajan en avión. De lo que se deduce que una parte importante del ingreso de los que reciben más no lo gastan.
Atesoramiento
Kuznets observó también que “el 5 por ciento más favorecido realiza los dos tercios de los ahorros del conjunto de la sociedad, y el decil del 10 por ciento más ricos prácticamente la totalidad del mismo”. Cuando los hogares de los deciles inferiores no gastan todo lo que ganan, no ahorran, en el sentido habitual que tiene la palabra en la ciencia económica, como veremos más abajo, sino que hacen una compra diferida en el tiempo. Por ejemplo, algunos en el 80 por ciento que ganan menos pueden, en un momento dado, gastar menos de lo que ganan, pero lo hacen para gastarlo más tarde, se trata de un gasto diferido. Globalmente existe una compensación estadística entre los que difieren el gasto ahora y los que gastan el gasto diferido en el pasado. Pero esto no se produce en los sectores de altos ingresos, ya que como escribió Keynes, “el hecho de que yo no cene esta noche no quiere decir que vaya a cenar dos veces mañana”.
Visto del otro lado del espejo, esto permite afirmar que cuando los que ganan menos ven aumentar sus ingresos, los gastan en su totalidad, mientras que si los ingresos de los que ganan más aumentan, van a gastar, si la gastan, solo una pequeña parte del incremento. De esto se deduce que cuando la distribución del ingreso tiende a ser más igualitaria, la parte del ingreso gastada será más elevada y que, inversamente, la tasa de crecimiento de la demanda global será más baja en la medida en que el atesoramiento será porcentualmente mayor.
Esto permite, en parte, explicar lo sucedido en la Argentina de los ’90, en los cuales la flexibilización laboral produjo una baja de los salarios y un incremento del desempleo que redujo los ingresos de los sectores más humildes, lo cual hizo que aun en los años en que hubo tasas de crecimiento satisfactorias el porcentaje de pobres aumentara.
La teoría económica neoliberal considera que el análisis de la distribución del ingreso es irrelevante y no pertinente, ya que el equilibrio global se funda en la Ley de Say. Dicha ley afirma que en condiciones de libre competencia, donde el “mercado” fija los precios y los salarios, en situación de pleno empleo y en una economía cerrada, la oferta crea su propia demanda, vale decir que los beneficios y los salarios distribuidos permiten comprar el conjunto de los bienes producidos.
En efecto, el ingreso Y es igual al consumo C, más el ahorro S, y es también igual al consumo C más la inversión I, de lo que se deduce que I=S. Keynes demostró que inclusive en el caso poco probable de que se dieran las condiciones tan restrictivas de la ley, ésta no se verifica en una economía donde existe la moneda, ya que una parte de los salarios y de los beneficios distribuidos pueden ser ahorrados o atesorados y la demanda ser inferior a la oferta. Pero también explicó que la inversión solo se realizaría en la medida en que las anticipaciones de la evolución de la demanda efectiva sean favorables; vale decir, que los capitalistas que ahorran solo invertirán si sus expectativas de ganancias futuras son satisfactorias, ya que nunca invertirían para perder parte de lo que habían ganado. Lo cual indica que la existencia de una distribución del ingreso que favorezca a los que ganan más puede inducir a una demanda global que será menor, el ahorro más importante, pero el crecimiento económico más lento.
Si los que tienen excedente de ingreso no lo invierten o no lo gastan, entonces el conjunto de los ingresos distribuidos será mayor que el gasto y la economía tendrá un crecimiento lento o negativo. Joan Robinson, una eminente economista inglesa, resumía todo esto diciendo que los asalariados gastan lo que ganan y los capitalistas ganan lo que gastan.
Fuga
De la precedente afirmación se deduce que la distribución del ingreso juega un rol importante, no solo porque es justo que cada uno de los hogares pueda disponer de recursos para poder vivir decorosamente, sino que además la distribución más igualitaria del ingreso es más eficaz para el crecimiento económico que otra que lo sea menos. El caso argentino actualmente muestra cómo la redistribución del ingreso a favor de los sectores sociales de escasos ingresos permitió mantener una sólida tasa de crecimiento que se apoya en la demanda interna sustentada por el gasto de esos sectores de bajos ingresos y recíprocamente. Esto quiere decir que la eficacia económica no sólo es compatible con la justicia social sino que también la eficacia económica y la tasa de crecimiento son mayores cuando impera la justicia social.
