Un filósofo en la sala de urgencias
-Usted habla de las patologías del mercado: si éste considera que no va a tener ganancias con lo que produce, entonces no lo produce. Las enfermedades “de la pobreza” como el dengue y el cólera, por ejemplo, no tienen cura porque no se hacen vacunas para eso. Los médicos pueden tener ética pero la voracidad económica no, ¿cómo se revierte esta situación?
-Son problemas sociales. Sólo el Estado puede hacer algo y de hecho, en algunos países como Sudáfrica, Brasil y la India, el Estado se ha ocupado de favorecer, de impulsar la fabricación de medicamentos contra esas plagas típicas del Tercer Mundo y lo ha hecho en combinación con pequeños laboratorios. No se va a dirigir a Pfizer o a alguno de esos grandes, porque no lo van a hacer, no les interesa; lo están haciendo pero con los medicamentos conocidos. Hace falta realizar más investigación. El problema principal en realidad es el problema de la parasitosis. En el Tercer Mundo los chicos tienen el vientre lleno de parásitos y se comen lo mejor de ellos: están desganados, no tienen energía, no pueden estudiar bien. Hubo una experiencia muy importante en la Universidad de México, en la época en que era rector el doctor Soberón, un investigador muy serio a quien tuve el gusto de tratar. Se preguntó por qué era tan bajo el rendimiento de los estudiantes de la Universidad de México, que eran como un cuarto de millón. Pensó que podían ser los parásitos, entonces se hizo una muestra y se vio que casi todos los estudiantes tenían parásitos. En la Argentina hay pocos parasitólogos, en La Plata había un grupo interesante de parasitólogos que se disolvió; Guillermo De Negri, un amigo mío, estaba en Mar del Plata, él sigue con la parasitología y también tiene un seminario de filosofía. La parasitología es otra de las ramas que hay que impulsar en estos países. Es necesario investigar más los parásitos porque los seres humanos somos muy sensibles a ellos y van apareciendo nuevas enfermedades. Hace medio siglo no existía el sida, y el ébola no se puede prever, pero en cuanto aparece el brote hay que aislar a los enfermos y estudiarlos a fondo. A las compañías farmacéuticas les conviene mucho seguir produciendo drogas exitosas, les reporta más ganancias producir Viagra que ensayar nuevas drogas porque los ensayos son muy costosos. Un artículo reciente del Medical Journal demuestra que destinan solamente el 1,7% de su ingreso a la investigación que se termina haciendo principalmente en las universidades y en los institutos estatales de EE.UU., Alemania e Inglaterra. Han decidido cerrar laboratorios que tenían 5 mil investigadores; claro, no eran los de primera, porque la industria con esa miopía que la caracteriza empleaba a investigadores de segunda o tercera. Los de primera están en la universidad y los que trabajan en las industrias, con muy pocas credenciales, lo hacen para ganarse la vida, en cambio los otros lo hacen por curiosidad. Es una crisis tremenda porque hay miles y miles de farmacólogos desocupados que podrían estar, bajo dirección competente, buscando nuevos remedios.
-Usted también afirma que en la actualidad existen dos grandes males, uno es la drogadicción, y el otro la obesidad, sobre todo en EE.UU. donde los índices de obesidad infantil son alarmantes. Militares retirados de las fuerzas armadas sostienen que esa situación va en contra de la propia seguridad.
