Tergiversaciones de nuestro pasado: una visión republicana de nuestra historia / Vicenç Navarro*
El gran dominio que las fuerzas conservadoras han tenido en la historia reciente de España explica la gran tergiversación de lo que fue la II República (el periodo más modernizador de la historia de España de la primera mitad del siglo XX), el golpe militar de 1936 (el más sangriento que hubo en Europa en aquel siglo), la dictadura fascista que impuso (una de las más represivas que haya existido en la Europa Occidental durante el siglo XX, como lo atestiguan los trabajos del Profesor Malefakis, Catedrático de Historia Europea en la Columbia University de la ciudad de Nueva Cork, que documentan que por cada asesinato que realizó Mussolini, el régimen dictatorial español asesinó a 10.000), y la transición española de la dictadura a la democracia que perpetuó elementos importantes del régimen anterior (y que se considera erróneamente como modélica aún cuando ha sido responsable de las enormes insuficiencias del Estado de bienestar español –España continúa estando a la cola de la Europa de los Quince en gasto público social por habitante- y de la democracia muy incompleta que todavía existe en España, -como lo muestra, entre muchos otros ejemplos, que ningún medio de información aún hoy se atreva a criticar al monarca o a la Institución que representa o que las Cortes Españolas no establecieran una comisión para analizar el fallido golpe militar de 1981, desconociéndose la trama cívico-militar que desarrolló el golpe-).
Este artículo intenta sintetizar una respuesta a tales tergiversaciones.
Las interpretaciones dominantes de la historia de España
La interpretación dominante de la II República durante la dictadura (y que todavía persiste en la cultura democrática de nuestro país) es que fue una época caótica responsable de la Guerra Civil, que inevitablemente condujo al golpe militar, mal menor necesario para restablecer el orden, estableciendo una dictadura autoritaria (aunque no totalitaria). Ésta sería responsable de la modernización de España, la cual llevó a la transición de la dictadura a la democracia, un proceso considerado modélico, liderado por la monarquía que ha dirigido el establecimiento de una democracia moderna, comparable a cualquier otra democracia europea. Esta interpretación de nuestra historia ha ido evolucionando, apareciendo en la época ya democrática, otra interpretación que se autodefinía como centrista (y cuyo máximo portavoz fue Javier Tusell) que modifica la interpretación conservadora anterior en el sentido de considerar a ambos lados del conflicto responsables de los grandes errores que condujeron a la Guerra Civil y de las enormes violaciones de los derechos humanos que ocurrieron durante aquella Guerra. En esta visión casi equidistante de responsabilidades, se reconoce la necesidad de condenar el golpe militar y la dictadura que impuso (homenajeando a las víctimas de tal represión por el bando vencedor), aún defendiendo el impacto modernizador de la dictadura y el carácter modélico de la transición liderada por el Monarca. En tal interpretación se continúa considerando a la II República como el periodo que inevitablemente condujo a la Guerra Civil, atribuyendo a las fuerzas republicanas gran responsabilidad en el fracaso de la República así como en la gran violación de los derechos humanos, comparables a las realizadas por el bando que continúa definiéndose como el bando nacional. Esta interpretación “centrista” está hoy muy extendida en grandes fórums políticos y mediáticos del país.
La versión que sitúa a la II República como el periodo más modernizador en España durante la mayoría del siglo XX en España e interpreta al golpe militar como un golpe que estableció una dictadura fascista de enorme crueldad y represión, que concluyó en un proceso de transición muy poco modélica de la dictadura a una democracia que perpetuó los enormes privilegios de los grupos de presión responsables de la dictadura es una versión minoritaria, prácticamente marginada en la cultura política y mediática del país. Este artículo desarrolla tal versión, señalando los enormes costes políticos que su olvido ha significado para España.
La marginación de las versiones republicanas de nuestra historia.
La supuesta desaparición de las dos Españas (tesis sostenidas por autores como Santos Juliá) fue, en realidad, la continuación del dominio de una España con práctica exclusión de la otra España, hasta el punto de incluso prohibir, por ejemplo, la bandera y el himno republicano. Santos Juliá niega tal discriminación haciendo referencia a la abundante bibliografía académica que presenta una visión crítica de la interpretación conservadora de España, promoviendo a la vez visiones republicanas de aquellos hechos. Santos Juliá ignora, sin embargo, el gran abismo existente entre la cultura académica y la cultura popular en España (país donde el hábito de lectura está muy poco desarrollado). El instrumento más importante de creación de la opinión popular en España es la televisión, en donde versiones republicanas de nuestra historia son prácticamente desconocidas, excepto en Cataluña y en el País Vasco, donde se ha mantenido viva la memoria histórica (aún cuando bajo un sesgo nacionalista). El excelente documental “Els nens perduts del franquisme”, de la televisión catalana TV3 (uno de los documentales más galardonados en Europa), que documenta las enormes atrocidades que ocurrieron durante la dictadura, se ha mostrado sólo en Cataluña y en el País Vasco. ¡Únicamente en otra comunidad autónoma (la andaluza) se ha mostrado tal documental, a la una de la madrugada! Por otra parte, los pocos documentales en la televisión española sobre la represión llevada a cabo por los golpistas y por la dictadura que impusieron han mostrado siempre una equidistancia, enseñando también las violaciones cometidas por las fuerzas republicanas, subrayando un equilibrio interpretado como objetividad. Nunca la represión del “bando nacional” que alcanzó dimensiones atroces, se ha presentado en su plena dimensión en las televisiones españolas. Es más, ningún documental televisivo ha hecho un análisis crítico de los colaboradores del fascismo (incluyendo la Monarquía, la Iglesia, la patronal, la banca, las Reales Academias, el mundo académico y muchos otros). Es más, incluso la reciente comisión nombrada por el gobierno socialista español para recuperar la memoria histórica, atemorizada (tras 25 años de democracia) por el enorme poder de las fuerzas conservadoras, ha acentuado la necesidad de referirse a las víctimas de los dos bandos, incorporando una visión centrista en tal informe (como si las víctimas del lado fascista no hubieran sido ya suficientemente reconocidas y agasajadas durante la dictadura). Es por lo tanto falso señalar –como Santos Juliá hace- que no ha habido (ni continúa habiendo) una represión mediática hacia la versión republicana de nuestra historia. Como tampoco es cierto que las dos Españas hayan desaparecido. El debate iniciado sobre el Estatuto de Cataluña es precisamente un debate no sobre la unidad de España sino sobre el significado de España, enfrentándose dos visiones distintas; la centralista uniforme, que reproduce el nacionalismo español, y la de la España plurinacional reconocida por la II República y que fue interrumpida por las fuerzas fascistas (que como he señalado anteriormente se autodefinieron como nacionales).