En los países industriales, el fin de la Gran Expansión observada entre 1945 y 1975, y el comienzo de la etapa llamada de la Gran Moderación, llevó a numerosos economistas a reestudiar la relación entre la distribución del ingreso y el crecimiento económico y en particular la evolución de la parte del ingreso de los que ganan más, vale decir el último decil. En Gran Bretaña, Italia y Alemania, entre otros países, los cambios en la distribución del ingreso favorecieron en particular al último decil, y sobre todo al 1 por ciento en la cúspide de la jerarquía de ingresos. En Francia, dicho cambio se observa a partir de 2004, ya que los gobiernos socialistas a partir de 1981 limitaron las transferencias de ingresos.
Lo que surge de dichos trabajos es que en Estados Unidos, el 10 por ciento (se trata de los ingresos de aquellos que ganaban más de 110.000 dólares en 2007) que gana más pasó de obtener 34 por ciento del ingreso durante el período que va de 1942 a 1982 a obtener el 50 por ciento en 2007. Dicha evolución comenzó cuando Ronald Reagan llegó al gobierno e instaló la nueva política fiscal, que disminuyó los impuestos directos pagados por los más ricos e incrementó los impuestos indirectos pagados por los otros. Esto se debió también a una fuerte alza de la tasa de interés impuesta por la Reserva Federal, que dopó la tasa de beneficios. Esta evolución de concentración de la riqueza es incluso más impresionante para los ingresos del 1 por ciento (the top 1%) de los que ganan más, que pasaron de obtener 10 por ciento del ingreso global en los años ’50-’60 a 23 por ciento en 2011.
La explicación más pertinente es que la redistribución negativa del ingreso trae aparejado un déficit de la demanda efectiva debido a la disminución de la propensión marginal al consumo de los que más tienen. Esa “abstinencia” no puede transformarse en inversión porque justamente los que desearían gastar más y tienen un alta propensión al consumo no tienen los recursos para hacerlo. En consecuencia, el ahorro no se transforma en inversión y en creación de empleos porque es atesorado, lo cual es lo mismo que decir que la célebre Ley de Say que fundamenta la teoría neoliberal no se verifica. Pero ese dinero existe y la consecuencia directa cuando no se gasta en inversión es que se utiliza de otra manera, que por lo general produce las burbujas en el sector inmobiliario o en el sector financiero, que cuando estallan generan las crisis siguientes. Como dice Paul Krugman en End This Depression Now!, quienes defienden la teoría neoliberal presentan la economía como una fábula moral en la cual la pobreza es una sanción a los actos económicamente irracionales, pero paradójicamente quienes son castigados no son los que cometieron los pecados.
La economía argentina presenta rasgos de comportamiento similares. A pesar de la mejora observada, la desigual distribución del ingreso permite a una minoría de obtener niveles muy elevados de ingreso, pero lo que excede del gasto corriente, el mal llamado ahorro, es trasformado en dólares o esterilizado, y huye la inversión productiva. La aversión al riesgo y un comportamiento rentístico hacen aparecer nuevas estrategias de comportamiento económico muy diferentes a las que imagina la teoría económica ortodoxa. Los excedentes atesorados se agotan en las estrategias de maximización patrimonial y el fraude fiscal, con el correlato de una fuga de los activos hacia la compra de bienes suntuarios o en la fuga de capitales. Las recientes declaraciones ante la Justicia argentina de un “banquero arrepentido” confirman la magnitud y la importancia de la sumas en juego y confirman que más allá de las leyendas urbanas existe una verdadera industria del delito con sus ojeadores, sus predadores, sus guaridas y sus víctimas
Suplemento CASH de Página/12 - 29 de septiembre de 2013