Reportaje a Horacio Giberti: “Se comerá más polenta que carne”
[i]Mientras los temas de las relaciones campo-Gobierno, Gobierno-campo, se entretejen desde hace ya un año con nuestras vidas, conversamos animadamente –en un coqueto departamento de Caballito, poblado de recuerdos– con el histórico ingeniero Horacio Giberti. Como secretario de Agricultura, fue el autor de la ley que lleva su nombre y, desde sus notables 91 años, recuerda que ésta comenzó a elaborarse en 1973.
—Se hizo un proyecto que demoró varios meses –recuerda, y se apura en añadir modestamente:– se lo llamó ley Giberti, pero corresponde aclarar que no la escribí yo, sino que la redactó uno de mis asesores, el Dr. Augusto Reinhold, especialista en legislación agraria. Desde luego que, como amigos, veníamos conversando sobre ella desde mucho tiempo antes. Teníamos ideas comunes y, repito, la redactó él porque, como especialista, tenía una visión de conjunto que, desde luego, no deja de reflejar mi propio pensamiento básico. Se la dio en llamar ley Giberti porque en 1974 ya comenzaba a accionar la siniestra Triple A: yo había sido amenazado junto con mi subsecretario, y no me pareció prudente exponer a Reinhold siendo yo responsable de los fundamentos que, luego, él escribió. No quiero dejar de rendirle justicia.
—¿Por qué cree usted que, a pesar del tiempo transcurrido, los sociólogos especializados en temas agrarios aún la recuerdan?
—Era una ley muy amplia. Tenía más de 90 artículos y pretendía, en un cuerpo de ley, incorporar principios que ya estaban en la legislación argentina, y otros que eran totalmente nuevos. Creo que lo que puede dar una idea del espíritu de una ley son sus primeros artículos. Allí, se señalaba que el Estado aseguraba la propiedad de la tierra cuando ella cumplía su función social. Esto nunca había sido definido claramente en términos legales, y ahí se explicitaba que “la tierra cumple su función social cuando produce de acuerdo a la conservación del recurso y cuando se atiende a una justa distribución del ingreso generado”. Esas eran las condiciones que significaban el cumplimiento de la función social. Y la tierra que se ajustaba a ellas tenía asegurado el derecho de propiedad. En cambio, aquella que no cumpliera esas funciones podía ser expropiada por el Estado al comprobarse, por ejemplo, que llevaba 20 años sin producir.
—¿Sin ninguna indemnización?
—En esos casos, no.
—¡Convengamos que era altamente polémica, ingeniero!
Giberti se sonríe.
—Sí, fue polémica, pero recuerde que el país pasaba por un momento político muy especial. Quizá por eso se exageraron bastante los alcances de esa ley.
—Bueno, era una especie de reforma agraria, ¿no?
—No. Diría que no. Justamente, en forma contemporánea, yo hice un trabajo como tarea académica que consistía en definir (para mí, claro) el concepto de reforma agraria. Y señalaba justamente que esa ley no podía calificarse como tal aun cuando modificara bastante la legislación vigente. Una reforma agraria va mucho más allá que una simple legislación acerca de la tenencia de la tierra, porque abarca muchos otros conceptos económicos y sociales. Sobre todo, un cambio muy rápido y profundo en las formas de producción y la tenencia de la tierra.
—Y tantos años después, ingeniero, ¿cómo ve la situación por la que atraviesa el campo argentino?
—Obviamente, son tiempos muy distintos. En aquellos momentos, nuestra preocupación fundamental era fomentar la productividad como única forma de aumentar la producción ya que, por ejemplo, en la región pampeana la tierra ya estaba ocupada en su totalidad. Si no se producía más por hectárea, era imposible aumentar la producción agropecuaria pampeana. Uno de los obstáculos, considerado entonces muy importante, radicaba en que había bastante cantidad de propietarios que trabajaban medianamente, o mal, extensiones grandes que, aun así, les generaban un alto ingreso. Sin demasiada tecnificación, tenían una administración muy sencilla. Hoy, la situación es totalmente distinta. Quiero decir que aquella ley, si bien tiene principios que permanecen siendo válidos, también apuntaba a mejorar una situación que ya no existe.
—A la luz, entonces, de aquella experiencia, ¿cómo observa esta situación atípica que, desde hace un año ya, estamos viviendo?