El silencio sobre la II República
La II República no fue la causa de la Guerra Civil. Ésta fue causada por las fuerzas conservadoras que se opusieron a las reformas propuestas (y muchas de ellas realizadas) por los gobiernos demócratas republicanos. Esta República estableció la escuela pública, terminando con la hegemonía que la Iglesia Católica tenía en la escuela durante las monarquías anteriores; la reforma agraria (que afectó, entre otros terratenientes, a la Iglesia), la Seguridad Social (que antagonizó a la banca), el aborto y el divorcio (que antagonizó a la Iglesia), el derecho de organización laboral (que antagonizó al mundo empresarial), la reforma del Ejército (que antagonizó a la jerarquía militar), el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado español (que antagonizó al Ejército), y muchas otras medidas necesarias para modernizar el país. En realidad, muchos de tales derechos estaban ya extendidos en los países europeos, pero no así en España.
Todas estas reformas fueron propuestas por partidos demócratas republicanos, dentro de los cuales las izquierdas tenían gran influencia. En realidad, nunca en la historia de España las izquierdas han tenido mayor poder que durante la II República. Un indicador de ello, (entre muchos otros) es que la última reforma educativa del gobierno socialista es menos progresista que la reforma educativa propuesta por el último gobierno de la II República. Esta fuerza de las izquierdas (que se caracterizaban por una cultura profundamente transformadora) ha sido una de las causas del olvido y la represión de la memoria de la II República, realizada incluso por parte de sectores de las izquierdas españolas (las corrientes socio-liberales), así como por parte de sectores acomodaticios de las izquierdas que han renunciado a sus raíces republicanas.
Ni qué decir tiene que las fuerzas progresistas republicanas cometieron errores e incluso fueron responsables de graves violaciones de los derechos humanos, que tienen también que denunciarse (aún cuando en su mayoría estas violaciones no fueran promovidas por gobiernos republicanos que intentaron prevenirlas o controlarlas). Pero esta realidad no justifica la teoría de equivalencia centrista que distribuye la responsabilidad de los hechos en ambos bandos. La responsabilidad del desencadenamiento de la Guerra Civil recae en los grupos corporativistas de poder, la Monarquía, la Iglesia, la banca, la patronal, los terratenientes, el ejército (elementos claves de las clases dominantes del país) que se rebelaron militarmente en defensa de sus intereses de clase e intereses corporativos.
La tergiversación de la dictadura llamándola franquista en lugar de fascista
Otro elemento de tergiversación histórica es la negación del carácter fascista de aquella dictadura, refiriéndose a ella con el término de dictadura franquista, término que define aquella dictadura como caudillista. La dictadura, sin embargo, fue mucho más que caudillista: fue una dictadura fascista. La negación de tal realidad se hace no sólo por parte de autores conservadores (procedentes de la propia nomenclatura fascista como Juan Linz) sino también por autores demócratas como Edward Malefakis y Gabriel Jackson (de merecida reputación en el análisis de la II República), entre muchos otros. El método historiográfico utilizado por estos autores para llegar a tal conclusión varía, aun cuando tiene también elementos comunes. Malefakis, por ejemplo, establece ocho criterios para definir un régimen político como fascista. Según él, un régimen es fascista cuando reúne estas ocho características (1) tiene una ideología que glorifica la jerarquía, el nacionalismo y la guerra (2) está liderado por un sólo líder al que se le atribuyen características sobrehumanas (3) utiliza como instrumento de poder un partido político único (4) glorifica al líder y al partido único a través de una propaganda realizada en la mayoría de los medios generadores de valores en la sociedad (5) promueve una forma extrema de nacionalismo (6) utiliza una narrativa de “progreso”, promoviendo un discurso que intenta ser movilizador de la población presentándose como promotor del progreso, y requiriendo una ruptura y eliminación del orden sociopolítico que sustituye (7) la sumisión de la sociedad civil al estado, siendo éste, a través del partido único, el que reproduce una ideología totalizante que abarca todas las dimensiones de la sociedad (8) una alianza fáustica entre el estado fascista y la Iglesia, el ejército y otros grupos de poder (tales como la patronal y la banca) que operan como parte del orden fascista y subordinados a él .