-Son problemas sociales, la obesidad es pronunciada en Estados Unidos, pero no creo que sea mayor que en otras partes. ¿A qué se debe? En gran parte a los juegos electrónicos, los chicos de mi generación jugábamos a la pelota, andábamos en bicicleta, teníamos actividad física, hoy en día están sentados viendo pantallas, eso los hace engordar y de la gordura puede venir la diabetes. Además de ese efecto físico hay otro social muy grave que hace que los chicos prefieran tener amigos imaginarios, en la pantalla, a tener amigos de carne y hueso con quienes puedan tener una relación cara a cara, pelearse, jugar juntos y al aire libre. Hay una estadística que da miedo: el 93% de los chicos canadienses pasan menos de una hora por día al aire libre. Los canadienses eran famosos por gustarles el aire libre, por hacer deportes de invierno, se abrigaban y salían, no le temían al frío. En una generación ha cambiado la actividad de los chicos: ahora juegan con juegos electrónicos en lugar de jugar a la pelota. La drogadicción también es un problema social. Sería muy fácil terminar con ella, por lo menos con el problema del narcotráfico, como se ha hecho en Inglaterra, en Holanda, en Suiza: legalizar su consumo pero controlándola. En cambio, en Estados Unidos, que es el mercado de drogas más grande del mundo está en manos de criminales. Hace unos meses se reunieron los presidentes de todas las naciones americanas y todos le pidieron a Obama y al primer ministro canadiense que legalizaran las drogas en sus países, Obama se negó y el primer ministro canadiense también. Si Obama hubiera legalizado el consumo de drogas regulándolo, habría perdido votos republicanos moderados: siempre están pensando en las próximas elecciones, no tienen planes a largo plazo.
-Si bien han desaparecido algunas enfermedades, han reaparecido otras por cuestiones sociales o religiosas de, por ejemplo, negarse al uso de las vacunas.
-Sí, por ejemplo, la tos convulsa. Hay una vacuna muy eficaz: la triple, contra la tos convulsa, el tétanos y la difteria que se daba a los chicos, que no había en mi época, pero hay toda una campaña, de parte de grupos políticos y religiosos, en Estados Unidos sobre todo, contra la vacunación. Por qué, porque es barata, llega a todo el mundo con muy poco y es un deber del Estado. Como usted sabe, los republicanos, en particular la extrema derecha republicana, que es la que tiene la sartén por el mango, se niega a que el Estado preste servicios sociales. Además, hay grupos religiosos que se oponen a la vacunación porque la vacunación, como la cirugía interfieren con los designios del Señor: la enfermedad la manda Dios para castigarnos y no tenemos derecho a interferir. El hecho es que ha vuelto o está volviendo la tos convulsa.
-¿Por qué plantea que los escritos de Nietzsche o de Foucault son malos para la salud individual y la sanidad pública?
-Nietzsche, es bien sabido, fue un precursor del fascismo, enemigo de la democracia; era militarista, estaba en contra de la ciencia y de los sindicatos y no es casualidad que fuera el filósofo favorito de Hitler y que Heidegger escribiera todo un libro sobre él. Tampoco es por casualidad que en la carrera de Filosofía de la UBA se exija a los alumnos de primer año que lean a Nietzsche. Son reaccionarios, aunque posiblemente no se den cuenta, pero en todo caso no les hacen leer a los clásicos, les hacen leer a un panfletista, porque eso es lo que era Nietzsche. Lo que pasa es que también era anti religioso, entonces los anarquistas de mi juventud lo adoraban porque estaba en contra del establishment y de la religión, pero hay cosas mucho más importantes que la religión o la lucha contra ella. La batalla contra la desigualdad social es mucho más importante y en ese caso los progresistas podemos unirnos con muchos católicos a los que tampoco les gusta la desigualdad social. En todo caso, Foucault es aún peor porque seguía a Canguilhem que fue el primer filósofo de la medicina reconocido como tal. Bajo el régimen fascista hizo su tesis de doctorado en medicina sobre lo normal y lo patológico. Ahí sostenía que esas son categorías sociales, no biológicas ni médicas. Lo patológico es lo que se aleja o lo que viola la norma. Y quién fija la norma, la sociedad. Entonces, lo anormal es simplemente lo que no suele hacerse. El resfrío es un proceso natural, que no tiene nada que ver con las normas sociales, cualquiera se puede agarrar un resfrío, rico o pobre y las normas sociales o estéticas no tienen nada que ver con eso. Además, Foucault como otros, era un constructivista social: para él, todo lo que existía era una construcción social. El bacteriólogo polaco Fleck fue el primero en sostener que la enfermedad era una creación de la comunidad médica. Fue un caso bastante trágico: por ser judío lo metieron en un campo de concentración, pero como era bacteriólogo sabía las medidas que había que tomar para evitar que se difundiera el tifus, que era permanente en los campos de concentración por la falta de higiene. Si un prisionero se agarraba tifus se lo pasaba al guardia, entonces no le convenía a los nazis ni a los prisioneros que hubiera tifus: le perdonaron la vida a condición de que ejerciera su profesión.
