Revolución shale y hegemonía

Claudio Scaletta
Las proyecciones sobre el futuro de los hidrocarburos no convencionales son terreno fértil para los especuladores en la geopolítica del petróleo. Sin embargo, es altamente probable que aún se desconozcan los verdaderos alcances de la revolución shale. Mientras en Argentina el fenómeno global permanece opacado por la esperanza Vaca Muerta, sus efectos más sensibles llegaron de manera indirecta. Se estima que gracias al desmoronamiento de los precios internacionales del último año, en 2015 el déficit energético externo será alrededor de un tercio del de 2014, un ahorro especialmente sensible en tiempos de escasez de dólares. Puertas adentro, el rol de las políticas activas del Estado nacional, vía el reconocimiento de un precio boca de pozo por encima del determinado por las cotizaciones internacionales, resultó fundamental para la continuidad del proceso inversor. La proyección para el largo plazo es que el shale, apuntalado por la generación hidroeléctrica, y en menor medida la nuclear, será la clave de la sustitución completa de importaciones energéticas.

En el mundo, en tanto, sus alcances serán todavía mayores. La baja transitoria del precio del crudo se plantea en dos dimensiones, como amenaza a la continuidad del negocio, pero también, y fundamentalmente, como un impulso para la hegemonía estadounidense.

Aunque abundan los trabajos que auguran problemas serios para el sector del shale debido la caída de precios, se trata de miradas cortoplacistas. Primero porque a la volatilidad de los precios de los hidrocarburos –de 25 dólares el barril a principios de los 2000 a alrededor de 100 entre 2011 y 2014 a los 50 dólares actuales y los 60 previstos para 2016 según los analistas de este mercado– debe sumársele el factor “extramercantil”, es decir, político, en la determinación de estos precios. Segundo, porque la extracción no convencional ya explica alrededor de la mitad de los 9 millones de barriles que Estados Unidos produce diariamente. A esta expansión se sumó un consumo estable gracias al aumento de la eficiencia energética. Si bien la expansión de esta industria acompaño el alza de precios internacionales, los precios actuales no son realmente bajos en términos históricos y nada hace prever el cierre de pozos en producción.

De acuerdo a datos recientes del FMI, la caída de los precios del crudo tuvo un efecto neto positivo para el conjunto de la economía estadounidense, incluido el sector hidrocarburífero, cuya producción siguió aumentando hasta 9,3 millones de barriles diarios en febrero pasado. El aumento de la producción llevó los stocks de petróleo a sus máximos históricos y explica, parcialmente y por el lado del mercado, la baja de precios recientes. En los últimos meses, en tanto, comenzaron a caer los stocks de naftas y derivados, lo que indicaría que menores precios reavivaron la demanda.

Lo dicho no quiere decir que una baja de precios persistente no afecte a una industria que se desarrolló en buena medida gracias a los altos valores históricos. La previsión, al margen de los agoreros del corto plazo, es la de una ajuste capitalista en el “buen sentido” shumpeteriano, es decir, intrasectorial; en la composición empresaria, y no en el sector en su conjunto. Dos razones específicas de la industria refuerzan esta perspectiva: los precios piso de rentabilidad varían de un yacimiento a otro y los costos operativos y financieros varían entre empresas. Luego, resulta lógico esperar que se vean más afectadas las nuevas inversiones que las que ya están en marcha para mantener los pozos en producción. Vale recordar que a diferencia de los pozos convencionales, los no convencionales demandan un flujo de fondos permanente. En los pozos en producción, habrá empresas que tengan mayor respaldo financiero y otras que lograrán adaptarse, por ejemplo mediante mejoras tecnológicas u operativas, a la nueva restricción presupuestaria. En contrapartida, habrá firmas que no podrán adaptarse al cambio de condiciones y serán absorbidas por la competencia. Lo que seguramente no se registrará es un regreso a la situación anterior.

En cuanto a los efectos de refuerzo de la hegemonía imperial, lo primero que se destaca es que Estados Unidos domina la tecnología de extracción que aplazará por tiempo indefinido el superanunciado fin de la era del petróleo. Una tecnología que fue desarrollada gracias al decidido apoyo estatal y un dominio que será el instrumento de su presencia en las explotaciones no convencionales de todo el mundo. Gracias al fracking el planeta dispondrá de muchos más hidrocarburos del que se imaginaba hasta hace apenas unos pocos años. Luego viene el argumento más escuchado con motivo de la actual baja de precios: el país del Norte está en vías no sólo del autoabastecimiento de gas, sino de transformarse en exportador neto. El destino previsto de estas ventas será fundamentalmente Europa, un escenario que debilitará sobre todo a Rusia, Estado cuyo comercio exterior es esencialmente hidrocarburífero. A esto se suma el fortalecimiento del dólar y la caída de los precios de la mayoría de las materias primas. En los viejos términos de la vigente teoría del desarrollo, un deterioro de los términos del intercambio para la “periferia”.

Pero no todo es estrictamente geopolítica. También debe considerarse el efecto multiplicador que el desarrollo de la nueva industria del shale tuvo y tendrá fronteras adentro de Estados Unidos y en el aumento de la competitividad global de su economía, tanto por el abastecimiento de energía abundante y barata, como por las concatenaciones tecnológicas, amén del efecto multiplicador del ingreso.

Suplemento CASH de Página/12 - 3 de mayo de 2015

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