Según Malefakis, un régimen que reúna estas características (que él asume existieron en los regímenes nazi alemán y fascista italiano) es un régimen fascista. Como he indicado en otra parte (“Franquismo o fascismo”. Claves. 113), coincido con Malefakis en que estas ocho características estuvieron presentes en los regímenes fascista italiano y nazi alemán. Ahora bien, considero que tales ocho características son insuficientes para definir un régimen como fascista. En realidad, muchas de estas características han caracterizado también a muchas otras dictaduras, incluyendo la dictadura comunista existente en la Unión Soviética hasta su desmembración, lo cual ha llevado a muchos autores a definir aquella dictadura como comunista-fascista, homologando erróneamente fascismo con comunismo, homologación que considero profundamente errónea y que traduce una ignorancia de la naturaleza tanto del fascismo como del comunismo.
Las dictaduras nazis y fascistas tenían, en su mayoría, estas ocho características, pero tenían otras tres que fueron las que en realidad las definieron como fascistas y que Malefakis ignora. Estas tres características tienen que ver con su ideología que, además de ser ultranacionalista, era también racista, señalando la superioridad del grupo étnico dominante sobre otros, superioridad que legitimaba su derecho de represión y conquista; la negación de la existencia de clases sociales portadoras de intereses estructuralmente antagonistas; y un profundo anticomunismo. Estas tres características (determinantes del carácter fascista de aquellos regímenes) se dieron en la Alemania Nazi, en la Italia fascista y también en la llamada dictadura franquista.
En todos estos regímenes, el concepto de patria, nación y pueblo estaban basados en un concepto de Raza, tal como la dictadura española enfatizaba en su discurso, celebrado en el día nacional del régimen, el 12 de Octubre -llamado día de la Raza- que celebraba la conquista de Latinoamérica basada en el genocidio de las etnias existentes en aquel continente. El racismo fascista español no sólo incluyó un antisemitismo, sino también un racismo imperialista que suponía a la raza española superior a otras. Su imperialismo, basado en un nacionalismo exacerbado, tenía una base racista, lo cual se reproducía en su discurso y en su cultura, emblemáticamente representada por la película realizada por el Dictador, titulada La Raza.
El corporativismo fascista
Los regímenes nazi alemán, el fascista italiano, y el régimen dictatorial español se caracterizaron también por su beligerante negación de la existencia de clases sociales con intereses antagónicos, sustituyéndolos por grupos sociales con intereses coincidentes estructurados en relaciones verticales de sumisión, emblemáticamente existentes en los sindicatos verticales. Esta negación de clases sociales era sustituido por el concepto de pueblo y patria. En realidad, el fascismo italiano, el nazismo alemán, y el fascismo español fueron una respuesta a la ideología hegemónica y práctica política existente en el movimiento obrero tanto en su versión socialdemócrata como en su versión comunista, (inspiradas ambas por el marxismo) que dividía a la sociedad en clases sociales con intereses estructuralmente definidos como antagónicos. El fascismo surgió en un momento de clara conflictividad y agitación social, con las clases dominantes de Europa amenazadas por la fortaleza creciente del movimiento obrero, tal como señala Eric Hobsbawm en su libro The Age of Extremes: A History of the world 1914-1991. El nazismo alemán surgió como una alternativa al enorme crecimiento del movimiento socialdemócrata de inspiración marxista. Y lo mismo ocurrió en Italia, donde el temor a la revuelta de trabajadores y campesinos hizo que los empresarios y terratenientes apoyaran a las bandas fascistas, tal como ha documentado R. Eatwell (Fascism: A History. 1995). Una situación semejante ocurrió en España, donde el golpe militar fascista ocurrió para evitar las reformas que afectaron los intereses de las clases dominantes, reformas estimuladas por una presión popular hegemonizada por el movimiento obrero y por el campesinado. En este aspecto es interesante señalar la postura de autores conservadores y liberales como Indro Montanelli que justifican el fascismo como un mal necesario para evitar un mal mayor: el comunismo. El fascismo fue un movimiento contrarrevolucionario que apoyó el sistema económico amenazado por el movimiento trabajador hegemonizado en Alemania, e Italia, y en España por el marxismo (y también por el anarquismo en España). El hecho de que el fascismo se autodefiniera como revolucionario era en sí un tributo a la popularidad del proyecto revolucionario (semejante a la titulación de muchos partidos conservadores en Latinoamérica como Partidos Revolucionarios), adoptando un discurso vacío de cualquier práctica revolucionaria. De nuevo, tal como señala Eatwell, incluso el termino nacional-socialismo que utilizó el partido nazi, fue un intento de atraerse a la clase trabajadora, situación que también ocurrió en Italia y explica el apoyo electoral que el fascismo alcanzó entre sectores de las clases populares. En España, el término no fue el de nacional-socialismo (puesto que el socialismo, junto con el comunismo y el anarquismo, era el enemigo derrotado en la Guerra Civil) sino nacional-sindicalismo, enfatizando así la necesaria integración y sumisión de la clase trabajadora a un régimen y a un sindicato claramente corporativista. En la Alemania Nazi, la gran mayoría del mundo financiero y empresarial alemán –dirigido por Fritz Thyssen (cuyos robos del arte judío estableció las bases de la famosa colección de arte Thyssen, de gran visibilidad mediática hoy)- apoyó al nazismo por miedo al comunismo. Y lo mismo ocurrió en Italia: los dirigentes de la Banca y de la industria –liderados por el propietario de la FIAT, Giovanni Agnelli- apoyaron activamente el fascismo, temerosos del peligro bolchevique. Y en España, la patronal industrial (con figuras como Cambó) y la banca (con figuras como el banquero March) apoyaron el golpe militar.