—Las características de la producción actual son, para mí, las siguientes: evidentemente, en su mayoría, los productores agropecuarios apuntan a aumentar la productividad. Por eso, justamente, ha aumentado tanto en una superficie que ya estaba ocupada. Pero me parece que, paralelamente, ha habido una gran concentración de la producción, porque buena parte de esta producción ha pasado a estar en manos de arrendatarios, a veces por períodos de una sola cosecha.
—¿Usted se refiere a los “pools”?
—Sí. A ese tipo de contrataciones que, en realidad, son actividades financieras que buscan una utilidad grande en un período breve. Si mañana esa producción agropecuaria deja de tener márgenes grandes, salen de ella y van hacia otra actividad. Por eso estas entidades trabajan sobre tierra arrendada de mayor agilidad financiera que si fuera propia. Lo hacen con máquinas contratadas. En una palabra, en mi opinión, no son empresas estables propiamente dichas. Como empresa de negocios no está mal, pero es, digamos, una empresa de riesgo que apunta fundamentalmente a buscar alta rentabilidad en poco tiempo. No busca la permanencia. Y esto, en el sector agropecuario, es serio. ¿Por qué? Pues porque si bajan los precios, como está ocurriendo ahora, todas esas actividades van a pasar a otras áreas. En vez de ser elementos anticíclicos, agravan el ciclo. Cuando la producción agropecuaria está en manos de verdaderos empresarios, sobre todo productores medianos y pequeños, hay una permanencia en la actividad que resiste los malos precios y, desde luego, aprovecha los buenos. Pero, insisto, allí hay una permanencia. Es una actividad que se arraiga en el contexto social. En una palabra: lo que ocurría con el chacarero tradicional, que no solamente trabajaba allí sino que lo hacía con toda su familia, que también vivía años enteros en esas tierras. Ese chacarero compraba y vendía en el lugar propiamente dicho. En cambio, estas empresas, estos pools, se abastecen en sus sedes sociales y en grandes cantidades, lo cual les permite lograr mejores precios pero no son un elemento de desarrollo local. Por eso, insisto en que ha habido un cambio estructural que no es satisfactorio. Hoy, el 20% de los productores está entregando alrededor del 80% de los granos. Me parece que es un grado de concentración que no es saludable y que provoca una estructura agraria endeble con ingresos locales que se transfieren a los centros de administración.
—Los chacareros no dicen eso, ingeniero...
—Los que quedan no dicen eso, pero hoy no son mayoría. Se defienden como pueden. Desde luego. Pero yo opino que por parte del sector agropecuario no se está transmitiendo la verdadera estructura agraria. Se habla como si fuera un todo de empresas con las características que le acabo de señalar.
—¿Qué piensa de las retenciones?
—El tema de las retenciones debe ubicarse dentro del panorama nacional. En la Argentina, la producción pampeana goza de una gran ventaja, como sus condiciones naturales, y el tipo de cambio para exportar esa producción puede ser menor que el que corresponda a otras actividades. Por ejemplo, industriales o también agropecuarias, pero no pampeanas. De allí nace la necesidad de tipos de cambio diferenciales, porque un tipo de cambio que permita exportar adecuadamente las producciones pampeanas es insuficiente, por ejemplo, para las no pampeanas. Esa necesidad de tipos de cambio diferenciales viene de antaño en la economía argentina, y se ha resuelto de distinta manera. Una: creando verdaderamente tipos de cambio distintos, según sea el producto exportado. Otra: fijando un tipo de cambio único, pero estableciendo retenciones que, en realidad, implican el mismo alcance que el tipo de cambio diferencial. La otra solución fue, en momentos de comercialización estatal, que el Estado, por su cuenta, estableciera los precios y, en realidad, tipos de cambio diferenciales. Las retenciones deben considerarse dentro de ese marco y son, para mí, necesarias. Lo que se puede discutir es su magnitud.
—¿El 35% le parece correcto?
