Tiempos de cambio
Me crié en el Pasaje Amberes, unas cuatro cuadras entre Gaona y Neuquén. Fui un pibe de barrio. Leíamos la Colección Robin Hood y jugábamos con autitos que carreteaban por los cordones, cargados con masilla para que no derraparan. Le cuento a Lucas que, de chico, viajaba mucho en tranvía. Me mira como si se enfrentara a un gliptodonte, pero le aclaro que no estuve en los festejos del Centenario ni conocí a Gardel.
Sigue sin entender cómo hacíamos para entretenernos en un mundo sin televisión, Internet ni celulares. Los miércoles era Día Infantil en los cines y, a mitad de precio, daban dibujos y cortos de Chaplin y Los Tres Chiflados. Los nenes de ahora no tienen una idea muy clara de quién fue Chaplin y qué le aportó a la pantalla. Una película que me marcó por esos años fue Luz y sombras, con Kirk Douglas tratando de arrancarle a su trompeta esa nota imposible. Otra, que vi más de una vez, fue De aquí a la eternidad, conmovido por la muerte del soldado Maggio, encarnado por Frank Sinatra, a golpes por el sádico sargento a cargo de Ernest Borgnine. Para los jóvenes de hoy, el pasado es una nebulosa que ni vale la pena indagar. En una de estas charlas con mi nieto, le menciono que estuve en París en el 68 y que con mi amigo Nicolás Casullo, con quien emprendí ese viaje iniciático, bromeaba afirmando que nosotros habíamos hecho Mayo del 68, porque apenas llegamos se armó la gorda. Me pregunta qué fue Mayo del 68. Las ganas de concretar un sueño, de llevar la imaginación al poder. Le hablo de esa década prodigiosa, de Cortázar, a quien conocí y me enseñó un par de cosas sobre el arte de narrar con esa generosidad de los maestros. Por esos días, lo vi a Godard filmando en el Boul Mich con su mujer de entonces, Anne Wiezenski, mientras la gente se refugiaba como podía de los gases que regaban los gendarmes. Lucas no tiene idea de quién le hablo. Asistí, desde un palco del Teatro Odeón a una encendida discusión entre Jean-Louis Barrault y un grupo de estudiantes, entre retratos de Mao, Lenín y el Che. Todo eso es para mí historia reciente y parece haber ocurrido hace tres siglos. Leo por ahí que en los próximos 50 años, los adelantos tecnológicos harán que avancemos más que en los últimos 5.000. McLuhan tenía razón. Asistimos al ocaso de la Galaxia Guttenberg. No será hoy ni mañana y probablemente no llegue a verlo, pero en un futuro que viene al galope habrán sucumbido los diarios, las revistas y los libros y todo lo que se lea, se leerá sobre una pantalla luminosa.
Clarín - Revista Ñ - 5 de mayo de 2014