En resumidas cuentas, creo que la evidencia apunta hacia la tesis de que la Dictradura reunía todas las condiciones de Malefakis, desde la 1 a la 8, es decir, deseaba establecer un orden nuevo, liderado por un líder de cualidades sobrehumanas, rodeado de un gran aparato de propaganda que reproducía una ideología totalizante basado en un nacionalismo místico, racista, anticomunista, que controló e intentó controlar todas las dimensiones de la sociedad. El hecho de que objetivamente tal régimen fuera extraordinariamente reaccionario no quiere decir que se viera a sí mismo como tal. Antes al contrario, su idealización de la Edad Media, por ejemplo, –uno de los períodos de mayor subdesarrollo humano hegemonizado por el poder eclesiástico- era presentada como período de gran riqueza y creatividad. De ahí que crea que la evidencia que tenemos a mano, resultado de nuestra experiencia, es más favorable que desfavorable a la tesis de que la Dictadura se vio a sí mismo como un proyecto modernizador, aunque objetivamente no lo fuera.
Dos últimas observaciones. Una sobre la megalomanía de proyectos grotescos que Malefakis niega a la Dictadura, contrastándolo con Ceaucescu u Hoxha a los que sí atribuye tal tipo de proyectos. He estado en Rumanía y no creo que aquel régimen fuera menos megalómano que el español, el cual alcanzaba dimensiones semejantes a la Corea del Norte del hoy. En España, todos los pueblos y ciudades tenían en su plaza principal, llamada la Plaza del Caudillo, un monumento obelisco de forma y mensajes grotescos. En cuanto a sus edificios, éstos se caracterizaron por ser monumentales, semejantes, por cierto, al del fascismo italiano, aun cuando hubo una variedad, incluyendo un estilo ochocentista como señala Juan Pablo Fusi en su artículo en la citada colección de García Delgado.
Es también sorprendente que Malefakis considere que no hubo más corrupción bajo la Dictadura que en otros países, fueran éstos dictatoriales o democráticos. En general, es de esperar que en un régimen dictatorial exista mayor corrupción oficial que un régimen democrático, que está sujeto al escrutinio público. Por ser dictatorial, la Dictadura fue más corrupta que otros países europeos con regímenes democráticos. Pero, los intereses que tal dictadura representó la hizo especialmente corrupta. La falta de protección del ciudadano (bien fuera como trabajador, bien fuera como consumidor) y del ambiente explica los grandes déficits históricos que España tiene en su Estado del bienestar, déficit que resultó sumamente rentable para grupos empresariales que se beneficiaron de la debilidad normativa y sancionadora del Estado y su escaso o nulo cumplimiento.
Consecuencia de ello es que enormes fortunas –sobre todo en la construcción- se crearon durante la Dictadura, cuyos desastres ecológicos y urbanísticos no tienen paralelo en la Europa occidental, excepto en Portugal y Grecia que sufrieron regímenes conservadores dictatoriales. Las especulaciones desmesuradas de las inmobiliarias y de la industria de la construcción, entre otras, durante la dictadura, son causa de que incluso a nivel de observación general (y a pesar de lo mucho que se ha hecho a partir de 1977), las ciudades y pueblos españoles tengan una ausencia de cohesión arquitectónica y urbanística en los desarrollos urbanos del periodo 1940-77 más acentuada que en países vecinos como Francia o Italia.
Basado en la experiencia mostrada en este artículo creo razonable desde el punto de vista científico definir al régimen dictatorial español existente de 1939 a 1978 como una dictadura fascista. Corresponde a aquellos que continúan negando tal carácter fascista en aquella dictadura el cuestionar la evidencia aquí presentada.
Respuesta a Gabriel Jackson
Esta sección del artículo que intenta corregir la tergiversación que ha ocurrido en España sobre la definición de la dictadura, no puede terminar sin responder a otro autor, Gabriel Jackson, que niega también el carácter fascista de tal régimen.
Gabriel Jackson, llega a la conclusión de que el régimen dictatorial español no fue fascista siguiendo una metodología distinta a la de Malefakis. Jackson define en primer lugar qué quiere decir fascismo, tomando el fascismo italiano como el punto de referencia para definir si un régimen es o no fascista. Una vez definido el criterio de evaluación del régimen fascista, Gabriel Jackson concluye que el régimen dictatorial no fue fascista. En Italia y en Alemania el fascismo alcanzó el poder por medios electorales, liderados por un partido fascista (nazi en el caso alemán) que se convirtió en Estado. En España, por el contrario, el partido fascista, la Falange (que Gabriel Jackson cuestiona que fuera fascista) jugó un papel menor en el alzamiento militar. En realidad, (y como prueba de su escasa influencia), Jackson cita que sólo dos miembros del primer gobierno de Franco eran miembros del aparato de la Falange. En esta metodología de análisis histórico se prioriza al partido como punto clave de apoyo empírico a sus tesis. Este énfasis en el partido es, tal como he señalado anteriormente, el más utilizado por la mayoría de historiadores que cuestionan que el golpe militar y la dictadura que estableció fueran fascistas. Debido a la importancia del método utilizado, permítanme que me extienda en la argumentación y la evidencia presentada.
