Restricción Externa, Política Monetaria y Banco Central
Numerosos pensadores, muchos de ellos jóvenes, fueron convocados a debatir el neoliberalismo en sus múltiples dimensiones y a pensar las alternativas más adecuadas para nuestro pueblo y región, con la condición explícita o implícita de que los caminos a soñar contuvieran un análisis de las condiciones de fuerza y conflicto social latentes en ellos. De allí que la academia, en gran medida hasta ese momento recluida en la formulación de ejercicios ascéticos y ajenos a la realidad concreta, se viera interpelada por la “política” que reclamaba un compromiso para el aquí y el ahora.
La política gubernamental y el debate académico -a la zaga éste, aún hoy- comenzaron a transitar un camino sinuoso pero confluyente que, forzado a dar una nueva mirada, se focalizó en reformas progresivas de las instituciones económicas y sus funciones. Porque si el neoliberalismo, como discurso rector de la cultura y la política, ha sido arrinconado en estas tierras, su prolífica lógica agazapada persevera en un conjunto de instituciones y formas de regulación. Tal es el caso la normativa que rige al Banco Central -cuya modificación ha sido impulsada por el proyecto de ley presentado por Mercedes Marcó del Pont durante su paso por la cámara de diputados y luego por el actual diputado Héctor Recalde-, por mencionar apenas uno de los puntos salientes de una extensa lista. La resolución de cada uno de estos núcleos problemáticos requiere no sólo de la iniciativa gubernamental sino que ésta queda supeditada a -o se relaciona de manera dialéctica con- las capacidad del conjunto social de atravesar con éxito los conflictos políticos que su tratamiento con seguridad suscitará al ponerse en funcionamiento los poderosos mecanismos de resistencia de los sectores que se beneficiaron en detrimento de las mayorías nacionales por las políticas monetaristas instrumentadas durante la dictadura y su versión corregida y aumentada del consenso de Washington en los noventa.
Sin dudas, el debate sobre las implicancias reales de la política monetaria y, consecuentemente, el perfil de la Carta Orgánica del Banco Central, son temáticas esenciales para consolidar la recuperación de esta institución en beneficio del desarrollo socioeconómico de nuestro país. El pensamiento económico tiene por delante -para variar- una tarea demorada respecto de los procesos políticos actualmente vigentes. En primer lugar, urge revisar uno de los supuestos del enfoque neoliberal: la “neutralidad del dinero” y su efecto exclusivamente inflacionario, frente a otras miradas que desde Marx y Keynes hasta el neoestructuralismo han sostenido los efectos proactivos de la expansión monetaria, es decir, “el dinero importa”, no es neutral. En segundo, un debate sobre la denominada “independencia del banco central” que intenta limitar la capacidad de la autoridad monetaria para hacer política económica en favor de la capacidad del sistema financiero, que gana así grados de libertad en su decisión de crear y distribuir la cantidad de dinero. Y, en tercer lugar, la recuperación de una mirada que dé cuenta de nuestra historia, considerando la incorporación de la restricción externa en los objetivos explícitos del banco central y su política cambiaria y monetaria.
Realicemos un repaso por estos debates. Desde tiempos inmemoriales las cuestiones monetarias han sido motivo de fuertes polémicas. El pensamiento económico argentino no ha estado exento de ellas. A los efectos de simplificar el debate dividiremos los términos de la controversia en dos.
Están aquellos que sostienen que las variaciones en la cantidad de dinero no afectan a las cantidades producidas ni consumidas, es decir, a la economía real. El dinero es neutral y sólo impacta sobre el valor de lo producido y consumido vía el aumento de los precios. Esta visión suele denominarse neoclásica y sostiene políticas neoliberales. Para observar la economía real hay que correr el velo monetario, decía Hicks. El corolario de estas afirmaciones es que la inflación es un fenómeno monetario (Friedman) en todo momento y en todo lugar.
Por otro lado, se encuentran las miradas heterodoxas que sostienen que las variaciones en la cantidad de dinero importan y afectan el nivel de actividad económica real. En una economía monetaria y con una producción potencial mayor que el consumo (es decir, una economía con excedente), como Keynes la pensaba, aumentar la capacidad de compra repercute sobre los niveles de consumo, la producción y, por tanto, en los niveles de empleo.
