Uruguay: Las claves de junio. Qué política para qué país
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Hoy la competencia es real, y abierta. Vázquez la quiso impedir, sugiriendo un orden de la fórmula. Consiguió lo contrario: la impulsó. Pero no es su pronunciamiento el responsable por ello. Los liderazgos de Astori y Mujica hace mucho que están instalados. El gobierno del fa sólo los consolidó.
¿Representan cosas distintas? ¿Representan dos izquierdas, como alguien señaló? ¿Representan al país de la plebe y el país ilustrado? ¿Qué se juega en esta competencia del FA?
Las encuestas nos muestran hoy lo que está confirmado desde hace años: Mujica es el líder más popular del FA. Las elecciones internas del fa, o las elecciones nacionales, hace mucho tiempo que lo vienen indicando claramente. De hecho, si uno calcula “los votos que tiene” Mujica hoy, antes siquiera de llegar a las internas, es más o menos el tamaño del electorado que tuvo todo el fa en la elección de 1971. De hecho, es el líder más popular de Uruguay en su conjunto, no sólo del fa. Ningún otro candidato de los que hay en la contienda tiene el apoyo electoral que tiene Mujica. Esto es un argumento “científico”, no valorativo.
Es también el líder más popular por otra razón más fina, que sale en los datos de opinión pública recientes. La mayoría de la gente le tiene simpatía (aun los que nunca lo votarían, o los que consideran que no tiene el perfil de presidente). De todos los candidatos en escena, Mujica es el que concita la mayor simpatía del electorado.
Las razones por las que Mujica es un líder tan popular trascienden el mero análisis de su propio carisma personal, que no es poco (sino muchísimo). Las razones por las que la competencia se da con Astori dicen mucho sobre nosotros mismos: sobre el fa en particular, y sobre Uruguay en general. Estas razones están vinculadas al ciclo histórico reciente de Uruguay: el que se inicia a fines de los años sesenta y culmina en el triunfo del fa en 2004.
El Uruguay del triunfo frenteamplista es un Uruguay que tiene poco de qué enorgullecerse. Es un país empobrecido, que muestra una fractura social muy importante entre sus pobres y sus ricos, que expulsa gente permanentemente, y que tiene una de las poblaciones carcelarias per cápita más altas de América Latina. El nudo que engancha a la pobreza, la desigualdad, la inseguridad, el pesimismo, y la propensión migratoria es el del Uruguay “sin destino”. Es el del Uruguay como problema, como decía Methol Ferré en su famoso libro. El del Uruguay que no encuentra su rumbo.
El Uruguay que enfrenta estas elecciones de 2009, por mucho mejor que se encuentre (y ese es un mérito del gobierno) con relación a cinco años atrás, sigue siendo ese Uruguay. Un Uruguay que ya no es más la tacita de plata, una socialdemocracia creíble, o un país de clases medias autocomplacientes. Esta es una de las razones por las que a los candidatos les resulta tan difícil encontrar exactamente el lugar de la palestra desde el cual hablar. Porque al final, ¿qué quiere la gente?
Lo que la gente quiere, acá y en todos lados, siempre es más o menos lo mismo: vivir mejor, dignamente. El 40 por ciento de los uruguayos declara vivir con menos de lo que necesita. Es decir, vivir con privaciones. Es bastante. Es una medida subjetiva, claro, porque la pobreza, stricto sensu, es menos de la mitad de eso. Pero cuatro de cada diez no viven bien, viven mal, y necesitan más de lo que tienen. Esa es la mitad de abajo.
Un poco más arriba está la clase media. Pero no es la vieja clase media uruguaya unida, solidaria, compuesta por una parte de clase media baja que se siente clase media, y por una parte de clase media alta que se avergüenza de exhibir su buena suerte. Una parte de esta clase media, la más educada, comienza a exhibir sentimientos de insolidaridad con los de abajo, más deteriorados de lo que eran hace treinta, cuarenta años. Para empezar, porque viven en menor contacto con los más pobres. Consumen servicios privados: escuelas, liceos, salud. Viven en barrios distintos. Así, se vuelven más insensibles. Cuando les preguntan si la distribución del ingreso es injusta, dudan. Creen que se puede igualar “para arriba”: es decir, creen que Uruguay es un país que puede progresar tanto que todos se van a volver de clase media. No es así, nunca podrá ser así, pero es mejor creérselo, porque si no ¿a qué sacrificios deberían someterse para que todos vivan un poco mejor?
El Uruguay de la alianza entre los sectores trabajadores y las clases medias, ese que fundó el batllismo como proyecto político, y que es el sustento del propio fa, enfrenta además otro problema. Una parte de los sectores trabajadores está hoy tan pauperizada que apenas si consigue sobrevivir. La mínima y modesta disciplina capitalista que este país se impuso como proyecto de desarrollo está haciendo agua. Los jóvenes que no estudian ni trabajan, o las familias donde hace ya dos o tres generaciones que nadie trabaja, son parte de esa realidad. Hace cuarenta años no hubiera existido un panes; hoy es absolutamente indispensable asumir que una parte de los recursos de todos debe estar destinada a solventar la vida de miles y miles que están absolutamente desenganchados de todo. Solidaridad, se llama. Como no es voluntaria, el Estado nos obliga a hacerlo.
[b]EL QUE MEJOR REPRESENTA AL URUGUAY ACTUAL[/b]
¿Cómo impacta la fractura social, la ruptura del vínculo de solidaridad entre las clases medias y los trabajadores, la pérdida de capacidades de los pobres para insertarse en el capitalismo, en la elección de junio?
El fa se ha vuelto un partido bastante diferenciado socialmente: lo votan los más pobres, las clases medias bajas, y las clases medias. Los estratos socioeconómicos de mayor poder adquisitivo prefieren la opción de Lacalle. Esto no está mal. Si la política es capaz de “representar” los intereses que están en juego, es porque todavía importa. Y es porque importa el motivo por el cual las opciones a las que hoy los uruguayos se enfrentan son tan diferenciadas. Porque es la misma sociedad uruguaya la que se volvió más desigual que antes. Y esa desigualdad, bien lo saben los economistas, no pudo ser alterada durante estos cinco años. Y no porque el gobierno no lo haya intentado, sino porque es mucho más estructural de lo que pensábamos.
De algún modo, la competencia entre Astori y Mujica refleja esa fractura social de la sociedad. Pero también refleja el propio “policlasismo” del fa: es diversidad que fue su origen, que es su sustento, y que es hoy una de las bases invisibles del diálogo social que existe en Uruguay.
La elección de junio no es una competencia para ver quién es el mejor (quién tiene el mejor equipo, quién muestra mayores destrezas como gobernante, o quién sabe más). Eso no es lo que está en cuestión. Lo que está en cuestión es quién representa mejor al Uruguay de hoy. Y quién es capaz de hablarle a esa desesperanza, a ese pesimismo, a esa angustia de unos uruguayos que viven buscando su viabilidad nacional. Por muchas razones, Mujica hoy lo está haciendo mejor, y los motivos de su popularidad tienen que ver con eso.
*Licenciada en Filosofía de Facultad de Humanidades y Ciencias Universidad de la República Oriental del Uruguay. Doctora en Ciencia Política del Instituto Universitario de Pesquisas de Rio de Janeiro, Brasil.
[color=336600]Fuente: Semanario Brecha - 29.05.2009[/color]