-Al referirse a la longevidad dice que es un arma de doble filo y que hoy se está revisando el precepto hipocrático de prolongar la vida a cualquier costo ...
-Bueno, a nadie le gusta vivir como una lechuga, como suele decirse. Queremos vivir con el ejercicio de todas nuestras facultades y queremos disfrutar de la vida en lugar de sufrirla. La mayor parte de los recursos médicos y hospitalarios se gastan en los dos últimos años de la vida. La eutanasia –el suicidio asistido– está permitido en dos estados de los Estados Unidos, en Washington y en Oregon. El problema es que, al aumentar la longevidad, que se ha triplicado en el curso de dos siglos, vivimos hoy tres veces más de lo que se vivía entonces. La gente llegaba a vivir 25 años; hoy los franceses llegan casi a los 80, el triple. No solamente por la mejor medicina, sino porque hay agua potable, porque hoy en día incluso los franceses comen mejor. La desnutrición era muy común. La mortalidad infantil, que era tremenda, ha bajado muchísimo. En todo caso, cuanto mayor es la edad, tanto más frecuentes y más graves son las enfermedades, algunas de esas enfermedades imposibilitan: la gente tiene dificultades en caminar, en pensar, imagínese la gente con Alzheimer que anda por ahí, es una carga tremenda para la familia, alguien debe estar constantemente dedicado a esa persona y el pobre con Alzheimer no se da cuenta de nada. Qué sentido tiene prolongar esa vida. Habría que encarar las cosas con menos hipocresía y de forma menos conservadora, habría que alentar el suicidio asistido cuando la gente ya no puede disfrutar de la vida.
-¿Cuál es su opinión sobre la salud pública argentina viviendo en un país como Canadá donde el sistema sanitario ha funcionado muy bien?
-Yo creo que en la Argentina no ha funcionado tan mal, como en otros países, creo que ha mejorado mucho. Sobre todo desde Perón, yo he sido siempre antiperonista, pero reconozcamos que los dos primeros gobiernos de Perón tuvieron, entre otros méritos, el de organizar un Ministerio de Salud Pública, que no había antes. Los servicios sanitarios, de asistencia pública, creo que han mejorado, pero no hay medicamentos suficientes. En Canadá, la medicina anda bastante bien, cualquier residente tiene su tarjeta de medicare que lo habilita para ir a un hospital cualquiera donde lo atenderán gratuitamente, el paciente nunca le paga al médico. No se discuten honorarios ni nada porque los paga el gobierno provincial, de esa manera todos tienen acceso. Lo que ocurre es que no hay suficientes médicos, entonces las esperas suelen ser muy largas.
-Y retomando la pregunta con la que usted termina el libro: ¿cuándo aparecerá el Newton de la medicina?
-Yo no tengo la respuesta. Mientras a los médicos no se les enseñe a razonar, no va a aparecer un Newton. A los estudiantes de Medicina los atiborran, los obligan a memorizar una cantidad increíble de datos, entonces recibirse de médico es dar prueba de tener una gran retención, una enorme memoria. Habría que enseñar menos hechos y más a discutir, a diseñar experimentos, a pensar en causas. Esperemos que la filosofía pueda ayudar, porque da o puede dar una visión de conjunto de las cosas.
Sinpermiso - 16 de diciembre de 2012