Viejas promesas, nuevas caras, en un FMI en decadencia
La opinión pública se sorprendió tres meses atrás cuando el español R. Rato -al frente de la institución financiera internacional desde mediados de 2004- había decidido renunciar a su cargo dos años antes de que se cumpliera el período de mandato, fundamentando que lo hacía por razones personales. La noticia tuvo más repercusiones y especulaciones que las esperables normalmente, ya que sucedía pocos días después de que se produjera la dimisión de su “colega”, el presidente del Banco Mundial Paul Wolfowitz. Tanto los empleados del Banco como la Unión Europea solicitaron al norteamericano en abril de 2007 que abandonara el cargo, a causa de un vergonzoso episodio de corrupción que lo involucrara junto a otra empleada del Banco, con la cual estaba relacionado sentimentalmente. Wolfowitz, que también supo ser subsecretario del Ministerio de Defensa de EE.UU., fue sustituido por Robert Zoelik, ex Secretario de Comercio del mismo país.
El FMI y el Banco Mundial son consideradas instituciones “hermanas”, ya que comparten tanto el origen como objetivos generales, si bien cada una tiene áreas de acción y cometidos específicos. Según palabras de los propios organismos “comparten un idéntico objetivo, a saber, mejorar el nivel de vida de los países miembros. Las formas en que encaran la consecución de este objetivo se complementan entre sí: el FMI se ocupa de asegurar la estabilidad del sistema financiero internacional, mientras que el Banco Mundial se concentra en el desarrollo económico a largo plazo y en la reducción de la pobreza.”
Podría decirse que estos objetivos han perdurado desde la propia fundación de ambas instituciones, hace ya más de seis décadas, en el acuerdo de Breton Woods luego de la segunda Guerra Mundial. Esta constancia en las metas de los organismos confirma que no han sido cumplidas, y lamentablemente, la pobreza y el subdesarrollo son moneda corriente en el mundo del siglo XXI. La comprobación de esta realidad que puede parecer trivial, no había sido, sin embargo, puesta en tela de juicio hasta hace poco tiempo, cuando varios países del sur, históricamente endeudados con el fondo, comenzaron a saldar sus deudas y a dejar en evidencia la poca eficacia de la actuación del organismo financiero multilateral.
[i]La “desefemeización” de América Latina[/i]
En los últimos años, varias economías de América Latina finalizaron largas décadas de endeudamiento con la institución. Así lo hicieron Brasil y Argentina primero, Uruguay después, seguido por Venezuela y Ecuador. En efecto, en diciembre de 2005, Brasil anunció que pagaría al fondo la totalidad de lo adeudado, lo que significaba desembolsar más de 15.000 millones de dólares. Pero el gobierno, que venía acumulando sucesivos superávits primarios, no pestañó al pagar esa elevada suma, entre otras cosas porque sostenía que ahorraría nada menos que 900 millones de dólares de intereses al hacer efectivo el pago por adelantado. Pocos días después fue Argentina la que hizo lo propio, abonándole su deuda al fondo por adelantado: casi 10.000 millones de dólares. Pero esta abultada cifra solo representa un 8,9% del total de la deuda pública de ese país.
En noviembre de 2006 fue el turno de Uruguay, que anunció que cancelaría la totalidad de su deuda con el FMI. El monto de los pasivos de ese país con el organismo ascendía a 1.080 millones de dólares, cifra muy inferior a la que pagaran sus socios comerciales Argentina y Brasil, pero que representaba en ese momento, alrededor de un 6% de su PBI. El gobierno de Hugo Chávez fue el siguiente en tomar la iniciativa de romper lazos, no solo con el FMI sino también con el Banco Mundial, y lo hizo en abril de este año. Como era esperable, la ruptura de Venezuela con ambos organismos fue mucho más radical que en el caso de los anteriores países, y se hizo hincapié en la libertad que se recuperaba al saldar la deuda. Según informes de prensa, el ministro de finanzas de la República Bolivariana no dio detalles del monto que Venezuela estaba pagando al fondo, pero mencionó que al llegar Hugo Chávez a la Presidencia en 1998, Venezuela ya contaba con una deuda de USD 3.300 millones con ambos organismos.
Ecuador continuó con la moda de adelantar pagos al fondo, cancelando su deuda también en abril de 2007. En una actitud más parecida a la de Venezuela que a la de Brasil o Uruguay, el presidente y economista Rafael Correa enfatizó la independencia económica que lograría su país al cancelar una deuda de 9.000 millones de dólares con el fondo. México constituye otro ejemplo de intención de saldar lo antes posible parte de los compromisos contraídos con instituciones multilaterales de crédito. En agosto de 2006 se anunció el pago por adelantado de 7.000 millones de dólares al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Este pago se hizo efectivo a través del endeudamiento del gobierno con el Banco de México, que aportó las reservas internacionales necesarias para dicho desembolso.