Ambas posturas tienen implicancias prácticas en el diseño del rol de las instituciones monetarias de un país. En efecto, si se participa de la primera posición el principal objetivo del Banco Central, la institución rectora, será regular la cantidad de dinero de modo que no haya impacto sobre los precios y, en consecuencia, el objetivo principal es el mantenimiento del valor de la moneda. En dicha regulación el Banco Central deberá controlar que tanto el sector público, vía el déficit fiscal, como el bancario, vía los instrumentos financieros y el multiplicador bancario, alteren la cantidad de dinero total que la economía debe tener. Y la estabilidad de precios será lograda a costa de desempleo y concentración de riqueza en la cúpula social. Esta postura, a su vez, supone que la inflación es estrictamente atendible por mecanismos macroeconómicos y que no existen problemas estructurales o concentración de poder que influyan en los precios. La estabilidad de precios se logra al costo de impedir a los trabajadores (vía desempleo) las acciones gremiales de incremento de salarios y, por consiguiente, se cristaliza una creciente desigualdad socioeconómica.
Por el contrario, si se participa de la segunda, las autoridades monetarias adquieren una importancia significativa a la hora de decidir la política económica. En efecto, si “el dinero importa”, entonces vía la regulación de la cantidad de dinero es posible conducir el nivel de actividad de modo de estabilizar el ciclo económico y llevar a la economía por un sendero de crecimiento tendiente al pleno empleo. Así, el sector público y el bancario tienen un rol orientador y es posible establecer programas que intenten perfilar o modelar la estructura productiva y el nivel de empleo. Esta corriente abre la posibilidad de atender las tensiones inflacionarias como el correlato del grado de desarrollo y concentración de la estructura productiva o por tensiones en la distribución del ingreso. La mayor participación pública en la regulación de los precios es la condición necesaria para una mayor distribución de la riqueza.
Sin embargo, es necesario destacar que la heterodoxia clásica, heredada principalmente de una Europa que protagonizó el ingreso de la humanidad a la era industrial, no contempla en su entramado conceptual los acuciantes problemas de economías periféricas con pasado colonial de fuerte influencia sobre su estructura productiva. En otros términos, las clásicas políticas proactivas -entre las que se cuentan la política monetaria expansiva- en el contexto de una estructura productiva de herencia colonial o “desequilibrada” -en términos de Marcelo Diamand- afectaría el equilibrio externo. El mayor nivel de actividad impulsado por las políticas monetarias expansivas aumenta los requerimientos de importaciones necesarios para sostener los mayores niveles de producción. La mayor necesidad de divisas para pagar las importaciones sólo se puede cubrir con exportaciones o endeudamiento externo. Las primeras no aumentaban, al menos, al mismo ritmo que las importaciones, y el segundo tiene un límite dado por la capacidad de pago del país. De modo que sobreviene una crisis del sector externo, con su correspondiente devaluación, recesión y reequilibrio de las cuentas externas.
Es decir, las posiciones nacidas en el pensamiento europeo observan una contradicción en sus enfoques que no da cuenta en forma cabal de nuestra situación y de lo que nosotros sí debemos considerar. Esto es, existe una tercera opción, aplicada con éxito durante los dos últimos gobiernos pero que no figura de manera explícita en la carta orgánica del BCRA, consistente en articular la cuestión monetaria con el sector externo. No reconocer de dónde venimos históricamente suele obligar a las instituciones monetarias a aplicar políticas restrictivas consistentes con el sector externo. Entonces uno de los objetivos de política económica dentro del cual el Banco Central es clave, es ganar grados de libertad alejando la restricción externa de modo de hacer espacio para ayudar a “conducir” la economía. Nos parece que este tercer concepto debería ser parte de la discusión en la reforma de las instituciones monetarias, incluido el Banco Central.
Creemos que no nos resta mucho más tiempo para saldar esta discusión. Si el nivel de actividad económica tiene en el sector externo su restricción principal, la nueva situación de mejora en los precios de nuestras exportaciones por encima de nuestras importaciones más una política de tipo de cambio múltiple favorable a la industria, eleva el nivel de ingresos per capita hasta un nuevo techo que da cuenta del mayor valor de nuestras exportaciones, principalmente agrarias. Una vez alcanzado el nuevo valor, este será un techo a menos que la composición de las ventas al exterior tengan una estructura con mayor equilibrio entre lo agrario y las manufacturas de origen industrial. Si ello se produce, las mayores exportaciones industriales conseguirán las divisas necesarias para mantener un nivel de actividad económica creciente. Y las posibilidades de un desarrollo socioeconómico sostenido se habrán incrementado sensiblemente.
[b]*Norberto E. Crovetto - Economista, profesor de teoría del crecimiento FCE UBA
**Claudio Casparrino - Economista del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE)[/b]
Fuente:">http://www.diariobae.com/]Fuente: Buenos Aires Económico - 17.11.2010