¿Fue la dictadura española semejante a la dictadura fascista italiana?
Para definir las características de la dictadura fascista italiana Gabriel Jackson utiliza las propias declaraciones de Mussolini o las del partido fascista. Define así el estado fascista italiano como
1. “anticapitalista (el fascismo era anticapitalista y rendía tributo involuntario a la Revolución Rusa al afirmar que establecería una organización “corporativa” en la vida económica nacional, con control vertical en cada área de las empresas industriales y comerciales a fin de que el gobierno central pudiera asegurar la coordinación más productiva y socialmente justa, de la economía. Probablemente nunca tuvo intención de establecer desde el gobierno una verdadera coordinación de la economía. Pero construyó carreteras y mejoró el servicio ferroviario, y con ello sus admiradores conservadores británicos y americanos afirmaban complacidos que Mussolini había “logrado que los trenes fueran puntuales”.
2. un estado que cultivó las virtudes militares, utilizando una cultura y parafernalia (uniformes, lenguaje, etc.) militar.
3. un estado que alabó la masculinidad
4. un estado que promovió un ideario imperialista
5. un estado que reconoció el catolicismo como la religión del estado y de las fuerzas armadas
6. un estado que cedió a la Iglesia “el control de las asignaturas y de la preparación de maestros para las escuelas de primaria y secundaria” aboliendo las reformas de los gobiernos anteriores a las que la Iglesia se había opuesto, tales como el matrimonio civil
Según Gabriel Jackson, éstas son lascaracterísticas que deben encontrarse en un régimen para definirlo como fascista. Ante ellas caben dos observaciones. Una, que definir el fascismo como anticapitalista tomando la URSS como punto de referencia (por muy indirecta que esta referencia sea, tal como aparece en su extensa cita) me parece profundamente erróneo. Tal como señalé en mi crítica a Malefakis, el hecho de que los dirigentes fascistas utilizaran un discurso anticapitalista a fin de movilizar a sus bases trabajadoras (compitiendo con las izquierdas) no quiere decir que el fascismo fuera anticapitalista. En realidad, las clases capitalistas promovieron el fascismo como freno al socialismo, comunismo o anarquismo como señalé antes. La retórica, por lo tanto, no confirmaba la realidad. De ahí que debiera hacerse la distinción entre el discurso anticapitalista por un lado, y sus políticas públicas corporativistas de sindicatos verticales por el otro, claramente encaminados a perpetuar el dominio del empresariado en el mundo laboral.
La segunda observación es que cada una de las otras cinco características que se presentan como definitorias del fascismo italiano se dieron con creces en el régimen dictatorial español. Gabriel Jackson debe ser consciente de ello porque subraya que, aun siendo importantes, la más definitoria del fascismo fue la del “liderazgo masculino carismático”. Paso a citarlo “No obstante, el rasgo más importante del fascismo no era ninguno de los que he mencionado hasta ahora. Lo más importante era el liderazgo masculino y carismático. El programa podía ser impreciso, pero no había ninguna duda en cuanto a quién estaba al mando. Uniformes militares, una apariencia de plena unidad patriótica y una oratoria agresiva, reflejados en una prensa y una radio totalmente controladas, eran los sine qua non del fascismo tal como lo desarrolló Benito Mussolini”. Tal como he indicado anteriormente, cada una de estas características estuvieron presentes en la dictadura. Es difícil negar tal evidencia.
¿Qué es pues fascismo para Jackson? Lo dice claramente “Para mí, el fascismo incluye el partido único y uniforme, el militarismo consciente, el liderazgo carismático y la oratoria agresiva, los medios de comunicación uniformemente vociferantes y la plena intención de ir a la guerra. Durante el período de entre guerras, las otras dictaduras de derechas eran dictaduras conservadoras y anticomunistas, crueles cuando se sentían amenazadas, que protegían todos los derechos tradicionales de las clases dominantes, pero que no trataban de dominar y remodelar el estilo de vida de sus súbditos”. Aquí Jackson introduce otras dos características: una, el deseo de “intervenir militarmente” y otra “el deseo de dominar y remodelar el estilo de vida de sus ciudadanos”, características que por lo visto –según Gabriel Jackson- no se dieron en la dictadura franquista. Me parece sorprendente esta negación de que estas dos condiciones se presentaran en la dictadura franquista. El apoyo a la intervención militar se dio en la existencia del golpe militar y su amenaza, más tarde, de intervención militar en Gibraltar y en la II Guerra Mundial, además de su clara identificación con el imperialismo español, que fue una intervención militar. Es más, se definió a sí mismo como una Cruzada, lo cual era una empresa militar. En cuanto a la definición del régimen franquista como un régimen autoritario, pero no totalitario (siguiendo las tesis de Juan Linz) me parece también profundamente errónea y fácilmente falsificable por los hechos. Tal como he señalado anteriormente, el régimen dictatorial intentó influenciar por todos los medios (incluyendo los represivos) comportamientos tan íntimos como el sexo o la lengua. El nacionalcatolicismo que definió al Estado fue erróneamente intervencionista en todas las áreas del comportamiento individual, forzando una remodelación del estilo de vida de sus súbditos.