Como muestran los ejemplos anteriores, en Latinoamérica hay básicamente dos posturas frente al organismo multilateral: la de aquellos que aún rompiendo la relación deudor-acreedor mantienen buen diálogo con el organismo (Brasil, Uruguay, México) y aquellos que, como Venezuela y Ecuador, evidencian rechazo y una ruptura completa con el fondo, aunque por ahora siguen siendo estados miembros. Argentina podría considerarse un caso “híbrido”, en el que no se le declaró la guerra abierta al fondo pero que al momento de cancelar su deuda hubo consenso entre los analistas en que los motivos de dicha decisión eran básicamente políticos. Dando muestras de esa relación ambigua con la institución, este país fue uno de los latinoamericanos que se pronunció a favor de la candidatura de DSK.
Sea por los motivos que sea, la realidad muestra que la ingerencia del FMI en la región es cada vez menor: no es casualidad que los gobiernos, en forma sucesiva, se hayan preocupado por terminar sus relaciones de dependencia con el fondo. Es verdad que la bonanza económica de los últimos años ha permitido a los distintos países acumular reservas y hacer frente a parte de sus compromisos. Pero más allá de eso, no puede negarse una clara intención de romper –al menos monetariamente en todos los casos– los lazos con el FMI, si bien algunos países quedaron en buenas relaciones con el organismo, mientras otros han hecho esa ruptura de manera menos amigable. Esa intencionalidad se nota cuando se prefiere ingresar a tipos de endeudamiento que sustituyan al del fondo. Si bien en los últimos años se han logrado altas tasas de crecimiento y mejora en las cuentas públicas, existen otros pasivos en la deuda de los países de la región. Incluso algunos especialistas como Eric Toussaint, presidente del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), sostienen que hay que prestar mucha atención a este “desendeudamiento” de las economías de América Latina, ya que romper con el fondo no significa que haya disminuido la deuda. De hecho, “la deuda externa del Tercer Mundo aumentó en el año 2006 en más de 250 mil millones de dólares.” Este incremento se produjo principalmente a través del dos medios: aumento de la deuda externa con privados: emisión de bonos públicos o contratación de nuevas deudas con bancos privados, y a través de un aumento tremendo de la deuda pública interna.
[i]La interna del fondo y las voces del subdesarrollo[/i]
Del otro lado de la línea, en lo que respecta a la interna del fondo, si bien el director gerente R. Rato declaraba que se congratulaba de los pagos por adelantado, es una posición difícil desde el punto de vista de la supervivencia del propio organismo, como institución de préstamos y como “sugeridor” de políticas. El que varios países pagaran por adelantado sus deudas va “en contra” de la propia existencia del fondo. De hecho, la cartera de créditos del organismo se redujo de US$ 81.000 millones a 12.000 millones en los últimos tres años. El poder de la institución disminuye. Asimismo, el organismo enfrenta la competencia de otras fuentes de financiación a la hora de prestar a los países que lo necesitan: los grandes inversores privados y países como China, Rusia y algunos países árabes, que tienen abundantes cantidades de efectivo en reserva, y que pueden dirigir sus préstamos en condiciones más favorables y sin tener que pasar por tantas condicionalidades.
¿Es que el FMI está destinado a ir desvaneciéndose? Parece una pregunta no del todo descabellada en los momentos que corren. De hecho, en la práctica tiene cada vez menos relevancia. La segunda pregunta que surge es ¿esto significaría algo “malo”? ¿O sería una señal de que los países subdesarrollados no dependen de la “ayuda” digitada y organizada por los países del norte? Claro que los países en desarrollo seguirían sufriendo la deuda externa de otros muchos acreedores. Pero una diferencia importante entre aquellos y el fondo, es la intervención que el FMI tiene en las economías a las que presta, a diferencia de otras fuentes de financiación. Al mismo tiempo, podría argumentarse que los fines para los que fue creado no se han cumplido, y más alejados de cumplirse estuvieron cuanto mayor la dependencia de los países respecto al fondo. Para colmo de males, las últimas convulsiones bursátiles globales fueron manejadas por los bancos centrales de los países desarrollados, más que por el FMI. Fueron aquellos los que evitaron el colapso de la economía mundial. Entonces, la idea de una institución que asegure la estabilidad del sistema financiero internacional no parece ser indispensable, o mejor dicho, podría serlo, si la institución realmente estuviera abocada a cumplir con los fines propuestos, y fuera eficiente en su empresa.
Es sobre este punto donde se destacan las voces provenientes de los países emergentes (y de América Latina en particular), dada la mayor independencia de los países pobres hacia la institución, la relativa solidez de sus finanzas públicas a raíz de los buenos resultados económicos de los últimos años y la mayor participación de ciertas economías en desarrollo en el escenario mundial, que están sobresaliendo cada vez más, llamando la atención de las grandes y tradicionales potencias. La dinámica global de los últimos años ha hecho que países como Brasil, India o China, fueran ganándose un lugar de “cuidado” en el escenario universal. Estas economías se sienten cada vez más desinhibidas a poner sus ideas sobre la mesa, hablándoles de igual a igual a los países ricos y exigiendo, en este caso al FMI, reformas que contemplen los nuevos pesos relativos en la globalización actual.
