Una vida que abrió caminos
Corajuda y divertida, solidaria y comprometida. Católica muy creyente. Querible. Muy querible. Así era Lohana Berkins, la gran activista travesti y feminista, que ayer murió en el Hospital Italiano, donde hacía varios días estaba internada, con un cuadro grave. Pionera. Luchó por los derechos de las personas trans, pero enlazó transversalmente esa lucha con otras: contra las violencias de género, por la legalización del aborto, contra la prostitución como un trabajo. Llevaba en su cuerpo las marcas de la discriminación, del atropello policial, de la explotación sexual, de un Estado que hasta hace pocos años expulsaba a los márgenes a quienes, como ella, elegían una identidad de género que no coincidía con el nombre inscripto en su DNI.
Violencia en acto y en palabra
Las violencias de género habitaban desde siempre nuestro mundo. Sólo que yo lo confirmé tempranamente, cuando leí por primera vez La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik. Más tardíamente al escudriñar su “Poema del nombre propio”, con la arquitectura de la torre del castillo medieval dominado por la condesa Erzébeth Báthory, noté que la abyección de la violencia en los cadáveres de mujeres por feminicidio yace en la base donde se apuntala el orden social falogocéntrico: Alejandra, Alejandra/ Debajo estoy yo/ Alejandra.