Todos contra el neoliberalismo

Emir Sader

Los recientes reveses de la izquierda latinoamericana han llevado a cuestionamientos con respecto a las políticas de alianza que han vuelto posibles los gobiernos antineoliberales. Esos gobiernos sólo han conseguido imponer su hegemonía porque han logrado con sus propuestas de gobierno obtener consensos ampliamente mayoritarios en la sociedad. Cuando han perdido su capacidad hegemónica, los frentes que habían constituido fueron resquebrajados y las alianzas desechas.

Pasó algo similar cuando el frente del gobierno kirchnerista se fracturó, cuando el frente del gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil igualmente se deshizo, ahora pasa algo parecido en Ecuador. Pero las alianzas no son la causa, sino el efecto de propuestas de gobierno que, si funcionan, no tienen por qué debilitar el frente social y político del gobierno. Si éstos se debilitan, es porque las políticas de gobierno están perdiendo en la sociedad su capacidad de convencimiento, de consenso.

Pero, antes que todo, queda la enseñanza de que las alianzas no son tema de elecciones subjetivas –con quiénes sí, con quiénes no–, sino de agrupar fuerzas alrededor de un programa de trasformaciones de carácter nacional. El criterio de las políticas de alianzas es objetivo, político. Primero se plantean las propuestas de gobierno, habrá alianzas con quienes estén de acuerdo con esas propuestas.

Ahora, cuando por lo menos en Argentina y Brasil se discute el tema de las alianzas –asunto también presente en Ecuador, Bolivia e incluso en México y Colombia–, es hora de volver a reflexionar sobre los criterios de las mismas. Alianza con quién, significa acuerdo para qué. Conforme hacia dónde se quiere ir, se definen las ­coaliciones.

Hay sectores que proponen alianzas solamente dentro del campo de la izquierda, sólo con quienes tienen trayectorias y propuestas similares. Sería condenar a la izquierda al aislamiento y a la derrota, porque las contraofensivas de la derecha han aislado a la izquierda, le han quitado aliados, le han puesto en situacion de minoría en la sociedad. Para romper ese cerco, hay que ganar a sectores con los cuales no hay trayectoria común en el pasado con los que no se comparten todas las posiciones programáticas. Para ello hay que definir los criterios objetivos de las alianzas.

La línea de separación de los enfrentamientos estratégicos en el periodo histórico actual se da alrededor del neoliberalismo, el modelo hegemónico asumido por el capitalismo ya hace algunas décadas. El campo popular agrupa a todas las fuerzas, sociales, políticas, económicas, que se contraponen al neoliberalismo y buscan su superación. El campo de la derecha, sea en sus expresiones más tradicionales de derecha o en otras aparentemente más moderadas, se reúnen alrededor del modelo neoliberal.

En América Latina hoy más que nunca el bloque popular debe agrupar a todos los que se oponen al modelo neoliberal y se disponen a poner en práctica un gobierno que supere ese modelo. Un bloque que se oponga a las privatizaciones del patrimonio público, al debilitamiento de los sindicatos, a la concentración todavía más grande de los medios, a la contracción de las políticas sociales, a políticas externas de subordinación a Estados Unidos.

No importa la trayectoria pasada de las personas y fuerzas, su naturaleza ideológica. Importa la posición que tienen respecto del neoliberalismo y al gobierno que pone en práctica esa política.

El desafío más grande para la izquierda no está en reunir a todas esas fuerzas, sino en organizar el programa antineoliberal, que destaque los elementos estratégicos de ese programa para definir, a partir de ahí, los elementos fundamentales de la reconstrucción del bloque popular antineoliberal. La agrupación de fuerzas es una consecuencia del programa antineoliberal.

 

La Jornada

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