—Mire, aquí hay un problema que atañe tanto al sector agropecuario como al Gobierno. Tanto uno como otro han discutido ampliamente (y hasta se han insultado), pero han presentado muy pocos estudios objetivos de modelos de producción que indiquen cuál es la verdadera situación económica y financiera. Con los pocos elementos de que dispongo, le diría que, hasta hace unos meses, el ingreso asegurado para el productor agropecuario medio, con las retenciones existentes, era muy satisfactorio. Ahora, la situación es distinta, pero no olvidemos que estamos en otra cosecha. Termina la cosecha gruesa del año pasado. Tendría que empezar una nueva, y nos encontramos con que hay cinco o seis millones de toneladas acumuladas en el campo.
—En las bolsas...
—Sí. O sea que hay cuando menos un grupo de productores del agro que tienen la suficiente capacidad financiera como para soportar un año agrícola entero sin vender. Esto está indicando que, por lo menos un grupo, tuvo un ingreso muy satisfactorio. Si no, no hubiera podido guardar.
—Ingeniero, disculpe mi ignorancia, pero ¿cuál sería la objeción a este almacenamiento? ¡Enhorabuena que la tierra produzca y se pueda acopiar!
—Claro que sí, pero entonces no es compatible tener cinco o seis millones de toneladas acumuladas sin vender y proclamar que la situación del campo es desesperante.
—Pero, ¿acaso la sequía no es desesperante?
—Desde luego que la sequía ha sido muy seria, pero felizmente se está aliviando, aunque cuando llueve intermitentemente las cosas no se arreglan de un día para el otro. Los efectos perniciosos se han marcado, pero todo eso se va a sentir en el futuro.
—¿Por qué piensa usted que se ha llegado a este nivel de confrontación cuando recién ahora, después de un año, se ha logrado que haya una mesa de discusión conjunta entre el Gobierno y el campo?
El ingeniero Giberti se ríe quedamente.
—Mire, mi experiencia es una cosa, y acertar en las ideas es otra. Además, cada uno tiene conceptos básicos que pueden ser distintos a los de otros. Cada uno de nosotros interpreta que lo mejor es aquello que más se adecua a su forma de pensar. Con esto le estoy diciendo que lo que yo considero mejor puede no serlo para otro. En el caso del productor agropecuario, pienso que, desde el comienzo de este entredicho, que ya lleva un año, ha habido profundos errores tanto del Gobierno como de las entidades agropecuarias. Y le explico: el Gobierno, porque toma una serie de medidas fundamentales que, en principio, están bien, pero prácticamente no las fundamenta ni las explica. Por ejemplo, cuando se establecieron las retenciones, el Estado debería haber publicado una serie de modelos económicos mostrando cómo los distintos tipos de explotaciones podían soportar esas retenciones. Por otro lado, el sector agropecuario se opuso violentamente a ello y tampoco mostró cifras objetivas que asentaran su posición. Y también se cometió un profundo error: el Gobierno no es una entidad similar a las agropecuarias. Son cosas muy distintas. El Gobierno representa (por lo menos teóricamente) los intereses generales. Las entidades del sector agropecuario representan los intereses de sus afiliados, que no siempre coinciden en forma absoluta con los intereses generales. Como en cualquier actividad, en el sector agropecuario hay que recortar beneficios propios en beneficio del interés general.
—Pero al menos es destacable que, por primera vez, se forma una Mesa de Enlace entre entidades muy distintas...
—Bueno, en cuanto a esas entidades, yo creo que también ha habido un error. Lo mismo que de parte del Gobierno. Las entidades se presentan como representativas del sector agropecuario y el Gobierno las toma como tales. Pero el último censo agropecuario nos dice que sólo el 12% o 15% de las explotaciones están afiliadas a alguna entidad gremial. Y hay alrededor de un 30% que están afiliadas a cooperativas. O sea que la mayor parte de las explotaciones no están afiliadas a ninguna entidad. Por supuesto que las entidades son respetables, en la medida en que representan a sus asociados, pero allí hay un error de las entidades cuando se presentan como representantes de todo el sector. Y el Gobierno comete otro error en aceptar que representan a todo el sector. Lo cual no quiere decir que no puedan sentarse a conversar y discutir, pero aceptemos la realidad... Nadie puede negar la importancia que están adquiriendo los autoconvocados, que han llegado a organizar actos a los cuales invitan a las entidades gremiales. Cosa que, en realidad, es un absurdo, porque deberían ser las entidades gremiales las que invitaran a sus afiliados y, marginalmente, a los no afiliados. Aquí, es al revés.