Queda entonces como única evidencia de que el Estado franquista no era fascista el de que el partido (cuestionablemente fascista según Jackson) tuvo escasa influencia durante el golpe y durante el régimen. Pero antes de rebatir esta postura empírica, quisiera hacer unas observaciones sobre los comentarios que Gabriel Jackson hace hacia la Falange y su Fundador, negando que fuera un partido fascista, punto que Jackson nunca desarrolla, excepto en unas breves citas de José Antonio Primo de Rivera desaconsejando la violencia y distanciándose de los golpistas, realizadas cuando éste estaba en la prisión republicana. La Falange, sin embargo, jugó un papel clave en la brutal represión que el golpe militar realizó (a la cual Jackson se refiere con esta frase “con independencia de lo que José Antonio dijera o deseara, era inevitable una cierta participación en la violencia” (la cursiva es mía). Destaco lo de cierta porque me parece una expresión totalmente desafortunada. La represión de la Falange fue brutal, llevándose a cabo en muchos territorios de España no solo a través de los aparatos del Estado, sino a través de campañas represivas independientes (lo cual explica que mucho de ello no aparezca en los documentos policiales o del ejército).
Paso ahora a discutir la evidencia aportada a favor de la tesis de que el Estado franquista no era fascista, señalando que la Falange no controlaba al Estado español. Esta evidencia asume erróneamente varios hechos. Uno que la Falange era la única fuerza fascista en España. Y segundo, que el Partido Fascista controlaba el Estado en Italia.
En cuanto al primero, la ideología fascista (militarismo, machismo, imperialismo, caudillismo, catolicismo totalitario, a lo cual debería añadirse, como he dicho antes, corporativismo, anticomunismo y antisocialismo) estaba ampliamente extendido en el Ejército y en la Iglesia y en amplios sectores de los grupos empresariales y de las derechas españolas, lo cual explica y justifica que tanto la rebelión de Asturias como el Frente Popular (por citar dos hechos distintos que respondieron a sensibilidades políticas distintas) se presentaran como frentes antifascistas. ¿Por qué las clases populares utilizarían tal expresión si el fascismo era tan minoritario? En realidad el fascismo (que era una ideología muy extendida entre las derechas en Europa) estaba ampliamente extendido entre las clases dominantes. El hecho de que tal ideología no se tradujera en militancia en la Falange no es suficiente razón para negar las características fascistas del pensamiento ultraconservador existente en las derechas en España. No debe confundirse el concepto de ideología con el instrumento o instrumentos a través de los cuales se reproduce. Hoy vemos, por ejemplo, en Europa, el desarrollo de unas instituciones europeas tales como el Banco Central Europeo, el Pacto de Estabilidad, el presupuesto europeo, la desregulación de los mercados y muchas prácticas de clara orientación liberal (lo cual explica la animadversión de la clase trabajadora hacia la Constitución Europea) y que traducen el gran dominio que la ideología liberal tiene hoy en las instituciones políticas, mediáticas y culturales europeas, aún cuando los partidos liberales continúan siendo muy minoritarios. De la misma manera, el fascismo era la ideología dominante en amplios sectores de las derechas españolas, aun cuando el partido fascista fue minoritario. Este fascismo tenía sus características españolas, arraigadas en la propia historia de España. Negar la característica de fascismo a la ultraderecha española por no ser una mera réplica del fascismo italiano (a pesar de la gran comunidad ideológica) es tener una visión excesivamente mecanicista de la política comparada. En la España de la II República no se necesitaba llevar camisa azul y saludar en brazo en alto para ser fascista, como bien lo percibieron las clases populares profundamente antifascistas. Y ahí no puedo evitar una crítica a gran parte de la historiografía que se basa en documentos escritos, ignorando la historia real y oral de las clases populares (por desgracia, lamentablemente inexistente o muy poco desarrollada en España). La gran mayoría de trabajadores y campesinos que lucharon por la República se refirieron a las derechas (que se autodenominaron “nacionales”) como fascistas. Y tanta política como científicamente, llevaban razón.
¿Partido Único?
Si la metodología de trabajo hubiera sido definir las características de la ideología fascista y ver si tal ideología estaba presente en el aparato del Estado franquista, sería difícil concluir, como señalé en mi cita a Malefakis que tal ideología no lo impregnaba. En cuanto al argumento de escasa influencia de la Falange, hay que señalar que el Jefe de Estado, el General Franco, era el jefe único y exclusivo de la Falange como Mussolini lo fue del Partido Fascista Italiano. El Estado adoptó toda la cultura ideológica y parafernalia fascista. ¿Hay que recordar, una vez más, que el símbolo fascista –las cinco flechas- señalaban el nombre de cualquier pueblo en España- hasta el año 1978?! Es más, tal como he señalado en mi crítica a Malefakis, el Partido fascista italiano no era la única fuerza que existía y controlaba el Estado italiano, como tampoco fue el Partido Nazi el único partido que controló el estado nazi alemán. A riesgo de repetirme, tengo que señalar que hubo grandes tensiones en el Estado fascista italiano (en cuyos primeros gobiernos, por cierto, los miembros del aparato del partido fascista, fueron una minoría), dentro y fuera del Estado fascista, como lo hubieron también en el Estado fascista español. El hecho de que, a lo largo de los años, la ideología fascista perdiera su potencia y que la nomenclatura de aquel estado en las últimas etapas del régimen casi careciera de ideología no niega su carácter fascista, de la misma manera que el cinismo y oportunismo de la nomenclatura del estado comunista tampoco justifica que no se llamara al régimen existente en la Unión Soviética hasta el año 1989 como un régimen comunista ¿Por qué el doble rasero de llamar al régimen soviético como un régimen comunista hasta el año 1989 y en cambio no llaman fascista al régimen franquista, porque en su última etapa carecía ya de un ideario? Como he señalado anteriormente, la distancia ideológica entre Gorbachov y Stalin era mucho mayor que la distancia entre el Franco de 1975 y el de 1939. En realidad, desde la parafernalia hasta la retórica del Movimiento Nacional (todos los funcionarios del Estado tenían que jurar lealtad al movimiento fascista hasta el año 1978) fueron fascistas hasta su fin. En realidad, parte de aquella ideología fascista persiste en aparatos del estado heredados del régimen anterior.