El G24, que cuenta en América Latina con la presencia de siete países (Argentina, Colombia, Brasil, Guatemala, México, Perú y Venezuela), aprovechó la ocasión de la reunión anual del FMI y el Banco Mundial en Washington en octubre, para hacer escuchar su voz al respecto de algunos aspectos de la situación actual del organismo financiero. Sobre las reformas en los votos y las cuotas que se están pidiendo desde el grueso de los países en desarrollo desde hace cierto tiempo, sostuvieron que “no resultarán aceptables cambios marginales en la estructura de cuotas. Un uno, dos o tres por ciento serían solo cambios cosméticos”, enfatizó el secretario argentino de Economía, Óscar Tangelson. Y agregaron que dicha reforma es “una condición ‘sine qua non’ para devolver la legitimidad y la eficiencia” al FMI y al BM. Si estas son las instituciones de Bretton Woods, necesitamos construir las instituciones del siglo XXI”. Otra de las críticas realizadas al FMI se centró en el papel de este en momentos de la crisis hipotecaria originada en los Estados Unidos. En este sentido, los reclamos del G24 se dirigieron a exigir, en resumidas cuentas, que todas las economías del fondo se midan con la misma vara.
[i]El sucesor[/i]
En este contexto de tensiones, presiones y una imagen desgastada del FMI, asume el sucesor de Rodrigo Rato, el francés Strauss Khan. Lejos de sentirse intimidado por la actual coyuntura del organismo, el economista asumió el compromiso con confianza en devolverle la reputación y credibilidad perdidas. El interés de DSK de llegar a la cúspide del FMI lo llevó incluso a realizar una campaña en un blog personal en Internet, (desde que fue postulado a director gerente) en el que se declaraba el candidato de los países pobres y en el que podían encontrarse distintas declaraciones de apoyo a su candidatura, como de China, algunos países africanos y otros de América Latina. Al tiempo que se declara partidario de la renovación del organismo a favor de los países menos desarrollados, también afirmaba ser “un economista favorable a las empresas”, en un claro intento de ganar simpatías en todos los frentes. Esta posición la había puesto ya de manifiesto en su gestión al frente del Ministerio de Finanzas de Francia (1997-1999, en el gobierno de Jospin), cuando llevó adelante varias privatizaciones de servicios inéditas en aquel país. Entre estas figuraron la venta de France Telecom y Air France.
Por otro lado, algunos analistas consideran que en la actualidad, para el caso de América Latina, el organismo debería actuar más como un consultor que como acreedor e impulsor de políticas. La región fue el “mejor” cliente del FMI a comienzos de este siglo, pero en pocos años ha logrado liberarse de su influencia, y ahora exige más vos y voto en las decisiones del fondo. Tanto desde Latinoamérica como desde otros países en desarrollo se sostiene que el escenario mundial ha cambiado, y se reclaman acciones dentro del FMI que reflejen esos aspectos. Straus Khan llevó un discurso progresista durante su campaña, lo que le ayudó a contar con el apoyo de varios de los países críticos del FMI. Una vez elegido, dijo que iba a reformar el sistema de cuotas lo antes posible; actualmente Europa y EE.UU. poseen el 50% del total de los votos. Con el 16,79% de los derechos de voto, Washington es el primer accionista del FMI, mientras que los 27 miembros de la UE disponen en total del 32%, resultando muy difícil para los países emergentes poder ir en contra de las opiniones de estos socios más fuertes.
Rato fue quien inició el proceso de aumento en las cuotas de cuatro de los más paradigmáticos países en desarrollo: México, China, Turquía y Corea del Sur. El nuevo director gerente se declara de acuerdo a continuar con esta línea y afirma: “Estoy decidido a abocarme sin demora a las reformas que el FMI necesita para poner la estabilidad financiera al servicio de los pueblos, favoreciendo el crecimiento y el empleo”. El sistema actual concede más voz a quien más dinero aporta al Fondo. Las modificaciones irían en el sentido de que las decisiones se tomen por doble mayoría en la que se cuenten por una parte, la mayoría de países miembros del Fondo y el peso de cada uno de ellos, por otra. Sin embargo, el próximo director ya adelantó que no se le quitará peso a EE.UU. en las nuevas cuotas, y que como esto es un juego de suma cero tendrían que obtenerse los porcentajes de algún otro lado. Esta afirmación insinúa que la opción es que los que deberían reducir su poder son los miembros de la Unión Europea, y no parece fácil convencer a actores poderosos de claudicar parte de su peso dentro del fondo a favor de las economías emergentes. Lamentablemente, y echando por tierra buena parte de las ilusiones de los países en desarrollo, en las sesiones de la reunión anual del Banco Mundial y el FMI días pasados, se corrió el rumor de que los beneficios que fueron prometidos para los países del tercer mundo no serían finalmente implementados, colocando una vez más a los países más pobres en una situación de desventaja. El mundo actual presenta una nueva distribución de fuerzas económicas; la reforma real del FMI sería una muestra incipiente pero concreta de que los países emergentes y fuertes económicamente, también empiecen a tener más peso político. Sin embargo, para que esto suceda es necesario que los más ricos lo reconozcan.
[i]*Paola Visca es analista de información D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad - América Latina)[/i]
Fuente: [color=336600]ECONOMÍA SUR – noviembre 2007[/color]