—Como ingeniero agrónomo, ¿qué piensa del problema con la leche, con los tamberos pidiendo un peso el litro en el tambo, desde hace meses?
—Ahí hay un problema fundamental, que es el margen que existe entre el precio al consumidor y el precio al productor. Me parece que es exagerado. La lucha justa debe darse por disminuir ese margen. Luchar solamente por aumentarle el precio al productor que, con los márgenes actuales, aumentará el precio al consumidor, me parece que no es el único fin. En Francia, por ejemplo, se ha establecido desde hace tiempo que el precio al productor es el 50% del precio de la leche en las góndolas de los supermercados. Nosotros estamos muy lejos de esa relación. Yo no digo tampoco que la misma relación que hay en Francia sea justa en la Argentina. Pero sí creo que debe estudiarse y que, en beneficio del consumidor, hay que trabajar en ese punto porque, reitero, sólo pensar en el precio al productor sin considerar la justicia de los márgenes de comercialización es olvidarse de los intereses generales o del consumidor.
—Cuando hablábamos recién, ingeniero, del tiempo transcurrido, usted señalaba los errores cometidos de uno y otro lado... De acuerdo con su larga experiencia, si hoy usted tuviera poder de decisión, ¿qué diferencias introduciría en esta situación campo-Gobierno?
—Plantearía una cuestión política. El poder de decisión de una persona tiene muy poco valor si no está apoyado por una opinión mayoritaria firme. De manera que lo que yo pueda pensar en este momento no sé si, honesta y sinceramente, responde a lo que la mayoría de la población desea. Justamente, en este momento, la mayoría de la población tiene muy poca orientación, precisamente por los errores que han cometido el Gobierno y las entidades agropecuarias al no clarificar objetivamente los fundamentos de sus posiciones. Por supuesto que yo no haría lo que pensaba en 1974... No porque entonces estuviera mal, sino porque las circunstancias han cambiado. Más allá de que las circunstancias endógenas han cambiado, hoy existe el muy serio problema de la recesión mundial. No sabemos realmente cuánto va a durar, y así como quienes no vieron venir esta crisis se equivocaron, también los que hablan de una crisis de uno o dos años lo hacen sin fundamento. Lo que sí creo es que estamos inmersos en una crisis mundial que nos va a perjudicar mucho. Posiblemente nos tome en una situación bastante mejor que la de otros países y, desde ya, mucho mejor que la que tuvo la Argentina en la crisis del 30.
—Desde ya, son crisis diferentes. Pero el que mira la situación desde afuera no puede dejar de advertir que, si bien el mercado inmobiliario o la industria automotriz presentan terribles quebrantos, los alimentos no van a dejar de consumirse. Por lo tanto, es urgente que nos pongamos de acuerdo para vender lo que producimos. En una palabra, ¡comida!
—Sí, se van a seguir consumiendo alimentos, pero en menor cantidad, porque habrá gente que va a pasar hambre. Descarnadamente, éste es el panorama: gente que va a disminuir su consumo e irá cada noche a acostarse con hambre. Gente que va a cambiar la calidad de su alimentación al substituir alimentos caros por otros más baratos. O sea que, efectivamente, vamos a vender alimentos, pero no en las cantidades que podían pensarse para un mundo en mejor situación que la actual. Posiblemente la demanda de carne disminuya mucho más que la de trigo. En una palabra: la gente de menos recursos acabará comiendo más polenta y menos bifes...
*Horacio Giberti. Su trayectoria es imposible de resumir, se destacan algunos hitos: entre 1973 y 1974 fue secretario de Agricultura de la Nación en el gabinete de José Ber Gelbard, el ministro de Economía de Héctor J. Cámpora. Antes, desde 1958 a 1961, presidió el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Fundó, además, el Grupo de Estudios Agrarios (GREA) y es su Director. Es Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tenemos el honor de que presida el Comité Editorial de nuestra revista Realidad Económica y además es Presidente Honorarios de nuestra institución.
Magdalena Ruiz Guiñazú. Es una de las periodistas más importantes de la Argentina, distinguida con innumerables premios. Conduce diariamente Magdalena Tempranísimo[/i]
[color=333300] Fuente: Diario Perfil - 15.03.2009 [/color]