Quisiera terminar esta parte del artículo con la observación de que soy consciente de que la discusión sobre la identidad ideológica de lo que fue el franquismo es un sujeto difícil, complejo y con una cierta carga emotiva. Y soy también consciente de que la realidad en sí está llena de claroscuros. Pero creo que en España, y resultado de cómo se ha realizado la transición, se ha desechado con excesiva rapidez el término de fascista para definir la dictadura, con argumentos que a mí me parecen insuficientes y no convincentes. En realidad, y tal como he mostrado en este artículo, los mismos argumentos que se han utilizado para negar el carácter fascista de aquel régimen pueden utilizarse para defender la utilización de tal término. El fascismo se ha expresado en distintas formas a lo largo del siglo XX, adaptándose a las peculiaridades de cada país. Así como hubo diferencias muy notables entre el nazismo alemán y el fascismo italiano, también hubo diferencias muy notables entre el fascismo español y las versiones alemanas e italianas fascistas, diferencias que, a mi entender, no justifican el negar tal carácter fascista a la dictadura española. Definirla como fascista crea grandes resistencias en España puesto que tal término tiene más rechazo que el término franquista. Pero creo que en España, si hubiera habido una ruptura con la dictadura (tal como ha ocurrido en los países del Este de Europa) en lugar de una transición (que se ha realizado en condiciones de gran poder de las derechas y una gran debilidad de las izquierdas), hoy se hablaría del fascismo en lugar de franquismo. Como en muchos otros casos, la sabiduría convencional en un país reproduce el discurso y la ideología conveniente para el sostenimiento de las relaciones de poder existentes. Como consecuencia, el lenguaje que utilizamos no es neutro, y el término franquismo, que se usa para definir la dictadura, tampoco lo es.
La transición inmodélica
Inmediatamente después de la transición de la dictadura a la democracia ésta se interpretó ampliamente en los medios de información y persuasión como un proceso modélico que había permitido pasar de una dictadura a una democracia comparable a cualquier otra democracia europea sin que hubiera violencia o crisis de cohesión social. Es más, el documento que estableció los parámetros del nuevo orden democrático, la Constitución de 1978, se presentó como una de las constituciones más adelantadas de Europa, promoción interesada por la mayoría de partidos con representación parlamentaria. Había un deseo generalizado de la cultura política y mediática del país de romper con el pasado e integrarse plenamente a Europa.
Tal Constitución de 1978 se presentó a su vez como resultado de una reconciliación entre las dos Españas, reconciliación tan exitosa que permitió la desaparición -como han señalado Javier Tusell y Santos Juliá– de estas dos Españas. Tal reconciliación se interpretó por parte de las izquierdas como una necesidad de establecer un pacto del silencio sobre lo que fue La República, el golpe fascista militar y la dictadura fascista. Tal pacto significó, en la práctica la reproducción de la visión conservadora de lo que es España, es decir, una España uniforme, continuadora de la visión centralista que había dominado durante la dictadura. La derecha, sin embargo, no estuvo silenciosa. Antes al contrario. Desde la Monarquía, desde el Ejército y desde la Iglesia se continuó homenajeando a los que ganaron la guerra civil. Las famosas beatificaciones de los Mártires de la Iglesia, por ejemplo, continuó realizándose, mientras que en las escuelas del Ejército y de las Fuerzas Armadas se continuó promoviendo una ideología ultranacionalista, centralista y uniforme con claras nostalgias del dictador cuyas esculturas y símbolos continuaban y continúan presidiendo sus cuarteles. Véase, por ejemplo, el escudo fascista (llamado delicadamente pre-constitucional) que continúa en la entrada de gran número de cuarteles del Ejército (como en Barcelona). Es más, la mayoría de los medios de persuasión en el país, incluyendo los públicos gestionados por gobiernos socialistas, continuaron ofreciendo una visión sesgada de nuestra historia por temor a ofender a los grupos poderosos de la derecha española, como la Monarquía, la Iglesia y el Ejército, temor que conllevó una represión de la postura y símbolos republicanos, incluyendo la prohibición expresa de la bandera y del himno republicano. Este temor a las derechas se presenta también en amplios sectores de la población trabajadora y zonas rurales donde la represión fue brutal y los asesinos o sus familiares mantienen su posición de poder político y económico. Gran número de funcionarios y miembros del aparato fascista (Movimiento Nacional) pasaron a integrar los aparatos de las derechas españolas (PP). No es infrecuente encontrar en pueblos catalanes alcaldes de la época franquista (que habían sido miembros del Movimiento Nacional) que son ahora alcaldes que militan bien en el PP o, en ocasiones, en CiU.
Esta visión de la transición, sin embargo, ha ido cuestionándose en la medida que tal miedo y temor ha ido perdiéndose. La interpretación centrista del porqué se está recuperando la memoria histórica por parte de las izquierdas (y también por parte de otras fuerzas democráticas) es la de que las nuevas generaciones están perdiendo el sentido de culpabilidad que tenían sus padres. Autores como Paloma Aguilar Fernández postulan que el hecho de que asociaciones como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica estén apareciendo ahora responde a que los fundadores de estas asociaciones no tienen el sentido de culpabilidad que supuestamente sus padres tuvieron. Tal interpretación de la recuperación de la memoria histórica considera el caso alemán como extrapolable a España, olvidando que en Alemania el nazismo llegó al poder por medios electorales mientras que en España el fascismo se impuso con un gran golpe militar que tuvo que imponer un enorme terror frente a la mayoría de la población. Las generaciones que apoyaron y eligieron a Hitler podrían sentirse culpables y se requería un cambio generacional para que se pudiera analizar críticamente al nazismo. Pero en España, las generaciones que lucharon contra el fascismo –la mayoría de las clases populares, incluyendo los padres y abuelos de mis buenos amigos fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica- no tenían porqué avergonzarse o sentirse culpables. Antes al contrario, se sintieron orgullosos. La causa real del silencio fue, sobre todo, el miedo. Para mí tal situación apareció con toda nitidez en la primera reunión de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, cuando familiares de los desaparecidos (personas asesinadas por los fascistas cuyo paradero todavía se desconoce y cuyo número se estima en alrededor de 30.000) se reunieron en Valladolid y expresaron el temor, todavía hoy existente a lo largo del territorio español, a las represalias de las derechas a la búsqueda de sus muertos. Esta represión fue particularmente dura contra la clase trabajadora y contra el campesinado, represión que continuó durante la dictadura.
El dominio de las fuerzas conservadoras y su impacto en el redactado de la Constitución de 1978
La aparición de nuevas generaciones que piden saber lo que se les ha ocultado ha forzado la redefinición de nuestra historia. Es así como se va viendo que la Constitución dista mucho de ser de las más avanzadas de Europa y que la democracia española es homologable a cualquier otra democracia europea. En realidad, la enorme fuerza de las derechas impuso una serie de renuncias a la izquierda, renuncias que no han contribuido a resolver los problemas que la II República había ya comenzado a tratar. Así, la Constitución impuso la Monarquía, convirtiéndose sus símbolos en los símbolos de España, siendo la bandera borbónica (la bandera del bando vencedor) la que pasó a ser la bandera española (con la eliminación de los símbolos fascistas), la Marcha real el himno nacional; estableciéndose una escuela privada (con mantenimiento de los privilegios de la Iglesia, que hegemonizan esta escuela privada) que cuenta con igual reconocimiento que la escuela pública; con la atribución al Ejército de la responsabilidad de velar por la unidad de España (transformándose así en un cuerpo policial); con un excesivo respeto a la propiedad privada que dificulta, por ejemplo, la resolución del problema de la vivienda, y así un largo etcétera.
Tal Constitución dista mucho de ser la constitución democrática heredera de la etapa democrática que precedió a la dictadura. No se basa en la constitución de la II República, la cual había adquirido un desarrollo mayor de democracia que el adquirido en la Constitución de 1978. Un ejemplo de ello es el reconocimiento de la plurinacionalidad del estado español, que no queda plasmada en la constitución actual. Ni que decir tiene que ha existido una descentralización en la gestión del Estado en los gobiernos autónomos, lo cual es distinto, sin embargo, a la plurinacionalidad del Estado español. En realidad, el Estado de las autonomías se creó como alternativa y como negación del estado plurinacional. La no resolución de este último problema genera las tensiones que se han manifestado a raíz del Estatut de Catalunya. El gran peligro no es la desunión de España, sino la monopolización del significado de España, conservando la visión conservadora, heredada de la dictadura. De ahí que la visión progresista de España sea la continuadora de la II República. La falta de realización de este hecho explica el gran coste político que las izquierdas están pagando por no haber mostrado a la ciudadanía española lo que fue la II República, mostrándose orgullosa de su pasado. Los olvidos en la historia suelen pagar elevados costes en la realidad política de nuestro país.
De ahí la enorme urgencia y necesidad de que las fuerzas progresistas de España recuperen la memoria de lo que fue la II República, la Guerra Civil y la dictadura franquista, adquiriendo una actitud más crítica hacia la Transición que la que ha prevalecido en la cultura política y mediática del país. Y, con igual urgencia, existe también la necesidad de que las izquierdas se presenten como herederas de la II República, recuperando con orgullo sus símbolos, desde la bandera al himno republicano, incluyendo las canciones populares que las clases populares promovieron en busca de una España más justa, más solidaria y más democrática. La cultura democrática española debería basarse en la cultura republicana, desarrollando lo que el golpe fascista de 1936 interrumpió.
* Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University.
Fuente: Pagina personal de V. Navarro – abril 2008